Almuerzo en la Fonda Feliz

Almuerzo en la Fonda Feliz

Francisco Cabanillas. LQS. Marzo 2018

Fueron ellos [los esclavos en el Caribe] los responsables,
incluso de modelar los paladares de sus amos.
Sidney Mintz

I

Localizada en la segunda mitad del siglo XX de la literatura puertorriqueña, la Fonda Feliz, ambigú emblemático del cuento de Ana Lydia Vega, “Historia de arroz con habichuelas” (1982), se llena rápidamente de comensales.

Hambrientos, vienen al mediodía en busca de los platos que leyeron en la prosa de Edgardo Rodríguez Juliá: Elogio de la fonda (2001).

De fondo, la Fonda Feliz despliega una cita holográfica del gastropoema por antonomasia de Luis Palés Matos, “Menú” (1941): “Mi restorán abierto para ti transeúnte peregrino.”

II

Los primeros que llegan, uno con un poemario de Pablo Neruda bajo el brazo, el otro, con una novela de Luis Rafael Sánchez, son los filósofos: Chomsky, Zizek y Enrique Dussel.

Condensación: tres filósofos cuya biomasa política curva el espacio literario de la Fonda Feliz.

Chomsky, sin pelos en la lengua, lo pone todo sobre la mesa tan pronto se sienta frente a los sorullitos de maíz: Zizek, dice el lingüista más activamente político de Usamérica, no es más que pose. Su filosofía no dice nada.

Como si no fuera con él la cosa, Zizek se sienta entre Chomsky y Dussel. Picotea sorullitos. Pide tostones. Se limpia la nariz con la servilleta. Se hala la camisa del pecho. Dice que le gustaría escribir un libro sobre el escritor argentino decimonónico por antonomasia: Domingo Faustino Sarmiento. Habla de Fidel Castro y de la castración; del amor duro del Che; del chavismo…

Insiste en su visión eurocéntrica: cualquier camino que tome Europa, tiene que ser por la vía de la modernidad. Fuera de la modernidad, nada.

Chomsky subraya la tradición crítica de la Ilustración (por lo que, al votar a Hilary Clinton en las elecciones de 2016, lo hizo, para evitar el hedor, con la nariz tapada).

Dussel, que para contextualizar América Latina tuvo que inventar una historia no eurocéntrica, en la que no se habla de Nuevo Mundo y se desmiente la filosofía de la historia de Hegel, mira sobre todo a Zizek, quien no conoce nada de la colonialidad constitutiva de la modernidad.

Lo mira y piensa en Chomsky.

La transmodernidad, le dice Dussel a Zizek, atraviesa la modernidad de rabo a cabo, por ser esta inseparable de la colonialidad; en el proceso, la transmodernidad busca reconectar con lo que la modernidad hegemónica dejó fuera, como sería, entre otros reacoplamientos, el poder obediencial de los zapatistas. Un poder que, contrario al de la modernidad, no se concibe para dominar.

Zizek se toma un café descafeinado antes de pedir una empanadilla de pizza.

De espalda, en una mesa redonda para dos, José Francisco Ramos relee, ante una sopa de plátano humeante, el prólogo que le hizo al libro de ensayos de Yván Silén, Los ciudadanos de la morgue (1995), en el que hablaba de la cacocracia, el gobierno de los peores, antes, mucho antes de que Trump pusiera de moda el término.

La cacocracia se mira en el espejo de la cleptocracia.
Sobre una mesa vacía ha quedado abierto un texto clásico de Chomsky, The Culture of Terrorism (1988), en el que, una vez más, retrata la política exterior usamericana.

III

Como si fueran personajes de la literatura de Julio Cortázar, llega primero David Sánchez, estuche del saxo tenor al hombro; al rato, se sienta junto a él Miguel Zenón, cuyo saxo alto trae fuera del estuche.

Entre los dos, el jazz boricua saxofonea como nunca antes lo había hecho el saxofón puertorriqueño, siempre supeditado al protagonismo del trombón y la trompeta.

Sánchez toca los primeros minutos, fragmentados y afrocaribeños, de “Los Cronopios,” tema de Street Scenes (1996) en el que el jazzista cita un texto clave de Cortázar: Historia de cronopios y famas (1962). Libro de cuentos en el que una de las historias casi nos pisa los talones: “A la hora del almuerzo este cronopio gozaba en oír hablar a sus contertulios, porque todos creían estar refiriéndose a las mismas cosas y no era así.”

