Arnaldo Otegi: el tiempo de las luces

Arnaldo Otegi: el tiempo de las luces

Para Natalia Baras, que me ha regalado millones de sonrisas.

Actualmente, Arnaldo Otegi (Elgoibar, 1958) cumple condena en la prisión de Logroño. Encarcelado desde octubre de 2009, sus gestiones a favor de una solución pacífica y democrática del conflicto de Euskal Herria no le han reportado ningún beneficio personal. La clase política española e incluso algunos sectores de la izquierda abertzale no han apreciado la clarividencia y el coraje de un hombre que ya ha pasado cerca de diez años entre rejas, buscando una solución definitiva para el laberinto vasco.

En noviembre de 2005, Otegi había sido condenado por el Tribunal Supremo a un año de cárcel por injurias contra la corona. Durante la visita de Juan Carlos I a Bizkaia, poco después de la detención de Martxelo Otamendi y otros nueve trabajadores del diario Egunkaria, Otegi afirmó: “el rey de España es el jefe supremo del Ejército español, es decir, el responsable de los torturadores y el que protege la tortura e impone su régimen monárquico a nuestro pueblo por medio de la tortura y la violencia”. Otegi no hablaba por hablar. Otamendi y el resto de los detenidos denunciaron haber sido torturados por la Guardia Civil durante los cinco días de incomunicación contemplados por la legislación antiterrorista. Sus testimonios son espeluznantes: palizas, vejaciones sexuales, privación de sueño, la famosa bolsa, que produce una sensación inmediata de asfixia, simulacros de ejecución.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos admitió las querellas de Otegi y Otamendi y, después de estudiar los hechos, falló en contra del Estado español, considerando que en el caso de Otegi se había violado el derecho de libertad de expresión y en el de Otamendi no se habían investigado suficientemente las denuncias de torturas. El Estado fue condenado a indemnizar a Otegi con 20.000 euros y a Otamendi con 24.000. La resonancia de estas sentencias debería servir para sacar a la luz una deplorable realidad que los grandes medios de comunicación se empeñan en maquillar, ignorar o negar. Entre 2001 y 2008, 5.686 personas denunciaron torturas mientras se hallaban bajo custodia policial o penitenciaria. Theo Van Boven, prestigioso jurista internacional y ex relator de Naciones Unidas contra la Tortura, afirmó en 2009 que “las prácticas de tortura o tratos crueles, inhumanos o degradantes continúan ocurriendo en España de manera más que esporádica o accidental”.

Amnistía Internacional, el Consejo de Europa y Human Rights Watch han expresado las mismas consideraciones. En su informe de 2007, Amnistía Internacional señaló que “España está incumpliendo sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos” y en 2009 constató que “las autoridades españolas continúan sin adoptar las medidas necesarias para reformar el actual sistema de investigación de denuncias de violaciones de los derechos humanos”. En 2011, Human Rights Watch confirmó “la falta de voluntad política para prevenir y erradicar la tortura”, señalando que "es imprescindible el reconocimiento previo y sin matices de la existencia de la tortura y los malos tratos en el Estado español”. Nada indica que se avance en esa dirección. Por el contrario, se advierte una escandalosa complicidad entre jueces y políticos para garantizar la impunidad de las fuerzas policiales. De hecho, casi el 70% de las denuncias son sobreseídas por el fiscal o el juez de instrucción antes de llegar a la fase de juicio. “El hecho de que un porcentaje tan elevado de denuncias no llegase a la fase de juicio plantea graves interrogantes –observa Amnistía Internacional-. Aunque no existe obligación de llegar a un resultado –es decir, no se espera que todas las denuncias, ni siquiera la mayoría de ellas, acaben con una declaración de culpabilidad–, el hecho de que no se reúnan indicios suficientes como para iniciar un procesamiento es motivo de preocupación, ya que es poco probable que el 66 por ciento de las denuncias sean totalmente infundadas”.

