Un entresueño con Gardel y Borges

Un entresueño con Gardel y Borges
 …y cantada por Gardel, mejor luciría una imperfecta milonga mía. JLB
 Y fue por ahí cuando el Jorge Luis Borges, a quien tanto le hubiera gustado descollar como payador en el almacén doña Rosa, de Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su extraña muerte. Los poetas se lucen cuando les parece, – es bien sabido- más no era fácil seguir la trémula voz de ese que con la vista opaca al decir ya respiraba en la frase venidera. Aunque fuera un gusto verlo apoyar sus manos en el mástil de la guitarra y hablar de ‘esas utopías que adoran los pueblos, como Carlos Gardel’. – Cada historia exige volcarse hacia la imaginación y el mito- se oyó en ese bodegón oloroso de moscato y aceitunas. Más cuando el Jorge Luis repitiera ‘neblinas de la imaginación y el mito’ con su mirada al cielo y su bastón de mano sobre otra como si hamacara una guitarra, y agregara ‘sin creer en don Quijote y Sancho Panza la historia de España no tendría pies ni cabeza’, enteramente se acalló el bullicio. Y tras un modesto ‘yo creo’, el Jorge Luis reiteró cada palabra como si contara un cuento sin recordarlo pero sí las voces para decirlo, en tanto los demás ansiaban conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal nutricia de la certeza’, y él ahí acentuó que la muerte gardeliana en junio del ’35 tenía sombras de verdad, y cada tanto ni siquiera eso… – Mucho se dijo que Carlos Gardel muriera en un accidente de aviación en Colombia, y eso sería incompleto – tartamudeó el Borges que anhelara ser un payador en el Camino de las Tropas, y se dio un resuello en su túnel de recordación.
Un espacio sin renglón propio del escritor que acaso por sostener impenetrable su realidad, decidió morirse en Suiza negándole al gentío los ritos de un velorio, el llanto televisivo y fotos con el fúnebre jadeo del instante sin retorno. Con ese mismo estilo que él despreciara por teleteatrales los comentarios que en las horas previas al vuelo en Medellín, una mujer le exigiera al Zorzal Criollo el reconocimiento de sus tres hijos y se uniera con ella para siempre. – Olvidables desvaríos de sobremesa, señores, que luego culparían del accidente a ese mozo Alfredo Lepera, tan amigo del cantor como abrevador de Amado Nervo, que por un enredo de polleras arremetiera a balazos con toda la concurrencia. También se dijo que para demostrar el buen humor argentino al piloto lo ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión; con más otros decires de entrecasa para instalar un Gardel sin magia gardelera en los turbios callejones del olvido – redondeó y se contuvo a juntar aire. – Carlos Gardel, artista malversado por tantos imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango, supo retirarse a tiempo.
Y era tan anticipada su memoria que hasta temía por su voz luego de incinerarse en Medellín. ‘Tengo miedo de ser un muñeco publicitario’, acaso dijera. Y como además temiera que su inflexión arrabalera fuera deformada por tantos desafinados que nunca faltan, supuso que se difundirían titulares anunciando actuaciones de Carlos Gardel en Quito y Bogotá, desfigurado por el incendio, – o ‘ircerdio’- y aclamado al entonar su primera estrofa. – Mucha tontería fue glosada por los congeladores del arte al predecir que nadie cantaría como él. Y ahora se me ocurre cuánto mejorarían en su voz mis imperfectas milongas, así como tanto envidio no haber escrito ese ‘percanta que me amuraste’ de Contursi. Pero así fueron las cosas…. Por lo dicho se sonrió apenas el Jorge Luis, acaso imaginando a un Gardel que luciera de lustroso smoking, chambergo inclinado más ese audaz atuendo de gaucho palaciego, pero siempre él por mucho que lucraran con su gloria esa pobre gente negociante de un Gardel producto terminado. – Porque ese modernizador jamás sería cómico de varieté o ídolo de barra futbolera – dijo y se tomó resuello. Y a quien una noche lejos de mi patria Argentina le escuché cantar un deleznable tango que yo nunca apreciara. pero que al oírlo reviví mi calle de Palermo con una madreselva trepando a una tapia, y de pronto sentí que estaba llorando. Tal vez un llanto de la hombría, acorde a esa voz compadre de Gardel; porque lo popular debe saberse, es un secreto de los pueblos que se aprende adentro.
Y ahí el hombre aquel desechó imaginar un Gardel que ensayara su sonrisa ante el espejo de un geriátrico, entre demás ancianos que se mearan encima. – Que el Zorzal sea otro cuerpo de esa tumba previa y entone ‘y chau Buenos Aires no te vuelvo a ver’ hasta que un enfermero lo silencia de un sopapo, es imposible. Ni un Carlitos bufón de discoteca sería tan irreverente… Alguien interrumpió al Jorge Luis Borges – antes o después de morirse en Ginebra, que eso menos importa- quien se hamacó sonriendo sobre su bastón o guitarra al escuchar ‘tiene razón el payador don Jorge Luis y basta de zoncera, señores. ¿En 1935 quien haría subir a Carlitos en un aeroplano que ni levantara vuelo? Vamos, que el Morocho no era ningún gil’. – Sí señores y es muy certera esa idea; no hay Gardel posible sin esa poesía de eternidad – concluyó el escritor que alguna esa vez se luciera por milonga en un boliche de Turdera. O en el sitio que los demás prefieran.

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