Richard Gere, ver, oír y… hacer

Richard Gere, ver, oír y… hacer

invisibles-Richard-Gere-LoQueSomosCarlos Olalla*. LQSomos. Febrero 2016

¿Qué hace que un galán de Hollywood se involucre como actor y productor en una película que habla sobre las personas sin hogar? ¿Qué le empuja a atreverse a romper públicamente su perfecta imagen de perfecto seductor para dar vida a un pobre desgraciado que deambula solitario por las calles de Nueva York sin que nadie le mire siquiera a los ojos? Posiblemente tener un corazón grande, ser una persona sensible capaz de sentir compasión, no en el sentido de sentir pena de alguien sino en el de ser capaz de sufrir con alguien, ser un ser humano que apuesta por hacer de este mundo algo mejor. Y eso es lo que es Richard Gere, una persona comprometida con las causas que considera justas, un ser solidario que defiende a quien lo necesita, que presta su voz a quien no le dejan hablar, que ofrece su imagen a los que nadie ve. Su última película, Invisibles (Time out of mind), refleja como pocas la durísima realidad de muchas personas que viven en las calles de cualquier gran ciudad del mundo.

Ellos, los nadies, los que lo han perdido todo, los que malviven en el banco de un parque, bajo un puente o en la sala de espera de cualquier gran hospital, son los protagonistas de esta película que hace que, cuando sales de verla, tu mirada hacia esas personas haya cambiado. Es terrorífico escuchar a Gere decir que uno de los mayores riesgos que afrontó al encarar este personaje era el miedo que le daba que le reconocieran por la calle y no poder rodar la película. Nadie le reconoció porque, como él mismo dice, “nadie me miró durante las tres semanas que estuvimos rodando en céntricas calles de Nueva York” Esa es la realidad de las personas sin hogar. Nadie les mira porque nadie quiere verles. Quizá porque todos sabemos que en este despiadado mundo que nos ha tocado vivir cualquiera puede acabar así algún día. Cuando te acercas a esa realidad de las calles te das cuenta de que vivías en una mentira sustentada en todos los absurdos tópicos que te han hecho creer para que te sientas a salvo: que los que viven en las calles son unos vagos, que todos son drogadictos y alcohólicos, que son gente de mal vivir, que invisibles-Richard-Gere1-LoQueSomosson unos perdedores y que eso a ti, que luchas por ganarte la vida y por ser un hombre de bien, no te puede pasar. Acércate a cualquier persona sin hogar, háblale, mírale a los ojos… y verás que, en la mayoría de los casos, son personas como tú y como yo, personas con un pasado como tu presente o el mío, personas a las que la vida les dio una patada, personas a las que muchos, los más, les cerraron la puerta…

Las personas sin hogar tienen su ley, la ley de la calle, una ley que les permite sobrevivir al margen de esta sociedad que les niega y les expulsa, una ley que tiene sus valores y que no ha olvidado lo que significa la palabra solidaridad. Su deterioro, en muchos casos, es enorme. Lo primero que se suele perder cuando te ves abocado a vivir en la calle es la autoestima, una autoestima que se corroe por el odio, incluso a ti mismo, que te invade. La dilución de la frontera que separa la ficción de la realidad es otro de los pasos que, la mayoría, siguen tarde o temprano. Cuando vives en la calle tu única preocupación pasa a ser encontrar recursos, recursos con los que alimentarte, con los que vestirte, con los que sobrevivir… Cuando todos los que formaban parte de tu mundo te han dado la espalda vives con la permanente compañía de la soledad. Te agrupas para dormir bajo un puente con otros que están como tú. Es una forma de protegerse. En ciudades como Madrid un sin hogar muere en la calle cada veinte días. Muchos duermen en albergues. Otros no quieren hacerlo porque no quieren verse sometidos a unas estrictas reglas que ni entienden ni comparten. Cuando vives en la calle el tiempo no existe, solo el hambre o el frío te recuerdan la hora que es o la temporada en la que estás viviendo. Tu vida se convierte en un simple no morir. Quienes desconocen su realidad les critican por negarse a someterse a la disciplina de los albergues ¡Qué sabrán de albergues!

