Turismo literario: tributo al viajero inmóvil

Turismo literario: tributo al viajero inmóvil

Se cuenta que en el primer y único viaje que Lezama realizó a México, en 1949, alguien, al constatar el embeleso del poeta cubano ante el altar mayor de la catedral de Puebla, joya del barroco hispanoamericano, le preguntó “Y, ¿qué le parece, Maestro?”, a lo que el bardo insular respondió: “¡Un ángel más!”.

Gustavo Emilio Rosales    

Volver al pasado no es retroceder

Macaco

Desde una lectura torpe de Paradiso (1966), la más atípica de las novelas del boom latinoamericano —una propuesta órfica y homosexual—, el lector tardío que leía el texto de José Lezama Lima en el Starbucks de Guaynabo, Puerto Rico; burgués, demasiado burguesito; fue catapultado desde la novela a un viaje breve. Una fuga próxima en el tiempo y en el espacio. En vez de llegar de un tirón lezamiano —¡el Maestro!— a la antigüedad china o egipcia, la mala lectura de la novela lo lanzó al Caribe del siglo XIX, un espacio que Lezama, el “viajero inmóvil,” transitó con rapidez literaria, sobre todo en el caso de su lectura de la obra de José Martí: “Martí retoma todas las tradiciones cubanas y las lleva a su plenitud”.

Desubicado en el lapachero decimonónico del Caribe hispano, “piedra rodando sobre sí misma,” el lector del coffee shop,para no hundirse en su propio vértigo (qué dice Lezama), se agarró de un manotazo del concepto dominicano de la España Boba. Una joya lingüística. Una referencia al control nominal que España retomó de la isla, de 1809 a 1821; un regreso al poder colonial español (después del haitiano) marcado por la apatía metropolitana.

A la Españaboba no le interesaba ejercer el poder. Una casi indiferencia del poder colonial. Nada de lo que pasara en el lado oriental de la isla (la parte dominicana) provocaba la atención española, atrapada como estaba la metrópoli en el torbellino que se empezaba a desatar en Suramérica y en tantas otras colonias (Puerto Rico era base firme del colonialismo; Cuba empezaba a llenarse de azúcar y de sacarócratas). Entonces, en pleno desplazamiento de una isla a otra, aconteció en La Española decimonónica lo impensable: la independencia efímera de 1821, un suceso que no se dio ni en La Habana ni en San Juan. Brevedad de una libertad dominicana que, en el caso de Puerto Rico, no pasó de la Carta Autonómica de 1897 (igualmente fugaz, liquidada en la guerra de 1898).

Independencia efímerade 1821; en 1822 el haitiano Boyer invade la parte española de la isla, que (como tampoco la opondrá Puerto Rico en 1898) no opone resistencia a la penetración haitiana.

Ha tenido que ser una mala lectura de Paradiso —se dijo el lector de Starbucks con el capuchino en la mano—, una novela escrita por un cubano que, en general, hablaba de eras imaginarias, del potens, de la hipertelia, de la sobrenaturaleza, entre otras volutas neobarrocas, .

Poco tiempo de libertad.

En 1823, justo antes de que, en 1824, finalizaran los grandes movimientos independentistas en México y Suramérica, el barullo de la Doctrina Monroe que se sintió en el Starbucks, le derramó el café sobre la novela de Lezama. Entonces, como si la independencia efímera de 1821 no constituyera una diferencia significativa respecto de Cuba y Puerto Rico, en 1844 los dominicanos proclamaron su segunda independencia, esta vez de Haití. Una abundancia liberadora que no experimentaron cubanos ni puertorriqueños, quienes jamás probaron la libertad decimonónica.

No será la última vez que el siglo XIX dominicano se distancie del de las dos islas vecinas.

Con la novela medio empapada de café, la página 351 de Ediciones Era, México, se desprendió. A la vista de todos los que ni siquiera estaban mirando, quedó el subrayado que había hecho en el penúltimo párrafo, cuando Fronesis disertaba sobre las formas ternarias: “el triángulo equilátero, el más bello, según Platón… Trifolia griega: bien, verdad y belleza. En el tiempo: pasado, presente y futuro. En el espacio: la línea, el plano y el volumen. En la danza clásica de Lully:Fuite, opposition yensemble. En los misterios: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo.”

