Collage. Los placeres del absolutismo

Collage. Los placeres del absolutismo

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Esquina superior izqda. Grigori Potiomkin. Esquina inferior drcha.: año 1762, asesinato del zar Pedro Centro: Catalina II, la Grande.

Las dinastías royales son resbaladizas para sus súbditos pero si los monarcas provienen de Schleswig-Holstein (SH), entonces pasan a ser extremadamente peligrosas. Es el caso de la emperatriz Catalina II de Rusia, @ La Grande (1729-1796), nacida en Pomerania pero cuyos intereses estaban en SH -coincidiendo en ello con la finada Federica SH de Grecia y con su hija, la reina emérita Sofía de Borbón-España SH-Grecia.

En 1744, llegando a las Rusias, Catalina contrajo náuseas con el Gran Duque Pedro (18 años el día de la boda) que resultó impotente puesto que, durante ocho años, no consumó sus deberes carnales -sin embargo, tuvo una ‘querida’, Yelizaveta Vorontsova. En 1762, el seudo-impotente Pedro fue entronizado como Pedro III. Seis meses después, la Guardia Imperial -oh!, casualidad, al mando de Grigori Orlov-, se le sublevó y el flamante pero desquiciado y alcoholizado Pedro III, fue obligado a abdicar. Tres días después, el efímero Zar fue asesinado -oh!, otra casualidad-, por el hermano menor del tal Grigori, uno de los -dentro de su volatilidad- más duraderos amantes de la Pomerana. La zarina alemana no se andaba con chiquitas. De hecho, se había garantizado su ascensión al Trono mediante la eliminación de otros hipotéticos competidores como fueron Iván VI y la Princesa Tarakánova. Pero nos oponemos a que se la etiquete como ninfómana: al igual que Isabel II de España, simplemente imperaba de manera absoluta.

Algunos de sus amantes fueron: Serguéi Saltykov, el (supuesto) inaugurador de una larga lista. “Hermoso como el amanecer” y, después de varios abortos, verdadero padre del Gran Duque Pablo Desde 1760, Catalina se enamoró del ya citado Gregorio Orlov, según sus palmeros, “teniente herido tres veces en combate, de estatura gigantesca y rostro angelical. Un hombre sencillo y franco, afable, popular y bien humorado”… hasta que la Autócrata se cansó de su escasa inteligencia y de sus torpes modales. Fue sustituido por Grigori Potiomkin, @ el Cíclope, llamado así porque los Orlov le habían arrancado el ojo izquierdo para evitar que Catalina se interesara por este noble de origen polaco. Le siguieron Semión Zórich, comandante serbio de húsares; Piotr Zavadovski, burócrata; Alexandr Yermólov, guardaespaldas “de ojos almendrados y nariz chata”, apodado por Potiomkin el Negro Blanco -al que despechó y despachó con 130.000 rublos; Dmítriev-Mamónov, el señor Casaca Roja, salió mejor librado pues la zarina le regaló un condado trabajado por 27.000 siervos. Incluso entraron en la lista Francisco de Miranda, Prócer de la Independencia de Venezuela, y hasta Estanislao II Poniatowski, rey de Polonia, un país que Catalina desmembró tres veces. En la viudedad, se ausentó de Palacio para dar a luz a Alekséi Bóbrinski, hijo engendrado con Grigori Orlov.
Pero Catalina era racionalista, i.e., cuidadosa de las enfermedades venéreas. Por ello, se sirvió de la condesa Praskovia Bruce, l’éprouveuse (= catadora de amantes). Dícese que sus últimos amantes fueron: Zubov el Niño, de 18 años, que fue sustituido por su hermano mayor Platón Zubov el Negrito (de 22 años), 40 años menor que la emperatriz -entonces gorda, hinchadas sus piernas, enferma de dispepsia y fuente continua de flatulencias. Este chisgarabís de nombre tan inapropiado, dizque se enamoró (¿) de la esposa del futuro zar Alejandro I, nieto de Catalina. Esta vez, la emperatriz ex alemana no tomó ninguna medida -quizá porque intuía que su óbito se acercaba.

Finalmente, tras 34 años como emperatriz, Catalina la Grande murió. Para una versión, yendo al retrete, le dió una apoplejía; para otra, tras una arriesgada relación ‘experimental’ con un caballo. En cualquier enciclopedia, se puede leer que Catalina, modernizó Rusia -quieren decir que la europeizó. Y que, gracias a derrotar en el campo de batalla a Polonia y Turquía, aumentó extraordinariamente el territorio de su imperio. Asimismo, leemos que obligó a los judíos a vivir en guetos (costumbre teutona) simultáneamente que fomentaba la inmigración de alemanes. Etcétera. Bien, pero nosotros hemos acudido a la Historia ad hominem -la peor historia, salvo que estudiemos a los emperadores y reyes absolutos.

Yemelián Pugachov (1742-1775)

Este cosaco del Don, desertor del ejército Imperial, protagonizó la mayor rebelión popular que inquietó a Catalina II. Tenía motivos: no sólo los cosacos sino todos los siervos rusos sobrevivían en un régimen peor que la esclavitud. Encima, eran secuestrados en periódicas levas como carne de cañón del expansionismo congénito de la emperatriz -y de su Corte. Pugachov se alzó fingiendo ser el occiso Pedro III, especie que tenía sentido puesto que la inmensa plebe no conocía el careto de sus mandones -en 1791, Luis XVI fue descubierto en Varennes gracias a que un paisano comprobó que el rey fuguista tenía la cara que aparecía en las monedas. Su ejército popular creció hasta dominar un enorme territorio entre los Urales y el Volga… hasta que el impostor fue traicionado por diez mil rublos de plata, literalmente enjaulado y ejecutado en Moscú.

Es loable que Pugachov siguiera la referencia de su paisano Stenka Razin (líder de la insurrección de1670-1671) pero no fue el antecedente de la rebelión de los cosacos zaporogos del gran Nestór Majnó, el anarquista que salvó a Moscú de las zaristas tropas blancas y al que, en injustísima correspondencia, los bolcheviques le persiguieron -Trostky en especial- hasta obligarle al exilio. No es plausible la comparanza porque las circunstancias eran absolutamente distintas: Pugachov era cristiano ortodoxo, populista y ‘zarista’. Majnó era todo lo contrario.Pugachov en la jaula, camino del patíbulo. “Me dirá entonces el Zar: / ¡Gloria a ti, hijo de labrador; / has sabido robar y sabes contestar! / te daré un palacio en medio del campo, / un gran palacio con dos buenos postes, / con dos buenos postes y un travesaño” (Pushkin, irónica alusión a la horca)

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