Teorías estéticas. ¿Qué es el arte? 7

Teorías estéticas. ¿Qué es el arte? 7

El pensamiento estético occidental se inicia con los pitagóricos, que identifican la belleza con la armonía y la proporción, atribuyéndole cualidades éticas y terapéuticas.

Es cierto que hay reflexiones anteriores. Homero elogia el esplendor de lo sensible y habla de la belleza como luminosidad. Hesíodo describe la poesía como un don divino, con poder para persuadir y suscitar emociones, incluyendo el terror y el engaño. Se trata, no obstante, de fragmentos que en ningún caso componen un corpus teórico. La elaboración teórica no aparece hasta Platón, que relaciona la belleza con la imitación, pero advirtiendo que la representación de un objeto no debe limitarse a reflejar su apariencia, sino que ha de captar su esencia. La filosofía de Platón consideraba que todo lo que existe es una copia de sus formas arquetípicas. De ahí que las obras de arte sólo sean copias de segundo orden, que únicamente reproducen la semejanza entre el mundo sensible e inteligible. Esta doctrina (dualismo ontológico) sitúa al arte en los niveles más bajos del conocimiento. Platón conserva la definición pitagórica de la belleza como medida y proporción. El neoplatonismo (Plotino) dignificará el arte, apuntando su capacidad de elevarnos hacia el conocimiento de la belleza ideal. Sólo conservamos un libro de la Poética de Aristóteles, el que se ocupa de la tragedia. Había otro dedicado a la comedia, que se extravió, inspirando siglos más tarde la ingeniosa trama de El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco, donde se especulaba sobre los efectos de la risa en el orden político, social y moral.

Hasta la Edad Moderna, las tesis aristotélicas se impusieron en el teatro y la lírica. En cambio, la arquitectura y las artes plásticas asimilaron las enseñanzas del neoplatonismo. Aristóteles afirma que la tragedia (y quizás el arte en general) produce una catarsis en el espectador, esto es, una purificación de sus pasiones. La catarsis transforma las pasiones en una experiencia estética. Al vivirlas imaginariamente, nos libera de ellas. Se refuta de esta manera el prejuicio platónico que considera el arte un peligro para el equilibrio afectivo del ser humano. Platón consideraba que los artistas pueden inculcar emociones perturbadoras y disfrazar la mentira de verdad, utilizando la elocuencia. Ésa es la causa de que odiara a los sofistas, maestros de retórica, y exigiera el control del Estado sobre las manifestaciones artísticas. Los escándalos provocados en nuestro siglo por las exposiciones del fotógrafo Robert Mapplethorpe en Estados Unidos demuestran que la política y el arte continúan manteniendo una relación conflictiva. Las imágenes eróticas de Mapplethorpe se prohibieron en algunos estados, alegando su contenido supuestamente pornográfico.

El pensamiento medieval asocia la contemplación estética al impulso religioso. Todos los pensadores cristianos coinciden en que la función del arte es exaltar las verdades de fe, pero algunos conciben lo bello como luminosidad y otros como número, medida, proporción. Durante el Renacimiento, no desaparece la referencia a lo trascendente, pero se recupera la cultura grecolatina. La naturaleza y el hombre adquieren una posición central en una nueva cosmovisión, que en ningún caso se aparta de la herencia cristiana. Se acentúa el carácter intelectual de la creación artística y surge la teoría del arte como reflexión teórica sistemática. Leon Battista Alberti escribe tres tratados (De la pintura; De la escultura y De la arquitectura) que identifican la belleza con los principios de armonía, simetría y proporción. Leonardo da Vinci considera que la emoción es más importante que la normativa y sitúa a la pintura en la cúspide de los géneros artísticos. Giorgio Vasari corrobora esta tesis, estableciendo una jerarquía que ubica al dibujo por encima del color. Su ensayo Vidas de los más ilustres arquitectos, pintores y escultores italianos contribuye a perfilar la imagen del artista como una figura diferente del técnico y el científico. En los siglos posteriores, se consolida esta distinción y aparecen conceptos nuevos como gusto, fantasía, sentimiento, genio o intuición.

En la Crítica del Juicio (1790), Kant afirma que lo bello no es una propiedad objetiva de las cosas, sino un sentimiento que surge de la relación entre el objeto y el sujeto. No es un sentimiento subjetivo, que refleja una emoción individual, sino una apreciación universal, que nace un estado de armonía entre el entendimiento y la imaginación. Kant distingue entre lo bello y lo sublime. Lo bello se refiere a la forma; lo sublime a lo indeterminado. Lo bello produce placer; lo sublime asombro, temor. Lo bello es el símbolo del bien moral. Lo sublime del infinito, de lo ilimitado. Kant definía la belleza como una finalidad sin fin. Esta concepción se repite en Hegel, que rechaza las tesis del arte como imitación. El arte es un fin en sí mismo. Es la manifestación sensible del Espíritu en las diferentes fases de su despliegue. Hegel habla de la muerte del arte, pero esa afirmación sólo puede entenderse en el contexto de su sistema, que sitúa a la religión y a la filosofía como formas superiores de conocimiento. Schopenhauer considera el arte como un ejercicio de desprendimiento, donde el sujeto se libera de la voluntad. La voluntad no es un aspecto de la psicología humana, sino un principio unitario e irracional que afecta a todos los seres, determinando esa individuación que es el origen del sufrimiento. Nietzsche interpreta el arte como la fusión de lo apolíneo y lo dionisiaco, la forma y lo indeterminado, una conjunción que sólo se materializa en la tragedia. En otro momento, afirma que la vida sólo se justifica como fenómeno estético.

El marxismo considera que la función del arte es reflejar la lucha de clases y entiende que sólo el realismo cumple ese objetivo. No todos los pensadores marxistas suscriben este punto de vista. Ernst Bloch percibe en las vanguardias el espíritu de la utopía. Sus innovaciones surgen del mismo anhelo de transformación que alienta en la revolución política. Walter Benjamín publicará en 1936 un ensayo decisivo: “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, donde afirma que la posibilidad de reproducir técnicamente una obra malogra su “aura”. El “aura” es lo que tiene de irrepetible cada obra. La reproducción técnica se basa en la repetición, en lo idéntico. Cada sesión de cine o cada audición de ópera en un gramófono son idénticas a las anteriores o a las siguientes. Sin embargo, la técnica aproxima el arte a las masas y eso es positivo. La conjunción de ciencia y arte puede producir obras tan valiosas como las películas de Chaplin, aunque carezcan de aura y la contemplación estética sea reemplazada por una percepción distraída. Theodor W. Adorno rechaza este planteamiento. En su opinión, la técnica está degradando el arte y cita como ejemplo el jazz y el cine, dos manifestaciones que eluden cualquier dificultad para complacer a la sensibilidad menos exigente.

En El origen de la obra de arte (1936), Martin Heidegger define el arte como el espacio de la verdad. Los zuecos que aparecen en un famoso cuadro de Van Gogh nos revelan lo que en verdad son, esa rutina de trabajo y fatiga que nunca captaría una descripción objetiva. En el ámbito de la lingüística, Saussure inventará el concepto de “función poética” para diferenciar el lenguaje ordinario del lenguaje literario, donde las palabras ya no obedecen al imperativo de comunicar, sino a la búsqueda de un efecto estético. En las últimas décadas, la estética se ha ocupado de la sociedad de consumo, donde se mezcla arte y espectáculo, realidad y simulacro.

*Into The Wild Union

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