Camus y la transición española

Camus y la transición española

Por Arturo del Villar*. LQSomos

En los 61 años transcurridos desde la muerte de Albert Camus ha adquirid la categoría de clásico, en cuanto se le tiene como modelo digno de imitar en literatura y política, conforme a la acepción facilitada por el Diccionario de la lengua española. Precisamente a los españoles nos agrada leer su variada obra literaria y periodística, porque siempre defendió la legalidad de la República Española y rechazó la conjunción nazifascista internacional que la destruyó para implantar una sanguinaria dictadura.

Revisar sus artículos publicados en Combat, uno de los principales órganos de comunicación de la resistencia contra los invasores nazis, permite encontrar reiteradamente sus opiniones sobre la dictadura fascista implantada en España. Siempre contienen un rechazo argumentado del régimen y un apoyo para cuantos se oponían a él con grave riesgo, en la clandestinidad interior o en el exilio peregrino por el mundo.

El 7 de julio de 1945 publicó un artículo titulado en la traducción castellana “Coreografía”, porque consideraba la situación del país derrotado como un pequeño ballet, entre bufo y criminal. Le correspondía el papel protagonista al dictadorísimo, más feroz que sus compañeros de traición, porque se adueñó del país después de vencer en una guerra organizada por un grupo de militares monárquicos, para poner fin a la legalidad republicana existente hasta su rebelión.

Figuraba en el cuerpo de baile el embajador de los Estados Unidos de América, Norman Armour, quien en un alucinante pas de deux advertía al dictadorísimo que debía disolver el parido único, la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, largo título para un partido político debido a la fusión de varios en uno solo presidido por el mismo dictadorísimo.

No creía posible Camus que fuera aceptada la propuesta, porque el partido se había convertido en ejecutor de las condenas de muerte dictadas en juicios sumarísimos absolutamente ilegales, o incluso sin juicio previo, por tratarse de notorios opositores a la sublevación militar y a la consecuente dictadura que derivó de ella. Y aunque sí se llevara a cabo, opinaba Camus que sería una medida inútil para el fin previsto:

¿Qué importaría la disolución de la Falange si sus jefes principales continuaban detentando los puestos claves del país, si su espíritu y sus métodos continuaban predominando en el país? Cuando en Francia se declaró liberal el Segundo Imperio, por la presión de las circunstancias, no perdió su carácter cesarista.

Gran verdad, porque los cambios de palabras no modifican las estructuras a las que se refieren. Constituyen un lavado exterior, para disfrazar algo que no es oportuno sostener por más tiempo en su verdadera realidad interna. La misma variación en el título del partido único fascista español, debido a la unificación con otros de ideología semejante, demuestra que no se modificaba nada esencial, sino que mantenía intactos sus principios. Cuando le convino al régimen no disolvió la Falange, pero la insertó en el llamado Movimiento Nacionalsindicalista, después sólo Nacional.

Lo hemos comprobado con el retorno a la monarquía borbónica, ilegalizada por las Cortes Constituyentes de la República el 20 de noviembre de 1931. El dictadorísimo quería perpetuar su régimen cuando biológicamente debiera abandonar su jefatura, y para ello designó sucesor a título de rey a Juan Carlos de Borbón, después de jurarle lealtad a su persona y fidelidad a sus leyes genocidas. Para disimular el regreso a 1931 anunció que no se trataba de una restauración borbónica, sino de una instauración de la monarquía del 18 de julio, por el día de la sublevación militar.

El régimen se modificó exteriormente porque el dictadorísimo era mortal, pero todos sus esbirros continuaron en sus cargos. Los policías torturadores de los detractores que detenían, los carceleros que castigaban a los presos políticos, los fiscales que solicitan las máximas penas contra ellos en unos juicios carentes de las más elementales garantías jurídicas, los jueces que dictaban las sentencias, los verdugos que las ejecutaban al amanecer, los obispos que introducían al dictadorísimo bajo palio en los templos, los curas que predicaban las excelencias del régimen, los periodistas a sueldo para loarlo, y todos los paniaguados enemigos del pueblo que continúan el espíritu y los métodos de la dictadura, en una evolución sin revolución, que no importaba nada, como había anunciado Camus.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
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