Rebotes paneristas I

Rebotes paneristas I
Francisco Cabanillas. LQSomos. Mayo 2014
Y el rey de lo hediondo ya saben quien es,
el poeta Leopoldo María Panero (a quien, por lo demás, un servidor admira).
Juan José Santos.
Las dos películas sobre los Paneros siguen esa senda de buena, intensa e interesante literatura del yo que tanto ha escaseado en España.
Juan Cabrera.

De la música a la poesía. En la segunda mitad de los años 80, el Centro de Estudios Puertorriqueños de la Universidad de Storrs, Connecticut, se transforma en escenario de un encuentro privilegiado. Es mi primera experiencia en vivo frente ala música/poesía de Roy Brown, cuya trayectoria conoceré mejor después. De ese evento, queda el recuerdo intacto de un Roy distante, medioautista, a quien no le interesa la intersubjetividad con el público, como si el cantautor boricua, al sentirse poeta, demandara la distancia del Poeta.

El juego entre Roy y otro de los músicos —el guitarrista gringo—, me gusta. Roy toca la guitarra más agringada y el gringo toca la guitarra boricua por antonomasia: el cuatro. Entre los temas que tocan, su clásico, “Míster con macana” (1969), me impacta, sobre todo por la manera en que la cultura popular de la corporatocracia se inscribe en la canción setentera:

Iba caminando,
iba yo cantando,
se zafa una galleta,
era una treta,
gritan asesino
y un míster con baqueta
saca una pistola
y todo por la Coca-Cola.

Del pasado al presente: la Coca-Cola de Roy me catapulta al sabor de un poeta de la segunda mitad del siglo XX. De Connecticut, me desplazoa España, donde me topo en el país vasco, Mondragón, con José María Panero, fallecido en marzo de 2014: “la literatura es una enfermedad mental.” Poeta de los sapos, las cloacas, el ano, la mierda, el pus, la muerte: “la vida se pudre a sus pies como una rosa.” Líricode los abismos luminosos; vate que, como un viejo loco, orina en las acerasy se sienta en el piso de las calles.

Y ello porque Panero, como es sabido, es un poeta que, después del alcoholismo y la heroína, quedacocacolizado, como subrayan todos los que a raíz de su muerte reciente han escrito sobre el último “poeta maldito” de España, autor de “Himno a Satán”:

Sólo la nieve sabe
la grandeza del lobo
la grandeza de Satán
vencedor de la piedra desnuda
de la piedra desnuda que amenaza al hombre
y que invoca en vano a Satán
señor del verso, de ese agujero
en la página
por donde la realidad
cae como agua muerta.

Y de “El loco”:

He vivido entre los arrabales, pareciendo
un mono, he vivido en la alcantarilla
transportando las heces,
he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido a nutrirme de lo que suelto.
Fui una culebra deslizándose
por la ruina del hombre, gritando
aforismos en pie sobre los muertos,
atravesando mares de carne desconocida
con mis logaritmos.

He vivido los blancos de la vida,
sus equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza incesante y recuerdo su
misterio brutal, y el tentáculo
suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de huida.
He vivido su tentación, y he vivido el pecado
del que nadie cabe nunca nos absuelva.

En YouTube, Panero toma Coca-Cola. Veo todos los clips que hay sobre el poeta, incluidos los fragmentos del documental de Jaime Chávarri, El desencanto(1976).Por una fracción de segundo, la poesía del poeta escatológico, “duermo como un pedo en la oscuridad,” se sale de eje: “Dios mío, qué solo se quedan los muertos.” Como un tren descarrilado, la imagen de Panero con la Coca-Cola en la mano se vuelca, derramándose sobre el papel. En su lugar, aparece la imago inconexa de un historiador y novelista mexicano, Paco Ignacio Taibo II, junto a su botella de Coca-Cola, en una charla sobre la novela negra. Las imágenes se multiplican. La confusión aumenta; el tiempo se estira a lo Dalí. Del enjambre que se forma, se escucha la voz de Panero: “La verdad es siempre una forma de violencia.”

