Suráfrica: visiones de una tierra con Festival de Jazz al fondo (I)

Suráfrica: visiones de una tierra con Festival de Jazz al fondo (I)
Colgado del cielo a bordo de un 380, badajo humano, carillón estelar, uno de esos tan perseguidos estados 10, abajo África, en silencio, grietas de una piel que adivino en cada canción; no lo he dicho nunca pero soy un hombre de Dios, un agente secreto de Dios que finge descreer. Amanece a 37.000 pinreles sobre el Okavango, shining like a national guitar (Gallotone Champion), le digo a Luca, ¿qué?, diez años tomando tierra con el corazón lleno de esperanza, la gracia que renace cuando al final de la noche beso el suelo de Sudáfrica, Oliver Tambo, 10:40, touch the ground y a rodar por sus carnes de verano tardío a punto de migrar.
De nuevo al volante, sólo conduzco en Sudáfrica, mis amigos y mi familia piensan que no sé conducir y sin embargo llego acá y me transformo en animal de asfalto y potholes y pistas de tierra y Luca confía en mí. Dejamos atrás Johannesburgo por la N3 rumbo Durban, Vereeniging, Heidelberg, Harrismith, millones, millones de flores a pies de la cuneta hasta el infinito, el campo de nuevo se nos ofrece sin fin a lo lejos y aparecen las primeras montañas y paramos a comprar biltong y Appleteiser y agua con gas, y Luca señala el Sunday Times que dice: Recemos todos por Madiba… Se me expande el alma en la cola de la gasolinera, negros, chinos, indios, afrikáners y españoles, la sonrisa de la dependiente, Miriam Makeba en la radio, tus canciones religiosas de cada domingo en Madrid, a solas, girando en la cocina mientras imaginas que entiendes cada palabra en xhosa, en sotho, en venda, cuando en realidad nomás delegas en la emoción. Me cuesta creer que viviera aquí un año ajeno en parte a todo este sentimiento de filiación con una tierra que me ha dado todas las claves para ir por el mundo como el fulano que soy.
Nos perdemos aposta por las montañas de esta tierra media, Drakensberg, alturas draconianas y mujeres volviendo de la mano de la iglesia por las cunetas, con sus hermosas rodilleras multicolores y trajes chillones de domingo, licorerías y shebeenes atestados de señores y muchachos que optan por beberse la tarde y nosotros pasamos de largo, a bordo de Chuck, nuestra nave espacial 1200 CC, por las pistas hasta Germinston, bordeando el macizo de Lesotho a la derecha… dónde se esconderá Forere, el bandoleón, acacias de montaña, prados de un verde ignoto, rondavels, aves precursoras del picado fulminante del sol un domingo de resurrección. Cenamos braai, Pinotage, zulusonrisas que nos animan a probar el pollo, Luca responde que ha comido tres veces pollo desde ayer. Sky Team chicken. Insectos gigantes copulan en el suelo de la veranda junto a la mesa, pasa el encargado afrikáner que minutos antes me ha llamado baas, y los recoge en la palma de su mano para devolverlos al jardín, también él respeta los misterios de África.
Estamos exhaustos, los sonidos de la noche, en la cama, Luca me lee las primeras páginas de Moby Dick y zarpo por un mundo líquido de sueños de la mano de ese pájaro cuyo canto hemos oído tantas veces, un compás 4/4, 2 corcheas, 2 corcheas, negra, negra, y pasa la noche, lenta, sin el ruido de fondo de las grandes ciudades, sólo tú y las montañas, Luca duerme junto a mí abrazada a mil párrafos cosidos de Melville; sudo para purgar impurezas, la mirada aletargada más allá de la cúpula pajiza del rondavel. Despierto en medio de la noche, plenamente consciente de estar donde estoy y sin querer estar ahora en ningún otro lugar. Pronto el sol calentará nuestras sábanas y volveremos a los caminos, para llegar a Ladysmith y pasar luego a Lesotho.
