Putas fusiladas. Una nota de memoria histórica

Putas fusiladas. Una nota de memoria histórica

Manuel Blanco Chivite. LQS. Julio 2019

Recuerdo haber visto en varias ocasiones las camionetas que traían a las mujeres detenidas. Los niños no nos enterábamos de mucho…

(*Del libro “De bar en bar hasta llegar al mar”)

1

Callejeamos entre Marqués de Zafra y Sancho Dávila. En el epicentro de nuestro deambular, el lugar donde estuvo la Cárcel de Mujeres de Ventas. Excepcionalmente y por estar más próximo a su casa, hemos tomado unos cafés en el bar Romajaro y Luis, como hace con alguna frecuencia, ha empezado a desgranar los recuerdos de su niñez. Nació en el paseo de Extremadura, pero finalizada la guerra civil, con su padre encarcelado en la prisión de Valdenoceda, la familia se instaló en Antonio Toledano, a un paso de donde nos encontramos. Así que esos años infantiles, a los que alcanza sin demasiada dificultad la memoria de madurez, los vivió por estas calles.

Cuando hablan sus recuerdos, procuro guardar silencio. De vez en cuando, y con su permiso, acudo a mi cuadernillo y tomo notas. Bien mirado, apenas sé hacer otra cosa. Escucho y anoto. Brilla el sol, el aire es fresco y la mañana resulta espléndida. Un hermoso día de septiembre. La semana entrante, Luis alcanzará los noventa años. Sus palabras me van llevando a un tiempo que no viví, pero que sucedió justamente aquí, por donde ahora pisamos… Su memoria, como he podido comprobar en diferentes ocasiones, se mantiene rigurosa, exacta.

2

Mi padre era el administrador de la finca de Bofarull, creo que ya te he hablado de Bofarull…

(Y si no, da igual, sigue, le animo para evitar digresiones)

…pero el administrador general de todas sus propiedades era don Liborio. Cuando a mi padre le detuvieron y le metieron en la cárcel, en mayo de 1939, mi madre, con dos hijos, se quedó en la calle y con el único trabajo de fregar escaleras.

Estaba desesperada, así que fue a ver a don Liborio, quien le dio la portería de la calle Toledano, ahí al lado, casi esquina con Hermosilla y a dos pasos de Marqués de Zafra, donde, muchos años más tarde, abrí la librería que conoces y me compré el piso.

En la portería le daban 50 pesetas al mes y luz y agua gratis. De esa forma, mi madre ya sólo fregaba las escaleras de la casa.

Como ves, vivíamos a un minuto escaso de la cárcel de mujeres, que estaba ahí, en la calle Rufino Blanco que por entonces se llamaba Nueva del Este. Iba desde el camino de Aragón, que hoy es calle Alcalá, hasta el cementerio. Donde estaba la prisión ¿ves? exactamente, se levanta hoy la urbanización Parque de Isabel II. Si te fijas en la entrada, aun le dieron cierto aire carcelario; a los arquitectos debió de influirles el sitio donde estaban construyendo.

El acceso actual a la urbanización coincide con el antiguo acceso de la cárcel, en la esquina Rufino Blanco con Marqués de Mondéjar. Por ahí entraban los furgones con las detenidas…a veces llegaban en camionetas… Por el lado de Marqués de Mondéjar, había una reja y a través de ella se entregaban los paquetes para las presas. Se formaban unas colas enormes…

Por el otro lado, la actual calle Ramón de Aguinaga, era un descampado, el muro de la cárcel con las garitas de vigilancia y el descampado.

Allí íbamos la chavalería del barrio a jugar al fútbol. Los guardias de las garitas nos echaban de mala manera. La cárcel llegaba hasta el esquinazo de Maestro Alonso… Como te decía, justo el perímetro de la urbanización actual.

En Nueva del Este estaba la peluquería donde me cortaban el pelo.

Recuerdo haber visto en varias ocasiones las camionetas que traían a las mujeres detenidas. Los niños no nos enterábamos de mucho…Preguntábamos a los guardias y nos decían:

– Son putas ¡Hala!, largaos de aquí…
Con el buen tiempo, subíamos al terrado de Toledano 20, donde vivíamos y, desde allí, oíamos las descargas de los fusilamientos. Lo que nos asombraba era que fusilaran a las putas. No lo entendíamos. Hasta que nos enteramos, claro, que no, que las fusiladas eran presas políticas, rojas,…

En lo que ahora es Sancho Dávila, abajo, en paralelo con el arroyo del Abroñigal, hoy la M-30, por entonces eran los vertederos. Allí llevaban los escombros de las casas destruidas por los bombardeos.

En lo que hoy es calle Almería, junto a las tapias de las cocheras del metro y a unos doscientos metros de la cárcel, estaban las prostitutas, las de verdad. Cincuenta céntimos la paja y dos pesetas el polvo. Las más conocidas eran Carmen la Vaquera, a quien llamaban así porque su familia tenía una vaquería, y María la Escopeta, por la rapidez con que hacía sus trabajos, por eso de hacer las cosas escopeteada. ¿Te apetece otro café?

* De bar en bar hasta llegar al mar, Manuel Blanco Chivite

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