Política del flamenco y flamenco político

Política del flamenco y flamenco político
En la época en que el flamenco vive su mayor auge internacional agoniza en Andalucía; mientras el arte más genuinamente andaluz inunda escenarios internacionales, la Red de Peñas Flamencas y los tablaos de Andalucía sufren una situación de extrema precariedad. La misma que afecta al tejido de festivales flamencos andaluces, que, impulsados a principios de los ‘70, demostraron ser una óptima fórmula para el desarrollo del flamenco, ya que, cubriendo todas las comarcas de Andalucía, fomentaban a los artistas locales y la afición de la población afincada en zonas rurales. De este “extrañamiento” conversamos con Manuel Molina, que critica el abandono “del flamenco de los barrios, de los pueblos, de las tabernas”
 
Según los datos de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco (AADF), más de la mitad de lo invertido en subvenciones se destina a proyectos internacionales y nacionales, gran parte para “colaboraciones puntuales” (partida cuyos beneficiarios y criterios de adjudicación se desconocen) y aproximadamente un 15% para las actividades anuales de todas las peñas flamencas, los circuitos provinciales y la red de festivales de los pueblos andaluces. Ya en 2011, la Asociación de Artistas Flamencos denunciaba el reparto desequilibrado de los fondos administrados por la AADF: “Mientras se subvencionan generosamente, con dinero de todos los andaluces, festivales en Nueva York, Miami, París, Londres, etc., y giras internacionales de ciertos artistas y programas, producidos por la AADF, los pueblos de Andalucía ven cómo desaparecen uno a uno sus festivales anuales”. Artistas flamencos como Pansequito, Aurora Vargas, Manuel Molina y Manuela Carrasco, entre otros, denunciaban “el amiguismo de la Junta de Andalucía” -acusación que negó contundentemente la AADF- y una política cultural de subvenciones que lleva a “la exclusión del 85% del colectivo de artistas flamencos en beneficio de un limitado círculo de privilegiados por las ayudas públicas”, exigiendo el fin del “monopolio de fondos públicos”, “un reparto más equitativo del trabajo y una mayor transparencia y participación de los artistas en las prácticas de contratación y programación de la Junta”.
 
Peligro de extinción
 
De hecho, hoy en día el flamenco vive la paradoja de que, si bien ha sido declarado por la Unesco “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”, es cada vez menos patrimonio de los andaluces y de la misma manera que está sufriendo un proceso de expropiación territorial, de recursos, está viviendo cierta desvirtuación identitaria, en cuanto a formas y contenidos. Si entendemos el flamenco como arte de raíz, herencia cultural de un pueblo, “arte quintaesenciado del pueblo andaluz” (como lo llamaron A. Mairena y R. Molina) que supera lo meramente folklórico, entonces el flamenco está en serio peligro de extinción.
En el flamenco que está siendo promocionado por las instituciones se observan dos ausencias fundamentales: la del flamenco “de base”, que queda excluido de los grandes circuitos, y la del flamenco de contenido “político-vivencial”.
 
En las últimas dos décadas hemos asistido a la casi desaparición del tejido asociativo de las peñas flamencas y de los festivales de los pueblos de Andalucía, con su gestión democrática, en pro de un flamenco de escaparate que es cada vez más industria cultural, motor económico, reclamo turístico y menos “realidad viviente”. De la misma manera, el flamenco que se está promocionando con gran éxito en todo el mundo está cada vez más lejos de su más profunda esencia y cada vez más vaciado de contenidos. Nos referimos especialmente al cante, que además de ser frecuentemente relegado a un segundo plano respecto al baile, más fácilmente entendible y exportable, vive la casi total desaparición de letras vivenciales, extendiéndose la repetición estereotipada de un cante de archivo, cuando no de un flamenco de fusión de contenido tremendamente superficial.
Por ese motivo, sorprendió positivamente la presencia en el festival para el febrero republicano, de cantes flamencos con contenido político, a través de la participación de figuras como Manuel Gerena, el máximo exponente del flamenco-protesta, que surgió entre los últimos años de la dictadura franquista y los comienzos de la transición, además del guitarrista-poeta Manuel Molina.
 
