8 de mayo, 1945: Alemania firma la capitulación incondicional

Por Daniel Alberto Chiarenza
Día de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial
La ofensiva soviética obligó a los nazis a lanzar todas sus reservas al frente oriental, y esto favoreció las operaciones ofensivas de los aliados hacia el este. Con una superioridad aplastante, sobre todo en aviación y tanques, las fuerzas de los aliados estuvieron en condiciones de asestar una derrota decisiva a las tropas enemigas. A mediados de marzo, grandes unidades aliadas se acercaron al Rin, y en la noche del 23 al 24, las tropas anglo-norteamericanas, después de una prolongada preparación, forzaron en muchos sectores esta importante vía fluvial. A principios de abril, los aliados rodearon una agrupación de tropas nazifascistas en la región industrial de Rhur, compuesta de 21 divisiones, con efectivos de unos 325 mil hombres que pronto capituló. El frente occidental alemán no tardó en desmoronarse.

El fin se encontraba cerca. Grupos aislados de jerarcas nazis intentaban conjurar la catástrofe que terminaría no sólo con el Tercer Reich, sino con el Estado militarista alemán. Los cabecillas cifraban las esperanzas en un posible conflicto armado entre la Unión Soviética y las potencias occidentales, considerando que Alemania podía y debía convertirse “en aliado natural” de éstas en una guerra contra la URSS. Esta idea era, en particular, de Ribbentrop, Goering, Himmler y otros. Durante marzo y abril de 1945 se hicieron muchas tratativas por parte de esos nazis para llegar a un acuerdo con las potencias occidentales. Conocida era la actividad del grupo Himmler, que estaba dispuesto a capitular ante el comandante supremo de las tropas estadounidenses, D. Eisenhower, con la condición de que los aliados conservasen las fuerzas armadas alemanas para la lucha contra los ejércitos soviéticos que avanzaban del este. Pero ya era imposible salvar a Alemania de la derrota completa. A mediados de abril, el ejército soviético emprendió la batalla de Berlín, última operación contra los nazis. Doce días y doce noches durante los encarnizados combates por la conquista de esa ciudad.
El 2 de mayo de 1945, el ejército soviético remató la derrota de los alemanes y ocupó Berlín, cuya caída auguraba el fin de la guerra.
Días antes de terminar la guerra en Europa, en un refugio de la Cancillería, Adolfo Hitler, completamente desmoralizado y perdida toda esperanza de salvación, se suicidó. El mariscal Doenitz fue designado sucesor suyo. Se trataba de un nazi de absoluta obediencia a las órdenes del Führer, partidario de la guerra hasta el último soldado, que intentó, de nuevo, lograr una paz por separado con las potencias occidentales.
El 8 de mayo, en un suburbio de Berlín, ante los representantes de la URSS, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, el exjefe del Estado mayor del mando Supremos de las fuerzas armadas hitlerianas, Keitel, uno de los principales criminales de guerra, firmó la capitulación incondicional de Alemania. Fue el acontecimiento de mayor trascendencia en la historia de la segunda guerra mundial. Significaba la eliminación del foco más peligroso de fascismo y agresión, la derrota del participante más fuerte y peligroso del bloque fascista. La rendición de Alemania trajo a los pueblos la paz tan dolorosamente esperada. Los pueblos soviéticos, ingleses y estadounidenses y toda la humanidad progresista celebraron con regocijo la gran fiesta de la victoria, en cuya conquista el papel más notable lo desempeñaron el pueblo soviético y sus fuerzas armadas.

“Algunas personas influyentes de los medios gobernantes de EE. UU. e Inglaterra [Al haber] fallecido Franklin Delano Roosevelt (13 de abril de 1945), que dejó un grato recuerdo como abnegado luchador por la colaboración internacional, asumió la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, Harry S. Truman; éste, Joahn Foster Dulles, el senador Waldenburg, el general Forrestall y otros eran los paladines del «trato duro» con respecto a la Unión Soviética. En mayo de 1945, el general Arnold declaró que el siguiente adversario de EE. UU. sería la Unión Soviética. En la creencia de que la URSS no estaba preparada para rechazar las incursiones de la aviación, Arnold proponía preparar de inmediato el ataque aéreo. Del mismo parecer era J. Grew subsecretario de Estado. El gobierno norteamericano dio curso al programa antisoviético y emprendió el aislamiento de la URSS. En vísperas de la apertura de la Conferencia de San Francisco, Truman no ocultó su alegría ante los rumores de la posible ausencia de la delegación soviética. Durante la Conferencia, el gobierno de Truman realizó un nuevo acto hostil contra la Unión Soviética: el 12 de mayo de 1945, sin previo aviso y a pesar de que la URSS debía entrar en guerra contra Japón, el gobierno norteamericano dio por terminada la vigencia de la ley de préstamos y arriendo. Tal actitud era una profunda ingratitud para con el país que había salvado a la humanidad del peligro fascista”. I. Nicolaev, V. Israelian: La Segunda Guerra Mundial. Buenos Aires, Editorial Cartago, 1971.

“El fascismo se disolvió como un terrón en el agua de un río y desapareció virtualmente de la escena política, excepto en Italia, donde en Italia, donde un modesto movimiento neofascista (Movimiento Sociale Italiano), que honra la figura de Mussolini, ha tenido una presencia permanente en la política italiana [que hoy se la conoce como Georgia Meloni, amiga del presidente argentino Javier Milei]. Ese fenómeno no se debió tan sólo al hecho de que fuern excluidos de la vida política los que habían sido figuras destacadas en los regímenes fascistas, a quienes, por otra parte, no se excluyó de la administración del estado ni de la vida pública, y menos aún de la actividad económica. No se debió tampoco al trauma de los buenos alemanes (y, de otro modo, de los japoneses leales, cuyo mundo se derrumbó en el caos físico y moral de 1945 y para los que la mera fidelidad a sus viejas creencias era contraproducente. pasaron un difícil proceso de adaptación a una vida nueva, poco comprensible al principio para ellos, bajo las potencias ocupantes que les imponían sus instituciones y sus formas, es decir, que les marcaban el camino que tenían que seguir. Después de 1945, el nacionalsocialismo no podía ofrecer a los alemanes otra cosa que recuerdos. Resulta característico que en una zona de la Alemania hitleriana con una fuerte de implantación nacionalsocialista, en Austria (que por un capricho de la diplomacia internacional quedó incluida entre los inocentes y no entre los culpables), la política de posguerra volviera muy pronto a ser como antes de abolirse la democracia en 1933, salvo por el hecho de que se produjo un leve giro hacia la izquierda. El fascismo desapareció junto a la crisis mundial que había permitido que surgiera. Nunca había sido, ni siquiera en teoría, un programa o un proyecto político universal [por eso es que no pueden ser tomados en serio Trump, Milei, Netanyahu, Meloni, Ayuso, Zelenski, etc.]”. Eric Hobsbawm: Historia del siglo XX. Buenos Aires, Crítica – Grijalbo Mondadori, 1998.
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