Obesos y sacamantecas

Obesos y sacamantecas

Nònimo Lustre*. LQS. Junio 2021

Jenny Saville. 1994. El pie de foto original cree que pinta el cuerpo femenino “with merciless and grotesque exaggeration”. Quien exagera es la comentarista

Para hablar de la obesidad desde tiempos ancestrales y modernos, no vamos mencionar las Venus arqueológicas ni a Rubens ni a Fernando Botero ni tampoco a los ejemplos actuales de sociedades que la mantienen -quizá como símbolo de riqueza y de estatus social o, simplemente, como rasgo tradicional. Sólo vamos mencionar de pasada que está relacionada con la industria del deporte, con las clínicas de estética, con la anorexia y la bulimia y que hace estragos en el imaginario popular de medio mundo, no sólo en Occidente –en máxima feliz, Fátima Mernissi escribió que la talla 38 es el burka de las mujeres occidentales.

La royal obesidad

La monstrua desnuda. Juan Carreño de Miranda, 1680

Entra sus innumerables prerrogativas, los reyes tienen la de estar gordos -lástima que ese derecho lo quieran sólo para ellos. Pero es peor todavía que sus veleidades se respeten por sus súbditos porque empiezan en el trono, descienden hasta el clero y terminan en la alta sociedad. O en el arte llamado realista cuando en realidad es palaciega pornografía infantil:

Los reyes marcaban la moda. Y daban ejemplo con sus pesadas carnosidades como veremos en los siguientes casos:

Sancho I (935-966), rey de León, llegó a pesar unos 240 kilos. Su obesidad era monstruosa, mórbida. Los cristianos y los moros le conocían por el mote de el Craso o el Gordo. Comía siete veces al día, la mayoría de veces de 17 platos y, una buena parte de ellos, elaborados con carne de caza. Semejante dieta, le transformó en un inválido que no podía subirse a su corcel ni, menos, empuñar su espada. Fue curado por los médicos de la corte de Abderramán III que llegaron a coserle la boca para que sólo pudiera beber líquidos vigorizantes. Cuando volvió a León, fue envenenado por sus cristianos cortesanos. En la España franquista era desconocido porque, pese a que Franco confiara su escolta personal a la Guardia Mora, no era históricamente correcto que un cristiano hubiera sido protegido en el trono por el Sultán –y peor todavía, que el emir omeya le vengara a su fallecimiento, respetando así sus tratos

Cardenal u obispo sometiéndose a la liposucción

interreligiosos hasta más allá de la muerte.

Otrosí, el guillotinado rey Luis XVI de Francia, era flaco en su juventud pero, al cumplir los 20 años, comenzó a engordar sin tino ni mesura. A sus 24 años, no podía respirar por lo que los galenos de Versalles intentaron menguar sus platos, hacerle caminar y hasta beber exclusivamente agua de Vichy. Para la plebe, era Luis el cerdo gordo. Pasó siete años sin hacer uso carnal del matrimonio; la propaganda monárquica lo atribuyó, sin mayores pruebas, a una fimosis pero la reina María Antonieta dejó muy claro cuál era el problema: “Mi cochino es una inmensa masa de carne que bebe y come pero que no puede copular”. Cuando, en 1791, fue arrestado por los republicanos para ser ajusticiado dos años después, se dispararon los denuestos contra su obesa majestad: ahora no sólo seguía siendo el gordo sino que también era una muñequita, una poupon, un grasiento animal, un cornudo, un herbívoro debilucho, etc. Y es que la obesidad y la ausencia de poder eran casi sinónimas.

Una preciosa ridícula, imitando al alto clero

Dos décadas después, la obesidad royal era una gracieta recurrente. El gran caricaturista George Cruikshank la utilizó a menudo. En Two Green Bags (Ilustración de cabecera), el artista se mofa del rey George IV y de la reina Caroline. La honorable queen había tenido algo más que un affair con el ex solado Bartolomeo Pergami, quien fue investigado en Milán y las pruebas, acumuladas en dos grandes sacos verdes. El cinturón del rey cuelga insinuando que representa un flácido pene.

Los sacamantecas, aquende y allende

Hoy nos parecerá extremista y criminoso pero, in illo tempore, se encontró un método para curar la obesidad: eliminar violentamente la manteca corporal –de los pobres cuya grasa compraban los ricos pagando altos precios. En puridad, era una liposucción algo más clasista que la actual. Y es que, desde tiempos y lugares ‘inmemoriales’, la grasa o manteca, ha ejercido en las más diversas sociedades un papel paralelo al de la sangre. Simplificando mucho, podríamos decir que la manteca y la sangre convergen estructuralmente puesto que el vampiro y el sacamantecas no son figuras opuestas ni, menos aún, antagónicas. De hecho, se solapan en algunos personajes, mitológicos y/o reales; según un reputado etnohistoriador “[Viracocha, dios creador o héroe civilizador] Figura compleja de nombre enigmático que ha suscitado abundantes comentarios. ¿Qué debemos entender por la asociación wira y cocha -en quechua- o la de wila y qota -en aymara- cuya traducción más inmediata sería “mar de grasa” o “lago de sangre”? (Wachtel, 1990) Veremos otros casos en los siguientes parágrafos.

