Un oso polar en Buenos Aires

Un oso polar en Buenos Aires
La estupidez humana resulta letal.
 
Que un niño muera de calor en un parque es noticia de alcance en los medios y es dolor en propios y extraños. Que lo haga un perro dentro de un vehículo aparcado al sol puede que merezca una reseña en ciertos periódicos y que provoque un gesto de contrariedad en bastantes personas. Que le ocurra a un oso polar en un zoológico sólo es relevante para el oso y para los animalistas.
 
Winner era un oso polar que vivía (moría) en el Zoológico de Buenos Aires y que según nos explican el pasado martes murió (del todo) por culpa de una hipertemia. Ese día se dieron en la Capital argentina36,7 ºC con una sensación térmica de 45,5 ºC. Este animal, en su hábitat, soporta temperaturas de hasta50 ºC bajo cero. Echen cuentas y verán que la diferencia de grados entre ambos valores es un rango que no se alcanza en ningún lugar de la Tierra.
 
Por cierto, que leyendo el término “hipertermia” uno puede pensar que el oso sintió un leve mareo, se desmayó y que su corazón dejó de funcionar en una muerte dulce que cualquiera de nosotros firmaría para cuando nos llegue la hora. Pues no, no es tan agradable ni tan rápido el asunto, porque en un golpe de calor antes de caer en el coma que llevará al fallecimiento se pasa, entre otros síntomas, por un periodo con fortísimos dolores de cabeza, delirios y convulsiones, sea la víctima un oso polar o un señor de Rosario.
 
El Zoológico de Buenos Aires cuenta con un Director de Bienestar Animal, el Doctor Miguel Rivolta. La misma cara de pasmo y repulsión se me quedaría si descubriese que existía la figura de un responsable de ergonomía en las plantaciones de esclavos, o la de un dietista al servicio de los presos en los campos de concentración nazi. Bien, pues este hombre que cobra un sueldo por trabajar allí donde su labor siempre será una bufonada, ha salido al paso de la muerte de Winner. Por favor, tengan la palangana a mano que sus palabras son de arcada.
 
Primero, para demostrar que él es un hombre sensible dedica un par de loas al desdichado animal:”Tenía un carácter muy especial, muy activo, era un gran demandante de juegos”. De este modo, el Señor Rivolta, quiere mostrarnos su cercanía y su conocimiento del oso, añadiendo un ligero toque de humanización, para que en ningún caso pongamos en duda su cariño, respeto y empatía hacia el desventurado Winner.
 
Después de el “qué majo era” viene el “qué bueno soy”, o sea, el sacudirse la responsabilidad y, directamente, echársela al muerto. Sí, al oso, así de necio y así de ruin, y por si fuera poca vileza por su parte le da una pincelada de ironía: “A nosotros nos recomiendan que tomemos mucho líquido y que estemos en reposo. Ahora, convencer a un oso polar de que haga eso es complicado”. No seas bocasucia. ¿Te obligan a ti a que te expongas, un día tras otro, a temperaturas que distan medio centenar de grados con aquellas para las que tu organismo está preparado y después te ofrecen un par de remedios de la abuela? ¿Líquido? ¿Reposo? Rivolta, ¿te serviría de panacea una siestecita o un cafecito caliente si te sentaran desnudo sobre una placa de hielo a 45 ºC bajo cero?
 
Y al final, en el frenesí del cinismo este hombre se quiere erigir en salvador de una especie, la misma a cuyos miembros contribuye a condenar al encierro, esclavitud, condiciones de vida extremas, enfermedad, tristeza y muerte, y nos cuenta que “Se guardó ADN del animal para que pueda aportar genética y salvar a esta especie. Buscamos dejar algo de Winner en vida”. Ya, sí, Joseph Mengele también era doctor y también se debía a la ciencia, o la utilizaba como coartada para sus acciones.
 
No es que la haya tomado contigo Miguel Rivolta, que al fin no eres más que otro sórdido engranaje en el negocio criminal de los zoológicos, pero lo cierto es que has realizado las declaraciones y la calidad de tu cargo me sigue revolviendo las entrañas y pateando la razón en el entorno en el que dices, sólo dices, desempeñarlo, porque hacerlo de forma efectiva es inviable cuando como en el caso que nos ocupa se dan dos circunstancias excluyentes para un animal: bienestar y permanencia en un zoo.
 
Que sepamos en el Zoológico de Buenos Aires en los últimos años se te han muerto por culpa de unas condiciones inadecuadas al menos otro oso polar, la pitón, las panteras negras, los varanos, las anacondas, los murciélagos y la jirafa. “Bienestar Animal”… “¡¡BIENESTAR ANIMAL!!”. Si es una broma no tiene ninguna gracia y una de dos: o eres un farsante sin conocimientos o tu puesto es simplemente una repugnante mentira para lavar la cara de un negocio que, como todos los zoológicos, reúne el tráfico de animales, su confinamiento, explotación y maltrato para venderlos como conservacionismo, educación y entretenimiento a los visitantes.
 
Un oso polar ha de vivir y morir en el Ártico, no en el Zoo de Buenos Aires. Como un toro no ha de morir en una plaza o alanceado en una vega, ni un visón desollado en una granja, un cerdo en un matadero, un beagle en un laboratorio de vivisección, un corzo en una montería o una oca con el hígado cebado hasta reventar. El hombre, la más egoísta y cruel de las especies se obsesiona en pervertir el orden natural (y el único admisible y viable) del resto de criaturas, y los zoológicos son una muestra más de cómo juega a Doctor Frankenstein con los seres que habitan el Planeta.
 
Los zoológicos no enseñan la realidad de los animales salvajes como no enseñan el comportamiento natural del hombre en libertad las celdas de Guantánamo o el pabellón de un hospital psiquiátrico. Son una distorsión con consecuencias dramáticas para sus ocupantes. Podremos luego adornarlos todo lo que queramos con fotografías de tundras, bosques o sabanas, cartelitos explicando la procedencia y costumbres de todos ellos, podremos contratar personal con título de veterinario o etólogo y vestirlos de Frank de la Jungla, podremos nombrar encargados de bienestar animal, nutrición animal o melomanía animal, que dará lo mismo. Lo que de verdad necesitaban era no haber sido arrojado en esas malditas y absurdas prisiones, y una vez que así ha sido lo único que podemos hacer, lo único digno y justo, es devolver a su hábitat o a santuarios a aquellos que sean recuperables y a los que no, procurarles un resto de sus días lo menos doloroso posible. Y por supuesto, una vez desaparecido el último ejemplar de cada uno de esos lugares, cerrar sus puertas para siempre o reconvertirlo en un espacio que sí ayude a los animales, como por ejemplo un centro de paso y recuperación de aves, de animales requisados, una protectora, etc.
 
Y si Usted, lector, no lo entiende o no lo comparte, permítame que le diga con todo mi respeto que, o forma parte de ese negocio o es una de esas personas que se compadecen por un niño muerto de un golpe de calor, le da un poco de pena si es un perro y le trae sin cuidado si es un oso, porque ese oso como Winner encerrado en un zoológico hasta que muera de calor y sea entonces reemplazado por otro, o esa elefanta como Susi, enferma desde hace años en el Zoo de Barcelona y cuyos responsables se niegan a que sea trasladada a un espacio donde viva lo que le quede dignamente, sólo le sirve para creer que le compra entretenimiento y educación a sus hijos, cuando lo que está haciendo es regalarles ignorancia, regalarles una mentira que alimenta el sobrecogedor bucle de un antropocentrismo mortal para el resto de las especies.
 
@JortegaFr
 
 
 

LQSRemix

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