Si no reparamos en la violencia del Estado, el conflicto vasco deviene incomprensible. ETA no surge en un contexto de normalidad democrática y la transición, lejos de constituir un proceso ejemplar, apenas afectó a las estructuras del régimen franquista. Notables torturadores (como los comisarios Manuel Ballesteros y Roberto Conesa o el general Sáenz de Santamaría) continuaron en sus puestos o fueron ascendidos. La maquinaria represiva nunca interrumpió su funcionamiento. El GAL no es una anomalía, sino la simple continuación de un terrorismo de Estado que nace con la rebelión militar de 1936. Se estima que en la España de Franco se levantaron 180 campos de concentración por los que pasaron medio millón de personas. Aún quedan 1.097 fosas pendientes de exhumación, con más de 100.000 víctimas. Se calcula que al menos 30.000 proceden de esos campos, cuya filosofía coincide con la del Lager nazi. Al igual que Catalunya, Euskal Herria sufrió una represión feroz que incluyó el propósito de liquidar sus signos de identidad, prohibiendo el euskara y sus símbolos nacionales. La destrucción de Gernika aún humea, pues las bombas no sólo pretendían reducir a ruinas una población, sino acabar con la identidad de un pueblo. La superación de este escenario de dolor, pérdidas y humillaciones sólo puede lograrse mediante un ejercicio de clarificación que hiere sensibilidades y derriba mitos, reelaborando el relato oficial desde una perspectiva incompatible con las simplificaciones y los lugares comunes.

El tiempo de la lucesapareció poco antes de que Otegi fuera incomunicado por realizar una grabación para un mitin de EH-Bildu. El periodista Fermín Munarriz elaboró una serie de cuestionarios a los que el líder abertzale respondió por escrito. Al no existir la posibilidad de mantener conversaciones directas, la relación entre las preguntas y las respuestas careció de la fluidez y flexibilidad que habría permitido una entrevista cara a cara. A pesar de estas circunstancias, surgió un libro esperanzador y optimista, que revela voluntad de diálogo y un sincero deseo de paz, sin renunciar a los planteamientos independentistas y revolucionarios. Otegi considera que ha llegado la hora de los “arsenales para la seducción y la convicción”, pues entiende que los cambios políticos, sociales y culturales que surgen de la voluntad democrática de un pueblo son mucho más duraderos y consistentes que los obtenidos por medio de la fuerza. El objetivo es convencer, renunciando de forma unilateral e irreversible a cualquier dinámica de confrontación que implique el uso de la violencia. La aspiración soberanista no puede deslindarse de la creación de “un contrapoder obrero y popular frente a la agresión neoliberal”. La izquierda abertzale no puede convertirse en una formación política convencional sin renunciar a sus principios éticos. Por eso, es necesario mantener un compromiso activo, real y solidario, con la clase trabajadora y no caer en la autocomplacencia. Sólo la autocrítica y la desobediencia civil pacífica y radical pueden permitir avances significativos. Otegi, que ha sufrido la tortura en sus propias carnes, no oculta que ha experimentado odio en algunas ocasiones, pero afirma que se ha autoimpuesto extirpar ese sentimiento, pues lo considera dañino y envilecedor. Aunque sea “un ejercicio difícil”, superar el odio “te permite crecer como ser humano y encarar la vida de forma más serena”. Evidentemente, todo resultaría más sencillo si se reescribiera la historia y se construyera “un relato compartido”, donde todas las partes asumieran todas sus responsabilidades. “Eso nos permitiría reconocernos y, más tarde, respetarnos”.

Al evocar los encuentros con Jesús Eguiguren, presidente del PSE-EE, después del fin de la tregua de Lizarra-Garazi, Otegi admite que “hubo momentos muy duros que también contribuyeron a crear una atmósfera de empatía entre nosotros y de comprensión hacia el sufrimiento del otro”. Otegi entiende que el ciclo de la lucha armada está “absolutamente agotado”, pero eso no implica renunciar al derecho del pueblo vasco a elegir libremente su futuro. Cuando el 21 de mayo de 2007 se celebra una reunión en Ginebra entre una delegación española y otra de ETA, los participantes se despiden con un apretón de manos. Otegi, que ha acudido en representación de la izquierda abertzale, se niega a imitar el gesto. “Me opuse frontalmente a ello y recuerdo que comenté que ese apretón de manos quedaba pendiente para cuando se alcanzara un acuerdo incluyente y que nos respete definitivamente como nación”. Esa actitud de firmeza no afecta al análisis de fondo. La izquierda abertzale debe seguir el ejemplo de América Latina, donde las organizaciones revolucionarias y socialistas han evolucionado hacia la construcción de grandes mayorías populares (Otegi cita los casos de Venezuela, Bolivia y Uruguay), abandonando la estrategia de la lucha armada. Anticipándose a los escépticos, Otegi menciona las palabras de Brian Currin: “Yo no sé si con una estrategia democrática y pacífica alcanzarán ustedes sus objetivos, de lo que estoy seguro es que con la estrategia actual no la alcanzarán nunca”. La solución aplicada a Irlanda del Norte debería servir para el conflicto vasco, respetando las peculiaridades de cada comunidad histórica.

