Pío XII, el papa de la victoria

Pío XII, el papa de la victoria

Arturo del Villar*. LQS. Abril 2019

La sintonía entre el dictador del supuesto Estado Vaticano y el de la España derrotada alcanzó su máxima identificación en 1953, con ocasión de la firma del concordato entre ambas dictaduras

Si creyéramos al papa fascista Pío XII, el mismo Dios dirigió a los militares monárquicos sublevados en su combate contra el pueblo español. Con motivo de su victoria, el domingo 16 de abril de 1939 les dirigió un mensaje leído en castellano desde Radio Vaticana, en conexión con la Radio Nazional rebelde, con la que conectaron todas las emisoras, con el fin de que sus palabras tuvieran el máximo eco.
Aquel fantoche que se hacía llevar en silla gestatoria a hombros de sus lacayos, revestido con capa pluvial, luciendo la triple tiara en su cabeza símbolo de su presunto poder espiritual y terrenal sobre todos los reinos del mundo, y abanicado con grandes plumas, como un rey oriental, se erigió en protector del dictadorísimo genocida vencedor de la guerra organizada por él contra el pueblo español, con la ayuda en armas y soldados de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal salazarista, y la financiera de la Iglesia catolicorromana que recogió colectas en todos sus templos repartidos por el mundo, para entregar el dinero a los militares monárquicos rebeldes.

Según el siniestro Pío XII, no vencieron por ese motivo, sino porque Dios dirigió personalmente sus actuaciones bélicas. En esta ocasión no se contentó con enviar a la virgen María a luchar contra los mahometanos, como hizo en Covadonga, o al apóstol Santiago montado en un caballo blanco con el mismo fin en la supuesta batalla de Clavijo que nunca tuvo lugar, según los historiadores, aunque sigue manteniendo el título de patrón de España por esa imaginaria proeza. No, en esta solemne ocasión se encargó él mismo de organizar los combates para vencer al enemigo. Asi, cualquiera, con la ayuda divina no hay quien pierda. Pero es un abuso intolerable.

Lo hizo Pío XI

Comenzó su mensaje mostrando su gozo por la victoria de los militares monárquicos sublevados y sus patrocinadores, en la guerra de exterminio librada contra los defensores de la legalidad constitucional en España:

Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por la paz y la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probados en tantos y tan generosos sufrimientos.

A los milicianos que les partiera un rayo, aunque habían sido ellos los que sufrieron el ataque de los sublevados. Si hubo una guerra fratricida en España, fue debido a la rebelión de los militares monárquicos, secundada por los partidos fascistas, los terratenientes y banqueros, azuzados siempre por los jerarcas catolicorromanos, temerosos todos ellos de perder sus privilegios tradicionales durante la monarquía. Precisamente aseguró que la intervención divina a favor de los rebeldes se había debido a la intercesión de su antecesor en el papado, el fascistón (aunque no tanto como él) Pío XI:

Alegre y confiado esperaba nuestro predecesor de santa memoria, esta paz providencial, fruto, sin duda, de aquella fecunda bendición que en los albores mismos de la contienda, enviaba a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión.

Ni los nazis alemanes, ni los fascistas italianos, ni los viriatos portugueses intervinieron para proporcionar la victoria a los militares monárquicos sublevados: fue la bendición enviada por Pío XI al ejército rebelde en los mismos momentos de iniciar el conflicto armado, la que señaló a su Dios lo que debía hacer. Todo ello gracias a que los sublevados representaban a la España tradicional, la que levantó las guerras de religión en Europa, la que organizó pogromos contra los judíos acusados de ser la raza deicida, la que condenó a morir quemados vivos en las hogueras inquisitoriales a quienes disentían de los absurdos dogmas de la Iglesia catolicorromana.

España, nación elegida

Y eso fue una gratificación divina a España, porque sí, porque le dio la divina gana de elegirla para poner en práctica sus fines. Todo gratis total, y con promesa de victoria en las guerras que emprendiera en defensa de la fe catolicorromana contra mahometanos, judíos, herejes, brujos y demás ralea:

Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar, una vez más, sobre la heroica España. La nación elegida por Dos como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu.

