«Aquí no hay más rebeldes que ustedes»
Ernesto Rodrigo*. LQS. Septiembre 2020
La imagen: José Aranguren Roldán, General de Brigada de la Guardia Civil, el que asoma la cabeza, detrás de Franco a su derecha, con tricornio. Fotografía tomada junto a Manuel Azaña en 1932 en A Coruña.
Cuando el golpe del 36, no quiso traicionar su juramento. No quiso traicionar ni a su Gobierno ni a su pueblo, no quiso traicionarse, no quiso perder su palabra. Y no lo hizo, todo lo contrario. El ataque golpista contra la legalidad Republicana le alcanza en Cataluña al frente de 3.600 guardias civiles, que se mantendrán firmes en la legalidad constitucional defendiendo la República. Esa lealtad, ese honor, será concluyente para el fracaso de la sublevación en Barcelona. Lo pagará con su vida. Fue fusilado el 21 de abril de 1939 por delito de “Rebelión” (2). Asesinaron a un hombre de honor, quienes no lo tuvieron: «Si mañana me fusilan, fusilarán a un general que ha hecho honor a su palabra y a sus juramentos militares. Pero si mañana le fusilan a usted, fusilarán a un general que ha faltado a su palabra y a su honor» (3).
Franco traicionó todo por lo que Aranguren murió: Honor y Lealtad. Desde el mismo día en el que traicionó a su palabra, su obsesión fue tratar de exterminar a quienes sí habían sido leales. No hubo límites en la matanza que desató. En el frente, en la retaguardia y en la posguerra, fue llenando cárceles, fosas y cunetas de la Lealtad que no tuvo. Probablemente, el Honor, le producía arcadas.
Franco siguió matando durante 40 años. Lo hizo de una manera o de otra, pero siguió enterrando lealtades. A balazos, de hambre, de extenuación en los trabajos forzados, de dolor o de tristeza, siguió matando al pueblo del que había salido hasta sus últimos días.
No en vano, se ganó la amistad de personajes tan siniestros y sanguinarios como Augusto Pinochet, que veía en el dictador español y en la represión política que desató con la guerra, una fuente de inspiración de cómo acabar físicamente con la dignidad de todo un pueblo. A Pinochet y a Franco, además de unirles una gran complicidad auspiciada por EEUU, tuvieron en común haber faltado a su palabra, haber traicionado a su juramento y haber vuelto las armas contra su propio pueblo. Augusto Pinochet, fue el jefe máximo de las Fuerzas Armadas durante el gobierno de Salvador Allende.
En 1973 la República de Chile era la democracia más avanzada de América Latina, y los Estados Unidos, con fuertes intereses en el Cono Sur, veían esta consolidación progresista como un peligroso precedente que amenazaba con extenderse. No iban a permitirlo. El 11 de septiembre de 1973 sería ejecutada con su apoyo dentro de la Operación Cóndor, una acción de guerra sin precedentes: el bombardeo del palacio de La Moneda, el bombardeo del palacio Presidencial por las propias fuerzas armadas del país. Salvador Allende, Presidente socialista del Gobierno de la Unidad Popular, defendió con las armas en la mano lo que el pueblo había defendido en las urnas: la libertad de ser, de estar, y el derecho a decidir. Se cumplen ahora, 47 años de su muerte.
