“No podemos pensar en el planeta si no pensamos en la emancipación social”

“No podemos pensar en el planeta si no pensamos en la emancipación social”

econo120José Ramón Mendoza García*. LQSomos. Febrero 2015

“Ha llegado el momento de que los que están preocupados por el destino de la Tierra
se enfrenten a los hechos:
no sólo la grave realidad del cambio climático,
sino también la acuciante necesidad de un cambio en el sistema social”.
Fred Magdoff / John Bellamy Foster

“Hasta hace muy poco se discutía sobre el tipo de sociedad en que viviríamos.
Hoy se discute si la sociedad humana sobrevivirá”.
Fidel Castro

Algunos ambientalistas, y de manera muy significativa en comarcas como la nuestra, sienten que es posible resolver la mayoría de los problemas ambientales introduciendo una mayor eficiencia energética, reemplazando los combustibles fósiles por energías “verdes” -o utilizando tecnologías que alivien los problemas, con medidas para protección de la biodiversidad, contra la especulación, etc…; pero sin cuestionar el modelo productivo.

Nuestra opinión es que la mayoría de los graves problemas ambientales están ocasionados por el funcionamiento de nuestro sistema económico y no son resultado de la ignorancia humana o de la codicia, sino que la destrucción ecológica está integrada en la naturaleza interna y lógica del modo de producción vigente y esto es lo que lo que hace tan difícil la solución del problema.

Capitalismo, naturaleza y ecología

El capitalismo, como forma de detentar la propiedad de los recursos y de los medios de producción y como sistema de relaciones de producción, de relaciones entre los hombres y las cosas o el Estado, es un sistema que, a fin de mantener su objetivo esencial de acumulación incesante, necesita una expansión continuada, tanto en términos de producción total, como territorial y de eliminación de otros modos de producción, en términos espaciales y geográficos.

Se puede alegar y así lo hacen los defensores del sistema que tanto la expansión, como la conquista de la naturaleza, existían antes de los comienzos del sistema capitalista en el siglo XVI. Pero en los sistemas anteriores al actual, esa expansión, que el capitalismo casi ha convertido en derecho, de conquistar la naturaleza era prioritaria para la propia existencia del sistema. Esta es la diferencia entre el capitalismo y los sistemas anteriores.

La economía capitalista en su fase mundializada sigue extendiéndose con una velocidad que desde el punto de vista del porvenir de la humanidad y del planeta, podemos calificar, cuando menos de imprudente e irresponsable.

La idea de que calidad de vida va ligada a consumo se ha generalizado al conjunto de una sociedad –incluyendo a las clases trabajadoras- a la, a que, a través de los mecanismos de la dominación hegemónica del capital, se le ha convencido de que la única manera de mejorar su calidad de vida es mediante la expansión económica que supone el crecimiento sin límites.

Este camino para mejorar su vida que, hoy por hoy, desea la mayoría la población, no es óbice para que muchas, cada vez más, de esas personas quieran también que se detenga esa degradación del entorno natural. Sentimiento que cada vez se extiende más entre los ciudadanos, como trabajadores y como consumidores, de los países desarrollados.

Esto constituye una contradicción más del sistema. Cada vez más personas quieren tener más árboles, mejor calidad del aire y del agua,… mas naturaleza, y también desean un número cada vez mayor de bienes materiales, que para conseguirlos es necesario más combustible, utilizar todos los recursos naturales, más uso del territorio mediante el urbanismo descontrolado y más degradación del planeta. Queremos y deseamos más naturaleza y más producción-, separando en nuestras mentes ambas reivindicaciones, incluso luchando por ambas al mismo tiempo.

A diferencia de otros momentos históricos, en el capitalismo y especialmente en su fase actual, el nivel de degradación del entorno natural es tan grave que para analizar la situación hay que ir a volver a los orígenes, a tratar el deterioro ambiental, la ocupación del territorio, el cambio climático; en definitiva la crisis ecológica, como un tema de economía política que exige soluciones ligadas a opciones éticas y políticas.
Mientras que los sistemas anteriores al capitalismo transformaron la ecología y algunos llegaron a imposibilitar un equilibrio viable que asegurase la supervivencia del sistema en áreas concretas solamente el capitalismo y en nuestra comarca el inmobiliario constituye una amenaza para la existencia futura, no sólo de nuestro entorno, sino de la humanidad, del planeta ya que ha sido el primer sistema histórico que, englobando toda la Tierra, ha expandido su producción a límites inimaginables.

Ello se debe a que el capitalismo ha logrado hacer ineficaz la capacidad de otras fuerzas para imponer límites a sus actividades. Bajo la fachada de la racionalidad del mercado se encuentra el inmenso poder destructivo implícito en el modo de producción capitalista; así la burguesía ha resultado ser “la clase dominante más violentamente destructiva de la historia” (Berman) y, en base a los valores de la acumulación del capital no puede contener la destrucción ecológica, es un dilema que no puede resolver. Así, las contradicciones entre economía y ecología alcanzan su máximo exponente con el modelo de producción vigente, el modo de producción capitalista, alcanzando su punto álgido en la fase actual de globalización.

