Paolo Giordano: El cuerpo humano

Paolo Giordano: El cuerpo humano
No sé si Paolo Giordano (Turín, 1982) ha escogido el título de su segunda novela, pensando en La especie humana (1947), la obra de Robert Antelme sobre su experiencia como deportado en Buchenwald, pero se aprecia una indudable afinidad en su concepción del hombre atrapado en un escenario de intolerable sufrimiento físico y psíquico. En una guerra o en un campo de concentración, el ser humano se reduce a las funciones más elementales: alimentación, digestión, evacuación. Un soldado y un preso se deslizan por la misma pendiente de deshumanización. Después de un tiempo, sólo son un tubo digestivo que necesita aplacar su hambre y expulsar los desperdicios. La conciencia pasa a segundo término y la ética se convierte en una intrusa, que sólo complica las posibilidades de sobrevivir. El cuerpo humano es un extraordinario relato sobre las penalidades de una compañía de soldados italianos destacada en Afganistán. Paolo Giordano no realiza un juicio político, aunque se advierte su repugnancia moral hacia la guerra, y no cae en la trampa de la novela histórica, donde prevalece la fidelidad al dato y la recreación de la época. Su único propósito es escarbar en la naturaleza humana, observando el comportamiento de un grupo de soldados, con historias y personalidades diferentes, pero condenados a vivir la misma experiencia traumática.
 
Acuartelados en “La Ruina”, un campamento de Gulistan en la provincia de Farah, la base constituye el único lugar seguro en una zona montañosa controlada por la guerrilla talibán. La misión de escoltar a un grupo de camiones afganos desembocará en un ataque que causará cinco bajas, varios heridos y graves secuelas psicológicas en los supervivientes. Los dos oficiales al mando, René y Egitto, no podrán desembarazarse del fardo de la culpabilidad. Antes de su estancia en Afganistán, René redondeaba su sueldo, ejerciendo discretamente la prostitución con mujeres solitarias y de cierta edad. Un gesto de egoísmo durante la misión le condenará a convivir con un malestar inextinguible, exigiendo una dolorosa expiación. Egitto, el personaje principal, aceptará con menos dificultad el sentimiento de culpa y la necesidad de una reparación. Su condición de médico no procede de una vocación sincera, sino del propósito de aislarse de un mundo que le resulta insoportablemente hostil. De hecho, su adicción a los psicofármacos brota del infortunio de una niñez y una adolescencia ensombrecidas por los conflictos familiares. Su único vínculo con el pasado es su hermana Marianna, devorada por el rencor hacia sus padres. No es una relación de complicidad y afecto, sino el recuerdo permanente de un hogar marcado por la incomprensión y la frialdad. 
 
Eggito es muy diferente del cabo Cerdena, un matón de poca monta, que no pierde la oportunidad de humillar a los más débiles. Machista, xenófobo y brutal, alecciona a los más jóvenes, inculcándoles su visión del mundo. Es un soldado nato, que sólo presume de compañerismo en mitad de un combate, imitando a sus ídolos de cine. Apasionado por La chaqueta metálica, la famosa película de Kubrick, repite los monólogos del sargento que maltrata a los reclutas en su período de instrucción. Sobreprotegido por su madre, el soldado Ietri es el principal blanco de sus burlas, pero también su alumno privilegiado. Ietri se avergüenza de ser virgen e intenta parecerse a él, pero su valor es alocado e irreflexivo. En “La Ruina”, también hay mujeres de uniforme, obligadas a demostrar en todo momento que la milicia no es incompatible con su condición sexual. A pesar de su incuestionable profesionalidad, Zampieri no ha logrado zafarse de las vejaciones de los mandos. Sin embargo, ha conseguido el respeto de sus compañeros, gracias a sus potentes eructos y a su resistencia con el alcohol. Es imposible citar a todos los personajes en esta nota, pero hay que señalar que Paolo Giordano ha logrado dibujarlos en todos los casos de forma convincente y sin caer en estereotipos. Una prosa limpia, elemental, deliberadamente austera y sin afeites, imprime a la novela las dosis necesarias de dramatismo, intensidad y credibilidad. El desierto y las montañas sólo se entrometen para mostrar la impotencia de unos jóvenes destinados a inmolarse en una guerra oscura y lejana. El cuerpo humano es una estupenda novela que supera las insuficiencias de La soledad de los números primos (2008), una obra notable, pero con cierta tendencia al sentimentalismo. Paolo Giordano ha evolucionado hacia una perspectiva más áspera y desesperanzada, sin caer en el tremendismo.
 