El 12 de septiembre, menos de 24 horas después del golpe, cuando los tanques imponían el toque de queda y se daba luz verde a la orgía de la sangre de la represión, Augusto Pinochet enviaba una carta a Franco para comunicarle el próximo reemplazo del embajador de Chile en España y transmitirle su admiración: “Os ruego aceptéis los sinceros votos que formulamos por el bienestar de Vuestra Excelencia y por la grandeza de España”. Extrañamente, esta comunicación está fechada en el abrasado Palacio de La Moneda. (4)
El Historiador Mario Amorós explica en su libro “Pinochet”. Biografía militar y política (Ediciones B) que la admiración era mutua: “El 18 de septiembre de 1975, el jefe del Estado Mayor del Ejército español, el teniente general Emilio Villaescusa, impuso a Pinochet, en Santiago de Chile, la condecoración de la Gran Cruz al Mérito Militar, la máxima distinción de su institución en tiempos de paz, otorgada por Franco” (5). Pinochet, con su dictadura llevó a Chile a un aislamiento mundial, pero siguió expresando su apoyo político a Franco cuando en septiembre de 1975 fusiló a Xosé Humberto Baena Alonso, Ramón Sanz García, José Luis Sánchez-Bravo Solla -militantes del FRAP-, Juan Paredes Manot, Txiki, y Ángel Otaegui Echevarría -miembros de ETA-, siendo estos los últimos fusilamientos del franquismo. Pese a que la Asamblea General de la ONU condenó enérgicamente estos asesinatos, al tiempo que se generalizaban acciones de protesta en las embajadas españolas de toda Europa, Pinochet apoyó abiertamente aquellos fusilamientos a través de una carta que envió a Franco el 2 de octubre:
“Ante la infame campaña internacional que enfrenta España y en estricta adhesión a la doctrina de no intervención en los asuntos de otros Estados, regla básica de la convivencia internacional que dejan de aplicar permanentemente algunos países, me hago el deber de expresar a Vuestra Excelencia la más absoluta solidaridad del pueblo y del Gobierno de Chile con el pueblo y el Gobierno de España” y continúa: “En la confusión de nuestra época, los que carecen del valor moral para denunciar y combatir los excesos del terrorismo que se ensaña victimando a los custodios del orden público, sirven en cambio de comparsa para protestar en contra de la rigurosa aplicación de penas prescritas por la ley e impuestas por la justicia de un Estado soberano”. “Estoy cierto que de esta dura prueba emergerá una España aún más fuerte, unida y respetada por la fortaleza de sus convicciones y la reciedumbre de sus actitudes y abrigo la esperanza de que en el futuro se valorizará mejor el esfuerzo de los pueblos de carácter para forjar su destino propio” (6). Franco le correspondió a Pinochet, días después: “No podemos tolerar que la maquinación urdida por organizaciones enemigas de nuestra patria comprometa el normal desarrollo, en paz y prosperidad, de nuestro pueblo y es deber del gobernante preservar la paz y la seguridad de su país contra aquellos que subvierten el orden público poniendo en peligro la estabilidad y el sosiego de la sociedad” y terminaba diciendo: “Reitero a Vuestra Excelencia mi agradecimiento personal y el del Gobierno y pueblo español formulando a mi vez votos por la ventura personal de Vuestra Excelencia y el engrandecimiento de la República de Chile”. (7)
A la muerte del traidor, del dictador genocida Franco, Pinochet acudió a su funeral. La asistencia de jefes de Estado se limitó a tres: rey Hussein de Jordania, el príncipe Rainiero de Mónaco y Augusto Pinochet. A su llegada a España, fue recibido con un fraternal abrazo por Juan Carlos de Borbón…
Y hasta aquí, caminos de caverna y de sangre que podrían parecer separados, pero que cuando se juntan, dan sentido a muchos sucesos y ratifican otros:
“Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile… (…) Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. (Fragmento del último discurso de Salvador Allende, Presidente elegido democráticamente por el pueblo Chileno, asesinado con la colaboración de EEUU)
Notas:
1) y 3) «Aquí no hay más rebeldes que ustedes» Esta fue la respuesta del general de brigada de la Guardia Civil José Aranguren Roldán (Ferrol, 1875) ante la amenaza realizada el 19 de julio por el general Manuel Goded Llopis, tras su negativa a adherirse a la sedición.
2) Sobre el artículo publicado por Héctor J. Porto en la Voz de Galicia el 14/05/2017: «Lorenzo Silva saca del olvido a Aranguren, el general ferrolano leal a la República»
4), 5), 6) y 7) Extractos del libro: Pinochet. Biografía militar y política (Ediciones B) del Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona Mario Amorós.
* Miembro de la Asociación “Montañas de Libertad, Recuperando Memoria”, si quieres hacerte socio o colaborar de alguna forma con la asociación, rellena en menos de un minuto este formulario: https://forms.gle/S4REYCiNpdUT44gR6
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