Crónica de un almuerzo literario

Crónica de un almuerzo literario

Francisco Cabanillas*. LQSomos. Agosto 2017

¿Para qué filosofar si con eso no se come?
Marcelo Colussi

… si viene con tostones o papas fritas o guineítos…
Juan Antonio Ramos

El amor es tan importante como
la comida, pero no alimenta.
Gabriel García Márquez

I

Librería. Tras hojear la novela del inglés Simon Wroe, El chef (2014), “Todo en la cocina está diseñado para herir,” la voz poética —otro cocinero— del gastropoema de Luis Palés Patos, “Menú” (1942), se enardece: “Mi restorán abierto en el camino / para ti, / trashumante peregrino. / Comida limpia y varia / sin truco de especiosa culinaria.”

Vórtice; imantación literaria que, antes de llegar a Mientras tanto (2012), poemario de Hjalmar Flax, “tengo hambre, pero siempre tengo hambre. / Quise comerme el mundo y ni pude / comerme una pequeña isla en el Caribe,” pasa por la verba culinaria de Calle 13: “Tengo hambre mucha mucha hambre / y no tengo un chavo ni pa’ una sopa Campbell” (2005).

El chef de Palés pone una propuesta suculenta sobre la mesa: “(Sopa de Martinica, caldo fiero, / que el volcán Mont Pelée cuece y engorda; / los huracanes soplan el brasero, / y el caldo hierve, y sube, y se desborda, / en rebullente espuma de luceros).” Plato que, en En fuga (1994), Roy Brown musicaliza de forma diferente: “Toma sopa de Martinica, caldo fiero, los huracanes soplan el brasero.”

II

Humo. Ráfaga caliente. Sopa poética. De la poesía a la pintura; tempestad que llega hasta la propuesta pictórica del argentino Carlos Alonso, cuya retrospectiva de 2004, “Hay que comer,” según la revista Sudestada, “insinúa la constante estructura de opresores y oprimidos”: “Entre caníbales la carne como el protagonista principal de la última exposición de Carlos Alonso en Buenos Aires. La carne como el nexo que habla de un país atravesado por el espanto y la miseria, elementos de un pasado muy presente retratados por el pincel del artista mendocino.”

“Hay que comer”; pintura literaria, demasiado literaria, marcada por el cuento fundacional del argentino Esteban Echeverría, “El matadero” (1826); pintura en la que “La carne de la vaca, la carne del obrero, la carne del pueblo, la carne del oprimido van dando continuidad al sentido que Carlos Alonso quiso dar como metáfora del país donde ‘el cuerpo es territorio de denuncia’ (Sudestada).

III

De la pintura a la pantalla. Desde Francia, el anticine, como le llama Fernanda Solórzano en Letras Libres, del francoargentino Gaspar Noé, arranca, en el mediometraje Carne (1991) —“una reflexión sobre las distintas procedencias y destinos, todos repulsivos, de la materia del título”— en otro matadero (sangre, mucha sangre); esta vez, un matadero de caballos, cuya carne el carnicero-protagonista prepara para comérsela después en casa.

Carne que también le sirve a su hija muda, de la que él se ocupa, criándola solo (la baña y la viste de niña a adolescente) como si fuera —pero no lo es, ¡nunca lo será!— su madre. Tensión incestuosa (como en el cine de Lucrecia Martell).

Sobre la secuela de Carne (1991), Todos contra todos (1999), Carolina Gómez comenta la reaparición del carnicero: “un hombre solitario, un pedazo de carne y el filo de un cuchillo. Sangre y carne. Carne y sangre de diferentes cuerpos unidos en la vida y la muerte.”

IV

Del anticine a la literatura. La novela negra de Wilfredo Mattos Cintrón, Letramuerto. Asesinato en la Tertulia (2010), se aproxima a la carnosidad del matadero pictórico-literario de Carlos Alonso: “La mujer corre para hablar con el conductor y definir los pormenores de la transacción de perico, caballo, crack, o tal vez solo carne.”