Paco Ignacio toma de la botella de Coca-Cola; justo cuando va a cerrar la tapita, la imagende YouTubevuelve a saltar. La voz de Panero casi no se entiende: “Solo la mentira es verdad, y es verdad que yo no miento.” Como si fuera un cuento, aparece un clip del Subcomandante Marcos haciendo una reflexión sobre la Coca-Cola, ya que, como es sabido, a los zapatistasles encanta tomar la bebida que inventó el farmacéutico gringo en 1886, John Pemberton. Por contigüidad política, la interferencia del artista colombiano, Antonio Caro Lopera, Colombia Coca-Cola (1976), tiñe de rojo y blanco estas palabras de Panero: “Te mataré mañana cuando la luna salga.”

Desde una postura anticapitalista, el Subcomandante justifica el consumo de Coca-Cola de los zapatistas. Con elocuencia acostumbrada, e incorporando gramática zapatista como “la problema,” Marcos dice que mientras no se cambie el sistema de producción capitalista por uno en el que los obreros sean los dueños de la producción, la lata de Coca-Cola que los zapatistas compran en los mercados populares —y que algunos critican como un consumismo ciego de los revolucionarios— la produce y la transportan obreros mal pagados por los patronos, cuya vida depende del trabajo que los zapatistas protegen. El eco horrísono de Panero se cuela confusamente por las rendijas de las imágenes: “Oh lata de las cloacas, rata que empuja el aire con un bastón en la mano.”

Solidaridad errática; el forro de una novela de Edgardo Rodríguez Juliá, Sol de medianoche (1999), se sale del libro. De la mesa, cae al piso como una pañuelo vencido por las imágenes que contrapone en su diseño gráfico. Por un lado, la cara negra de un africano callejero, tipo malandrín de esquina caribe, con pañuelo rojo en la cabeza, detenido frente a una pared de ladrillos pintados con la publicidad roja y blanca de la Coca-Cola. Por otro lado, la sombra negra del negro que, sin darse cuenta, toca su propia oscuridad al apoyarse de la pared de la Coca-Cola. Noche diurna de las tinieblas, por la que se filtra este poema de Panero: “Dime, besando suavemente el túnel de mi ano, qué hay en mí, qué es esta sombra parecida a un sapo que amanece por la mañana.”

Del sol oscuro de la medianoche, la Coca-Cola se mueve a una luminosidad del arte latinoamericano de los años sesenta (regreso inesperado de la canción de Roy Brown: “Y todo por la Coca-Cola”). El Proyecto Coca-Cola (1970) del brasileño ClidoMeireles, un termómetro,mide los niveles ideológicos de la época. Mediantetres botellas de Coca-Cola, alineadas en una secuenciaque va de menor a mayor cantidad de soda, la botella llena representa la ideologización total; una que la botella vacía niega. 

Paulo Herkenhoff contextualiza la década de 1960, donde se insertan los “circuitos ideológicos” del Proyecto Coca-Coca (1970), de esta manera:

La cultura popular es una usina de producción de mitos que da cohesión a un universo simbólico y alimenta el imaginario social. En Latinoamérica se operó con dos mitos pop de penetración internacional extremadamente cargados de connotaciones ideológicas: uno del ámbito local, el Che Guevara, y otro, multinacional, la Coca-Cola —entérminos de la connotación negativa de “imperialismo yanqui” y de la negación de las diferencias que toma en la región.

En vez de la voz de Panero, se escucha la de un periodista español, Manuel Llorente, quien saca a pasear al poeta del manicomio de Mondragón: “Pactamos ir a ver el mar, y allí, tras más de 15 coca-colas (contadas), Leopoldo escribió un poema tras otro en una cafetería. Y luego nos acercamos al Peine de los Vientos, las manos en los bolsillos, lanzando a las aguas un poema aquí y otro allá, desbocado como un corzo herido, acorralado.”

