En el paraíso “hipster”

En el paraíso “hipster”

En Costa Rica, la naturaleza vibra “in extremis”, la selva ruge y la biodiversidad es inmensa. Puerto Viejo es un poblado costero que preludia bellas playas, habitadas por descendientes de inmigrantes jamaiquinos y visitadas por hijos de los primeros hippies.  

Puerto Viejo de Talamanca, a 200 kilómetros de San José, es un pueblo de pocas calles de tierra y muchos bares y hoteles. Ahí se conservan las viejas construcciones afrocaribeñas y las proas de los barcos de los pescadores anclados son el trampolín al Caribe.

Esta costa es un pedazo de Kingston (capital de Jamaica) anclada en el continente. Los fieles recitan, en un inglés caribeño (el mekatelyu patois), el Kebra Nagast, el texto épico nacional etíope, con fondo de reggae, comida vegetariana, peace and love y panafricanismo.

 Puerto Viejo tiene unos pocos miles de habitantes y es el preludio a algunas de las playas más bellas del mundo, corazón de las aguas cristalinas y de la exuberancia del bosque tropical: Cocles, Chiquita, Uva, Manzanillo.

Los dreadlocks (rastas), orgullo de la peluquerías locales, duplican la melena del León de Judah estampada en la bandera etíope: verde, amarilla, roja. Los colores adornan los cuerpos de esta iglesia nocturna, devota de Bob Marley y del profeta Marcus Garvey.

“Mirad a África, un rey negro será coronado, el día de la liberación está cerca”, dijo Garvey, en 1920, desde Jamaica. Una década más tarde, el emperador Haile Selassie I de Etiopía, Ras Tafari Makonnen, sería coronado. 

Los fieles descienden de los primeros inmigrantes jamaiquinos que desembarcaron en estas costas, en la segunda mitad del siglo 19. Fueron la mano de obra del progreso costarricense, como las construcciones ferroviarias que unieron el Atlántico con el mar Caribe. El nuevo acceso marítimo, Puerto Limón y Puerto Moín, exportarían al resto del mundo café, bananas, cacao, ananá y tabaco.

Los jamaiquinos se instalaron para siempre en la provincia de Limón, que abarca toda la costa del Caribe costarricense. Se reconvirtieron en pescadores de tortugas baulas y atracción nocturna. 

Naturaleza

Costa Rica, situada en el extremo meridional del istmo centroamericano, es una tierra accidentada por soberbios volcanes, cascadas suicidas, playas solares, barras de corales, ríos de lava, cerros a 4.000 mil metros, el Pacífico y el mar Caribe. 

La naturaleza vibra, pulsa in extremis. Se impone, densa, todopoderosa. La selva ruge, como una urbe endemoniada, en la oscuridad de la noche tropical. Más allá de la frontera del mosquitero hay más de medio centenar de hectáreas de bosque lluvioso.

La biodiversidad es brutal: tucanes swainson; monos congos; poco menos de 7.000 especies de mariposas, y lagartos, caimanes y cocodrilos. Unas 130 especies de serpientes: más o menos sofisticadas, más o menos mortales, como la coral, de belleza solar.

Hay 159 especies de ranas. La Agalychnis callidryas de ojos rojos, de soberbio cromatismo y la amarilla rana dorada, Phyllobates terribilis, escondidas bajo 2.200 tipos de orquídeas. La naturaleza no se detiene: 160 nuevas especies (de fauna y flora) se descubren, en este país, cada año.

Mercado biológico

En Puerto Viejo, otro momento sagrado del domingo es el mercado biológico. Las frutas resplandecen como pepitas de oro. Se practica el comercio sustentable, se impone el trueque. Es el espacio de máxima sociabilidad de los hipster.

Los hipster (subcultura asociada a estilos de vida alternativos) caribeños son originarios, dicen, de todas partes, en especial de Estados Unidos: Arizona, Nueva York, Boston, Los Ángeles, Kansas, Washington, Texas. 

Los hijos de aquellos que protestaban contra la guerra de Vietnam recrean el sueño americano en guetos macrobióticos. Playa Chiquita es el refugio de los expatriados. Se abrazan peace and love (paz y amor) e impera la ecoactitud. Se impone el culto radical al ashtanga yoga, los masajes y la comunión total con la naturaleza.