Desde una imagen automotriz, Letramuerto se distancia momentáneamente de la carnalidad libidinosa: “Entró al taller [de mecánica] apenumbrado, oloroso a los fluidos internos de los pacientes metálicos, sus flatulencias acres y oscuras, los restos inútiles de sus cuerpos que yacían en cada esquina como las excedencias quirúrgicas de un hospital macabro.”

En un puesto de comida de la Plaza del Mercado de Río Piedras, Letramuerto encuentra a doña Alicia, “la Señora de los Calderos y todos los Guisos.” La literatura puertorriqueña, desde Los nuevos caníbales (2000) hasta Elogio de la fonda (2001), desde el cuento de Ana Lydia Vega, “Historia de arroz con habichuelas” (1980), hasta el ensayo de Rosario Ferré, “La cocina de la escritura” (1976), se enardece.

La poesía saliva en los labios de la prosa.

Desde la novela, La muerte de mamá (2004), “el ver en la locura siempre me ha salvado de la locura misma,” Yván Silén pone sobre la mesa el banquete antropófago más neobarroco de la literatura boricua: “¡Este es el cuerpo de mamá que por nosotros es partido!”

Última cena en la que el hijo-poeta, enloquecido con la muerte de la madre, “Estoy intoxicado —le dije a mamá, pero ella ni siquiera me miró,” le come el ojo a la madre muerta: “Di la orden de comer y comimos. Metí la cuchara en el ojo derecho de mamá y lo vertí en el plato hondo que habíamos preparado para las sopas. El ojo perlado, el ojo de pez ahumado, me contempló. Lo recogí nuevamente del plato y me lo llevé a la boca.”

V

Musa balbisiana. Los plátanos decimonónicos de Francisco Oller se pudren en algún poema de la poesía afroantillana de las primeras décadas del siglo XX. Casi un siglo después, en Saeta, the poems (2011), Yolanda Arroyo Pizarro lleva la cuenta: “nuestra dieta [del esclavo] es plátano / siete plátanos si nadie nos castiga / cinco si nos hemos portado mal.”

Desde el autorretrato, ADÁL se fotografía con un bigotazo; un plátano bajo la nariz, al estilo de Dalí, con las puntas para arriba. En otros autorretratos, aparece con un racimo de guineos amarillos puesto de sombrero (color que llega hasta las frutas de las palenqueras en las costas de Cartagena de Indias); casco frutal —¿Carmen Miranda desleída?—, visto también en una propuesta musical-conguera del arte en blanco y negro de Rafael Trelles.

Jaque mate; relectura. En El pan nuestro de cada día (1998) —pene platanero que atraviesa tetas con el glande—, la cámara de Víctor Vázquez retrata el plátano más dual de la fotografía boricua. ¡Racimo de oro!

VI

De la cámara a la historia. De los plátanos, como en las instalaciones cromadas de Miguel Luciano, en Pure Plantainum (2006), a la Geopolítica del gusto. La guerra culinaria (2014) de Christian Boudan, mirada histórica al “planeta culinario” desde la antigüedad: “Por muy lejos que nos remontemos en las fuentes del saber sobre las historia de China, estas siempre atestiguan la importancia que los chinos otorgaban a su comida.”

De la antigüedad al presente: “Únicamente la industria americana del fast food tiene hoy un éxito mundial comparable [al que ha tenido la comida china durante la historia]” (Geopolítica del gusto).

Geopolítica del sabor y del saber: “No es la técnica en sí la que puede definir la cocina (y la que puede permitir que entendamos su historia), sino el código que se impone en su repetición. La cocina no es cocción, es la puesta en práctica de la fórmula, la realización de la receta. Como tal, no es solamente una sucesión de procedimientos, sino también la reunión de los ingredientes y el deseo de los consumidores.”

Vuelta en U, como la del poeta nuyorican Tato Laviera en La Carreta Made a U-Turn (1979): “Bacalaítos fritos color oro / dignidad.”