Con cada poema que se hunde en el silencio del agua que se traga la poesía inédita de Panero, “peces shakespearianos que boquean en la playa,”el poeta se reafirma en su soberanía: “No hay nada ni nadie por encima de mí.”Entre el silencio de los poemas hundidos, sale a flote el estruendo viejo de unos versos de Pablo Neruda:

Cuando sonó la trompeta, estuvo
todo preparado en la tierra,
y Jehova repartió el mundo
a Coca-Cola Inc., Anaconda,
Ford Motors, y otras entidades:
la Compañía Frutera Inc.
se reservó lo más jugoso,
la costa central de mi tierra,
la dulce cintura de América

La Coca-Cola de Panero se derrama sobre la poesía: “Dios es un cerdo, un animal dormido buscando el límite de la pesadilla.” De la mesa, gotea una poesía mezclada con azúcar: “La soledad no existe.” Panero se toma toda la Coca-Cocola del mundo: “como si Dios riera al ver fracasar el poema.” La boca desdentada del poeta canoso, flaco y ojeroso,se mira en la poesía derramada; saca la lengua, respira, cita a Rimbaud en francés. Se seca la baba con una sentencia megafónica: “Prefiero vivir al asedio de nadie con una mancha de mierda en la frente.” Ante la locura del poeta, en “La cuádruple forma de la nada,” la literatura tiembla:

Yo he sabido ver el misterio del verso
que es el misterio de lo que a sí mismo nombra
el anzuelo hecho de la nada
prometido al pez del tiempo
cuya boca sin dientes muestra el origen del poema
en la nada que flota antes de la palabra
y que es distinta a la nada que el poema canta
y también a esa nada en que expira el poema.

Panero se levanta; pone el libro en la mesa y dice (según una nota periodística): “no hablo más hasta que me traigan una coca-cola.”Lo complacen. Se toma una “cada quince minutos,” pero deja las botellas a mitad, como si fuera parte del Proyecto Coca-Cola de ClidoMeireles. Entre tanto, murmura para sí, y para todos: “No me gusta mi personaje de poeta maldito, el chistosito. Se creen que soy un Don Nadie.” Mira alrededor, como el que precisa algo que se encuentra en otro lugar, “buscando locamente lo que excede al ser.” Filosófico, político, lírico, sacude las páginas del libro como si fueran“un poema que se enrosca a la vida.” Sin moverse, da vueltas sobre la esquizofrenia (“poesío, luego soy,” dice Yván Silén desde Puerto Rico).

La poesía se mira en Panero: “Mi patria es el vacío del no-ser.” Uno de los detractores del poeta, sin guantes, lo golpea con esta tesis: estamos, dice, ante una obra [la de Panero] que no trasciende el nivel intermedio de la adolescencia poética.El poeta se ha puesto viejo, pero su poesía sigue siendo adolescente. Entre puñetazos y golpes bajos, el crítico, Juan Bonillo, grita ante el espanto juguetón del poeta (“yo no soy el que soy”):“¿Hay algo más enternecedor que un Rimbaud viejo [Panero] ejerciendo de adolescente intratable? Repasemos sus entrevistas: son un cúmulo de torpes verdades gigantescas, disparates pocas veces luminosos y referencias de los entrevistadores al número de coca-colas que se toma el poeta…”

Panero se mira en la poesía: “Porque estoy de rodillas ante el verso…”A causa del reflejo que le salta encima —un Narciso de nariz quevediana—, se pone de pie, descalzo, como si estuviera sobre un lecho de “rosa[s] enferma[s],” ardiendo enbrasas sadomasoquistas,adicto a la telepatía. Frente a las flores podridas que le envía su amada-odiada madre muerta, nenúfares borrachos, drogados, que flotanen cloacas de excremento literario, Panero invoca al demonio con el puño en alto, como si fuera un guerrero solitario perdido en un verso inédito, con el que se limpia el ano frente al espejo roto de la poesía: “Yo soy el siervo del poema, el lacayo del poema que nos mira sin ojos en un sueño plagado de monstruos.”

El poeta maldice; se caga en España, en el cristianismo represor de la sexualidad, en el franquismo de su padre: “Y el sol escupe en mis ojos.” Desde esa grieta, Juan Bonillo lo vuelve a embestir, pero esta vez lo hace con el látigo de Octavio Paz, para quien, según Bonillo, “los poetas no tienen biografía,” pues la instancia biográfica, inscrita como está en la poesía, no constituye nunca la clave que abre el universo del poema.

