Rafael de Riego, un revolucionario popular

Rafael de Riego, un revolucionario popular
El general Riego arrastrado a la horca por las calles madrileñas

Arturo del Villar*. LQS. Noviembre 2018

Es una historia del siglo XIX, pero en muchos aspectos parece actual

El general Riego arrastrado a la horca por las calles madrileñas

Honor al heroico general Riego 195 años después

Las masas son amorfas, y por ende moldeables. Aquellas masas madrileñas parecían jubilosas el 3 de septiembre de 1820, cuando aclamaban en el Teatro del Príncipe al general Rafael de Riego con el título de Libertador, entre enormes vítores y aplausos, y después cantaron el Trágala contra el tirano Fernando VII de Borbón y Borbón. Quizá fueron las mismas masas que el 7 de noviembre de 1823 se burlaban al verlo pasar arrastrado por las calles madrileñas metido en un serón del que tiraba un asno, rodeado por soldados y cortesanos que lo condujeron hasta la Plaza de la Cebada, en donde fue primero ahorcado y después decapitado por orden del tirano, mientras el populacho lo insultaba soezmente.

El general Rafael de Riego se había alzado el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), contra el absolutismo titánico del Borbón reinante entonces, al grito de ¡Viva la Constitución!, refiriéndose a la elaborada en Cádiz en 1812, que el rey se había negado a jurar. No dio un golpe de Estado, no era un militar golpista al uso, tan abundantes en la historia de España en los dos últimos siglos. Era un revolucionario popular, algo entonces insólito, pero que será común en el siglo XX, con el comandante Ernesto Che Guevara como máximo ejemplo.
Por eso fue recorriendo los pueblos andaluces para explicar los motivos de su acción. No se le pasó por la imaginación deponer al rey, aunque había motivos sobrados para juzgarle por altas traiciones al país y a los ciudadanos. Su deseo era convertir a Fernando VII en un rey constitucional, obligándole a jurar cumplir la Constitución y comprometiéndose a cumplirla. Nos parece una ingenuidad, sobre todo porque resultaba un anacronismo en su época, pero Riego creía en los ideales inspiradores de la Revolución Francesa. Era un idealista avanzando a su tiempo. Su retrato más conocido no lo presenta con una espada o una pistola en la mano, sino con un libro, lo que sorprende en un militar.

El héroe popular y el rey perjuro

Se había convertido en un héroe, y su ejército y el pueblo cantaban el himno guerrero compuesto por Evaristo San Miguel para enardecer a las tropas, que sería conocido como Himno de Riego, y se convertiría en el himno de los republicanos. Sin embargo, su mensaje no logró convencer a los campesinos andaluces, aunque en otros lugares de la península se produjeron alzamientos contra la tiranía borbónica.
El 7 de marzo de 1820 el pueblo madrileño cercó el Palacio Real, reclamando a Fernando VII que jurase la Constitución. El rey pretendió enviar a la guardia a disparar contra los manifestantes, en una de esas decisiones borbónicas habituales contra sus vasallos, pero el general Ballesteros, que la mandaba, le advirtió que no podía responder de su fidelidad, ya que estaba formada por hijos del pueblo que probablemente se negarían a atacar a los suyos. Entonces los guardias demostraban sentimientos de clase. Cuánto han degenerado en dos siglos.
Fernando VII era cobarde, como típico Borbón, y sabía lo ocurrido en Francia a sus parientes guillotinados, de modo que fingió acceder a los deseos populares. El 10 de marzo hizo pública una real nota, con una frase que resulta histórica como ejemplo de la doblez de quien es conocido con el apodo de El Rey Felón: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional.” Así comenzó el calificado en la historia como trienio liberal, un período de libertades públicas tan corto como lo son siempre en España.