Hay bares y boutiques bio, centros de cuidado corporal y mental, en el corazón del bosque, frente al mar turquesa y los arrecifes de corales. Los hipster orgánicos almuerzan quinoa, algas marinas, polen y agua de coco. Pero no pierden de vista el resto. Proponen trekking en la montaña, paseos a caballo, viajes por los esteros y avistajes de pájaros desde una hamaca.

El currículum vitae de los gurúes, especialistas en terapias alternativas, son consecuentes. Una pareja, de California, bajo el restaurante Chile Rojo, ofrece su experiencia: estudios en Berkeley, experiencia en Bali, Tailandia, India, San Francisco, Formentera, Khatmandú. Proponen acupuntura y reflexología shiatsun ashiatsun, masajes chi ni tsang y caribeños. 

El Mantra de los hipsters es la ecología y el naturismo. Su religión es el ecoturismo sostenible.

Turismo sustentable

Costa Rica es vanguardia en el turismo sustentable, el comercio equitativo y la protección del medio ambiente: ecología radical. Además, es el primer país del mundo en suprimir su ejército para priorizar la educación y la salud gratuita.

Hay, en este paraíso, viejos hippies alemanes y catalanes de largas barbas y actitud zen. Se pasean desnudos y en bicicleta por las calles del puerto.

Hay café macchiato; canadienses enrolados en trabajos humanitarios; franceses que alquilan el sueño a caballo; una afroamericana, etno chic, coqueta, que se pasea por la tarde soplando una quena, y más de 1,5 millones de turistas por año en un país de más cuatro millones de habitantes. 

Según la ONU, de aquí a 2020, los destinos turísticos más prestigiosos serán los extremos de la naturaleza: es decir, Costa Rica.

La selva tropical se inclina y se detiene. Enmudece en la frontera de arena blanca que se funde con el agua azul marina. En estas playas vírgenes, entre las más bellas del mundo, hay solitarios de Nueva York, Copenhague o Hamburgo, en estado de trance, de reflexión, de duda.

Una pareja de nórdicos desnudos en las piletas naturales, de agua cristalina e inmóvil, están a centímetros de los arrecifes de corales y el mundo submarino.

Un hippy alemán huesudo, parecido a una rama, habla con los árboles. 

A lo lejos, un hombre sentado es el actor Daniel Day Lewis, o se le parece (o simplemente me pidió que dejara la duda y no revelara su paraíso). 

Punta Uva

Punta Uva, Refugio Nacional de Vida Silvestre, a ocho kilómetros al sur de Puerto Viejo, es exclusivo: un camión pasa una sola vez por semana. La voz promociona las frutas más ricas del mundo. Esta tierra es fértil hasta la indecencia. El altoparlante recuerda, por un momento, la urbanidad.

El bautismo, al amanecer de la primera noche, es categórico. El sonido es aterrador. Él o ellos, rugen como bestias endemoniadas. Suenan como una jauría de leones hambrientos, desquiciados. Pura vida. Es el concierto neotropical. Los monos aulladores despiertan al mundo entero.

Los monitos congos tienen la danza, el vértigo, en la sangre. Felices, improvisan coreografías en la copa de los árboles y en los puentes aéreos que les fueron consagrados para cruzar la única ruta del Caribe Sur.

Laboratorio biológico del planeta

Costa Rica es una joya rara, un concierto trash, una orgía para los sentidos. Este país, de 51 mil kilómetros cuadrados, es el laboratorio biológico más intenso del planeta. 

Aquí, más allá del mosquitero, respira el seis por ciento de todas las especies del planeta. Costa Rica tiene el tamaño de Suiza y el 30 por ciento de su territorio está protegido: más de 20 parques nacionales, ocho reservas biológicas públicas y más de 50 zonas protegidas. El país logró bloquear la deforestación.

La selva es una usina a tiempo completo. Costa Rica vende bonos de carbono a los países del primer mundo que exceden su emisión de dióxido de carbono (CO2). El bosque tropical, capaz de absorber el gas venenoso de los infractores y desprender oxígeno, reduce las emisiones de CO2 a cambio de dinero. 

El hotel Tree House propone hospedaje a cierta altura en el corazón del bosque lluvioso. 

A una decena de metros, la habitación es atravesada por un sangrillo, árbol tropical exuberante, y se conecta por un puente colgante con el salón, la cocina y el baño. Las cabinas fueron diseñadas de tal modo que el impacto al entorno es mínimo. Ideal para el avistamiento de pájaros en esta selva tropical primaria. 

Las aves, en la biodiversidad costarricense, baten el récord: hay más de 800 especies. En el Caribe se pueden ver 363 clases.