Los hispanoamericanos colonizados por aquella España imperialista no están conformes con la labor supuestamente evangelizadora de los conquistadores españoles, dedicada a apoderarse de sus riquezas naturales, abusar de sus mujeres, asesinar a quienes se negaban a aceptar el bautismo impuesto, y a renunciar a su cultura ancestral. A ellos no les parece nada heroica aquella España (y a muchos españoles tampoco, yo entre ellos).
Si esos eran los designios de la Providencia, prolongados hasta dar el triunfo a los militares monárquicos rebeldes, no la queremos. El motivo de que ahora los templos catolicorromanos estén vacíos y los seminarios cerrados, se debe a la nefasta actuación de la jerarquía catolicorromana, incluida también la protección a los curas y frailes pederastas en todo el mundo. La secta criminal tiene que desaparecer.

El altar y el trono

Pero el impío Pío XII siguió deduciendo consecuencias de la victoria alcanzada por los genocidas rebeldes contra el pueblo español:

Este primordial significado de vuestra victoria nos hace concebir las más halagüeñas esperanzas ya que Dios, en su misericordia, se dignará conducir a España por el seguro camino de vuestra tradicional y católica grandeza, la cual ha de ser el norte que oriente a todos los españoles amantes de su religión y de su patria en el esfuerzo de organizar la vida de la nación en perfecta concordancia con su nobilísima historia de fe, caridad y civilización católica.

Tenía ineludiblemente que enlazar la religión con la patria, ya que durante la larga historia de la monarquía española el altar y el trono actuaron coordinadamente, en contra de las libertades del pueblo. El anticristo vaticano deseaba que España siguiera el camino de la “tradicional y católica grandeza” de aquellos tiempos en los que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición marcaba las pautas de comportamiento ciudadano para todos los españoles, forzosamente siervos del catolicismo romano.
Lamento haber nacido bajo la dictadura fascista, pero mucho peor hubiera sido hacerlo cuando actuaba la Inquisición, porque habría sido condenado a las llamas expiatorias. A mí que no me vengan con monsergas teológicas los catolicorromanos. Todavía confío en ver prohibida esa secta criminal por los tribunales internacionales de Justicia ahora que está totalmente desprestigiada por sus escándalos continuados.
El papa terminó su radiomensaje enviando su bendición apostólica a los españoles que quisieran recibirla. Y el dictadorísimo le remitió un telegrama asegurándole que “en nombre del pueblo español y en el mío transmito a vuestra santidad testimonio de la devoción y gratitud por la especial distinción de que nos ha hecho objeto en este día memorable”. Es costumbre de los dictadores y monarcas hablar en nombre de todo el pueblo sobre el que mandan, ya que se consideran sus representantes, aunque nadie los haya elegido y muchos abominen de ellos. Por ejemplo, yo mismo.

Y una suprema herejía

La sintonía entre el dictador del supuesto Estado Vaticano y el de la España derrotada alcanzó su máxima identificación en 1953, con ocasión de la firma del concordato entre ambas dictaduras. El 22 de diciembre el nuncio papal Ildebrando Antoniutti presentó sus cartas credenciales al dictadorísimo, con el boato anticuado de costumbre. Fue el momento aprovechado para anunciar urbi et orbi que, para festejar tan feliz acuerdo (para la Iglesia), Pío XII había concedido al dictadorísimo la Suprema Orden de Cristo, suprema herejía cometida por condecorar a un genocida. Consiste en una cruz de esmalte rojo que lleva en medio otra blanca pendiente de una corona real de oro, y se cuelga del cuello mediante un collar con los emblemas pontificios.
El concordato perdió su significado con el fin de la dictadura fascista, aunque la monarquía fascista instaurada por el dictadorísimo firmó con el supuesto Estado Vaticano unos acuerdos leoninos, que de hecho mantienen todos los privilegios tradicionales de la Iglesia catolicorromana, Y ninguno de los sucesivos gobiernos posteriores se ha atrevido a denunciarlos, y ninguno de los partidos que concurren a las próximas elecciones osa prometer que los anulará, o al menos que los revisará. Solamente por eso merecen que no votemos a ninguno de ellos. Que es lo que haré yo.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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