26-J: continúa el ciclo y la restauración cristaliza

26-J: continúa el ciclo y la restauración cristaliza

Alberto_Garzon-Pablo-Iglesias-LQsomosDiego Farpón. LQSomos. Agosto 2016

Señalar lo que le ocurrió el 26 de junio a la izquierda socialdemócrata no se revela como un ejercicio fácil. Basta ver los numerosos artículos que buscan alguna respuesta para observarlo: unos cuantos parten de las premisas anteriores a las elecciones para reafirmarlas mediante un nuevo enfoque y decir que si se hubiese hecho de otra manera el resultado hubiese sido distinto. No hay ninguna autocrítica. Otros echan la culpa a la gente de no entender esto o aquello. Otros son condescendientes: dicen que no es un mal resultado el obtenido por Unidos Podemos. Mientras se lamen la herida dicen que no hay herida alguna. Otros textos simplemente son un puñado de letras incapaces de señalar ningún elemento de análisis, pero hay quienes sienten la necesidad de escribir para intentar extraer alguna enseñanza de lo ocurrido. En las organizaciones los debates no sirven para nada: cada una suelta su rollo y no escucha a las demás, repitiendo el mensaje hegemónico muchas veces, y no se sacan conclusiones, y el debate marxista, ¿de qué sirve si no para corregir el camino y seguir intentando comprender la realidad para intentar transformarla? Ni siquiera los análisis de las organizaciones dicen gran cosa: defienden su decisión política, la de la confluencia, así como su trabajo, de forma acrítica. La “valoración resultados elecciones generales de 2016” (1) de Izquierda Unida es la de cualquier organización política que forma parte del sistema –como corresponde-: ahí no hay nada de lucha de clases, como si lo electoral tuviese vida por sí mismo: “el 26 de junio de 2016 se cerró el intenso ciclo electoral que comenzó en mayo de 2014 (…)”: así comienza el informe, equivocado desde la primera frase porque no hay nada material, nada real, sólo la apariencia: las elecciones han revelado la actual correlación de fuerzas del trágico ciclo político y social que se cerró el 20 de diciembre del 2016. Lo que hemos vivido estas últimas semanas ha sido la farsa.

Las posiciones de Podemos no son mejores que las de Izquierda Unida. El esperpento de artículo de Juan Carlos Monedero habla claro: “no es que Unidos Podemos se haya equivocado. Es que hay un país real que sigue rehén del pasado y deprime”, y es que “mucha gente no ha entendido la firmeza a la hora de no ceder a un gobierno de Rivera presidido por Sánchez”. Llega a afirmar que Izquierda Unida tiene nostalgia por el pasado, por “un mundo del trabajo que ya no existe” (2). Monedero, asesor de Gaspar Llamazares durante la época más triste y ruin de Izquierda Unida, no entiende qué es la hegemonía, aunque al postmodernismo tanto le guste tergiversar y edulcorar a Gramsci, porque la ideología de una época es la ideología de la clase dominante, y lo que no ha entendido –no la gente, sino Monedero– son los tiempos de la historia y la posibilidad que existía, en diciembre, de haber quebrado el bipartidismo. Eso es lo que no entendió la gente, cómo entre Izquierda Unida y Podemos tiraron por la borda los esfuerzos de tantos años, y cómo, después, los segundos, con Pablo Iglesias como principal personaje, se imaginaban al frente de un gobierno que no merecían. La clase trabajadora y el mundo del trabajo han estado en primera línea combatiendo el stato quo ante la crisis orgánica del capital, a pesar de personas como Monedero, que la desprecian profundamente.