Aquende: tres casos de Galicia, Álava y Almería

Primero: Manuel Blanco Romasanta (1809-1863), “Manuela” en su partida de nacimiento pues sus padres creyeron que era una niña hasta que cumplió los ocho años, fue un caso claro de hermafroditismo -sexo femenino, con enorme cantidad de hormonas masculinas-. Midió menos de metro y medio (137 cms) y fue rubio con barba pero con facciones femeninas. Se casó a los 22 años pero enviudó enseguida.

Romasanta fue un lobishome que mataba a niños y mujeres y les extraía el sebo o unto para luego venderlo en Portugal. Condenado al garrote vil tras reconocer 9 de los 17 crímenes que se le achacaron, al final fue absuelto tras confirmarse que, efectivamente, era un licántropo clínico, único caso registrado en España. Durante su proceso definitivo -que no fue el primero-, así contó su licantropía: “La primera vez que me transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi cuerpo. El que usted ve ahora, señor juez… Los otros dos lobos venían conmigo, que yo creía que también eran lobos, cambiaron a forma humana. Eran dos valencianos. Uno se llamaba Antonio y el otro don Genaro. Y también sufrían una maldición como la mía. Durante mucho tiempo salí como lobo con Antonio y don Genaro. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre”.

Aunque inicial y popularmente fue apodado el Hombre Lobo de Allariz, en Romasanta convergen los folklores que dominaron los terrores aldeanos del Medioevo europeo (Hombres-Lobo como los barghaist, loup-garou y lobishome) con la representación individual del Sacamantecas y/o Hombre del saco. Pero, avanzando hasta el siglo XIX, ¿cómo consiguió su abogado defensor que fuera absuelto escudándose en la elusiva e inédita licantropía clínica? Pues gracias al peritaje forense del hipnólogo francés “Profesor Philips” quien convenció a la reina Isabel II de la necesidad de mantener con vida al supuesto hombre-lobo “para poder estudiarlo y comprender el origen de su maldición”. Para comprender que, en efecto, la reina gozona y beata le conmutara la condena, recordaremos que aquel Palacio Real estaba controlado por una turba de religiosos a cual más pillo complementados, a veces, por unos sementales de alcoba. La milagrería y la ciencia coexistían y dio la casualidad de que el caso Romasanta coincidió con una coyuntura en la que se prefirió el término inédito de lo clínico. Que fuera la primera –y única- ocasión en la que ese concepto tuvo peso legal ¿se debió al esoterismo católico de aquellos cortesanos o podemos considerarlo como un primer paso hacia la consolidación de la ciencia clínica? Puesto que la inaudita licantropía de Romasanta no volvió a aceptarse ante los tribunales –i.e., dieron cerrojazo al Medioevo-, optamos por lo primero siempre que lo aderecemos con unas gotas de lo segundo.

En todo caso, Romasanta sigue siendo un tema de ‘rabiosa’ actualidad. Por ejemplo, en 2004, el director Paco Plaza estrenó su película Romasanta. La caza de la bestia, una coproducción hispano-italiana-británica. Y, en 2020, se publicó el libro Romasanta. Historia real de una leyenda, reedición corregida y aumentada de O home do unto. Blanco Romasanta, historia real de una leyenda (1991)

Segundo: Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña (Eguilaz-Salvatierra, Álava, 1821-cárcel de Vitoria 1881), alias Zurrumbón, nacido de una madre gravemente neurótica y alcohólica y de un padre igualmente alcohólico. Entre 1870 y 1879, mató, violó, mutiló y ‘sacamantecó’ a no menos de seis mujeres -cuatro de ellas prostitutas-, de entre los 11 y los 55 años. Casado cuatro veces, enviudó de tres mujeres. Y fue dócil políticamente hablando, hasta que, a sus 50 años, se volvió públicamente alcohólico y secretamente sacamantecas. Su marca de fábrica era violar, asesinar y, en especial, desgarrar el vientre de sus víctimas.

Garayo vivió durante el auge de la frenología y de Lombroso, curioso gatuperio entre el materialismo biológico más vulgar y la seudo-ciencia social del que es buena muestra el informe de la autopsia firmado por el famoso Dr. Esquerdo, frenólogo consumado: “El criminal ha dejado de serlo; el cadáver ha resuelto el problema; su cerebro abierto ha manifestado la causa del crimen; su encéfalo ha sido una revelación”. Garayo no era, pues, ni sacamantecas ni asesino, simplemente su biología le había predeterminado. Es más, Esquerdo fue partidario de haberle enviado, no al patíbulo sino al manicomio –lógico, menos los forenses, los médicos querían clientes.