Cuatro reyes peligrosos

La entada de Riego en Madrid, como quedó narrado, fue apoteósica. Todos le consideraban El Libertador, ya que su pronunciamiento en Las Cabezas de San Juan originó el movimiento liberal. El rey, taimado y temeroso, le ascendió a mariscal de campo, nombramiento que rechazó porque su acción no fue impulsada por un afán de medro personal, aunque se vio obligado a aceptarlo por disciplina. El rey nunca le perdonó el haber tenido que doblegarse, y empezó a preparar su venganza.
La verdad es que en Europa predominaba entonces el absolutismo. Los reyes no olvidaban las consecuencias de la Revolución Francesa, y deseaban impedir que se repitiera un movimiento popular semejante en otra nación. En Rusia el zar Alejandro I era además de absolutista un fanático religioso, que el 26 de setiembre de 1815 logró firmar un pacto, conocido como la Santa Alianza, con el emperador de Austria, Francisco I de Habsburgo–Lorena y Borbón, y con el rey de Prusia, Federico Guillermo III Hohenzollern (al que Beethoven dedicó la Novena sinfonía, porque también los genios cometen despistes; antes había dedicado la Tercera, conocida como Heroica, a Napoleón, aunque después se arrepintió). Eran tres absolutistas convictos, temerosos de perder alguna parcela de su poderío.
En 1918 se admitió en el pacto a Francia, vista con reservas por si estaba contagiada del ideario revolucionario, pero el rey Luis XVIII de Borbón, hermano del guillotinado, carecía de tales achaques. El 19 de noviembre de 1820 aprobaron como derecho público la intervención armada en los estados que alterasen los gobiernos legítimos. Una intromisión que los Estados Unidos de América hicieron suya enseguida, y practican todavía con impunidad total en todo el mundo.
El rey francés Luis XVIII demuestra algunas semejanzas con su pariente español Fernando VII: los dos fueron apodados en algún momento El Deseado en el idioma respectivo, por error de sus vasallos, y los dos hicieron una limpia mortal de los militares y funcionarios que sirvieron a Napoleón. Ambos era feísimos, con problemas genitales, obesos, comilones y en consecuencia enfermos de gota. Los pintores de cámara no consiguieron disimular sus correspondientes aspectos animaloides. Los dos eran borbones.

Otra invasión francesa

En el Congreso de Verona celebrado en diciembre de 1822 se aprobó el derecho de intervención en un país cuando amenazase la paz de Europa. Los historiadores no están de acuerdo acerca de si allí mismo se encargó a Francia que invadiese a España, aunque es muy posible que así fuese. Lo que no se entiende es de qué manera amenazaba España a la paz europea, pero a las grandes potencias imperialistas no les hacen falta las disculpas para invadir países pequeños, como bien demuestra la historia reciente de los Estados Unidos.
Al conocer ese acuerdo Fernando VII pidió a Luis XVIII que le ayudara a recuperar sus poderes absolutos. Lo documentado es que al inaugurarse la Asamblea francesa el 28 de enero de 1823 el rey anunció con descaro:

Cien mil franceses están preparados para avanzar invocando al Dios de san Luis, para conservar el trono de España a un nieto de Enrique IV.

Por eso se conoce a los invasores con el apelativo de “cien mil hijos de san Luis”, aunque en realidad sumaban 110.500 infantes, 22.000 jinetes y 108 piezas de artillería. Los mandaba, naturalmente, un Borbón, Luis Antonio, duque de Angulema, que el 7 de abril cruzó la frontera decidido a acabar con todos los españoles liberales. El populacho que en 1808 se enfrentó al ejército napoleónico, impulsado por la predicación de curas y frailes fundamentalistas, esta vez abrió las puertas al llamado Ejército de la Fe, bendecido por curas y frailes. Tener como vecina a Francia ha sido un enorme problema siempre, tanto para la España monárquica como para la republicana.
No importa cómo se sucedió la invasión. Lo notable es que Riego fue destituido de sus cargos y amenazado por el rey. Nada podía intentar contra el ejército invasor. Abandonado por sus compañeros, se refugió con seis leales en un cortijo de Arquillos (Jaén), fue denunciado, detenido, traído a Madrid, escarnecido, juzgado como reo de crimen de lesa majestad, condenado a muerte y ejecutado entre el pitorreo del pueblo. Las masas a menudo son infames.
Una placa recuerda en la Plaza de la Cebada que allí tuvo lugar, hace 195 años, el asesinato legal con ensañamiento del heroico general Rafael de Riego El Libertador. No es suficiente. Se le debe alzar un monumento, en consonancia con el alzamiento que él protagonizó para librar a España de un tirano sanguinario enemigo del pueblo. No falló su táctica. Fracasó ante la superioridad del enemigo y la traición de los amigos.

Es una historia del siglo XIX, pero en muchos aspectos parece actual.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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