Valores, subjetividad y carácter objetivo de la explotación

Valores, subjetividad y carácter objetivo de la explotación
Últimamente se ha puesto de moda hablar de valores. Antiguamente esto era una obsesión de la derecha, de la iglesia católica y del ejército. Pero ahora encontramos entre la izquierda muchas personas obstinadas en construir un ideario político alrededor de un listado de normas de buena conducta que denominan valores.
El problema en este tipo de propuestas, es que los valores se sitúan en el terreno de lo individual y más en concreto, en la subjetividad. A mí, en cambio, me interesa el análisis concreto de la sociedad donde los individuos tenemos que vivir. Sólo a partir de esta materialidad se puede entender la conducta de la gente y su grado de conciencia social.
Por ejemplo, yo estoy en contra del sistema capitalista, que es precisamente el sistema social dominante  ahora. Pero no fundamento mi crítica en una cuestión de valores. Critico el sistema porque explota a los trabajadores. Explotación es una palabra dura. Implica una crítica moral al capitalismo, no por lo que podemos encontrar dentro de la cabeza de tal o tal capitalista, sino por lo que es el sistema. Esta crítica, por lo tanto, no se basa en elementos subjetivos sino en un análisis científico de la realidad.
Conceptos como clase obrera, clase capitalista o explotación son conceptos objetivos. También lo son el concepto nación o el concepto solidaridad. Señalemos aquí que la solidaridad no es una cuestión de valores como dicen algunos, sino una conducta observable y que hasta cierto grado se puede valorar (medir). Todos estos conceptos, tienen como propósito explicar fenómenos sociales.
Cuando se habla del carácter explotador del sistema capitalista, en ningún caso se pretende aplicar este concepto a la personalidad o al carácter moral de los individuos que cumplen la función de capitalistas dentro de la pirámide social. No estamos analizando su jerarquía de valores.
Los capitalistas se ven obligados por necesidad a explotar a los trabajadores. Lo hacen con el fin de obtener un beneficio. Es su trabajo. Ahora bien, ¿son ellos los culpables o debemos culpar al sistema?
A menudo, la crítica a la explotación capitalista, se hace a través de la observación de la explotación individual. Condenamos la explotación de trabajo infantil por parte de determinadas marcas y todos estamos interesados, y yo el primero, en identificarlas con nombres y apellidos. Criticamos a tal o cual empresa que no respeta el convenio colectivo o tiene a sus trabajadores en una situación de precariedad extrema. Denunciamos los engaños y robos de la banca. Pero estas condenas individuales tienen que ser vistas como parte de una crítica del capitalismo en general. En caso contrario, los explotados se hunden en el corporativismo.
Hay muchos capitalistas que pueden realizar varias actividades laborales a lo largo de una jornada, pueden ir a misa o llevar una "mala vida". Pero lo que determina su conducta no es el tipo de trabajo que realizan ni sus oraciones o sus pecados, sino su relación con los medios de producción y con los trabajadores que explotan. Los capitalistas tienen que decidir que producen y cuánto producen, cuántos trabajadores necesitan y cuánto les interesa pagar a cada uno de ellos, cuánto y cómo tienen que reinvertir en la producción, etc. Estas decisiones se basan en sus propios intereses como capitalistas y tienen consecuencias sociales significativas.
Ahora les contaré una anécdota personal: tengo un amigo que es propietario de una librería. No es muy rico. Cómo tanta otra gente de su barrio está pagando una hipoteca. Tiene a su cargo 3 trabajadoras y yo diría que están a gusto trabajando de libreras. 
Pero si mi amigo algún día sanciona o despide a una de sus trabajadoras, será él personalmente el que dará la cara. Incluso puede darse el caso que injustamente alguien tilde a mi amigo de capitalista, o  de explotador, cuando de hecho él siempre ha sido un hombre de extrema izquierda.
En cambio, las grandes marcas y las empresas multinacionales, por general tienen un carácter impersonal mientras que sus ganancias corporativas son enormes en comparación con la masa salarial y a pesar de esto despiden de manera masiva y agreden la naturaleza para aumentar sus ganancias. Por eso, en este caso tiene un gran sentido intuitivo decir que estos capitalistas se benefician de la explotación de sus trabajadores.