Zurrumbón ante la frenología

Por si la frenología no bastara, las crónicas periodísticas rematan en la seudo-ciencia retratándole como “sanguíneo, atlético, de frente estrecha y occipucio plano, con la base del cráneo ancha, color animado, pómulos salientes, facciones fruncidas, ojos pequeños, hundidos, desviados y uno de ellos torcido con siniestra mirada; además de imbécil, egoísta, glotón e indiferente, taciturno y frío, pues nunca tuvo más amigos que el vino… monstruo rarísimo en quien la rara anomalía de la crueldad lasciva se asocia con la no menos rara del amor a los cadáveres… macho brutal, marcado con profundos estigmas atávicos y atípicos. La frente hacía recordar, tal como la describen los que la vieron, el cráneo de Neandertal. Las mandíbulas eran enormes. El rostro presentaba grandes asimetrías”. Por su parte, el criminólogo regeneracionista Constancio Bernaldo de Quirós, escribe en su informe forense: “Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado actuar. Él dice que ha sido el demonio”.

Tercero: en 1910, un crimen sacudió a los pueblos almerienses de Gádor y Rioja. En un ambiente dominado por el analfabetismo y la creencia en los curanderos, resurgió el Sacamantecas. Los hechos: el 28.VI.1910, el curandero y barbero Francisco Leona, acompañado por un ayudante, secuestraron al niño Bernardo González Parra en una rambla donde jugaba. Lo metieron en un saco [de ahí lo de “hombre del saco”] y se lo llevaron a un cortijo para su sacrificio. El objetivo del crimen: extraer la sangre y las mantecas para curar a Francisco Ortega, alias El Moruno, enfermo de tuberculosis, que habría pagado unos 3.000 reales (750 pesetas) aconsejado por la curandera Agustina Rodríguez. Con una navaja le hicieron una herida en el costado para recoger la sangre que bebió El Moruno mezclada con azúcar. Aún con vida, realizaron un nuevo corte en el vientre para extraerle las mantecas que usaron como cataplasma en el pecho del enfermo.

Pero, a la hora de repartir los reales, surgieron riñas y, al final, se delataron entre los asesinos. Leona fue condenado a garrote vil pero murió en la cárcel, dos de sus cómplices –Agustina y El Moruno-, murieron agarrotados mientras que otro dellos, Julio el tonto, escapó del maldito collar por considerársele desquiciado. Aunque ha pasado más de un siglo, en la comarca del Andarax, Gádor y Rioja, aún se aterroriza a los niños con el Tío Leona.

América Latina, allende

“Véase a quantos asaron e quemaron vivos, a quantos echaron a los perros bravos que los comiesen vivo, a quantos mataron porque estaban gordos para sacalles el unto para curar las llagas de los castellanos” (Antonio de Herrera, 1601; nuestras negrillas)

Pero los Invasores no introdujeron la ‘sacamantecaría’ en las Yndias por la simple razón de que el comercio de la grasa ya estaba implantado en aquel hemisferio. Ejemplo a leer entre líneas porque procede de un misionero: en 1621 el P. Arriaga, escribía que los indígenas andinos hacían unas estatuillas de grasa de cerdo o de llama para, quemándolas, anonadar al enemigo: “que si el alma que han de quemar es de español, han de hacer la figurilla que ha de ser quemada en sebo o manteca de cerdo, porque dicen que el alma del viracocha no come sebo de las llamas, y si el alma que han de quemar es de indio, se hace con esotro sebo”

Siglos después, en la provincia de Jauja, se utilizaba “el sebo del muerto en fricciones, para calmar los dolores reumáticos” y, en otras provincias, también se usaba para borrar las cicatrices de la viruela y, en fricciones, aliviaba “las fracturas de huesos, contusiones y luxaciones”; pero también mantenía un rito maléfico pues “la dan a beber, en chocolate, para matar lentamente a una persona”. Aunque había una grasa siempre benéfica: “La grasa que recubre a los recién nacidos es empleada para borrar cicatrices de la cara -en Arequipa-; y para borrar las pecas o efélides -en Ambo-” (según escribían Valdizán y Maldonado en 1922)

Candente actualidad (pinchar sobre la imagen para ampliar)

Era ineluctable que semejante panoplia o vademécum desatara la profesión de sacamantecas, cuyos maestros, en el Ande, eran –son- temidos personajes llamados el pishtaco (quechua), el kharisiri (aymara) y el sacaojos en la ‘moderna’ Lima de los pueblos jóvenes –barrios de infraviviendas. Fue en 1783 cuando, por primera vez, se registró el uso escrito del término para acusar a un indio que paradójicamente se caracterizaba por comportarse como un blanco. El pishtaco degüella y/o desuella a sus víctimas, las cuelga, enciende fuego abajo y espera que la grasa se derrame. En sus orígenes, luego la vendía a los médicos españoles pero ahora la vende a las empresas de tecnología punta razonando que la grasa india es muy fina “pues los indios no tienen cáncer” y/o “porque los indios comen chuño” (papa secada) y es por ello idónea para las máquinas de precisión. Con el paso del tiempo y la llegada de la aculturación, comenzaron a aparecer pishtacos mestizos e incluso indígenas. Hoy, desde 2004, la empresa holandesa Irfak se ha especializado en reciclar la grasa de las liposucciones para convertirla en galletas para el Tercer Mundo. El lema que preside su página web es “Grasa de reciclaje para comida. La grasa de su cuerpo puede salvar vidas!”.

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