Hay pájaros de plumaje arrogante y multicolor. Aletean, soberbios, 50 especies de colibríes y, claro, el quetzal, ese pájaro de cromatismo eléctrico que parece la encarnación misma, e intimidante, de la belleza. Hay lechuzas con ojos del tamaño y color del sol y las telarañas son obras de orfebrería.

La selva no da tregua en su palpitar. Es tentadora, omnipresente, invasiva. Un lagarto mira fijamente no se sabe dónde. El jardín botánico del hotel incluye 2.000 iguanas.

Pueblo de pescadores

A pocos kilómetros hacia el sur, Manzanillo es un pequeño pueblo, intacto, de pescadores afrocaribeños.

Las casas caribeñas ocupan unas pocas manzanas: de madera, techo de chapa, muchos colores. Manzanillo es un extenso humedal con manglares, bosques primarios, acantilados y playas donde anidan las tortugas Baula, las más grandes del mundo. También hay avistamiento de delfines y cenas de ceviche y langosta en salsa caribeña.

Más allá, se cambia de país: Boca del Toro, Panamá.

Esta noche, una troupe de Harley Davidson se pavonea en las calles de Puerto Viejo. Los motorizados, guantes negros y chalecos de cuero, cumplen el sueño del paraíso perdido: reemplazaron la ruta 66 y On The Road, de Kerouac, por un territorio de aventuras tropicales. 

Estacionan frente al Rocking J´s. El hostel tiene hamacas, carpas y habitaciones cubiertas de un aire de Kerouac (novelista y poeta estadounidense integrante de la generación beat) para adolescentes. Su lema: “Sex, drugs and reggae”. Los jóvenes norteamericanos y del mundo juegan a ser beatnicks (hippies).  

Playa Cocles 

Los surfistas se relajan después de un día rudo. Los cuerpos fibrosos, bronceados, satisfechos. La playa Cocles, a tres kilómetros, es el lugar de cita del surf caribeño, y de los cocos a voluntad, a los pies de las palmeras africanas, para hidratar los desafíos de las olas. Las olas de Cocles, reputadas por los surfistas del mundo, fueron en otros tiempos un refugio de piratas. El lugar de encuentro es Beach Break, cerca de la Reserva Indígena Kekoldi. 

Cocles, al igual que las demás playas del Caribe sur, cuenta con el galardón Bandera Azul Ecológica que premia la calidad de las aguas y la limpieza del entorno y cuentan con el Certificado de Sostenibilidad que otorga el Instituto Costarricense de Turismo. Los carteles advierten que es un espacio con carbono cero. 

Los hoteles exclusivos y fashion son recreados por diseños franceses o hawaianos. El Camaleón es el primer hotel de lujo del sur de Puerto Viejo, inaugurado por el presidente de ese entonces, Oscar Arias, Premio Nobel de la Paz. De color blanco, el hotel es minimalista, exquisito, de 23 habitaciones y muy cerca de la playa. Una exclusividad.

La noche tropical

Esta noche, en Puerto Viejo, vibran los cuerpos poseídos por Walter Ferguson, un eco del pueblo vecino: Cahuita. En vivo trona la música calypso, un cóctel tropical a la luz de la luna o la reggae night frente al mar Caribe. 

Se lee en francés y alemán, se viste made in Ibiza, se compran artesanías locales hechas con coco, bambú, semillas y conchas marinas. 

Después del desayuno caribeño y el almuerzo galo, la cena es opcional: comida japonesa, italiana, mejicana o de Medio Oriente, pero se impone el local rice & beans (arroz y frijoles), la sopa de mariscos en leche de coco o el “casado” (frijoles, arroz, huevo, salchichas, más bananas fritas). El karaoke, a metros, explota. Un hombre, de más de 60 gastados, toma coraje y sube al escenario. Viste botas, camisa escocesa y sombrero, sobre bigotes y panza tremebunda. Es de baja estatura. Se acomoda, inmóvil. Derrama una ranchera, como un viejo león exhausto de vivir. 

Cae el sol y las explanadas de los chiringuitos se animan. Los songwriter (letristas de canciones), de barba y sombrero cowboy, se acomodan. Una pareja suiza, granjeros radicales, reconvertidos al swing criollo estilo tico, baila. Las jóvenes mochileras europeas aceitan sus primeras aventuras, intiman con jamaiquinos en guardia, disparan el preludio, el tiempo de una noche tropical.

* Publicado en “La Voz”

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