Zenón se suma al delirio saxofónico, aportando su dosis de jazz latinoboricua influido por la literatura de Cortázar: nada más y nada menos que un CD, Rayuela (2012), con el título de la novela más feroz de Julio, Rayuela (1963). Una propuesta composicional de diez temas que Zenón titula con nombres de la novela:

1. Talita
2. La Muerte de Rocamadour
3. Gekrepten
4. Buenos Aires
5. Morelliana
6. Oliveira
7. Berthe Trépat
8. Traveler
9. La Maga
10. El Club de la Serpiente

Sánchez y Zenón llenan La Fonda Feliz de música literatucéntrica, lo que provoca una reacción a distancia, formando un triunvirato, por parte de otro saxofonista del jazz boricua, Furito Ríos, en cuyo CD, La Maestría (2012), el saxofón diplomado se sale del jazz para entregarse a la salsa: clave del jazz latino, según el maestro.

IV

Entre la pintura canónica de Ramón Frade, El pan nuestro de cada día (1904), la fotografía descomunal de Víctor Vázquez, El pan nuestro de cada día (1998), y el ensayo iluminador del blog Celabie, “El plátano nuestro de cada día” (2016), las artes visuales y la literatura traman el tributo al plátano más dialógico de la cultura puertorriqueña.

Conversación entre las artes visuales que el ensayo visibiliza: el pan nuestro boricua ha sido el plátano.

La Fonda Feliz se mira en un espejo literario: la historia del arroz y las habichuelas se ha comido el plátano.

Visualidad que el ensayo pone en palabras: “Uno de los elementos más utilizados por los artistas para representar una idea de identidad nacional lo es el plátano” (Celabie).

Desde la fotografía, El pan nuestro de cada día (1998) penetra una dimensión metafórica de la pintura, El pan nuestro de cada día (1904). La tesis de la fotografía hace click: la comida diaria de la puertorriqueñidad, una cultura falocéntrica desde 1493, ha sido mitigada por la agencia matrial, cuyos senos nos miran sin pestañear.

Encuadre y firmeza: determinación. Lo matrial como el poder de las tetas sobre el Señor Plátano.

Desde la literatura, la complicidad platanera del ensayo, en Celabie, se materializa en un cuento clave de Manuel Ramos Otero, “Vivir del cuento” (1987), el cual la poeta Áurea María Sotomayor pone sobre la mesa de la poesía caribeña, donde comen poetas como Derek Walcott y Aimé Cesaire.
“De Puerto Rico [dice el personaje de Ramos Otero en “Vivir del cuento”] no recuerdo nada excepto una quebrada, una finca de plátanos y panapenes, una sopa de guinea y cuatro hermanos que murieron de raquitismo, de paludismo, de lombrices. Hace más de treinta años que vivo aquí, en Molokai, con los leprosos.”

“Vivir del cuento” cuenta que cuenta el cuento de un trabajador puertorriqueño desplazado a Hawaii en 1899: “Y el marido de Norma comentó que en Hawaii se daba una yautía que crecía salvaje en el agua pero que por más que habían tratado de sembrar matas de plátanos el terreno de Hawaii no dejaba que la mata llegara a su madurez y la abuela de Norma les enviaba plátanos por correo desde Puerto Rico.”

Cuento que empieza desde cero, “Cuando salí de Puerto Rico no sabía nada de Hawaii,” para elevarse después, como metacuento, al cuadrado: “El cuento es cosa de mujeres, dijo alguien desde el público, y estoy de acuerdo: Scheherehzada emancipó las musulmanas que estaban en la calle de la muerte y todo contándole cuentos interminables al verdugo.”

V

Como si estuviéramos en la segunda mitad de 1960, entran a la Fonda Feliz los poetas nuyoricans, Pedro Pietri, Miguel Piñero y Victor Hernández Cruz, recitando a coro la última estrofa del poema gastrocéntrico de Palés Matos, “Menú” (1941): “Mi restorán te brinda sus servicios. / Arrímate a la mesa, pasajero, / come hasta hartar y séante propicios / los dioses de la Uva y el Puchero.”

Hernández Cruz lleva un poemario de William Carlos Williams en el bolsillo trasero del pantalón.

Pietri fuma; pide a los saxofonistas la melodía de “Sabor a mí” (1964), de Los Panchos. La escucha mirando a Furito. Apuntando con el dedo hacia El pan nuestro de cada día (1904) de Frade, Pietri le recita a Dussel este fragmento de su opus magnum, Obituario puertorriqueño (1973/77):

Todos murieron
aborreciendo las tiendas de comestibles
que los convencieron creer en hacer bifes
habichuelas y arroz a prueba de balas

Dussel dice que sí con la cabeza (consciente de que Pietri murió en 2004).

Miguel Piñero pide la palabra. Escupe tinta contra el cenicero. Rompe la poesía desde la biografía. Dice que la calle siempre ha estado dura; por eso mismo, él, antes de morir en 1988, pidió que lo cremaran y que esparcieran sus cenizas por el Lower East Side del bajo Manhattan.

Para perdurar, para seguir siendo desde las calles nuyoricans donde se jugó la vida a pelo, como el bandido que siempre fue: musa maldita y genial.