Afganistán es un país incomprensible para los inexpertos soldados italianos, que no aprecian la dura belleza de su paisaje ni el carácter de sus habitantes, esculpido por el sufrimiento y un pasado de invasiones, ultrajes y terribles traumas colectivos. Los oficiales no son más perspicaces. Cuando Egitto se entrevista con el coronel Basiella, descubre un ejemplar de El principito sobre la mesa. El coronel se disculpa: “Mi esposa me lo dio. Dice que debo acercarme a mis hijos. No acabo de entender a qué se refiere. ¿Lo ha leído? En mi opinión es cosa de maricones. Me he quedado dormido dos veces”. No sé si Giordano ha escogido la obra de Saint-Exupéry por su abrumadora celebridad o por la muerte heroica del escritor, abatido por un aviador alemán mientras realizaba una misión de combate sobre el Mediterráneo. Aunque se alegan pretextos humanitarios, el ejército tiene muy claro que su trabajo consiste en matar al adversario. El cabo Cerdena sueña con emplear su rifle de francotirador. De hecho, cuando se hace una foto con un niño, fingiendo ante una cámara televisiva una inexistente voluntad de confraternización con los civiles, se dirige al pequeño y, sin borrar su sonrisa, aprovecha que desconoce su idioma para confesar sus intenciones: “Tienes que prometerme que cuando seas mayor, no serás talibán, ¿verdad? Si no, tendré que meterte una bala en la cabecita”. Los soldados son instruidos para despersonalizar no sólo al enemigo, sino a los propios compañeros de armas. Si no fuera así, un oficial no podría enviar a la muerte a sus hombres y asumir que un joven de diecinueve años pierda la vida o sufra brutales mutilaciones. La guerra es un taller donde se forja a una nueva humanidad, sin derechos ni dignidad. La misión en Afganistán no está relacionada con la paz o la injerencia humanitaria, sino con turbios intereses geoestratégicos. Giordano no presta demasiada atención al trasfondo político e histórico. Su intención es recrear las emociones humanas de un escenario donde lo humano es demolido sistemáticamente, hasta el extremo de borrar la capacidad de conmoverse con el dolor ajeno o soñar con un mundo en paz. Al cabo de unas semanas, los soldados buscan el sueño para olvidar su rutina. Su interior se convierte en “una llanura” libre de sentimientos complejos. Se convierten en “nutrias” o en cualquier otro animal enjaulado que se disputa las migajas arrojadas por sus cuidadores. Egitto se refugia en los psicofármacos para borrar todas las preguntas y no permitir que le atormenten las dudas. Los fines de semana son tiempo libre, incluso de Afganistán, pero para muchos es “el momento más crítico”, pues no saben qué hacer, salvo emborracharse o buscar a una prostituta, lo cual es muy difícil en un país islámico. Algunos se preguntan sin volverán a ser la misma persona de antes, sin ignorar que la identidad sólo es una nebulosa cuando acabas de salir de la adolescencia o cuando procedes de una madurez, donde se han incumplido todos tus sueños. Para los que han padecido los estragos de la guerra, el futuro sólo es una página en blanco reacia a la escritura. Cuando es trasladado temporalmente por supuesta negligencia, Egitto se siente un apátrida, con el cuerpo deshabitado. Todo continuará, pero la vida ya sólo es una inercia o una trampa sin escapatoria.
 
El cuerpo humano nos enseña que no hay nada hermoso en la guerra y que el ser humano no es propenso al heroísmo, sino a la apatía, la crueldad o la indiferencia. Tal vez por eso la conciencia adulta sólo encuentra refugio en los recuerdos de la infancia. Abatida por la muerte de sus compañeros y por su papel en el incidente, la soldado Zampieri, habitualmente poco propensa a la nostalgia, se subirá a un neumático y se columpiará, feliz de recobrar por unos instantes la inmediatez de la niñez, cuando no existía nada más allá de las sensaciones y el placer de vivir.
 
El cuerpo humano. http://www.salamandra.info
Autor: Giordano, Paolo. Colección: narrativa. Título original: Il corpo umano
Traducción: Patricia Orts.  ISBN:978-84-9838-503-8. Núm. págs.: 352
 
 

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