Panero se da media vuelta; patea una montaña de libros en inglés, cita algo de Edgar Allan Poe que no se entiende bien, y le dice a nadie, con tufo a Nietzsche, hablando consigo mismo: “Creo que la única obra de arte debe estar hecha con la vida, es así que la mejor obra de Byron es su vida.” Bonillo se aprovecha del lirismo del poeta y lo enlaza como si fuera un perro viejo: “He aquí a un poeta [Panero] que no solo tiene biografía, sino que además lo más importante de su obra se empeña en ser sus hechos biográficos.”

Panero se ríe con los ojos de animal herido que tiene desde el documental de 1976, El desencanto. Encara a Bonillo con cara de loco. Mientras se limpia la baba, le dice al crítico que tiene razón; que él está de acuerdo con lo que ha dicho de su poesía, porque para él también, es decir, para Panero, “El limón más atroz es el poema.” Bonillo le dice que no con la cabeza, que no piensa jugar su juego de contradicciones juveniles. Panero lo vuelve a encarar, pero con una daga en la mano: “El suspiro más profundo y el único besoes el poema.” Bonillo recula; podría decirse que se caga, pero sería injusto. No bien se distancia, teatraliza la agresión de Panero, dirigiéndose al público como si fuera un director brechtiano:

Ahí está Panero con su cuchillo. Personaje inolvidable, poeta furioso y adolescente cuya furia no ha sido mermada por los años, pero sí su capacidad para trascenderla y cosechar algo más que blasfemias dolientes, estilizadas maldiciones, suculentos dislates. Nadie pone en duda que es por méritos propios uno de los episodios imprescindibles de la literatura española del siglo xx. Quien quiera nadar en pos de su obra y su cuchillo, póngase una escafandra de buzo y prepárese a surcar las viscosas aguas de la adolescencia en la que tanto nos gustaban los malditos.

“Estas flores son cadenas,” farfulla el poeta mientras orina contra un grafiti de José María Aznar, diciéndole a las paredes que riega con tinta amarilla que si la CIA usamericana no lo ha podido matar, menos lo conseguirá la siquiatría española —perversa como es—, porque él, como Fernando Pessoa, es más de una persona y por eso, la literatura lo protege de la maldad y de la mierda que le han echado a su vida, empezando por su madre, a quien, dice Panero enEl desconsuelo, quisiera penetrar sexualmente: “Cándido, hermoso es el incesto. Madre e hijo se ofrecen sus dos ramos de lirios blancos y de orquídeas, y en la boca llevan ya el beso para desposarlo.”

De repente, los ojos del poeta, Frankenstein, Peter Pan, buscan la cámarade Jaime Chávarri, que lo apuntacomo una metáfora de la época, recientemente postfranquista. Panero se ajusta los pantalones, se balancea y hace como si tirara unos dados sobre la mesa: “me masturbo ante la nada y hago semen de mi ruina.”

La voz poética, nasal, tupida, carrasposa, escupe la mano que le da de comer cuando escribe sus poemarios (también tiene libros en prosa). Poemarios que el poeta publicade una manera copiosa (1970, 1973, 1979, 1980, 1982, 1984, 1986, 1990, 1992, 1999, 2000, 2000, 2001, 2001, 2004, 2004). Otra vez, la pedrada de Juan Bonillo sale disparada, rompiéndole la botella de Coca-Cola en las narices del poeta: “¿Por qué Panero es tan prolífico? Es fácil responder: porque su poesía es fácil de hacer, de hecho es más fácil de escribir que de leer, pertenece a ese tipo de obras en las que el lector padece un nivel de exigencia mayor que el que ha padecido el autor.”

