Catalunya ante la libertad

Catalunya ante la libertad

Diego Farpón. LQS. Abril 2020

Cuando esta sólo puede ser conquistada por las clases trabajadoras

En el Estado español existe la libertad. Reconocer este hecho, sin duda, puede parecer paradójico para no pocas personas izquierdistas, para las cuales sólo hay libertad bajo un teórico y abstracto socialismo –¿o bajo una teórica independencia? ¿O ambos?-.

Bastan dos ejemplos para cuestionar el carácter democrático del Estado español –donde nunca hubo una ruptura con el Estado fascista que liquidó la democracia republicana-: por un lado un Jefe de Estado que no es electo de forma democrática –y es que no lo puede ser, pues representa la antítesis de la democracia: es un vestigio del medievo, del designio de la bondad de los dioses sobre la vil humanidad compuesta por vasallas/os, incrustado en nuestra época a sangre y fuego-; por otro lado, las Fuerzas Armadas tampoco son democráticas, pese a las muy importantes atribuciones que se les reconocen de forma constitucional. Y, por supuesto, para nosotras la democracia no es la democracia de la burguesía, sino la reconstitución consciente del género humano. Nuestro concepto de democracia nada tiene que ver con el del Estado español y la clase del capital, que ha reducido el concepto de humanidad a productora de plusvalía.

Sin lugar a dudas la dictadura del capital ejerce su dominación con pocos velos en el Estado español. Y, sin embargo, el entramado surgido de la victoria del bloque dominante sobre las clases trabajadoras en 1978 era excesivamente liberal y tolerante para con estas clases. Así, tuvieron que surgir distintas leyes, entre las cuales la conocida como Ley Mordaza nos sirve para señalar claramente que, pese a todo, en el Estado español existe la libertad, ¿acaso no es esta una ley que reduce la libertad?

La libertad, por lo tanto, es gradual. Se puede vivir en una sociedad más o menos libre. La sociedad no es libre o no libre. Sería un reduccionismo que, además, confrontaría con la concepción del socialismo científico, pues vista como presente o ausente se negaría la dialéctica y el historicismo del mismo concepto de libertad. Cada sociedad tiene una concepción de la libertad, y vive en un grado de libertad (o de no libertad). En la sociedad burguesa, en la sociedad de clases antagónicas, la libertad se encuentra subordinada a la lucha de clases: existe la libertad de la clase del capital para explotar al proletariado, y existe, al tiempo, la libertad del proletariado para no ser explotado por el capital –a costa de morir de hambre, eso es cierto. Esa, y no otra, es la libertad para el proletariado. Somos conscientes de que puede parecer ficticia la libertad en tanto la muerte por hambre es una amenaza poco despreciable. Sin embargo, vislumbrar la libertad bajo el capital es el primer paso para poder realizarla plenamente-.

Cada grado de libertad que conquista el proletariado en una sociedad monárquica y burguesa es, ciertamente, algo muy contradictorio, y esto hace que el terreno conquistado lo sea siempre de forma temporal. No hay ninguna conquista que el proletariado alcance para siempre. Todas sus libertades, todos sus derechos, están en función del desarrollo histórico, de la lucha de clases. El terreno que se pensaba conquistado de una vez y para siempre, desaparece. Así, implantan la Ley Mordaza; así, es preciso luchar nuevamente por reconquistar el terreno que se ha perdido.

Y llegamos a Catalunya. Cuando nos enfrentamos a la problemática del derecho a la autodeterminación, cuando nos enfrentamos a la cuestión de si se puede hacer o no un referéndum no estamos sólo ante un problema jurídico –lo cual no es una cuestión menor, aunque aquí desviemos la atención de este punto-, sino ante algo mucho más esencial que un compendio de leyes, principios y costumbres: ante una cuestión de libertad. El problema reviste, pues, un carácter político-formal, el de aquello que cabe y no cabe dentro del ordenamiento jurídico construido bajo la hegemonía de la clase capitalista y cómo es interpretado el mismo para que las sentencias sean las que deben ser; pero la esencia del problema –el foco donde debieran incidir las ausentes organizaciones de clase del proletariado- es la libertad y la pugna histórica entre burguesía y proletariado por hacerse con cuotas de la misma, que, al tiempo, y como conquistas de clases antagónicas suponen limitaciones sobre la libertad de la otra clase.

Las masas, que no pudieron romper con la dictadura fascista pese a las luchas que mantuvieron bajo la misma así como bajo la transición, hace muchos años que no conquistan libertades. Al contrario, poco a poco la burguesía se las arranca. Las masas en sí son incapaces de ver el combate que está teniendo lugar: no hay dirección política del proletariado consciente –salvo honrosas excepciones-. Las masas se encuentran subordinadas a la hegemonía de la burguesía; y una parte importante de las masas está subordinada en lo concreto a la burguesía centralista que, paradójicamente, en su pugna interburguesa por dirigir el proceso de acumulación fragmenta esa hegemonía y permite que otra parte de las masas se situé bajo la hegemonía de otra capa de la burguesía –en este caso catalana-. Subyace, de fondo, la cuestión territorial del Estado español, nunca resulta en la historia.

Y aunque, ya lo sabemos, el problema de fondo es el problema de la ausencia de una dirección revolucionaria, en este caso bastaría con mucho menos: con una dirección consecuentemente democrática y que disputase la libertad a la burguesía, porque la libertad es indivisible en la dialéctica de la lucha de clases: la Ley Mordaza no representa un último paso de la burguesía, sino sólo un paso en su lucha por aniquilar al completo la libertad de las clases trabajadoras y especialmente del proletariado. En la historia de la lucha de las clases trabajadoras por su emancipación la lucha por los derechos sociales, políticos y económicos es indivisible de su lucha por las libertades, independientemente de los frutos obtenidos.

Las organizaciones que representan a las clases sociales subordinadas sólo tienen, ante el conflicto social en Catalunya, una posición consecuente: el respaldo total y absoluto a que el pueblo catalán pueda llevar hasta el final sus derechos y libertades, independientemente de que estén o no reconocidos históricamente, pues toda conquista se produce, inevitablemente, sobre aquello que el enemigo de clase niega.

Las organizaciones que se ponen del lado de la libertad de la burguesía, de la ley y del orden, ¿cómo podrán argumentar en el futuro para arrebatar libertades a la clase social junto a la que hoy se posicionan, no reconociendo, con unas u otras excusas, el derecho democrático del pueblo catalán a llevar a cabo la autodeterminación? ¿Cómo podrán luchar por la cuota más mínima de libertad mañana quienes hoy la niegan para todo un pueblo?

Por suerte, los conflictos sociales y la historia no se detienen mediante pactos políticos. Ni mediante sentencias judiciales.

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