Regreso a los plátanos, esta vez desde la historia que traza Cruz Miguel Ortiz Cuadra en Puerto Rico en la olla, ¿somos aún lo que comimos? (2007): “Si el plátano es atendido en términos culinarios y gastronómicos, se descubre que, aún cuando por siglos se le calificó como rural y bárbaro, resultó un alimento clave para nutrir las ideas que en el siglo XIX sirvieron para configurar, en la minorías letradas, una idea de la nación.”

Historia platanera, plantea Ortiz Cuadra: “Es importante reconocer que a fines de la década de 1920… se produjo [en Puerto Rico] un cambio importante en la concepción del plátano como alimento. Comenzó a entendérsele otra vez, según había sucedido para algunos visitantes en el siglo XVI y XVII, como un ‘alimento fruta.’”

Periplo que hace brillar la cronología: “el plátano parece haberse introducido a las Antillas Mayores en 1516 procedente de las Islas Canarias.”

VII

Cruce de textos. Salto literario. De la olla boricua al capítulo 7 de la gran novela cubana de José Lezama Lima, Paradiso (1966), “Están comenzando a hervir las cazuelas y el aroma del perejil le dará aún más animación a la comida,” donde reaparece la Musa balbisiana, esta vez metida en el agua: “Doña Augusta destapó la sopera, donde humeaba una cuajada sopa de plátanos.”

El ensayo de José Martí se llena de vino amargo, hecho de plátano; en Elogio de la fonda (2001), la crónica de Edgardo Rodríguez Juliá poetiza frente al Atlántico de la modernidad/colonialidad: “La sopa de plátano entonces nos devuelve a toda nuestra negritud y mulatez, la espolvoreamos muy criolla y delicadamente con queso blanco rallado al momento de servirla.”

De la novela a la novela; Paradiso se cruza con una de las novelas más gastrocéntricas de Puerto Rico, Barataria (2012) de Juan López Bauzá, en la cual las referencias a los derivados —platanutres y tostones— reemplazan la centralidad del plátano: uno de los legados del bodegón platanocéntrico de Francisco Oller: Plátanos amarillos (1893). Centralidad colgante. Tensión libresca; fricción literaria.

Del platanutre, en Elogio de la fonda, Rodríguez Juliá comenta: “Para acabar con el sistema del plátano nuestro de cada día y todas las temporadas, no olvidemos el asombroso y humilde platanutre, que es como un tostón vuelto transparente, diminuto, miniatura que cruje. Los platanutres nuestros son las mariquitas cubanas, nombre cuyo cambio de género siempre me ha dejado perplejo. Los isleños de St. Kitts también son grandes aficionados al platanutre.”

Cruce de novelas monumentales, como Paradiso y Barataria, del cual surge un poema inesperado de la diáspora puertorriqueña, “Problems with Hurricanes,” de Víctor Hernández Cruz, en Red Beans (1991):

A campesino looked at the air / Un campesino miró el aire
And told me: / y me dijo
With hurricanes it’s not the wind / con los huracanes [el problema] no es el viento
Or the noise or the water. / ni el ruido ni el agua.
I’ll tell you he said: / Te voy a decir me dijo:
It’s the mangoes, avocados, / Son los mangos, aguacates, /
Green plantains and bananas / plátanos y guineos
Flying into town like projectiles. / volando hacia el pueblo como proyectiles.

De esa poesía nuyorican, melómana, demasiado melómana —más que nuyorican, la de Hernández Cruz se transforma en poesía transboricua: Puerto Rico-Nueva York-California-Puerto Rico-Marruecos—; de esa poesía a la música urbana del nuevo milenio, culinaria, siempre culinaria, de Calle 13: “Yo soy la mezcla de todas la razas / batata, yuca, plátano, yautía y calabaza” (2008).

La antillanía palesiana humea.