Otegi apunta que la independencia no es la única meta. En un momento de crisis económica global, resulta ineludible construir un modelo social alternativo, con una vocación global e internacionalista. La “utopía vasca” consistiría en devolver la soberanía al pueblo y garantizar que la economía se subordina a sus intereses, invirtiendo la tendencia dominante, donde el capital no se cansa de humillar y explotar a la clase trabajadora. “Se trata de ofrecer un proyecto de liberación integral al conjunto de los ciudadanos vascos, cualquiera que sea su origen, lugar de nacimiento o adscripción ideológica pasada o presente. Ese es nuestro gran reto”. Otegi no oculta sus años de militancia en ETA. A veces hay circunstancias excepcionales que justifican la lucha armada, pero eso no significa que constituya en sí misma una opción deseable. Otegi cita a Argala: “la violencia nos hace daño en términos humanos”. Es preferible emplear “las vías de lucha pacífica y desobediente, tanto por cuestiones éticas como políticas”. Según Otegi, el giro histórico de la izquierda abertzale no es una imposición de sus líderes, sino una exigencia de las bases, que anhelaban un cambio de rumbo. Ese cambio no se ha llevado a cabo sin oposición interna, pero en el momento actual hay una amplia mayoría que apoya la nueva estrategia. Otegi afirma que la izquierda abertzale “no teme la paz”, pero sus adversarios sí. Su compromiso con la paz se refleja en el reconocimiento del dolor causado: “Si en mi condición de portavoz de Batasuna, he añadido un ápice de dolor, sufrimiento o humillación a los familiares de las víctimas de las acciones armadas de ETA, quiero pedirles desde aquí mis más sinceras disculpas, acompañadas de un 'lo siento' de todo corazón”. Ese gesto de reconciliación no conlleva un juicio histórico condenatorio: “ETA nace en plena dictadura […] y supuso un revulsivo en la recuperación del orgullo y la conciencia nacional de un pueblo vasco derrotado y humillado”. Su aparición en una época donde el Estado español promovía “un auténtico genocidio cultural, lingüístico y político contra el pueblo vasco”, acompañado de medidas represivas, que se apoyaban en la tortura y el asesinato extrajudicial, impulsó la renovación del pensamiento abertzale, “dotando al proyecto de liberación nacional de una perspectiva social de clase”. La excarcelación de los activistas de ETA “no debe interpretarse en términos de humillación o sufrimiento, sino como una contribución de todos a la paz y la convivencia”. Dentro de esta dinámica, se debe proceder al “desmantelamiento de las estructuras militares de ETA” bajo la supervisión de la comunidad internacional. Este proceso debería asociarse a la constitución de una Comisión de la Verdad con el amparo de Naciones Unidas, donde los testimonios de todas las víctimas permitan realizar un relato histórico objetivo e imparcial. El tiempo de las luces es un libro incómodo que ha despertado la ira de los sectores más conservadores y la incomprensión de una minoría que contempla con nostalgia la lucha armada. Sin embargo, yo creo que Otegi ha planteado con honestidad y valentía su evolución personal y la de una izquierda abertzale que desea la definitiva superación de la violencia, sin renunciar a sus reivindicaciones legítimas.

