A mi gato le encanta Mozart

A mi gato le encanta Mozart

Hoy me distraje apreciando a mi gato Fidel con más decoro. Porque él,  que distante sabe callar, me retrajo a Lord Byron: ‘el gato posee belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, coraje sin ferocidad; cada virtud del hombre pero sin sus vicios’. Y además a una  semblanza del Ambrose Bierce: ‘gato, suave autómata indestructible y  preparado para recibir patadas, cuando algo anda mal en el círculo doméstico’. Pero bué, digamos…

Viendo a mi gato se comprende que ambulen invisibles cuatro veces al día y cuando ellos lo disponen, se exhiben con la guardia baja empobrecidos de lluvia y madrugada. Además todo gato es etéreo, inatacable, y su corazón les late en una verdad lejana y superior. La mirada de un gato si es ajena y perdida, nos reitera  ‘por dónde pasó el tiempo, qué hicimos con la vida’….

Mi gato revive al escuchar música en mi falda y su sutil sigilo lo refleja mi espejo al oír el yumbeado de Negracha o La Cachila de Pugliese. Ese compás marcado  conmueve  su pelaje aunque luego le gane su indolencia si el tango es catarsis nostalgiosa de chamuyarnos muy quedo, despacito de ciertas plenitudes sin testigo. Y sí gato Fidel, debo decirle, el tango es vino a solas o sueño demolido y por ahí, los ojos de esa piba que a contraluz retorna. Es por eso que el tango es en voz baja o a rasguidos de viola misteriosa, y más si algún recuerdo turbio irrumpe sin aviso o cierto olvido ya olvidado se adueña de nosotros. Siempre el tango en alta voz y teatralero es grosería de recién venido, y sin nuestro deschave confesión de ‘como fueron esas cosas’ sería otro ruido más, carnavalero; pero él compadre y sin reproches es un amigo que hasta nos guiña un ojo…

Si al fin de nada sirve inquietar a este felino con nuestra nostalgia y tantos cigarrillos de tediosa ceniza. Y más cuando al oír el Concierto Número Cuatro de Mozart, este gato Fidel se hace una fiesta. Levita leve y ligero, gato definitivo dos sílabas sin cuerpo que ambula en otro mundo sensorial. Y es tiempo ya en decirlo sin prejuicio;  a mi gato atigrado cualunque y sin prosapia lo diferencia del resto su refinado gusto musical. Cualquiera de su especie es amante a hurtadillas, intruso por la casa sin proyectar su sombra, clandestino de hondo enigma en su mirada, pero ningún otro se le arrima a Fidel al disfrutar la música de Mozart.

* Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina

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