VIII

La poesía recula. Se refugia en el clásico de las letras coloniales mexicanas, Infortunios de Alonso Ramírez (1690) de Carlos Sigüenza y Góngora, cuyo protagonista boricua, Alonso, pasa las de Caín a lo largo de su circunnavegación del mundo: “Diéronnos en el último año de nuestra prisión el cargo de la cocina y no solo contaban los pedazos de carne que nos entregaban, sino que también los medían para que nada comiéramos. ¡Notable miseria y crueldad esta!”

De la prosa de Infortunios, “pasamos excesiva hambre, hasta que dando en un platanal, no sólo comimos hasta satisfacernos, sino que proveídos de plátanos, se pasó adelante,” a la prosa de Puerto Rico en la olla, “El ñame, el plátano, el arroz, la pana (Artocarpus altilis), y el gandul (Cajanus cajans) que hoy son tan familiares, son oriundos de continentes y regiones lejanas al Caribe…”: “El fufu, que fue propio de las etnias yorubas, parece haber sido el origen de lo que hoy en Puerto Rico se conoce ‘mofongo’, hecho fundamentalmente con plátano.”

Puerto Rico en la olla gravita hacia el “Menú” del restaurante de Palés Matos, donde, sobre una mesa parecida a las que pinta Rafael Tufiño en La botella (1963), aparece este subrayado en rojo del poema palesiano: “soufflé de platanales sobre el viento.”

Ventolera culinaria; brisa que, de la poesía, regresa a Puerto Rico en la olla: “La primera referencia al plátano que se conoce data de 1597. Para esta fecha, el gobernador Antonio Mosquera solicitaba el reintegro del dinero que había invertido en una estancia dedicada al cultivo de maíz y de plátanos ‘para comida y sustento de los negros que han de trabajar en las fortificaciones de la isla.”

Puerto Rico en la olla se desborda en sinónimos usados durante la historia colonial de la isla para referirse al plátano desde una perspectiva marcada por “las mentalidades urbanas y letradas” (antiplataneras por definición): “pan de los negros,” “el pan ordinario de los más pobres,” “el único sustento de los pobres,” “el pan vulgar de la isla.”

“Rural y bárbaro;” para esos ilustrados coloniales portavoces de la “civilización,” el plátano era sinónimo de pobreza e inferioridad. Para los pobres, por el contrario, era “El alimento, pieza central de los platos, salvador de hambrunas,” según Puerto Rico en la olla: “los campesinos llamaban al plátano con el calificativo de ‘hartón’ en el siglo XVIII (término luego aclarado por el agrónomo López Tuero al indicar que se le llamaba así ‘porque su fruto harta a un hombre o porque es la variedad que más fruto produce.’”

Condensación; presión social, el fogón criollo estalla. Revienta en pedazos frente al campesino con el racimo de plátanos en la mano, en El pan nuestro de cada día (1903) de Ramón Frade: clave del plátano boricua contemporáneo.

Estallido que alcanza al boricua Alonso Ramírez de Infortunios, cuya puertorriqueñidad, según el historiador Mario R. Cancel, parece más literaria que real: “El hecho de que Ramírez, que en todo el resto del texto se identifica como ‘español’ lo afirme, me parece un dato valioso. También resalta el hecho de que una vez fuera de Puerto Rico, la mexicanidad de la narración se confirma por el intenso elogio que elabora la voz narrativa a la Ciudad de México, hecho que contrasta con la parquedad respecto a la Habana y Puebla y aún Puerto Rico.”

Estallido; explosión que, como el plátano, mancha. La prosa se limpia los labios con la poesía, cuyo poema a la mácula de plátano escribió Luis Lloréns Torres a principios del siglo XX:

Mata de plátano, a ti,
a ti te debo la mancha
que ni el jabón, ni la plancha
quitan de encima de mí.
Desque jíbaro nací
al aire llevo el tesoro
de tu racimo de oro
y tu hoja verde y ancha;
Llevaré siempre la mancha
por secula seculorum

¡Buen provecho!

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos

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