¿Cómo salir? La versión romántica y la técnica

Una argumentación extendida entre quienes no quieren que las cosas sigan así, es la de contraponer a la creación de riqueza material y de empleo, el romanticismo ecologista, o dicho más sencillamente, tener que elegir entre la especie humana y la naturaleza (1). Pero no se pueden contraponer naturaleza y especie humana; ambas evolucionan conjuntamente.

Por otra parte, personas, organizaciones conservacionistas y organizaciones políticas, algunas comprometidas con la lucha ecologista, mantienen que se puede evitar la degradación total adoptando medidas técnicas ahora, alcanzando así un desarrollo sostenible, expresión que, por otra parte, implica una contradicción en si misma. Pero este punto de vista que podríamos definir como de “ecologismo reformista” choca con la propia esencia del capitalismo ya que esas medidas paliativas, si son lo suficientemente serias y eficaces como para evitar, reparar en su caso o al menos contener el daño, amenazarían por sus costes, la posibilidad de una continua acumulación de capital.
En ambos casos se evita ir a la raíz del problema, a la propia esencia del sistema de producción capitalista ya que la fuente de la destrucción ecológica es la necesidad de externalizar los costes de producción haciendo recaer una parte de estos en la naturaleza.

Por el contrario, una visión verdaderamente “verde” si quiere dar una respuesta viable a la conservación de la naturaleza, tiene por fuerza que poner en cuestión el presente cualquier sistema económico que no se oriente a alcanzar un equilibrio sustentable con la naturaleza.

Capitalismo y ecología son términos opuestos. Puede haber políticas ambientales de derechas – si a las del capital con su discurso del “capitalismo verde” se les puede aplicar ese calificativo- así como puede haber, y de hecho hay, políticas ambientales de izquierdas. Pero no hay política ecológica de derechas. Si una política es ecológica, esta es de izquierdas –añadiríamos incluso que revolucionaria-, y podríamos asegurar que si una política es, social, económica y políticamente de izquierdas, es ecológica.

De lo expuesto hasta ahora podemos sacar la conclusión de que la vía de la actuación reformista de los ecologismos “técnicos” y “románticos” tiene límites en sí misma.

Ello no supone desechar el camino de las reformas, de la adopción de medidas ambientales, técnicas y legislativas; el no tener en cuenta las opiniones del ecologismos “romántico” muchas veces interesantes y siempre generosas; ya que la presión política a favor de esas reformas económicas y sociales, de la aplicación de avances tecnológicos, además de paliar algunos efectos de la degradación puede hacer que aumenten las contradicciones del propio sistema ya que facilitará el que afloren los verdaderos problemas políticos en juego, siempre que estos problemas se planteen correctamente.

Dentro del sistema se puede actuar para la preservación del medio ambiente, bien paliando daños ambientales de una actividad, bien invirtiendo en la renovación de los recursos naturales, o limitando seriamente otras como la expansión urbanística -mediante una ordenación social del territorio-, o el uso comercial de los espacios protegidos. Tanto los movimientos ecologistas como Izquierda Unida han planteado y plantean una larga serie de propuestas específicas dirigidas hacia esos objetivos, propuestas que suelen encontrar una fuerte resistencia por sus importantes efectos sobre la acumulación de capital.

Asimismo, aún en el caso de que se establezcan legislaciones ambientales avanzadas, la aplicación real de las mismas encuentra reticencias para su aplicación efectiva por parte de los Estados y las instituciones supranacionales, como ocurre con la de la Unión Europea.

Esa vía reformista, que nunca se debe ni se puede abandonar y menos despreciar, debe ir encaminada a una ordenación del territorio y de la economía en las que se antepongan criterios sociales y ecológicos a los criterios meramente económicos y de rentabilidad. Para ello el papel del estado, de lo público, es de primera importancia.

Más allá del reformismo

Dicho lo anterior, no hace falta repetir que la supervivencia del modo de producción capitalista depende sobre todo de que no se interrumpa el proceso de acumulación del capital y que para ello precisa de cada vez mayor uso de recursos naturales, y entre ellos el territorio, así como que cada vez genera más residuos.
La relación que el hombre mantiene con la naturaleza en cada periodo histórico es consecuencia del modo de producción, de donde se saca la conclusión de que para el proceso de aceleración de la degradación de la naturaleza, de profundización de las desigualdades y de aumento de la pobreza y el hambre en el mundo, en definitiva de la crisis social y ecológica no hay solución dentro del actual modo de producción, ya que es impensable que el sistema que crea los problemas ecológicos, siguiendo la implacable lógica de la necesidad ilimitada de acumulación, quieran y puedan aportar unas soluciones que implicarían su desaparición.
La única posible salida a la crisis ecológica y social es avanzar políticamente por una senda en la que la vieja lucha por la igualdad, hoy tan vigente como nunca si planteamos la cuestión de la creciente desigualdad, camine en busca de una solución basada en un modelo económico, social, político y territorial ecológicamente sustentable y socialmente más que justo, igualitario.

