Amor y violencia

Amor y violencia

Dicen que estaban unos bribones esperando que el amigo, listillo de turno, bajara de echar su  polvete, pues hoy era sábado, sabadete, y se había puesto camisa blanca y comprado un par de condones en la farmacia de enfrente.

Esperaban a que les contara el lance lo más expreso posible, pues era listo y estudiaba para médico y ya sabía recetar en su pueblo de Cuéllar, en Segovia. A cualquier enfermedad sacaba una receta y la daba al enfermo, y decía:

-Dios te la depare buena, y si no, el Diablo, majete.

Tenía entre sus paisanos más fama que la curandera vidente de El Espinar.

También, cuentan que no se comió una rosca, en el tiempo que vivió allí,  aunque anduvo por las casas y mesones de su pueblo y de Iscar, en Valladolid, buscando como él mismo decía “a la Asna de mis sueños”, tan sólo consiguiendo chuparse el dedo.

Le echamos de ver enseguida, pues al salir del piso de citas dio un portazo. Su color y olor eran los típicos en estos casos. Estaba encabronado porque la señora de la palangana de lavar el pene le había dicho que también visitaba la casa el sacerdote del barrio, pero advirtiendo que él  venía “a combatir acciones bien obscenas”; pero que para fundarlo había que probarlo.

Respiró profundamente, alzó el pescuezo y exhaló como un Rebuzno. En un instante, comenzó a contar, mostrando gran sentimiento y a la Asna maldiciendo, sin embargo:

–          Que él se sentía como Príapo. Que sostuvo con la Asna un gran combate, a quien más. Que urdió la tela y tramó la lana. Atisbando el sitio donde debía entrar mi diosecillo, le dije: Corina, ¡que buen pienso se va a dar tu dios¡ Que ella se hizo fuerte, no recuerda si en la cocina o en la alcoba, pero que en el combate él quedó muerto. Tanto ardor empleó, tanto esfuerzo, hasta que la suerte o desgracia hizo que él le mordiera el pezón derecho, dejándole una marca.

–          Que, por fortuna, me espabilé. Ella me gritó, me llamó de todo lo mejor, diciéndome Burro y Asno.  Dijo que renegaba de mí y que me clavaría el cuchillo que llevaba en la mano izquierda. Que me cortaría el pene. Que ya se acabó el de tocar ese instrumento como los músicos lo tocan y los niños del coro al padre en los templos. Que, como castigo,  bajase callandito y lentamente donde Vesta se vio apriapada sin querer queriendo.

–           Confuso y aturdido, bajé a los grandes y pequeños labios. Ya me acerco. Ya llego. Ya me relamo. Cuando voy a lamer, me apodero bruscamente con los dientes de ese pequeño diosezuelo del que algunas chicas y mujeres reniegan, y algunos caníbales lo cortan como trofeo. Le muerdo. Ella, con tremenda rabia,  quiso agarrarme de los pelos y clavarme el cuchillo. Pude darle chasco y salir corriendo.

–          Me lanzó el cuchillo que se clavó en la puerta, detrás de mí.  Algún día llegaréis a ver el agujero, si vengáis al Asno que lleváis dentro. Espero que no os encontréis en tal aprieto. Y que la metáis y saquéis con bien, salvados de tal riesgo.

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LQSRemix

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