Aquí es el arre

Aquí  es el arre

relato131Daniel de Cullá. LQSomos. Noviembre 2014

Estaba yo arrancando agallas, excrecencias que se forman en algunos árboles, para quemarlas en el brasero del siglo XVII que hay a la entrada de la Sacristía Mayor de la Catedral de Burgos, que me parecían los órganos de respiración de los peces barbos del río Arlanzón, cuando, de repente, se me apareció Agata que venía como si hubiera sido metida en tinta de agallas para recibir después el color negro del demonio. Venía con un collar con cuentas de plata huecas y el falo del diablo muy abultado colgando. Ella decía que Satán era un dios de grandes bríos. Que, por ejemplo, había jugado con las concubinas de los Reyes moros en el Patio de las Muñecas en el Alcázar de Sevilla, ídem de las Doncellas en el ídem, y en el dormitorio de los propios Reyes donde dejó preñada a una. También, en la sala de las Dos Hermanas en la Alhambra de Granada, y en el tocador de la Reina en la ídem, donde dio tornos y vueltas a su derredor cuando estaba fogoso y era hostigado por ella. Que, por ejemplo, Satán se encarnó en Agamenón, rey de Argos y caudillo supremo de los griegos en la guerra de Troya.

Como agamitando, imitando la voz del gamo, me dijo que le acompañara a un Aquelarre, que yo entendí “aquí es el arre”, que se iba a celebrar en la cueva grande del Cañón del río Lobos, detrás de la ermita de san Bartolomé, en Soria. que parece una gran cueva gazapera cual madriguera de conejos enormes, donde anidan algunas aves y murciélagos, y donde crecen aginas, plantas cuyas flores carecen de órganos sexuales.

Me dijo que allí estaría Aganipe, ninfa del Parnaso que fue transformada en fuente. Que yo podría “aganipear” con ella, sabiendo que, desde mi Juventud, ese era mi deseo. También, estaría Agar, sierva y concubina de Abraham, entre otras agapetas, ciertas mujeres que viven en comunidad, y, claro, brujas y brujos que traerán en sus manos esa sustancia mineral blanca y esponjosa de la que se hacen ladrillos. Lo normal.

– Como ves, me dijo, tenemos buenas agarraderas. Además, haremos en círculo “agarrados”, bailes y danzas en que iremos asidos por los brazos preparatorios del beso al Cabrón mitológico que tiene cabrillas, vejigas en las patas.

Me metió las cabras en el corazón, al agarrarme fuertemente con las manos, fuertes como garras, arrastrándome consigo, y gritándome al oído:

-Cabra coja no quiere siesta, que por do salta la cabra salta la que la mama.

Mi hombría braceaba por sotavento y mi lengua halaba las bolinas de barlovento con objeto de ceñir los aires que llevaba esta bruja. La hubiera dado garrote o tortor con un palo si le hubiese tenido a mano.

Llegamos a la cueva. Cueva que es como un Aglosóstomo, monstruo sin lengua. Había agasajo. Entre los asistentes me pareció ver una persona que creí ser Fernán Caballero, seudónimo de doña Cecilia Bohl, conocidísima novelista castellana. No vi a Aganipe ni a Agar. Las brujas y brujos nos obsequiaban, halagaban con regalos y otras muestras de afecto y consideración, a la espera de ver en su trono al macho cabrío. Las mujeres hacían sartas de higos silvestres, cabrahigos, colgándolos de las ramas de una higuera hembra para que la fecundicen. Como ofrendas, muchos llevaban dulces, helados y chocolate Yo le traía un Cabreo de Cabrevar, o libro Becerro donde se apean en los terrenos realengos las heredades o fincas obligadas a pagar derechos al Cabrón. Unos brujos, tirándole de una hebilla, traían al Macho rabicorto, gayado de pelo dorado y castaño con pintas blancas. .Le colocaron en medio del Círculo, sus patas delanteras sobre una silla, enseñándonos el culo. Su ojete era un ágata, piedra fina, dura y translucida. Después de cantar en pagano, y pedir que a los majaderos, simples y zoquetes del gobierno, todos corruptos, les saliese en el ano el Gazmol, grano que sale en el paladar y en la lengua a las aves de rapiña, y esparavanes o tumores en los corvejones, comenzamos a desfilar para ir besando de uno en uno el ágata-ojete del macho cabrío. Joya que había sido robada del templo de Jerusalén, y malvendida por los Templarios. Hay quienes dicen que los robadores del ágata fueron los Aginios, sectarios del siglo VII los cuales niegan que sea sacramento el matrimonio.

El macho cabrío se movía sacudiéndose los besos, inquietándonos, turbándonos al mover violentamente el culo. Yo tuve pasmo, asombro, pues al ir a besar el ágata u ojete del Macho vi que era un Aglaya, uno de los planetas telescópicos que circulan entre Marte y Júpiter, especie de amuleto o reliquia en que estaban escritos los nombres de algunos Inquisidores.

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