Recemos todos por Madiba.
Ladysmith: 2 motivos
Despertamos, desayuno y en route, autoestopistas a las afueras de Germinston, mujeres cuneteras, sube Victoria, Vic Raises, tienen tanta suspicacia que es complicado romper el suero, no hay blancos que las paren en la cuneta, zulu, la segunda pasajera es mucho más joven, se queda en el cruce, Ladysmith Red Lions, ése es el nombre de un grupo en la disquería de la ciudad, apunto, a punto, sólo por pena estoy por comprar el CD, pillamos otros cuatro en la disquería, y entonces ponemos gasolina, y el limpiaparabrisas humano de la Total nos ve ojeando las carátulas y nos dice que canta (y baila) en los Ladysmith Red Lions, y nosotros decimos que mejor sería que buscaran otro nombre, pero lo mismo no mentimos al decir que a puntito hemos estado de comprar ese CD y él, ellos, precisan un sponsor, y nosotros algo que dé sentido a nuestra incursión en esta sleepy town en pleno Kwazulu Natal, antes de comprar en una farmacia algo de colirio y un poco de biltong que nos aniquile el hambre al volante.
Toda Sudáfrica en operación retorno, concurrencia hasta Harrysmith, el maridísimo, y luego al sur, Kertell, Clarens, Golden Gate NP, montañas de una tierra que nos acoge en una granja a los pies de Lesotho a media tarde, sin atrevernos a entrar, respeto multicausal, ganas de descansar antes de afrontar la búsqueda de Forere Motloheloa, el acordoneista de la cruz del sur, el Thelonious Monk de esta música llamada Famo que pocos conocen, Forere, no habla siquiera inglés, pero como dice Luca, citando a Zenzi y a Paul Simon, «ésta es la historia de cómo empezamos a recordar» bajo los cielos de África, en las altas montañas del Drakensberg y el veld, entre mosquitos Tomahawk, e impisoteables spiders. Vino, control de policía en el cruce más absurdo de la comarca, regateo psicológico hasta que Thembo da su placa a torcer y cenamos rump steaks y los grillos se ponen bien y el vino se sube a la chepa del conocimiento y uno se lo cree todo y suena esa banda subsónica de chicharras y búhos y vacas y berenjenas recién recogidas de un huerto. Nada pintamos aquí, salvo que, nadie lo sabe, dios me ha confesado que esta tierra también es mi casa, nada excluyente, nada reformado ni holandés, mi tierra es un saco de imaginación austral una vez al año; no deseo interferir, sólo que la gente se considere, que se miren a los ojos; por ahí vamos bien, con Luca en la cama en esa habitación que calienta con su aliento de cien bostezos.

Mañana cruzaremos a Lesotho, en busca del León del famo a quien seguro jamás encontraremos, ese hombre que con su acordeón y sin querer encendió el cielo más allá de África hace 26 años, con una letra cabal, pero incapaz de superar su quejido original. Eran aquellos días de incertidumbre y milagros, no te digo nada, mi guitarra, buscaba un nombre para mi guitarra y no lo he hallado hasta hoy; mentira, hay demasiados como para dar con el que corresponde.

Magnífica hoy la versión de Tshosholoza, tarde relajada tras recorrer los recovecos que no conocía del Kwazulu Natal, luego las rocas, la niebla, el Free State, la frontera próxima, la policía, el canto de los grillos, el eco de una nación compacta rezando por Mandela, convaleciente en un hospital de Pretoria, su corazón aún late mientras escribo estas letras, tic, tac, Amandla, Stimela, solo sé balbucear toda esa sarta de palabras en la lengua de Dios que a todas luces capaz seré jamás de articular. Yiza, yebo. La trompeta de Hughie, viajando 5o años por todo ese espacio, sabiendo que hace apenas treinta y seis los chicos recibieron una carta del director, nada de… Soweto Blues… poca gente conozco con la que compartir esta emoción, gente a la que se le llenen los ojos de lágrimas al escuchar palabras como Cape Town, Shosholoza, Orlando West, Mamelodi, Upington, who cares, nothing to prove, just a life proof, swimming in Mossel Bay at dawn a year ago, after a locomotive night, braai, women, men left by on the chain gang, huh, predending, hah, people respecting the land, that is all it matters, Respectland, Ladysmith Red Lions, working on a petrol station, my wife crying as we went trhough the golden gates facing the searchless kingdom of Lesotho, crossing our fingers in order to find Forere, as I stay here once more at the veranda, thinking of my father, watching Luca drift away in her early dream-shots. While things seem to be mutating in Spain, uh, ah, back, on the chain gang as the story of an endless mirrored man… workin´ ona… golden mine of yours, fuckin´ De Beers.

