Algo más que un espejo: selfies de museo

Algo más que un espejo: selfies de museo
The Museum of Selfies

Por E. B. Hunter*

El hábito de fotografiarse delante de la Gioconda o de la Noche estrellada de Van Gogh se ha popularizado tanto con la llegada de la era digital que, a veces, parece justificar por sí solo una visita al museo. ¿Se trata simplemente de una manifestación de la vanidad contemporánea? No es sólo eso. Un selfie en un museo es también una manera de apropiarse de las obras de arte y de dotar la visita de un significado adicional

Que los visitantes se encuentren con los objetos expuestos exclusivamente mediante la contemplación silenciosa puede parecer un mandato moral que coquetea con el elitismo cultural

Popular entre los “influencers” que cuentan con millones de seguidores y temido por el personal encargado de cuidar las piezas de los museos, el selfie se ha convertido en los últimos años en una forma habitual de relacionarse con las obras de arte expuestas. Sin embargo, contrariamente a lo que puede parecer, no todos los selfies son iguales.

Algunos de estos autorretratos digitales sólo demuestran que hemos estado cerca de obras de arte icónicas y la mayoría de ellos sólo sirve para exponer en las redes sociales un aspecto de la vida de cada cual. Cuando el museo y su colección apenas funcionan como telón de fondo, la composición del selfie no es tan diferente de la de otro tomado en otro lugar. En contraste con éstos, “un selfie de museo” compromete a las obras expuestas de forma más directa.

Selfie en la Tate Modern en Londres

Autorretratos

En primer lugar, un selfie es mucho más que una foto tomada en escorzo por el brazo del fotógrafo que sostiene su teléfono a cierta distancia. Como afirman muchos influencers, los bastones de selfie, los trípodes y los temporizadores permiten hacerse un autorretrato desde ángulos y distancias diferentes y, como demuestran las obras de muchos pintores renacentistas, los autorretratos no son patrimonio exclusivo de la era digital. En resumen, la principal característica de un selfie no es su composición, sino el hecho de que la persona retratada -el protagonista del encuadre- comparte la foto en línea.

De hecho, los selfies de museo reconfiguran ese “yo” protagónico en diversas posturas lúdicas que implican la interacción con un objeto expuesto. Esto puede consistir, por ejemplo, en posicionar un cuerpo vivo de modo que parezca formar parte del objeto inanimado situándose de manera que “añada” brazos a una estatua que no los tiene.

También puede consistir en imitar una obra expuesta. Algunos visitantes llegan a recrear la obra con su propio cuerpo, mientras otros la reproducen haciendo hincapié en algún parecido con el objeto, como cuando se descubre el propio doble en una obra. Un tercer enfoque consiste en colocar un segundo teléfono inteligente como accesorio delante de la pieza, sugiriendo que la obra se toma su propio selfie.

El antiguo deseo de jugar con el arte

De hecho, los selfies en el museo ponen al descubierto la persistencia de la fantasía de que una obra de arte puede cobrar vida. Desde el Pigmalión de Ovidio hasta películas de Hollywood como Noche en el museo, las personas interactúan con objetos de arte imaginando que alguna intervención -la magia del mercurio, una antigua maldición, un teléfono inteligente- puede dar vida al objeto estático expuesto. En muchos sentidos, los selfies en los museos son la expresión digital de este antiguo deseo de jugar con el arte.

¿Cómo pueden las instituciones sacar provecho de este deseo? Históricamente, la relación entre los museos y los visitantes con cámaras de fotos ha sido irregular. Muchos museos prohíben las fotos con flash por temor a que las ráfagas de luz puedan dañar materiales delicados. Otros prohíben completamente las fotos por temor, no sólo a los daños sino también a la distracción que puedan ocasionar al fotógrafo y a los demás visitantes. Sin duda un bastón de selfie de un metro de largo tiene suficiente potencial destructivo como para justificar su prohibición.

Pero insistir en que los visitantes se encuentren con los objetos expuestos exclusivamente mediante la contemplación silenciosa puede parecer un mandato moral que coquetea con el elitismo cultural. Los museos ya disponen de estrategias para contener a los niños y a los grupos de turistas que puedan molestar a otros visitantes. Desplegar las estrategias existentes para gestionar también los selfies de los museos permitiría a las instituciones dar vida a sus colecciones con un mínimo esfuerzo, al tiempo que atraería a nuevos visitantes acostumbrados a la interactividad con los productos culturales.

De hecho, ni siquiera hace falta ir a un museo para hacerse un selfie en un museo. Este fenómeno fue especialmente visible durante la pandemia de COVID-19. Con sus colecciones físicas cerradas, instituciones como el Museo Getty de Los Ángeles, en Estados Unidos o el Rijksmuseum de Ámsterdam, en Países Bajos, retaron a los visitantes a hacerse un selfie de museo recreando sus obras de arte favoritas con objetos domésticos.

Esto reto generó miles de contribuciones de “visitantes virtuales” y una considerable cobertura mediática, lo que demostró la eficacia de los selfies en el museo para mantener los vínculos con el público y desarrollar la presencia digital de una institución cuando una colección física resulta inaccesible.

Más allá de la vanidad

Es muy tentador enmarcar a los nuevos públicos, sus prácticas de visita y la era digital en un desorden tóxico y egocéntrico. Pero el fenómeno de los selfies, tomados en museos o no, va mucho más allá. En 2023, los psicólogos examinaron el tema en profundidad por primera vez: en un estudio titulado Picturing Your Life: The Role of Imagery Perspective in Personal Photos [Imaginarse la vida: El papel de la perspectiva de la imagen en las fotos personales], los investigadores demostraron que esta práctica no es simplemente una cuestión de vanidad sino que, más bien, hacerse un selfie refleja el deseo de potenciar el sentido de una experiencia.

Mientras la foto en primera persona, la que capta una escena o un objeto, se utiliza principalmente para documentar experiencias físicas, la imagen en tercera persona, que incluye al fotógrafo en el campo visual, permite conferir un significado más profundo a los acontecimientos. Cuando los participantes en el estudio miraban sus propias fotos en primera persona, sólo recordaban las características de lo representado, pero cuando veían sus selfies, eran capaces de recordar su significado emocional o psicológico.

Así pues, en el entorno culturalmente cargado de las colecciones de arte, fomentar los selfies en los museos puede ayudar a las personas a individualizar, profundizar y preservar los significados que descubren al visitar los numerosos museos del mundo.

* Profesora adjunta de Arte Dramático de la Universidad Washington de St. Louis, Missouri, Estados Unidos. Publicado en “El Correo de la UNESCO”

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