Con la volatilidad característica de su temporalidad decimonónica, la libertad de 1844 se vio tronchada en 1861, año en que España, con el patrocinio de la elite dominicana, reconquista el poder de ese pedazo de la isla, hasta que en 1865 se da la tercera libertad dominicana, otra vez de la Madre Patria, pero esta vez no de la manera en que se dio la independencia de 1821 (de Cuba y Puerto Rico llevaron refuerzos en 1863 para aplacar la resistencia dominicana). Según el lector se movía de una isla a la otra, la novela de Lezama se deshojaba. Algunas de sus páginas flotaron por las aguas del Río Ozama, que se tornaron rojizas, como si la tinta negra de Paradiso se transformara en la sangre de Lezama, un antillano que nunca viajó a Santo Domingo ni a Puerto Rico, sino a Jamaica (y a Méjico).

Trifolia dominicana: 1821, 1844, 1865. Dúo boricubano de 1868; el Grito de Lares en Puerto Rico estalla en septiembre; en Cuba, el Grito de Yara se escucha en octubre del mismo año, pero dura hasta 1878, Guerra Grande de la independencia. El de Lares fue silenciado 24 horas después del estallido; un golpe contra las fuerzas españolas que lideró desde Santo Domingo Ramón Emeterio Betances. Según se iba desintegrando Paradiso, el lector desplazado, ahora con una nueva taza de café en las manos —un “café (amargo)” del que se exportó en Puerto Rico durante la segunda mitad del siglo XIX—, temía quedarse con las manos vacías, sin siquiera la página 50, en la que se dice que a José Cemí, alter ego de Lezama, le gustaba escuchar el término de “oidor,” un término relacionado con el pariente de Cemí que había trabajado en la Audiencia de Puerto Rico.

Desfoliación progresiva de Paradiso, una desnudez que al mal lector peregrino le pareció paradojal, pues al viajero inmóvil lo motivó siempre la esperanza de la imagen (la presencia), no la dureza atroz de la entropía: “Toda disciplina tiene que estar acompañada por la gracia que regala la imagen, pues amputarse la posibilidad del recuerdo es acto que sólo los místicos pueden conllevar, al vivir en el éxtasis la plenitud del paraíso.” Desde esa esperanza, Lezama planteó que el ateismo de Nietzsche era equívoco, pues “lo guiaba no la plenitud de un sentimiento sino un resentimiento, dependiendo más de una reacción que de una acción, de una nueva creación de valores.”

Cambio repentino del viento; salto de narrativas. Con las manos vacías y la taza de café seca, navegando por algún lugar incierto del Caribe —¿la isla de Tortuga? ¿el Canal de la Mona? ¿la Isla de la Juventud?, ¿Guanahani?—, el lector desnovelado transmigró del origenismo lezamiano, demasiado órfico, al mundo de los bastonazos de Alejo Carpentier en  el cuento “Viaje a la semilla” (1944), un universo más sonoro y movido: “Marcial dio tres bastonazos en el piso, y se dio comienzo a la danza del valse…” Varias décadas después de los golpes de Marcial, con el mismo sentido propiciatoria de la comunión, Edgardo Rodríguez Juliá reducirá el número de cantazos en uno de los ensayos de Elogio de la fonda (2001): “Con dos bastonazos establecemos que el festín ha comenzado.

Desde el valse y el festín, las páginas de la novela de Lezama se fueron amontonando sobre las aguas frente a la Fortaleza Ozama (nombre taíno). Desde una turbulencia relativa, los folios mojados de Paradiso imantaron al lector pasajero a adentrarse en los meandros del Río Ozama, siguiéndole los pasos a los navegantes del siglo XXI que habían visto en la República Dominicana de la segunda mitad del siglo XIX la posibilidad de una anexión usamericana anterior a la de 1898: “La Guerra Hispanoamericana muy bien pudo haber ocurrido 40 años antes y no precisamente en Cuba ni Puerto Rico, sino en la República Dominicana”, (José Lee-Borges).

Desde los bastonazos del festín pancaribeño, la anexión de Puerto Rico en 1898 le resultó extraña al lector desnovelado, ya que durante el siglo XIX Cuba y la República Dominicana estuvieron más cerca de la anexión a Estados Unidos que Puerto Rico, la menos deseada de las tres islas.

(El 19 de diciembre de 2010 se cumplió el primer centenario de José Lezama Lima, 1910-76).

* Paradiso es la obra cumbre del ensayista, poeta y novelista cubano José Lezama Lima. Fue publicada por primera vez en 1966. Cuando se publicó la obra, causó un sinnúmero de reacciones, todas ellas diferentes. Fue acusada de obra morbosa, hermética, indescifrable y hasta pornográfica. Llegó a negársele el carácter de novela y hasta el de texto en general. Casi cuarenta y tres años después, sigue siendo una novela que rompe con los cánones de la literatura tradicional y que impone un gran reto intelectual.

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