2 de abril 2013
Un muchacho de 26 años llegaba justo hoy hace 11 años a Sudáfrica, lo conozco bien, incluso mejor que él mismo entonces. Ese chico era yo, solo, triste, autoestima underground; ese día sin saberlo todo cambió y el espíritu de esta tierra me okupó, obligándome a amarla por encima de todas las tierras de mi mitología individual. 2 de abril de 2002, nadie me esperaba en aquel aeropuerto cuyo nombre no era aún el de Oliver Tambo… Nada ha podido apartarme de Sudáfrica y a ella seguiré volviendo, volviendo hasta que muera, seguiré aprendiendo sus flores, sus pieles, el olor tan especial de su hierba, el sudor de sus personas, el humo de las hogueras al alba en la bruma opuesta a la inmensidad del horizonte un instante antes de cruzar el Caledon River y penetrar en Lesotho junto a Luca.
No pudimos encontrar a Forere, las montañas lo protegen de mitómanos, un acordeón al viento por los valles frondosos de roca y azul, el león de Matsekha rugió desde el norte de Lesotho y eso bastó, imponiéndose a la avidez policial, punzando el eco del mañana en un reino de aspecto legendario, dejando atrás guardias de tráfico y señales de stop, llevando a mujeres hasta un cruce por una carretera Gruyer fango, cincelando en la retina el rostro de todos y cada uno de los pastores del arcén, manta roja al hombro, mirada líquida como el ganado que atienden, pastores de vientos y ecos, pastores basothos de la verdad; luego Maseru bajo una nube de CO2 y confitura de tráfico, y el sur en declive hasta la frontera, en silencio, sobornando policías acostados, de vuelta a Sudáfrica como si hubieran pasado cien lunas en cinco horas.
No pudimos dar con Forere, tan sólo el Famo de la radio como única prueba de su existencia, sé que nunca más intentaré dar con él, el hecho me deja un resquicio de pena que mitigo –con el sol bien entrado en el cielo– con unos versos de ‘The Boy in the Bubble’, pensando en la base original subyacente tras esos ocho segundos de revelación directa que es el intro de la canción, There was a slow day, and sun was beating on the soldiers by the side of the road…
Retomo el libro de Xhosa de Anne Munnik… ‘Kunjani sisi?’ Ellas, mis hermanas, vieron este reino una vez, diez años atrás, yo las veo ahora sonriéndole al infinito por el retrovisor del presente.