La fatiga hecha música
 
En el marco de este festival, que tuvo lugar el 16 de febrero en el parque del Alamillo, hablamos con Manuel Molina en una distendida conversación sobre el estado actual del arte jondo, mientras escuchábamos una sentida Soleá de Triana que el cantaor Jesus Perez dedicó a las personas que, ese mismo día, se manifestaban por el derecho a la vivienda: "Viven en un sinviví han perdío su trabajo, han perdío su trabajo y la vivienda le han quitao / maldito sean lo gobierno, lo menda y lo del clero que te roban y te roban la salud y lo dinero / Unido en una voz vamo a gritá bien alto que queremo trabajo y que paren lo desahucio”. Una excepción sin duda, ya que, como declara Manuel Molina, “se echa en falta un flamenco que cante la propia vivencia, la gente todavía canta las cosas de Mairena, de Caracol, etc., cosa que es estupenda pero también hay que renovarse, siendo el flamenco también una forma de manifestarse, hay mucha cosas que decir, y hay que decirlas”.
 
La demostración de que, en el pasado, el cante flamenco ha servido también para expresar la situación social, económica y política del pueblo andaluz, la tenemos en la relación que existe entre determinados hechos históricos y algunos cantes que a ellos se refieren, como los conocidísimos tangos republicanos de Pastora Pavón o los bandoleros y contrabandistas de las Sierras de Andalucía y los más antiguos cantes sobre la invasión francesa o el ajusticiamiento de Riego y Torrijos. Manuel Molina nos cuenta cómo este cariz político se perdió casi completamente durante el franquismo “porque te metían preso directamente, la gente no se atrevía”, a excepción de pocos, como su gran amigo Manuel Gerena, que sufrió la censura del régimen dictatorial, y añade, “aunque ahora no pase esto, tu posicionamiento político te hace los caminos menos fáciles y te cierra muchas puertas… aun así hay que ser coherente con tus ideales y tu forma de pensar” (“por más vueltas que le doy no me queda más remedio que seguir siendo quien soy”, cantaba).
Según algunas interpretaciones, además el cante flamenco tiene en su raíz un carácter político sin serlo expresamente, en el mismo sentimiento ácrata que, según los hermanos Caba, caracteriza el espíritu del pueblo andaluz. “La música flamenca, indisciplinada, carente de códigos impositivos, junto con letras transidas de dolor, pena y espíritu rebelde”, según afirman, “se corresponden a la perfección con las proclamas del comunismo libertario”. Y escribían, en 1933, que “hay que tener la mente forrada de niebla literaria para creer que en Andalucía todo es frivolidad, ingrávida consistencia, hervor de risas, rumor de jácaras y oro de vinos”. Lo demuestran, sin duda, los antiguos martinetes, mineras y carceleras. Como dice Manuel Molina, “el flamenco es la fatiga que ha pasado el hombre del campo, de la mina, el pobre en general. El flamenco, al fin al cabo, es la fatiga hecha música, el vivir en sí es político, respirar ya es política”; e insiste en la falta que hace “manifestarse, denunciar, poner los puntos sobre la mesa”. Denunciando especialmente la imagen que se vende de Andalucía, con un flamenco cada vez más distanciado de lo auténtico, afirma que “se vende exclusivamente lo que estos sinvergüenzas quieren, por eso también hay que manifestarse, hay mucho sinvergüenza en la política, en el mundo de la música, en las instituciones”. En su opinión, “el flamenco de los barrios, de los pueblos, de las tabernas no se fomenta”, en pro de un flamenco dirigido a los grandes teatros, a las grandes compañías y a los festivales internacionales. Subraya, además, que la internacionalización del flamenco, que de por sí no es negativa, ha provocado una importante subida de los precios que impide a los andaluces acceder a los grandes festivales: “las instituciones no lo hacen asequible, al contrario, lo que hacen es cerrarles las puertas a los andaluces, porque si una entrada vale 50 euros, con 50 euros en Andalucía come una familia durante una semana” y define esta situación como “un verdadero expolio del patrimonio cultural del pueblo”.
 
Sin embargo, aún existe mucho flamenco subterráneo y el flamenco “de base” sigue vivo “y debe seguir vivo, porque de allí es de donde nos alimentamos los demás, esto no se puede morir ni se va a morir, eso será eterno, aunque no se vea” y concluye esperanzador: “El flamenco es como la sangre, hasta que no perdamos la sangre el flamenco no se va a perder, esto es algo que seguirá, a trancas y barrancas, pero seguirá, esto no hay quien lo mate”.
 
Publicado en Diagonalperiodico

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