Un pañuelo por Palestina: ayer mataron a mi hermano en Gaza

Un pañuelo por Palestina: ayer mataron a mi hermano en Gaza

Frente a las demoledoras imágenes que en estos días nos llegan desde Gaza, con cientos de criaturas brutalmente asesinadas, como en un nuevo Guernica del siglo XXI; frente al trajín de las últimas compras de la ya extinguida Navidad cristiana; frente al anual hartazgo de dulces, villancicos, papás Noel trepando por nuestras fachadas y el inevitable árbol instalado en el salón, los discursos reales, de las escapadas a las rebajas de Londres; frente a las tentadoras ofertas de las agencias de viajes, con escapadas a las nevadas montañas de sonrientes rostros de gente bien alimentada y abrigada con excelente ropa de marcas de prestigio; frente a la belleza de los compases de la Marcha Radesky resonando en la mañana del año nuevo en la majestuosa sala de conciertos vienesa, entre el batir de las “encallecidas” manos y los “extenuados” cuerpos del fatigoso trabajo diario de tan “sufrido” público; frente a todos esos paraísos artificiales adquiridos con la reciente paga navideña o con los pingües beneficios obtenidos en negocios más o menos limpios; frente esa nube de hastío y de indiferencia que se había instalado en nuestra sociedad desde el regreso de nuestras tropas de Irak y tras el sangriento 11-M de Madrid, diversas concentraciones y manifestaciones a favor del pueblo palestino han proliferado en distintas localidades del mundo.

Tanto crimen impune no podía caer en el cómplice silencio de estos pueblos que aún tienen memoria de los lejanos días del acero. De cuando ciudades enteras eran reducidas a escombros por la aviación nazifascista; de escenas de pánico ante la inminente entrada en los pueblos y ciudades de las salvajes huestes del general Yagüe: los legionarios y los cabileños marroquíes, con mujeres indiscriminadamente violadas al pie de los apacibles arroyos.  Imágenes repetidas aquí y allá de niños decapitados por la violencia del acero y de campesinos a los que se les escapaba su abundante salud por los boquetes que les producían los proyectiles de los poderosos panzers en su avance por la campiña francesa o por las vastas estepas de la Rusia soviética; de heroicos resistentes italianos torturados y fusilados en los días del aquí y allá aclamado Duce.

Memoria de granjas ardiendo por los cuatro costados, con  docenas de ciudadanos civiles ardiendo en su interior y la celosa tropa hitleriana vigilando para que de allí no escapara nadie con vida. Memoria de Oradour-sur-Glane, en cuya iglesia fueron ametrallados y quemados vivos, por los SS de la División Das Reich, en 1944, 210 mujeres y 230 niños. Memoria del fuego batiendo, arrasando todo indicio de vida en torno a aquel hongo mortal surgido del corazón de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en aquellas horas de agosto de 1945.

Memoria de los bombardeos sobre las ciudades de Coventry y Dresde.

Memoria de caravanas de mujeres cargadas con niños de corta edad, de ancianos, de soldados enfermos de paludismo o heridos en la defensa de las ciudades o en los campos de batalla del Marne, en  el Somme, en el Pacífico, por las sendas y las pistas sin asfaltar de África.

Memoria de aquellos niños huyendo despavoridos por las desoladoras carreteras del Vietnam de los años setenta, perseguidos por el NAPALM y desprovistos ya hasta de su propia piel. Memoria del pueblo saharaui, expulsado de sus tierras por las tropas marroquíes y en riesgo de ser exterminado por armas y productos fabricados en la democrática España de Don Juan Carlos I; por no hablar aquí de la Argelia de los años cincuenta, entonces en poder de la “libre” nación francesa, o de las “glorias y hazañas” del ejército belga en Congo y el asesinato de Patricio Lumumba; de esas terribles fotos de soldados del Tercio español exhibiendo sonrientes los trofeos de las batallas del Rif  (las cabezas cortadas de los prisioneros rifeños)  
 
Una vez más, (y por desgracia no será la última) todo el poderío, toda la ira y toda la furia de los descendientes de Abraham y de las 12 tribus de Israel desciende ahora sobre las martirizadas tierras de Gaza, que la cólera de Moisés y de Yavéh no se agotó en el pasado bíblico.

Pero, frente a todo ese horror que se nos sirve cada día por las agencias de noticias a nuestros confortables hogares, desde los funestos días de Shabra y Chatila, una nueva prenda convive con los “blue jeans” y con las zapatillas Niké. Se trata de los pañuelos palestinos que han surgido en nuestras ciudades como hongos, compitiendo con las camisetas antifascistas y los fantásticos “blueberry” con la bandera de las barras y las estrellas. Esta prenda, que nos podemos encontrar lo mismo en el “metro” que en las “manis”, en las facultades, en las colas de los cines o en las del paro, se ha hecho un lugar por derecho propio en el paisaje de nuestras ciudades, y más que una moda pasajera, es una seña de identidad con la que nos unimos en cuerpo y alma a la causa del pueblo palestino, con la que manifestamos nuestra admiración y respeto hacia la legendaria figura de Yasir Arafat y la resistencia de su heroico pueblo.

Es una especie de guiño que nos cruzamos de acera a acera, sobre el asfalto y sobre el frió de de las madrugadas camino de ese trabajo o de esa promesa de un empleo. Un guiño de complicidad que cruzamos con ese pueblo mártir, por encima de las tibias condenas a la “violencia de ambas partes” de nuestros siempre cautelosos gobiernos y sus exquisitas fórmulas diplomáticas. Un guiño de complicidad que equivale a un puño alzado en medio de la nada. Un puño que expresa ira, vergüenza humana, solidaridad, horror ante la noticia de esos diecisiete niños asesinados camino de la escuela por el ejército israelí; ante  el cadáver de ese civil que, en ese momento, simplemente conducía su inocente bicicleta por una modesta calle, o se refugió por un momento en el quicio de una puerta para protegerse de la posible lluvia; o tal vez cayó abatido por una granada de esos poderosos tanques, aún con la piedra en la mano, con la que quería repeler la presencia del ejército sionista en su tierra natal.