Reingreso en Sudáfrica, Free State, nos perdemos por las calles de un township fronterizo a la hora de la siesta, la leyenda de los townships y el peligro, sólo gente, gente que apenas levantas la mano y saludas, te sonríe de vuelta, te empeñas en demostrar que no eres… ¿qué no eres qué?, que eres sólo un tipo que ama este país, su cultura, su historia, su lucha, eres el tipo que cada domingo pincha toda esa música xhosa y zulu y shonga y pedi y sotho y afrikáner en la cocina de su casa mientras llora de emoción y siente algo como divino en el pecho al recordar a los suyos, los que están y los que estuvieron.  Esa es mi manera de vivir la religión, no me satisfacían las que ya había y me fabriqué la mía propia, sin necesidad de evangelizar ni de compartir mis dogmas con nadie y menos esperar que alguien los acepte o los comprenda, me limito a dejarme llevar por la música sudafricana a épocas pasadas, a rendir homenaje a los héroes que pueblan mi cerebro hasta que me fundo en un todo amniótico, umbilical, telepático con los hombres y mujeres de estos pagos mientras hablo con mis abuelos y mis tíos y vierto lágrimas de amor por mis padres, por Luca, por Albertina Sisulu y Jack Kerouac, o me imagino a bordo de un coche cruzando el río Orange, conduciendo a toda hostia hacia el sur y hacia el oeste, sintiendo la metamorfosis del paisaje, las rocas, los colores, el túnel de nubes hacia tu destino ya entrada la tarde, tomando un Grapeteiser junto al río, o llegando más tarde a una granja donde una mujer nos deja darle el biberón a dos crías de springbok, ojos de jade licuado y el calor de la botella que se vacía de leche a toda prisa, 4 y 6 meses, hembra y macho, mamando de nuestras manos con el sol agazapado donde muere la vista, dicha, dicha al abrazar a Luca en medio de esa pradera del Eastern Cape y poder dar gracias a África por un nuevo día en su regazo. Mañana nadaremos en el Índico y comeremos de él…
Sueño con Víctor, raro, mi gran amigo durante mi año en Pretoria, me fui, me llevó en un Beetle verde destartalado al aeropuerto de Johannesburgo, vio despegar mi avión rumbo a Sâo Paulo y jamás volvimos a vernos, pese a que vivimos a escasos 400 km el uno del otro, en esa farsa de país llamado España, él en Avilés, yo en Lavapiés, no hubo manera, gente a la que pierdes la pista (runway) sin que eso implique olvido, jamás olvidé a Víctor, tampoco a Pedro, ni a Hidalgo, ni a Juani, ni a Berni, ni a Lili, siguen todos pululando libres por mis recuerdos, libres de entrar y de escapar como yo de pensarlos cuando cierro los ojos en nuestra cocina roja o amochilo cuatro trapos y me voy con Luca a revisitar el austromundo. En el sueño, Víctor me regalaba un bolígrafo para que le dedicara un libro y de repente el libro se desintegraba y las letras de la dedicatoria se derretían y escribir unas palabras se convertía en lo mismo que soñar que huyes por una cinta mecánica que te lleva al mismo kilómetro 0, alias ninguna parte. Víctor fue mi gran amigo asturafricano, mi Castle, mi Black Label, mi Amarula en las horas más bajas, the home away from ídem en aquellos días convulsos. Pero ahora estoy aquí, en los médanos de Port Elisabeth, haciendo la digestión de una copiosa Braai, Luca se ha superado en la argentinidad del fuego, los cortes locales han hecho el resto, es decir, el mejor asado del mundo, pese a quien pese, boludo. Fuego junto al mar que desembarca en las costas del Eastern Cape, proteas libres de no decidir nada, mensajes en el móvil que no puedo oír, la princesa Zenani Dlamini, me ha dejado un mensaje que no he logrado escuchar, su padre evoluciona en Pretoria, allí donde lo condenaron hace ahora cincuenta años tratan de curarlo de una neumonía, no sé qué ocurrirá. Hoy hemos recorrido 500 kilómetros, desde esa hermosa granja en el veld de los xhosas hasta las orillas del Índico; reconocer el olor primordial de sus algas, sumergido en cielo a la vez que el sol se sacrifica tras los rondavels colina arriba, el olor del mar encinto de krill y la hierba que me retrotrotrae a Víctor y a mí hace diez años, al dolor de un desamor en el exilio mientras gastaba for-tunas estudiantiles en teléfono para escuchar un no te quiero al otro lado. Ahora entro en un mingitorio de paso y miro mientras meo la vida por un ojo de buey, bandadas de pájaros que se postulan a media mañana para grabar el long play de la creación, remasterizado, con una carretera en la carátula que surca las montañas y un cochecito azul petróleo con una parejita de Canarias a bordo, turnándose al volante mientras interiorizan valles y alfombras de vida y nubes y cielo y rachas de viento y trinos en la voz de Joseph Shabalala y su banda, clic, clic, clicking a las puertas de Port Elizabeth con su interminable periferia de cajas de cerillas y el mar, sí, desembarcando en la playa y llevándonos de vuelta a la vulva de un meollo lleno de lapas y bígaros y algas rojas con las que me froto los hombros al salir del agua para descubrir que Luca ha encendido ya la hoguera donde cocinaremos nuestra cena, con el lullaby marino de fondo, encarando una nevera llena de cervezas para perder del todo ese norte de mierda que nos inculcaron, preocupados porque Zeni nos ha dejado un mensaje que no podemos oír, tal vez no pueda recibirnos, o a saber… Lo que tenga que ser, no será, no esperamos nada y de ahí la libertad. Mañana será Cape Town, Luca ahuyenta con ronquidos mis fantasmas desde hace un buen rato, el océano se autocensura al otro lado del cristal, the fears are gone y mañana Cape Town se engalanará de Jazz, for you and I.