Nosotras vamos a lo largo de las próximas líneas a señalar someramente algunos elementos que a nuestro juicio se deberían corregir desde la base, para hacer protagonista a la clase trabajadora, la única que puede ser el actor fundamental en un proceso de transformación socialista: la ausencia de la autocrítica; la falta de análisis materialista; el electoralismo; el retroceso en la subjetividad de la clase; la renuncia a ser alternativa histórica y el burocratismo. Consideramos que la suma de todos estos elementos puede explicar la diferencia no sólo entre las expectativas y la realidad, sino entre diciembre y junio: los cambios que han operado en la lucha de clases, elemento material y real sobre el cual se construyó la unidad reformista y se crearon las ilusiones.

La ausencia de la autocrítica: la negación de la derrota

Quizás, un segmento de la clase trabajadora está esperando una organización humilde que sea capaz de asumir sus errores y construir su proyecto, no para la mayoría, sino con la mayoría.

La izquierda del Estado español tiene un enorme problema: se autojustifica constantemente, en lo interno y en lo externo. Todo aquello que hace mal o da malos resultados es culpa de la otra, aunque la otra sea una militante de dilatada trayectoria; o es culpa de los medios de comunicación –no parecen comprender que detrás de ellos están la defensa y el interés del gran capital, que es el poseedor de esas empresas, fundamentales para el correcto funcionamiento de la dictadura de clase de la burguesía–; o es que hubo un mensaje del miedo… no recuerdo –quizá lo haya, sólo digo que no lo recuerdo– un análisis de una organización que diga: hemos medido mal el tiempo histórico: creíamos que estábamos en una fase y estábamos más atrás; no supimos influir sobre la vanguardia del movimiento; pensábamos que este mensaje podía calar y no lo hizo porque no supimos conectar con las aspiraciones de la masa; no supimos calibrar nuestras fuerzas y hemos dirigido a la clase trabajadora a una nueva derrota…

Esos análisis no existen en la izquierda española. Y claro, cuando alguien no se equivoca porque nada hizo mal, nada tiene que corregir, nada puede aprender, nada puede enseñar. La historia lo lleva, entonces, de un lugar a otro, pero en nada influye en la historia y no puede cambiar su rumbo ni un milímetro.

Durante muchos años un análisis se repitió constantemente, fuesen elecciones municipales, autonómicas o generales: la ley electoral no es justa. ¡Claro que la ley electoral no es justa! ¿Es que la izquierda no sabe que la ley electoral es una ley? ¿Y no sabe que las leyes no surgen de la nada, que no son una abstracción, sino la concreción legislativa del poder real –el hegemónico, el que tiene la capacidad de ejercer la violencia cuando le es necesario para defender sus intereses de clase–? Lo más gracioso era que al tiempo se pedía una reforma de la ley electoral –consecuentemente con el pensamiento de que la ley electoral estaba mal hecha y había que mejorarla, como si fuese neutra–. Como si el problema de la clase trabajadora hubiese sido una ley electoral. Ese problema queda para quienes tienen la necesidad de engrasar el actual sistema de dominación, y quienes les hacen el juego. Con esa misma ley electoral el bipartidismo ha retrocedido y se podía haber quebrado: el problema no era la ley electoral, sino la insignificancia y la incapacidad de la izquierda para romper el entramado jurídico-legal de la burguesía. Entramado jurídico-legal que se ha endurecido en los últimos años –con la Ley Orgánica 2/2011, aprobada para obstaculizar que nuevos partidos o partidos sin representación puedan presentarse a las elecciones–, pidiéndoles de forma previa un mínimo de firmas-avales del censo. Aprobada, no es casual, cuando aparecen las consecuencias de la crisis y se erosiona la capacidad de dominación de la burguesía-. No negamos, decíamos, que se haya endurecido la ley electoral, es decir, que se haya retrocedido en democracia, pero ese no es el problema, sino la consecuencia del problema: el carácter de clase del estado.

Desde que comenzó a corroerse la hegemonía ideológica de la burguesía y se puso en marcha el enfrentamiento interno en el bloque dominante, como expresiones de la crisis orgánica del capitalismo, y se trasladaron al terreno de lo electoral y lo ideológico los cambios que tenían lugar en lo material, en la economía. Al menos el discurso de la derrota ha tenido que rejuvenecerse, aunque fuese para seguir reafirmándose y decir que la poca representación no es fruto de la incapacidad de la izquierda y del momento histórico.