Seguirán conmoviéndonos durante largos años aún todos esos relatos del Holocausto judío; seguiremos recomendando a nuestros amigos los libros de Cohen, el bello relato, Reencuentro, de Fred Ulman… seguiremos profesando la misma admiración y respeto por las películas de Chaplin y de los hermanos Marx; nos seguirán conmoviendo de la misma manera El pianista de Polanski y La lista de Schindler, pero ya nadie nos devolverá la simpatía y la inocencia con que veíamos por primera vez, hacia 1960, la película Éxodo, con aquellos saludables y hermosos jóvenes (Sal Mineo y Paul Newmann) del Haganag, que se nos ofrecían como los nuevos David del siglo veinte, resistiendo al “terrorismo” de los “malvados” árabes y “tomando posesión pacíficamente” de las tierras que el dios bíblico les había invitado a ocupar hace miles de años.

 No deja de ser sintomático ver como el cine de Hollywood ha tomado, en la mayoría de los casos, partido por los vencedores, por los poderosos, creando opinión y llevándonos a tomar partido por causas que, ni eran nuestras ni siquiera eran justas, ya fuera en un pasado lejano: en el caso del indio americano, o en el caso de los que combatían la presencia británica en India. Esperemos que algún Ken Loach tome en sus manos, a la mayor brevedad posible, la defensa de estos pueblos que hoy se desangran en los campos de refugiados de la hamada argelina y de Palestina, para que crezca la solidaridad en el mundo por estos pueblos mártires: el saharaui y el palestino, víctimas del imperialismo marroquí y sionista.

 Con frecuencia, recuerdo aquella imagen de la cúpula del PSOE asomándose a un balcón de esa memorable Plaza Mayor de Madrid para saludar al “rojerío” que pedía la presencia de Alfonso. Aquella noche de octubre de hace veintiséis años, tras conocerse el triunfo de aquel que, como dijo después Rosa Montero: “con brillante intuición, aborreció el marxismo en el XXVIII Congreso”, refiriéndose a Felipe González. Hoy,  otro dirigente de aquella vieja escuela ocupa su lugar en la Moncloa con los resultados que conocemos.

 Tengo razones para pensar que, al menos a los que colaboramos en webs como ésta, ya nos dolerá un poco menos cuando cualquier día de estos los medios nos anuncien que, el actual partido de Pablo Iglesias bajó equis puntos en intención de voto. 

 Por el contrario, los que verdaderamente sentimos los sufrimientos de los pueblos, los que “pasamos” de los convencionalismos de la alta política para identificarnos plenamente con las causas de los pueblos en lucha, no dejaremos de exhibir nuestro pañuelo palestino en la ventana, para arrojarle al rostro del mundo nuestro desprecio por su hipocresía y por su indolencia ante los sufrimiento de otro semejante. Para escupirles nuestros vómitos a los “comités de no intervención”. Porque, y bueno será repetirlo una vez más: lo que realmente demandan, tanto palestinos como saharauis, no es diálogo, no es solo la caída de ese nuevo muro de la vergüenza, no es solo que cesen los bombardeos selectivos sobre la población civil, destruyendo los túneles donde “se ocultan las armas de destrucción masiva” que no se hallaron en Irak; no son nuevos convoys de alimentos con los que resistir otros sesenta años de fracaso diplomático y de presencia sionista en la región. Lo que exigen es que se les devuelvan las tierras y las ciudades que les arrebataron: los huertos que cultivaban, las aguas que les robaron y que ahora administran los mismos que pusieron luto en toda la familia palestina, las casas que tuvieron que abandonar cuando la ocupación y la guerra arruinó sus negocios, el regreso inmediato de todos los que fueron arrojados fuera de su país. No deseamos otra paz para ese pueblo que una Palestina libre y con capital en Jerusalén.

 Rechazamos de antemano el dialogo con los ocupantes porque, como en el pasado, no cabe el dialogo con los que, en nombre del III Reich, en el nombre del Glorioso Movimiento Nacional, en el nombre del Emperador invadieron países, torturaron y fusilaron gentes, sometieron a los pueblos, suprimieron leyes e impusieron durante décadas regímenes odiosos. No, no cabe el diálogo con los que se encarnaron en nuevos Mussolini, Hítler, Franco, los Pinochet, los Somoza y los Videla, los Stroesner de tan reciente memoria, el militarismo que en tantas ocasiones hizo arder nuestras ciudades y puso luto en millones de hogares. No cabe otro diálogo que la expulsión de los invasores. Con el enemigo no se negocia, al enemigo se le derrota.    

 Pasarán los políticos y los gobiernos pero, en un lugar preferente de nuestra casa, de nuestro corazón, siempre colgará un pañuelo o una bandera con los colores de estos dos pueblos. Esas mismas banderas, esos mismos pañuelos bajo los que en estos mismos días gritamos y saludamos con el signo de la victoria, rodeando y abrazando con nuestro calor de pueblo a los que gritan una y otra vez, en América, en Europa, en África, en Asia, allí donde haya una sola persona con conciencia…   

¡Viva Palestina libre!   ¡Viva el Sáhara libre!  ¡Viva la República!

 Ángel Escarpa Sanz

LQSRemix

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