Hazed and confused, siete y media de la mañana y en ruta, N2 hacia Cape Town, un nombre lleno de mística, allí llegué con un buen puñado de las gentes que una vez amé, allí sigo anclando con Luca tras la tormenta de traducir a Ginsberg, tras el hastío invernal de Madrid en un año de podredumbre nacional, 2013, en pleno trienio ignominioso.
Dejamos Port Elizabeth en su sitio y Luca se interna por un conducto de asfalto y proteas y pinares y cerros azulados y colonias de monos cabrones, Naysna y George una vez más, hasta el fin del oeste, hasta el Sir Lowry Pass, desde donde se nos abre el sagrado ventanal a la Table Mountain al final de todo, Cape Point, Optimal Hope, un festival de Jazz, vendedores de sonrisas en los semáforos, el periódico va incluido, un fin de semana en esa ciudad a la que llegas exhausto como un peregrino tras un año de absenta, Stellenbosch, False Bay, el swing al atardecer por Long Street de la mano con Luca, respirando el encanto sofisticado de la gente, swinging low, presintiendo el feeling.
Nos abrimos paso por el punzante township de Nyanga, un corredor de miseria antes de colapsar en las empinadas calles de Kloofneck, muerto de cansancio, imaginando al poeta García Ysabal calle abajo, volviendo la cabeza para despedirse de su amigo Ben Nwaizu (George), que limpia los cristales de una peluquería con el torso desnudo tras la membrana infecciosa del apartheid, 1968.
Inquieto, no por no haber podido contactar con la princesa Dlamini, sino por no saber cómo habré de acreditarme para el Festival de jazz, con la incertidumbre de si daremos con la forma de colar a Luca, Cape Town desde una balconata de Long Street una vez más, celebrando con bostezos el objetivo cumplido, temeroso de reemprender la durísima conducción de vuelta a Jo’burg en un par de días, pero contento lo mismo en mi hondonada mental de estar aquí de nuevo, colgado de los compases de Manenberg, where it´s happening, listos para abrir la llave de paso de la música y dejarla correr por las venas abiertas del África Austral, con un lagrimón de bourbon en la solapa en honor al French Quarter de otra urbe espejo al otro lado del charco, en otros sures menos profundos.
Luca está ahora sentada frente a mí, voces de gente chic y chumba-chumba-sound, le hinca el colmillo a una hamburguesa jurásica, domina la situación mientras yo me muero por dormir tras 2.300 km de éxtasis rodado. La música baja hasta las olas del Water Front y remonta a tientas los muros de Robben Island, libre, libre al fin, como Walter Sisulu.
Buenas noches, Ciudad del Cabo, glad to be back.
Sudáfrica: visiones de una tierra con Festival de Jazz al fondo (II)
Publicado en guinguinbali.com

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