En junio, como en diciembre, la izquierda pensaba en una victoria, por más que ahora lo nieguen: sólo así se puede explicar que la producción material que ha tenido lugar desde el 26 de junio sea en esa clave. Negarlo es tomarnos por estúpidas, aunque tanto como desde Izquierda Unida como desde Podemos lo nieguen.

La falta de análisis materialista: la historia ha frenado

Quizás, un segmento de la clase trabajadora aún se pregunta para qué sirvieron las marchas de la dignidad y si hay vida más allá de la llamada política real. El movimiento popular fue enterrado en Madrid el 22 de marzo de 2014, al no haber organización con la que articularse en un estadio superior.

No sólo Unidos Podemos ha sufrido una enorme caída. Otras fuerzas del espectro de la izquierda también han retrocedido como EH Bildu o el Partido Comunista de los Pueblos de España. También otras organizaciones con menor presencia como el Partido Comunista Obrero Español.

Así pues, si miramos un poco más allá de Unidos Podemos, ¿podemos pensar que es casualidad que retrocedan las fuerzas de la izquierda? ¿Es que todas plantearon mal las elecciones? Nos encontramos no ante ciclos electorales, sino sociales. ¿Cuándo se quebró el bipartidismo? Preguntado de otra manera: ¿cuándo se corroyó lo suficiente la hegemonía dominante como para que el movimiento obrero y popular avanzase? ¿Y cuándo, ante la incapacidad de la dirección del sector oligárquico del capital de resolver la crisis y el consecuente enfrentamiento interburgués, y ante la movilización del movimiento popular y obrero hubo una cristalización de la nueva correlación de fuerzas en el terreno electoral? Este es un proceso dialéctico y social, y como tal, no tiene una fecha, una hora y un lugar, pero tiene su origen en la crisis orgánica del capitalismo: de ahí surge Unión Progreso y Democracia. Aquel proyecto del bloque dominante que anunció, aunque de forma prematura, la ruptura del Partido Socialista a la hora de encarar la nueva época histórica, y que no fue capaz de consolidarse como lo haría más tarde Ciudadanos. Sin embargo, sí mostró el conflicto que tendría el PSOE, y que todavía hoy no ha resuelto: optar por fundirse con los intereses de la clase dominante y perder su influencia sobre la masa que lo considera en muchos casos de izquierda, o ponerse del lado de esta última.

El avance de la descomposición del capitalismo, de las condiciones de vida, hizo que el movimiento obrero y popular se pusiera en marcha: la historia la hacen los pueblos, y por primera vez para una generación esa frase se convertiría en realidad y dejaría de sonar vacía. El número de movilizaciones, diarias, fue enorme durante muchos meses. Hasta las elecciones europeas de 2014. Ahí, de golpe, se frena el movimiento. Desde entonces cabían las coaliciones, la estrategia, ganar un puñado de votos aquí o allá, y obtener alguna representante más, quizás incluso ganar en lo electoral, pero la izquierda se diluye si no hay movimiento popular y se diluyó y retrocedió hasta sobrepasar cualquier posible línea roja que tuviese.

La actual fase del movimiento, iniciada en 2007 y que tuvo su punto álgido en las Marchas de la Dignidad está detenida desde 2014. Entre medias miles de movilizaciones y cuatro huelgas generales, dos de ellas en 2012.

El electoralismo: la negación de la confluencia

Quizás, un segmento de la clase trabajadora quería una confluencia real, y no un esperpento electoralista en el que primaron los intereses personalistas y partidistas sobre la elaboración y el proyecto colectivo.