En el gastropoema “The Menudo of a Cuchi Frito Love Affair / El menudo de un amorío Cuchi Frito” (1985), Piñero se culinariza en una hibridación chicanizante:

disturbing my macho machete pride (perturbando mi orgullo de macho machete)
so that la mancha de plátano (para que la mancha de plátano)
reminded me that I was a weak mondongo (me recordara que soy un mondongo débil)
my love . . . my life . . . my pride was a burnt chicharrón (mi amor… mi vida… mi orgulo era un chicharrón quemado)
a cold mofongo (un mofongo frío)
a melted piragua (una piragua derretida)

El proceso de hacerse comida mexicoamericaniza la fritanga boricua: “I turned into a hot tamale (Me convertí en un tamal caliente). Zigzaguea con gusto entre lo chicano y lo boricua: “state of rage (estado de furia) an alcapurria gone insane (una alcapuria enloquecida) when I saw these two enchiladas (cuando vi estas dos enchiladas) in a pastelillo embrace (en un abrazo pastelillo).

Repara en lo boricua: “so in my pasteles envy (de modo que en mi envidia pasteles) my tostón jealousy (mis celos tostón) that my salchicha eye spied (que mi ojo salchicha espió) the chorizo the mad morcilla drive” (el impulso chorizo morcilla loca). Dramatiza el fogón desde el vernáculo: “asi fue que fueron / traspasados los dos bacalaos.”

Finalmente, estalla etnoculinariamente: “and now with my burrito strike (y ahora con mi golpe burrito) displaying my quenepa pride (mostrando mi orgullo quenepa) in my tamarindo smile (en mi sonrisa tamarindo) I remember the pegao and the uncooked taste (recuerdo el pegao y el sabor crudo) of the frijol menudo of my cuchifrito / love affair . . . (del frijol menudo de mi amorío chuchifrito).

Deseoso de unidad, Piñero, un animal herido por la vida que le tocó fumarse hasta el cabo a la intemperie de Nueva York, escribe el poema en una servilleta que pega en la pared:

The Menudo of a Cuchi Frito Love Affair

I turned into a hot tamale (Me convertí en un tamal caliente
state of rage (estado de furia)
an alcapurria gone insane (una alcapurria enloquecida)
when I saw these two enchiladas (cuando vi estas dos enchiladas)
in a pastelillo embrace (en un abrazo pastelillo)
so in my pasteles envy (de modo que en mi envidia de pasteles)
my tostón jealousy (mis celos tostón)
that my salchicha eyes spied (que mi ojo salchicha espió)
the chorizo the mad morcilla drive / el impuslo chorizo morcilla brava
asi fue que fueron (so the two)
traspasados los dos bacalaos (bacalaos were ran through)
and now with my burrito strike (y ahora con mi golpe burrito)
displaying my quenepa pride (mostrando mi orgullo quenepa)
in my tamarindo smile (en mi sonrisa tamarindo)
I remember the pegao and the uncooked taste (recuerdo el pagao y el sabor crudo)
of the frijol menudo of my cuchifrito /
love affair . . . ( del frijo menudo de mi amorío cuchifrito)

Victor Hernández Cruz se saca de la manga su segundo poemario, Snaps (1969). Pide saxofón con clave y lee del libro que tiene en las manos: “Energy is red beans (La energía es las habichuelas rojas)… is mofongo cuchifrito stand… (es mofongo puesto de cuchifrito).

Cesa el ruido de platos (y de plátanos). El silencio de la cocina se escucha en el comedor. El poeta mezcla el español: “a comer / a comer / todos a comer…”

El triunvirato saxofónico enfatiza la política cultural de Snaps. Zenón lleva el alto al punto más bajo del registro; Sánchez se pasa al registro alto del tenor; Furito sopla el soprano desde la manteca.

El olor a Sofrito (2005), en la pintura de Nick Quijano, llena el espacio de ajo y cebolla.

Los filósofos escuchan a los músicos y a los poetas (el más nietzscheano de los filósofos, baila).

Como si estuviera viajando en tren de Madrid a Marruecos, donde vive en Kenitra desde hace más de una década, Hernández Cruz taconea sobre el papel en blanco de la poesía que está por hacerse. Invoca a los ancestros de Aguas Buenas.

Las páginas de Snaps, amarillas como están después de casi 50 años, vuelan al son de la cocina nuyorican: “cuchifritos & rice (arroz) & beans (habichuelas) by (en) / la bodega de pepe…”

Los poetas nuyoricans vuelven al poema de Palés Matos, “Menú” (1941), y gritan al unísono: “palmeras al ciclón de las Antillas, / cañaveral horneado a fuego lento, / soufflé de platanales sobre el viento…”

VI

El espectro del boricua José Padilla, arrestado en 2002 como sospechoso de conspirar contra Estados Unidos en la llamada Guerra contra el terrorismo, declarada por G.W. Bush en 2001, entra como si fuera un zombie de la ciencia ficción caribeña al que le han borrado, además de sus derechos constitucionales, el sentido de identidad personal.