Esto no es tan obvio con los pequeños empresarios. La diferencia en este supuesto tampoco se deriva de una cuestión de valores. El concepto pequeña burguesía es un concepto objetivo, ya que nos permite colocar a un grupo de empresarios en un lugar separado para diferenciarlos de los grandes capitalistas y de los trabajadores.
Cada pequeño burgués gestiona una empresa minúscula y contrata un número reducido de trabajadores. Estos empresarios en la mayoría de los casos se ven obligados a trabajar bajo las órdenes de una gran empresa capitalista con la cual no les queda más remedio que llegar a acuerdos desde una posición subordinada.
Trabajar para un pequeño capitalista a veces puede ser duro: el margen de beneficio de este tipo de empresarios acostumbra ser bajo y el número de trabajadores que explotan reducido. Afortunadamente no siempre es así: hay pequeñas empresas donde los trabajadores están bien pagados y donde se respetan escrupulosamente los derechos laborales. Pero tanto en un caso como en otro, la competencia las obliga a perseguir beneficios cada vez mayores y a rebajar costes. No tienen más remedio que competir y competir.
La gente suele asociar la palabra competencia con una virtud, como si de una cuestión de valores se tratara, pero la competencia es una conducta empresarial que desgraciadamente conduce a la centralización del capital mientras deja a mucha gente en la cuneta. Para comprobarlo sólo hay que observar lo que ahora está pasando en el sector financiero: hace unos años la competencia condujo a la mayoría de las entidades a abrir una oficina en cada esquina; después esta misma competencia las ha obligado a cerrar muchas puertas y reorganizarse bajo la música que tocan los grandes grupos financieros.
Para juzgar a fondo el carácter explotador del sistema capitalista tenemos que saltar las fronteras nacionales. La globalización, por ejemplo, es un fenómeno que han aprovechado las grandes empresas para desplazar sus factorías y explotar  trabajadores del Tercer Mundo.
En algunos casos, esto lo pueden aprovechar los gobiernos de estos países para desarrollar infraestructuras, aumentar el gasto social y mejorar la calidad de vida de los trabajadores. Pero incluso en estos supuestos, las grandes empresas se esfuerzan para evadir impuestos y presionan a los gobiernos para que  empeoren la legislación laboral. Todos sabemos que estas empresas  no tienen ningún escrúpulo en recurrir a la corrupción con tal de conseguir sus pretensiones. No creo que la mejor manera de analizar todo esto sea a través de un análisis de valores como se hace desde los países ricos cuando se acusa a los países de la periferia de no respetar "los valores democráticos del occidente civilizado".
Pero a pesar de los adelantos obtenidos en los países emergentes, unos adelantos que, por cierto, también son el origen de fuertes contradicciones entre países capitalistas, es un error suponer que bajo el capitalismo un día el mundo entero podrá vivir del mismo modo que  se ha vivido durante años en los países ricos. El capital desarrolla el espacio geográfico de manera desigual a medida que se va extendiendo por todo el mundo. Provoca bolsas de riqueza y bolsas de pobreza, como es fácil de observar. Esto no es una cuestión de valores como antiguamente creían algunos misioneros bien aventurados.¡ Es una cuestión social como de manera inteligente ha entendido la teología de la liberación!
Desgraciadamente, también hay muchos rincones del centre capitalista que se asemejan al Tercer Mundo. Esta realidad se puede afrontar de dos maneras. La primera es apelando de nuevo a los valores, hacer llamamientos a la caridad y orquestar campañas mediáticas para recaudar fondos. La segunda es luchando de manera colectiva  para evitar los recortes sociales y mejorar las políticas públicas.
En nuestro mundo no hay una lucha de valores. Hay una lucha de clases. Esto es difícil de aceptar dado que el capitalismo es un sistema que está muy arraigado. Por esta razón elaborar una política transformadora es una cuestión difícil. Ante estas dificultades algunos prefieren marear la perdiz y sermonearnos con la retórica de los valores.
 

 

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