Una sociedad embrutecida

Una sociedad embrutecida

Juan Gabalaui*. LQS. Abril 2019

Activar el miedo y el enfado implica cambios en nuestra manera de mirar la realidad. La vemos como amenazante y nos mantiene alerta, para actuar rápidamente ante cualquier indicio de peligro aunque sea de forma temeraria

Cuando hablas sobre la guerra civil con algún representante de la derecha española, suele hacer referencia al peligro comunista que se vivía durante la Segunda República y la necesidad del alzamiento nacional, que es la manera de referirse al golpe de estado contra el gobierno republicano. El peligro comunista fue un mantra invocado ante todo aquello que fuera contrario a los principios sociales y económicos del fascismo español durante los 40 años de dictadura. No importa que durante la Segunda República, el partido comunista fuera minoritario y su fuerza de convocatoria mínima en comparación con los socialistas del PSOE y los anarquistas de la CNT, estos últimos con una extraordinaria capacidad de convocatoria y miles de militantes. Se consiguió construir un monstruo con el que asustar a la población tomando como referencia la revolución rusa, que tanto miedo provocó en los poderes tradicionales al ver peligrar sus privilegios. Construir implica una acción deliberada dirigida a modificar la percepción de las personas. La realidad no es la que ven nuestros ojos sino la que construimos -o nos construyen- y, de esta manera, trasladaron su miedo a la población, y convirtieron al monstruo en un peligro para todos. Todo era comunista. Todo aquello que amenazara su poder. Facilitaron los elementos para que las personas construyeran una amenaza contra sus intereses aunque la gran mayoría ignoraba qué significaba el comunismo, el socialismo o el anarquismo. La represión y el miedo sirvieron, a su vez, para apagar la voz de la disidencia. Las personas que nos rodeaban ejercían de censoras.

Este hecho no se produjo únicamente en una sociedad fascista como la española sino también en las democracias liberales de la época. La fiebre anticomunista se despertaba ante cualquier indicio de izquierdismo. Así, Estados Unidos, como en todo lo demás, se convirtió en el paradigma de la persecución comunista. No es azaroso que una sociedad fascista y las democracias liberales compartieran este feroz anticomunismo. Ambas protegían un principio fundamental del capitalismo, la propiedad privada, así como la acumulación y la concentración de la riqueza en pocas manos. Todo lo que se consideraba amenazante, se tachaba de comunista. Esta simpleza era tan poderosa que apenas tenía contestación social. Hacía ya demasiado tiempo que el capitalismo había plantado la semilla en las mentes de las personas como para sacar rédito con frases simples que detonaban potentes emociones. El anticomunismo se convirtió, de esta manera, en una estrategia de movilización -política y electoral- de la sociedad contra aquello que amenazaba los intereses de las élites. Dejó de tener relación con el comunismo convirtiéndose en una maniobra con capacidad de activar emociones. Estas emociones son principalmente el miedo y el enfado.

Bernie Sanders, un socialdemócrata que está muy lejos de amenazar el sistema, es tachado de comunista en Estados Unidos. En 2016, Donald Trump se refirió a Sanders como “Bernie our communist friend“, medios de la derecha se preguntaban cómo va a dirigir el país un comunista o Hillary Clinton señalaba en los debates con Sanders sus veleidades izquierdistas como un pecado capital. No importa ser comunista sino ser acusado como tal. Insisto que no tiene que ver con el comunismo sino con lo que provoca en muchas personas , convirtiéndolas en agentes de los intereses de aquellos que acusan. En España, Podemos y sus dirigentes son señalados como comunistas aunque sus políticas y propuestas no lo sean. María Claver, periodista con un marcado sesgo derechista, señalaba en un programa de televisión que el manifiesto feminista del 8M era de naturaleza comunista porque incluía palabras como público y comunitario. Se refería a este párrafo:

“Para construir una economía sostenible, justa y solidaria que gestione los recursos naturales de forma pública y comunitaria, que esté en función de las necesidades humanas y no del beneficio capitalista. Para que logremos el acceso universal a los bienes naturales imprescindibles para vivir y priorizar los derechos comunitarios frente a los intereses privados“.

Carlos Cuesta, compañero de fatigas de Claver, tachaba los presupuestos del socialdemócrata Pedro Sánchez como presupuestos comunistas. Aunque para la derecha – cada vez más extrema- el mayor pecado de Sánchez es haber pactado con golpistas y comunistas. VOX pidió desalojar de la Junta de Andalucía a socialistas y comunistas -todos sabemos que Susana Díaz era una peligrosa socialista-. Albert Rivera se ha cansado de llamar comunistas a Podemos por su asociación con Izquierda Unida. Pablo Casado ha declarado que en las próximas eleciones generales se optará por la Constitución, la ley y la unidad de España o por el caos de comunistas, socialistas e independentistas. Este exceso en el uso de comunismo [y de otros términos como golpismo, defensa de la unidad de España o secesionismo] tiene un interés electoralista pero también pretende polarizar a la población. Lejos de fomentar la reflexión y el debate de ideas se busca la confrontación. Activar el miedo y el enfado implica cambios en nuestra manera de mirar la realidad. La vemos como amenazante y nos mantiene alerta, para actuar rápidamente ante cualquier indicio de peligro aunque sea de forma temeraria. El condicionamiento que ha recibido esta sociedad dirige la acción a la defensa de intereses ajenos a los propios. Los insultos y las amenazas de muchos simpatizantes de la derecha -extrema- están teledirigidos por la irresponsabilidad de políticos y medios deshonestos. Detrás del puñetazo encima de la mesa, la invocación del padre autoritario que resuelva la situación política y la ley del más fuerte, está el miedo, la irreflexión y la barbarie. Esta es la sociedad que quieren crear. Una sociedad embrutecida.

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