Trumpismo: el arte del insulto

Trumpismo: el arte del insulto

Immanuel Wallerstein*. LQS. Mayo 2018

Pienso que los insultos son parte de una estrategia deliberada, que Trump piensa que le ayudarán a impulsar: 1) su dominación de Estados Unidos y del escenario mundial y 2) la implementación de sus políticas.

Desde que llegó a presidente, Donald Trump ha insultado casi a todas las personas con las que ha interactuado. Parece que la única excepción son los miembros de su familia cercana. A ellos no los insulta, pero cuando caen de su gracia simplemente los ignora. También ha insultado a todos los países del globo, con la posible excepción de Israel.

Los insultos parecen ser un instrumento que define al trumpismo, uno que utiliza y saborea constantemente. Hay entonces dos cuestiones para el analista de Trump. ¿Por qué los profiere? ¿Le funcionan?

Algunos analistas atribuyen estos incesantes insultos, que son recurrentes aunque varíen a quien van dirigidos, a algún tipo de defecto mental. Es un megalómano hipersensible, dicen. No puede refrenarse. No tiene autocontrol.

Discrepo. Pienso que los insultos son parte de una estrategia deliberada, que Trump piensa que le ayudarán a impulsar: 1) su dominación de Estados Unidos y del escenario mundial y 2) la implementación de sus políticas.

¿Qué puede pensar Trump que consigue del juego de los insultos? Cuando insulta a una persona o a un país, los fuerza a tomar una decisión. Pueden contestar el golpe y arriesgarse a la voluntad de Trump de lastimarles de algún modo importante para ellos. O pueden buscar retener su favor haciendo alguna concesión importante para Trump. En cualquier caso, la relación se centra en torno a Trump.

Desde su punto de vista, esto lo vuelve el perro alfa. Es más, él no sólo quiere estar en la cima de la escala mundial de poder, quiere que la gente vea que está ahí. Los insultos sirven a dicho propósito.

Enfrentada a optar entre dos respuestas indeseables al insulto, la persona o la nación insultadas pueden intentar hacer una alianza con otros que son insultados de modos semejantes o al mismo tiempo. Pero resulta que los aliados potenciales están sosteniendo el mismo debate de qué hacer para lidiar con los insultos. Y el aliado potencial puede optar por una respuesta muy diferente.

En este punto, la persona o el país insultado pueden intentar persuadir al aliado potencial que cambie de táctica. O puede buscar otros aliados potenciales. En cualquier caso, más que enfocarse en cómo lidiar con los insultos de Trump, se enfocan ahora en conseguir aliados. Se desvían así del asunto principal, el beneficio de Trump.

Trump puede entonces variar sus tácticas. Puede ofrecer alguna concesión parcial a la persona o al país insultado. Puede hacerlo de un modo que sea ambiguo o por tiempo limitado. La persona o el país implicados deben entonces escoger entre tragarse su reciente humillación y ofrecerle gratitud por la concesión, o considerar insuficiente la concesión.

Si optan por la gratitud, la persona o el país viven bajo la espada de Damocles de que el insulto vuelva a ocurrir, pese a todo. O puede sufrir la ira de Trump. En cualquier caso, Trump logra lo que quiere.

Puede utilizar esta táctica para apaciguar a los críticos situados a su derecha o a su izquierda. En realidad, esto le ayuda a emerger como el centro razonable, sin importar qué políticas esté emprendiendo.

Una última ventaja. Dado que los tuits de Trump son inconsistentes, puede reclamar el crédito cuando el resultado le es favorable (“merezco el Premio Nobel”). Pero siempre que el resultado no sea tan favorable como esperaba, culpa a alguien o a todos los de su círculo cercano, afirmando que no siguieron sus instrucciones.

Debemos ahora responder la cuestión de si los insultos funcionan. ¿Logran los beneficios que Trump esperaba obtener? Debemos comenzar con lo que Trump debe encontrar preocupante. Tiene unos índices de impopularidad muy altos en las encuestas de opinión en Estados Unidos. Y en la vasta mayoría de las naciones la opinión respecto de Trump es muy negativa.

Está bastante inseguro de ganar las elecciones de 2018 y de 2020. Su base conservadora está descontenta, lo que puede conducir a abstenciones de su parte, o a ponerle menos esfuerzo a conseguir el voto conservador.

No obstante, pese a esta débil muestra, el juego de los insultos parece haber incrementado, cuando menos ligeramente, su nivel de apoyo. ¿Es esto suficiente para su propósito primario, inmediato, de relegirse? Necesita mostrar a los votantes y a otras naciones algunos logros.

Tiene unos pocos. En el escenario estadunidense, tiene el proyecto de ley de reducción de impuestos. Y en el escenario mundial, tiene (hasta ahora) la próxima reunión con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. Pero también tiene fracasos. No ha podido (hasta ahora) conseguir sus planeadas medidas de inmigración ni el dinero para el muro. Y a escala mundial su rechazo del acuerdo con Irán ha consternado a la mayoría de las naciones.

La pregunta es si la respuesta a los insultos se inclinará seriamente en su contra. Es difícil decirlo. Puede llegar repentinamente. O puede reptar por entre el pantano. El punto real es que lo que le consiguen los insultos no puede seguir para siempre. Esto resulta de que demasiada gente y demasiadas naciones pierden demasiado.

La pregunta, entonces, no es si habrá una reacción en su contra, sino cuándo. Este es el juego que estamos jugando todos cada día, en las elecciones a todos los niveles concebibles, en las alianzas reformuladas por todo el mundo. No si ocurrirá, sino cuándo.

* Traducción para el diario “La Jornada” de Ramón Vera-Herrera

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