Detrás del espectro de Padilla, entra el primer soldado estadounidense nicaragüense, Camilo Mejía, quien, en 2004, se negó a seguir peleando en Irak, por lo que cumplió un año de cárcel.

Entre el espectro del “ex combatiente enemigo” y la materialidad del “desertor” que se opuso a la brutalidad de la guerra injusta contra iraquíes y soldados usamericanos, a los que el neoliberalismo neoconservador del complejo militar industrial y de la industria del petróleo sacrificaba con impunidad, la Fonda Feliz se radicaliza.

Cuando llegan los ex presos políticos puertorriqueños, Rafael Cancel Miranda, Elizam Escobar y Oscar López Rivera, la literatura se politiza.

VII

De algún teléfono celular se escucha un tema de Calle 13: “Tengo hambre, mucha, mucha hambre” (2005).

El mesero que le sirve una ensalada de pulpo a Chomsky —un mozo muy parecido al protagonista de la película de Arturo Ripstein, La virgen de la lujuria (2002)— cita un verso de Violeta López Suria: “Soy la que se alimenta / De la música triste” (1953).

Enrique Dussel y Francisco José Ramos hablan del “encubrimiento del otro” y de la “estética del pensamiento.”

Entre los narradores que entran, como quien dice, por la cocina, uno, dado a la poesía, el dominicano Pastor de Moya, “tomo mis crías y les doy de comer” (2000), llega con un ejemplar de Los nuevos caníbales. Antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano (2000), el cual pone sobre la mesa como si fuera un suculento plato del “menú” de Palés Matos, abierto en la página del cuento de su compatriota, Máximo Vega: “¿Sopa de pollo para qué? Estamos hablando de comida.”

Intertextualidad; desde “Menú” (1941), Palés Matos contesta la pregunta entre paréntesis: “(Sopa de Martinica, caldo fiero / que el volcán Mont Pelée cuece y engorda; / los huracanes soplan el brasero, / y el caldo hierve, y sube, y se desborda, / en rebullente espuma de luceros.”

La Fonda Feliz se traspapela con el viento. De la cocina, llega una bola de humo con olor a pernil de Guavate que reivindica la gastroliteratura boricua; entre otros, el ensayo de Rosario Ferré, “La cocina de la escritura” (1980), y las novelas de Eduardo Lalo, Simone (2011), y de Juan López Bauzá, Barataria (2012).

Otra vez, la voz del poeta, Hernández Cruz, traspasa el inglés del poemario nuyorican, Snaps: “que suene la conga ahora / que suene la conga ahora.”

Los saxofonistas miran a los filósofos en busca de complicidad. ¿Le gusta el jazz a Chomsky?

Furito le saca punta al soprano, con el que subraya pasajes de la primera novela sobre Héctor Lavoe, Rompe Saragüey (2016).

VIII

La realidad intensifica su grado de culinariedad. De una novela de ciencia ficción, Exquisito cadáver (2001), surge la herejía de Rafael Acevedo, que llega vestido con el uniforme de chef: “el cuerpo del personaje principal de la fiesta apareció en la cocina, crudo, pero aderezado como si fuera la gran cena… rodeado de pasta, spaghetti ai frutti di mare.

La narrativa boricua se estremece. “La carne es el placer de la carne,” dice Marta Aponte Alsina en la novela La muerte feliz de William Carlos Williams (2015). Los críticos literarios googlean sobre la antropofagia con los dedos llenos de mayoketchup y sal de los tostones.

¡Bingo!: la crítica encuentra una novela corta, La muerte de mamá (2004), en la que el personaje de Yván Silén se come a la madre muerta.

Deglutiéndose a sí misma, la literatura se alimenta de su propia poesía.

IX

En vez de terminar a la una de la tarde, el almuerzo en la Fonda Feliz se prolonga indefinidamente, como si fuera un cuento de no acabar o un poema con final abierto.

Para ponerle un poco de límites al festín, como dique, la historia culinaria de Cruz Miguel Ortiz Cuadra, Puerto Rico en la olla. ¿Somos aún lo que cominos? (2006), cuya traducción al inglés, Eating Puerto Rico: A History of Food, Culture, and Identity (2016), hace saltar a los poetas, traza un mapa alrededor de seis alimentos clave de la dieta boricua: el arroz, las habichuelas, la harina de maíz, el bacalao, las viandas (incluido el plátano) y la carne.

Desde la novela negra, Wilfredo Mattos Cintrón cocina comida criolla.

X

Todavía se escuchan los diez minutos más largos en el jazz latino de Ray Barreto: “Cocinando” (1972).

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos

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