Sólo un insensato puede exaltar la violencia, pero cuando se aplican políticas represivas y no se reconocen derechos esenciales, la indignación parece insuficiente. No me refiero sólo a Euskal Herria, sino a la actual crisis económica, donde un capitalismo globalizado y desregulado no cesa de propagar un intolerable sufrimiento entre las clases más vulnerables. En España, 2.267.000 niños viven por debajo del umbral de la pobreza, según UNICEF. Es el 2’7 de la población infantil. 500 familias son desahuciadas a diario y en 760.000 hogares todos los adultos están en paro. Ya hay niños que duermen pegados a una maleta, esperando un nuevo desahucio o que malviven en un trastero, comiendo platos de lentejas, sin otros ingredientes que agua y sal. En España, aún no se pasa hambre, pero hay niños malnutridos que apenas pueden alimentarse adecuadamente y que sólo realizan una comida al día. Algunas familias tienen que escoger entre la calefacción o la comida. Desde 2008, el suicidio es la primera causa de muerte violenta. En ese año, se quitaron la vida 3.241 personas. En 2011, la cifra subió hasta 4.500. Con cerca de seis millones de parados, nueve personas se suicidan al día. Se estima que tres lo hacen por culpa de la crisis. En 2012, el Congreso Nacional de Psiquiatría celebrado en Bilbao confirmó que los problemas económicos son el origen del 32% de los suicidios. Los grandes medios de comunicación apenas mencionan estos datos. Es inevitable preguntarse dónde comienza la violencia. ¿No es violencia firmar una sentencia judicial que arroja a una familia a la calle? ¿No es violencia participar en la ejecución de esa sentencia? ¿No es un acto criminal silenciar esta tragedia? ¿Acaso no se puede hablar de un subrepticio genocidio económico, que escoge como víctimas a los más débiles y vulnerables? ¿Se puede llamar violencia a los actos de resistencia contra esta ignominia? ¿No es un escándalo que 1.400 personas controlen recursos que equivalen a un 80’5% del PIB español?

¿No es un acto de cinismo elogiar una transición política concebida para preservar los intereses de las oligarquías financieras? ¿Se puede decir seriamente que el Estado español es plenamente democrático, cuando el Comité para la Prevención de la Tortura del Consejo de Europa afirmaba en su informe de 2001 que “hay amplias pruebas, incluso médicas, que respaldan las denuncias de torturas y malos tratos”? En esas fechas, el Comité se quejaba de que se habían ignorado sus recomendaciones básicas formuladas tres años antes: “derecho a letrado en el momento de la detención, comunicación inmediata a la familia de la detención y derecho a ser examinado por un médico de su elección”. El Comité criticaba el comportamiento de forenses, jueces y fiscales, acusándoles de no actuar con el rigor necesario para acabar con la tortura, y afirmaba que hasta que no se creara una agencia independiente que investigara cada caso, las pesquisas de la policía y la Guardia Civil carecerían de credibilidad. En 2009, el Comité manifestaba que en España no se apreciaba ninguna mejora en la prevención y erradicación de la tortura. La violencia del Estado no se ejerce sólo contra los militantes de ETA, sino también contra los activistas que se limitan a trabajar a favor de la independencia y el socialismo. Entre las víctimas de los malos tratos y la tortura, hay que mencionar a inmigrantes, manifestantes y sindicalistas. El Sindicato Andaluz de Trabajadores se ha convertido en el sindicato más represaliado de Europa, confirmado el escaso aprecio de las instituciones españolas hacia los derechos humanos.

No hay muchos motivos para mirar el futuro con esperanza, pero Otegi nos recuerda que “la utopía nos espera al final de un camino que nunca debe terminar”. Pensar que nada puede cambiar es una forma de contribuir al inmovilismo. Por eso, hay que celebrar la publicación de El tiempo de las luces, un libro cuyo espíritu se encarna en la rama de olivo que el líder abertzale recogió en la prisión de Navalcarnero y que aún conserva en su celda, mientras cumple una sentencia injusta e irracional. No creo que el optimismo de Otegi se deje intimidar por la actual incomunicación. Si algún día se convierte en lehendakari, muchos recobrarán su fe en la posibilidad de cambios profundos y reales por medios exclusivamente pacíficos y democráticos.

*Into The Wild Union

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