No hubo ninguna confluencia entre Podemos e Izquierda Unida. Las palabras de Cayo Lara, que pueden o no gustar, son muy esclarecedoras: “Alberto, has sido y eres mi candidato a la Presidencia del Gobierno. Me va a costar votar estas elecciones. Pero votaré como si fueras tú quien encabeza la lista de Madrid, porque aunque vayas en el número cinco tú sigues siendo mi candidato a la Presidencia del Gobierno” (3).
Si a Cayo Lara le iba a costar votar a Alberto Garzón, ¿cuánto no le costaría a otras miles de personas? Cuando algunas/os amigas/os me preguntaron a quién votar, ¿no era sensato remitirlas a las palabras de Cayo Lara, hasta hace muy poquito coordinador de Izquierda Unida? Entonces, ¿a quién votar? Ahí no había respuesta: no hay una alternativa a la izquierda socialdemócrata. En la voz de un militante de Izquierda Unida: “hemos repetido una y otra vez en esta campaña que tenemos un proyecto de país, pero yo sinceramente no lo creo. Y si diese un voto de confianza y lo creyese, no lo veo. Y lo que veo no es creíble” (4).

El ególatra de Pablo Iglesias, que fue causa desde antes de las elecciones europeas de división en Izquierda Unida, entre quienes querían la unidad y quienes prefirieron defender sus intereses burocrático-partidistas, dejaba lugar a Podemos como problemática para Izquierda Unida. Ahora el eje del debate en Izquierda Unida viraría ciento ochenta grados: desde después de aquellas elecciones europeas las dos configuraciones mayoritarias fueron entre quienes querían plegarse al oportunismo y sacar rédito electoral y quienes querían enfrentar al oportunismo desde el sectarismo y el dogmatismo para hacerse con las riendas de la organización y sacar rédito electoral. Quienes querían la unidad de forma franca como herramienta de transformación social se vieron superados por las luchas cainitas y perdieron influencia. Ante la posibilidad del éxito electoral el conflicto entre el viejo aparato de Izquierda Unida, encabezado por el sector menos dogmático y más pragmático a la hora de vivir de la política- y quienes querían constituirse en nuevo aparato –el sector más dogmático y con posiciones de clase más retrógradas– cristalizó. Al final, el viejo aparato –mucho más hábil– se disfrazó ante el avance de las/os postmodernistas y ahí están, Centella y Garzón al frente de la organización. La oposición prácticamente no existe.
Pero el problema estaba dado. Pablo Iglesias, quien había despreciado abiertamente a Izquierda Unida ahora iba a encabezar la lista de Podemos e Izquierda Unida por Madrid. Y no sólo eso, sino que el proceso no iba a tener nada de democrático. La llamada confluencia, negada meses antes, no existió: fue la fusión del aparato de Podemos con el nuevo aparato de Izquierda Unida, encabezado por Garzón, y en un contexto de reflujo del movimiento obrero y popular, que ya ha abandonado las calles. Las condiciones difícilmente podían ser peores.

Cayo Lara exponía de manera pública una contradicción interna. Que quede constancia, porque quienes lo aplaudieron son habitualmente los adalides del sectarismo, frente a quienes propugnamos un debate de ideas abierto, ciñendo lo que debe quedar en el seno de la organización al mínimo necesario e imprescindible…

(Esta nota es la primera parte de un reflexivo análisis, leer la segunda parte: “Del régimen de la democracia al catálogo de IKEA”)

Notas:
1.- http://agarzon.net/valoracion-resultados-26-j/
2.- http://www.comiendotierra.es/2016/06/27/a-la-primera-no-va-la-vencida/
3.- http://www.publico.es/politica/cayo-lara-alberto-me-costar.html
4.- https://18brumario.wordpress.com/2016/06/27/26j-lecciones-y-rumbos-a-tomar/
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Bego

2 thoughts on “26-J: continúa el ciclo y la restauración cristaliza

  1. Fácil o difícil, la cuestión sigue siendo si queremos el poder para transformar el mundo, o para gobernar como uno más de todos los grupos políticos…
    Da miedo la palabra Revolución o evolución. De eso se trata

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