caidos-del-cielo-loquesomosTuve oportunidad de conocer el mundo de los sin hogar cuando, hace tres años, dirigí el taller “Caídos del cielo” para personas en riesgo de exclusión social creado por Paloma Pedrero. En sus inicios la Fundación Rais ayudó a crear ese taller, la misma fundación a la que Gere ha venido a apoyar en Madrid con su película y recaudando fondos interviniendo en programas de televisión como El Hormiguero. Su paso por él fue, sin duda, inolvidable, como inolvidable será para él la experiencia de haber rodado Invisibles: “Pocas veces trabajas en una película como esta, de la que te sientes orgulloso y a la vez que pueda influir en todo el mundo. Tengo que recordar que Invisibles ha costado muy poco y desde luego no va a hacer rico a nadie. Soy el productor y cedo los derechos a iniciativas locales para que la usen para recaudar fondos… alejar la cámara y rodar con teleobjetivos fue una feliz decisión artística que me recordó a lo que hacía Kurosawa. El maestro me explicó que esa era la única manera de que los actores solo se concentraran en una cosa, ser naturales. Y es verdad. Tanto primer plano te hace, como actor y como público, ser demasiado consciente de que en pantalla hay una interpretación. Con la lejanía creamos una sensación de libertad y de realidad, un aroma a documental. Y eso nos llevó a vivir felices accidentes cinematográficos, como que una turista francesa me confundiera con un sin hogar de verdad y me regalase la pizza que se estaba comiendo… Me sorprende que a mi edad aún encuentre guiones que me enganchen. Me interesan libretos bien escritos, algo mágicos, que no planteen respuestas sino preguntas. Siempre me ha interesado, y más a esta edad, la huella que dejamos, que significa de verdad ser un humano. ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? ¿Cómo estamos conectados?”

En la rueda de prensa que dio en Madrid para presentar su película alguien le preguntó sobre lo que opinaba de la gente que, como Esperanza Aguirre, cree que la mendicidad es mala para el turismo y que hay que esconderla: “Es estúpido. Que busquen a gente como los de la Fundación Rais. En realidad, el problema de la sociedad es la mentalidad. En vez de empujar a la gente, esconderla -algo que por ejemplo hizo en Nueva York el alcalde Giuliani, republicano de extrema derecha-, hay que acercarla, abrazarla. Eso solucionaría ese problema… y muchos otros. Por cierto, me han dicho que ahora tenéis aquí una muy buena alcaldesa, que quiere solucionar esos problemas de forma inteligente, dedicando el dinero a lo que hay que dedicarlo. La aplaudo”.

En el taller de “Caídos del cielo” convivías con personas que han vivido años en las calles, personas que todo lo tuvieron y todo lo perdieron, personas que nunca tuvieron nada, personas que aprendieron a vivir sin ser siquiera miradas, siendo invisibles, siendo nadies que no existen porque no tienen un hogar, un papel, un referente… Los participantes en el taller, en 2008, le habían pedido a Paloma que escribiera una obra de teatro que hablase de ellos, de sus vidas, de sus sueños, porque esas personas, aunque te cueste creerlo, nunca pierden sus sueños. Y Paloma escribió la obra “Caídos del cielo”, un homenaje a Rosario Endrinal, la mujer sin hogar que murió quemada viva en un cajero de Barcelona por unos niñatos que simplemente querían divertirse. “Caídos del cielo” se estrenó en el teatro Fernán Gómez dentro del Festival de Otoño. Estructurada a partir de diferentes monólogos en los que se contaba la historia de estas personas, y representada por personas sin hogar participantes en el taller y por actores profesionales dando vida a personas sin hogar, era impresionante ver como el público era incapaz de decir quiénes eran los actores profesionales y quienes las personas sin hogar al acabar la función. En aquella época muchos sin hogar vivían con sus mantas y cartones en los pasillos del Fernán Gómez. Acabada la función, muchos de los que la habían presenciado, las miraron por primera vez, se acercaron a ellos sabiendo que, por encima de sin hogar, eran personas. Esa fue la demostración del poder que tiene el teatro, o el cine, para cambiar el mundo.

