V. Pich y el planeta China

V. Pich y el planeta China

Desde niño, mi madre tenía llenas las estanterías de casa de trabajos manuales que yo hacía, sobre todo corderitos de papel maché. Sin embargo, ahora, todo lo que tiene es made in China. Los dragones de purpurina se han comido a mis corderitos. Y ella, tan contenta. Esas cosas duelen. 

 

En todas las tiendas del barrio que han cerrado, ha aparecido, pasando no más de una semana, un chino sonriente. Y, lo mismo si te venden un whisky que una fregona, no dejan de mirar unas televisiones pequeñitas en las que ven a tiempo completo películas chinas con actores que tienen la misma cara que ellos y que reparten unas hostias de no te menees como si bailaran El lago de los cisnes. 

 

He oído, además, que los chinos quieren empezar a limpiarse el culo con papel, como nosotros, para arruinar el Planeta. Y esto ya me parece de un egoísmo y una insolidaridad intolerables para cualquier persona humana.

 

Creo, en suma, que su rostro amable es en realidad una máscara tras la que esconden un artero y alambicado plan de colonización y Apocalipsis total.

 

Y sabiendo cuál es mi pensamiento, Pich se presentó en casa el otro día con un nuevo “amigo”, precisamente un chino. Me dio la tarde: “Oh, bonita casa tenel”, “Oh, nesesital nueva flegona”, “Oh, vino lioja malo, yo tenel mejor”, “Oh, tasa lompelse, tasas chinas dulal más”, “Oh, yo vendel camiseta selesión española, mu buen plecio”, “Oh, Pich nesesital nuevo desodolante” –en eso no le puedo quitar la razón–… Cuando se fue me cagué en todo el Extremo Oriente.

 

Pich, sin embargo, estaba muy contento. Me explicó que, según sus cálculos, China es tan grande y está tan llena de chinos que, cuando él reviente la Tierra, seguro que quedará algún pedazo de ese país con unos cuantos millones de habitantes flotando por la galaxia. (De España dice que, como mucho, se salvará el polígono industrial Cobo Calleja.) Y entonces tendrán que establecerse inevitablemente relaciones intercósmicas entre el planeta China y el suyo. Pich ya se veía volando todas las semanas en el puente aéreo entre la nave nodriza y Pekín, como embajador plenipotenciario. Yo, ante tal fiebrón amarillo, me mosqueé:

-Ah, muy bien, pues si es eso lo que quieres, vete a vivir con el chino.

 

Y Pich me contestó: “Antes no eras así. No aguanto más. Claro que me voy con el chino. Con él, al menos tengo un futuro”.

 

Bajamos a la tienda, sin dirigirnos la palabra, y allí le expliqué al chino nuestra decisión. Dijo: “Oh, Pich, glan amigo y mejol vesino. Yo no melecel tal honol”, nos regaló un chicle sin azúcar a cada uno y, con su mejor sonrisa, nos empujó hasta la puerta y nos puso de patitas en la calle. No ha vuelto por casa… 

 

 

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