Al rey de España, con más asquito que cariño

Al rey de España, con más asquito que cariño

De chaval pensaba que eras una buena persona. Supongo que a eso ayudó que durante unos cuantos años todavía me tocase vivir con Sargentín en el poder, y claro, parecía que muerto el dictador tú encarnabas la libertad, el progreso y la justicia asesinadas desde hacía tanto en España.

Hasta me creí aquello de que eras un tío campechano. Siempre con tu sonrisa puesta y aparentando cercanía, no te parecías a mi entender a los reyes absolutistas que estudiaba en mis libros de texto.

Después vino el golpe de estado y yo, como tantos otros, me tragué lo de que gracias a ti nos libramos in extremis de volver a un pasado tan cercano y terrible. Te vendieron como un héroe y como tal te compré.

¿Sabes qué queda de todo eso en mí?: la certeza de cuán profundas eran mi inocencia y mi ignorancia en aquel entonces.

Porque hoy, Juan Carlos de Borbón y Borbón, estas son algunas de las impresiones que me mereces:

Más cercano a los de “se sienten coño” el 23F, que a los que tenían que tomar asiento so pena de que les descerrajasen un tiro. Por supuesto, los documentos que así lo afirman están tan bien silenciados como las razones de tus continuas caídas, pero son igual de evidentes a pesar de ese secretismo.

Un caradura que exige sacrificios económicos a los ciudadanos, mientras a sus expensas, también a las de esos que han perdido prácticamente todo, no te privas de nada y tras ese gesto adusto y casi compungido en tus comparecencias, se esconde una de las sonrisas más cínicas que podamos imaginar.

Eres adicto a la tortura de animales y, sabiendo de tu ascendiente en razón del cargo que ocupas, porque el Caudillo te lo regaló y la Constitución nos lo endilgó, ejerces de valedor de actividades sangrientas, violentas y profundamente dañinas como la caza y la tauromaquia.

Contigo he pasado por tres estados: simpatía, indiferencia y repulsión. Desde hace mucho tiempo vivo en el último y espero, Monarca de la herencia franquista, dilapidador, inútil y matarife de animales por pura diversión, llegar a un cuarto: el de la despedida. Porque estoy seguro de que algún día veré cómo tienes que abandonar tu torre de marfil. Cuando eso ocurra, este País sí estará más cerca de la libertad, el progreso y la justicia, esos valores que, pobre de mí, pensé un día que tú encarnabas.

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