Jamás olvidaré lo que me pasó cuando tuve que sustituir a uno de los actores del montaje de “Caídos del cielo” Tenía que Homeless-Vietnam-Vet-LQSensayar un monólogo que formaba parte de la obra. No necesitaba que nadie me ayudase porque no necesitaba ninguna réplica, tan solo tenía que trabajar el texto y buscar mi personaje. Cada mañana iba al salón de actos del centro cultural donde íbamos a representar la obra a ensayar, y cada día me encontraba con que una de las personas sin hogar del taller estaba allí cuando yo llegaba. Intenté explicarle que le agradecía mucho que estuviese allí pero que no necesitaba que me diese ninguna réplica, que no se preocupara. Y él, desde lo más profundo de su corazón, me contestó. “Ya sé que no puedo ayudarte, pero estoy aquí para que no te sientas solo” Esa es la verdadera realidad, el código, de las personas sin hogar con el que yo me he encontrado.

¡Qué fácil es vivir protegidos por nuestros tópicos! ¡Qué fácil criticar a los que han caído! Nadie que no haya pasado por esa situación puede entender lo que es que la vida se transforme en una simple e inacabable búsqueda de recursos. Muchos son los que critican a los gitanos por gastarse la prestación que les dan comprándose una televisión de plasma en lugar de dedicar esos recursos a que sus hijos coman o vistan mejor. La lógica de la calle es otra. Si te acercas y hablas con ellos entenderás que la realidad en la que tú vives no tiene nada que ver con la suya. Su respuesta, que no justificación porque ellos no malgastan el tiempo intentando justificarse ante nadie, es que gastan ese dinero en comprar el televisor de plasma porque no hay ningún sitio donde regalen televisores de plasma, pero sí hay lugares e instituciones que den ropa o comida para sus hijos.

Admiro mucho a Gere por haber tenido la valentía de jugarse su imagen de galán triunfador para encarnar a un nadie. Y también le admiro profundamente por su compromiso político y social con otra causa que me es muy cercana: la del pueblo tibetano. En 2005 tuve oportunidad de viajar a Dharamsala, en el norte de la India, la capital de los tibetanos en el exilio, con un grupo de abogados y periodistas para conocer su realidad y trabajar en el tema de los derechos humanos. Conocer al pueblo tibetano es algo que marcó mi vida para siempre. Son personas que lo han perdido todo, personas que no es que hayan perdido su hogar, sino que por no tener no tienen ni la tierra en la que nacieron. Y, sin embargo, te reciben con los brazos abiertos y la sonrisa más bella que he visto jamás. Su milenaria cultura y su resistencia no violenta son el mejor patrimonio que un pueblo puede regalarle a la humanidad. Recuerdo que allí, tras varios días de entrevistarnos con activistas tibetanos y organizaciones de derechos humanos, la última tarde antes de nuestro regreso me senté a una mesa en una terraza que daba a la calle principal. Desde allí se divisaba la maravilla del Kangra Valley abajo, con sus verdes y sus azules, y la inmensidad blanca de los Himalayas a mi espalda. Son cientos, miles, los monjes budistas que pasan a diario por aquella calle, y más en aquella época del año, marzo, cuando el Dalai Lama da sus enseñanzas públicas gratuitas sobre filosofía budista. Son charlas de cuatro horas que él da en tibetano y que puedes seguir por la radio mediante traducción simultánea al inglés. Dos o tres mil personas acuden cada día.

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