Las víboras coletean en las cloacas de la poesía. Desde el excremento literario por el que se arrastran, las alimañas salpican los libros de boñiga. Panero se limpia la mancha de mierda en la frente, y dice como si estuviera citando un libro de otro:

Creo ser una reencarnación de Baudelaire. La nariz -indica su nariz- la tenía igual que yo. Como decía Rimbaud, “je finis par trouver sacré le désordre de mon esprit”: terminé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu. Y también creo que soy una reencarnación de Poe. Los masones también tienen línea de reencarnaciones. Cuando me envenenaron por primera vez, yo dije que era Jesucristo y, como brillaba el sol y era tan bueno y tan simpático, se lo creyeron. Ellos dijeron que eran los apóstoles.

La poesía se solidariza con el poeta que se sabe otro: “Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos.” Por eso, en la última entrevista que le hizo Mónica Maristain, publicada en 2004, Roberto Bolaño sale en su defensa: “Panero… es uno de los tres mejores poetas vivos de España.” ¿Tiembla la prosa pistolera de Juan Bonillo?¿Se hacen adultos los adolescentes? Depende, sobre todo de cómo se interprete esta respuesta de Bolaño a la pregunta de Maristain, “¿Ha tenido miedo alguna vez de sus fans?”

He tenido miedo de los fans de Leopoldo María Panero… En Pamplona, durante un ciclo organizado por Jesús Ferrero, Panero cerraba el ciclo y a medida que se aproximaba el día de su lectura la ciudad o el barrio donde estaba nuestro hotel se fue llenando de freaks que parecían recién escapados de un manicomio, que, por otra parte, es el mejor público al que puede aspirar cualquier poeta. El problema es que algunos no sólo parecían locos sino también asesinos y Ferrero y yo temimos que alguien, en algún momento, se levantara y dijera: yo maté a Leopoldo María Panero y después le descerrajara cuatro balazos en la cabeza al poeta, y ya de paso, uno a Ferrero y el otro a mí.

Panero se dobla a recoger el libro que le editó TúaBlesa, Traducciones / Perversiones (2011), el cual recoge su trabajo transcreativode traductor sui generis. Como “anarcoindividualista, bisexual y sadomasoquista” que es, al doblarse, el poeta se deja ver el culo frente a los periodistas que lo siguen cuando sale de Mondragón,¿para meterle tinta en el ano carcomido que le queda? (Panero en bikini negro, YouTube): “Por eso mismo [dice el bloguerochileno del poeta] y por su risueña personalidad de WinniethePooh, desde hace tiempo Panero está que corta las huinchas por realizar un spot publicitario para alguna firma de tabaco, en el cual él aparecería tosiendo como asmático o sentado como el banquero anarquista de Fernando Pessoa.”

La tinta empieza a oler a mierda. Panero se paneriza encima de todos, incluido Eduardo Galeano, que salta ante la basculación cocacólicadel poeta (¿le zumban los oídos al Subcomandante Marcos?): “En el último cuarto de siglo [habla Galeano], los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche.” Panero rechista: “Que mis dientes sirvan de jugo en tu caldera bruja de los límites.” Sin embargo, el ataque contra el poeta continúa (llueve sobre mojado en la tinta del bloguero):

También tiene [Panero] la idea de hacer un spot para Coca-Cola, bebida que consume en cantidades nunca vistas sobre el planeta: aproximadamente una Coca-Cola -pero light, para cuidar la glicemia- cada quince minutos. En ese spot hipotético, Panero aparecería posando con una botella en la mano, como los osos polares que miran arrobados la luna en el Ártico, mientras una voz dice: ‘El monstruo de Coca-Cola, glup, glup.’

Galeano insiste: “El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta.” Panero resiste; desde su metacrítica sadomasoquista, embiste, como el que escupe para arriba: “Me gusta [la Coca-Cola] porque me recuerda al alcohol y es dañina para el hígado.”Los sapos del imaginario panerista se tiran a las cloacas, donde las moscas se sodomizan frente a la literatura.

El sol le escupe un ojo al poeta de la orfandad española, transeúnte de una ruta solitaria quetermina en la nada:“Temed al hombre de la máscara rotaporque no es y el no ser es un Tesoro para jugar con él los ritmos del falo.”

Rebotes paneristas II

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