Somos conscientes de que este es un camino largo y apenas esbozado por Izquierda Unida y que debe conducir a un nuevo sistema económico, político y social que decida de forma colectiva y participativa sus aspectos fundamentales, y en la que la emancipación de la humanidad de todo tipo de alienaciones y la supervivencia del planeta sea un todo indivisible.

O lo que es los mismo, para comenzar a “desfacer el entuerto” del desastre ecológico, social y humano al que nos enfrentamos, se necesita un nuevo modelo productivo basado en el control de las fuerzas productivas por la mayoría de la población que ponga freno a la explotación de la fuerza de trabajo y al expolio de los recursos naturales y de patrimonio.

Ahora bien, como consecuencia de este desastre ecológico y social, uno de los problemas más importantes, quizás el que más, ante el que nos enfrentemos será el de configurar un nuevo modelo de producción y unas nuevas relaciones de propiedad que satisfaciendo las necesidades de la humanidad en ese momento no sólo no comprometa, sino que asegure y mejore la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades; el problema de la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, y hacerlo en las condiciones de producción heredadas de la actual sociedad capitalista.

Estamos hablando, no de una sociedad que se desarrollará sobre su propia base, sino de una que presentará todavía en el aspecto económico, en el ecológico, en el político y en el social, el sello de la sociedad de cuya entraña procede; y en la que los problemas ecológicos derivado del modo de producción capitalista tendrán que ser afrontados de manera urgente y democrática racional, actuando sobre la base de comprender y no forzar esa relación metabólica de los hombres con la naturaleza. Un futuro que no podrá ser el de una sociedad de la abundancia –entendida esta en su concepción actual-, del derroche de recursos y de crecimiento sin límites –al menos en los términos en los que este se concibe en el sistema capitalista para beneficio de una minoría – ya que entonces sería más de lo mismo.

Modelo que debe combinar un alto índice de bienestar y progreso humanos con la generación de una baja “huella ecológica”, lo que no supone otra cosa que combinar progreso y bienestar con el menor uso posible de los recursos no renovables como los combustibles fósiles y de los recursos naturales (suelo, agua, aire,…) sin superar la capacidad de regeneración de los mismos.

La transición a una economía ecológica -que consideramos que también debe ser socialista- será un proceso arduo que no ocurrirá de un día para el otro. Esto no es una cuestión de “asaltar el Palacio de Invierno”. Más bien, es una lucha dinámica, multifacética para un nuevo pacto cultural y un nuevo sistema productivo.

Las soluciones que en una sociedad poscapitalista puedan hacer que empiece a desaparecer la amenaza de crisis ecológica y que tanto el socialismo como la propia supervivencia del planeta sean posibles, requerirán, no solo del control y la planificación democráticos de la producción y de la utilización de los recursos sino que, además precisará de una transformación revolucionaria de la relación que los hombres mantienen con la naturaleza.

“Hoy más que nunca el mundo necesita aquello por lo que los primeros pensadores socialistas incluyendo a Marx, luchaban: la organización racional del metabolismo del hombre con la naturaleza por medio de los productores asociados libremente. La maldición fundamental a ser exorcizada es el capitalismo mismo”. John Bellamy Foster y Brett Clark. “Imperialismo ecológico: la maldición del capitalismo”.

Notas:
1.- Al igual que la economía es mucho más que gestión, la ecología es algo que va mucho más allá de la simple conservación de las especies y de los espacios naturales. La ecología, igual que la economía afecta directamente a la libertad, a la igualdad y al bienestar de las personas. Quien más sufre la degradación del planeta son las clases más pobres de los países más pobres y más agredidos ecológicamente, y dentro de ellas, los colectivos más desfavorecidos, como las mujeres.

* Es miembro del Consejo Político regional de IUCM

LQSomos

One thought on ““No podemos pensar en el planeta si no pensamos en la emancipación social”

  1. Quiero comentar el párrafo:”Esto constituye una contradicción más del sistema. Cada vez…”.
    El capitalismo ha dado una solución, falsa solución a ese problema,a saber: Mantenemos el mundo occidental con altos niveles de consumo, cuidamos meridianamente el medio ambiente y los efectos nocivos se los endosamos a los países pobres en forma de exportación de residuos, mano de obra barata o esclava, expolio de materias primas, “permisividad” hacia “su” deterioro medioambiental, etc.
    Un ejemplo claro es China. El aire en las zonas industriales chinas es directamente irrespirable. Hay extensas zonas absolutamente contaminadas pues se priorizó la productividad sobre cualquier consideración. Como consecuencia se inundó occidente de productos asequibles con los que aplacar las ansias consumistas de amplias capas de la población que no hubiesen tolerado soportar condiciones laborales y mediambientales semejantes. No se me olvidan países como India, Filipinas, etc.

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