Cubierto por un viento de arena y después olvidado

Cubierto por un viento de arena y después olvidado

Angelo Nero*. LQS. Octubre 2020

La memoria del genocidio armenio, que vuelve a acechar en Artsakh

Ils sont tombés sans trop savoir pourquoi / Hommes, femmes et enfants qui ne voulaient que vivre / Avec des gestes lourds comme des hommes ivres /Mutilés, massacrés les yeux ouverts d’effroi / Ils sont tombés en invoquant leur Dieu / Au seuil de leur église ou le pas de leur porte / En troupeaux de désert titubant en cohorte / Terrassés par la soif, la faim, le fer, le feu

Cayeron sin saber por qué / Hombres, mujeres y niños que solo querían vivir / Con gestos pesados como hombres ebrios /Mutilados, masacrados con los ojos abiertos de terror / Cayeron invocando a su Dios /En el umbral de su iglesia o el paso de su puerta / En manadas de desierto tambaleándose en cohorte / Aterrorizados por la sed, el hambre, el hierro, el fuego
“Il sont tombés”, Charles Aznavour

Ante la mirada indiferente del mundo cayeron, abatidos por bala o por cuchillo, por el polvo o la piedra del camino, por el miedo o la derrota, que eran ya su único alimento, cayeron a puñados, centenares, miles, incontables cadáveres de mujeres, niños que morían con ojos de ancianos, hombres reducidos a la condición de corderos, mientras el mundo cómplice callaba los armenios caminaban regando la tierra de sangre, empujados al exterminio de su raza, como más tarde caminarían los judíos hacia su martirio, y después de ellos los hutus, los rohinyas, en una espiral del horror que no cesa.

Cayeron como flores secas, como estrellas fugaces, como cenizas, invocando a un dios que les había dado la espalda, cerrando los ojos como ese mundo que seguía tomando café en las terrazas, bañándose en las playas, llevando a los niños al colegio, tal vez como ahora mismo, cuando siguen cayendo a centenares, a millares, los kurdos, los hutíes… ¿Qué futuro tiene un mundo que repite una y otra vez el pasado, indiferente ante el exterminio de pueblos, comunidades religiosas o grupos políticos?, pensaba mientras caminaba por la explanada del Memorial a las víctimas del Genocidio Armenio, que segó un millón y medio de almas.

Entramos finalmente al museo, para seguir el camino del horror, a través de cartas, diarios, documentos y, sobretodo, de fotografías no muy diferentes a las que estamos habituados a ver Auschwitz y otros escenarios de la barbarie nazi, que tomaron ejemplo de las huestes del ministro del interior otomano Taleat Pashá, matando de sed y hambre, violando, expoliando, degollando y fusilando. Seguimos las deportaciones masivas, como la población de Kharled, en una larga fila escoltada por soldados turcos; los intelectuales colgados en una plaza de Alepo; las fosas con filas de cadáveres esqueléticos; las cabezas decapitadas del obispo Sadathian y del líder espiritual de Erzurum, con sus verdugos posando detrás…

Vimos los rostros de mujeres que lo habían perdido todo y que acusaban con la mirada a un mundo que no había escuchado el grito de sus niños; la ciudad de Van arrasada, donde tan solo quedaba en pie la mezquita; las tiendas de campaña de Der Zor, en el desierto sirio, que acogió a los que pudieron refugiarse allí; los orfanatos del Líbano, que acogieron a millares de niños que habían perdido hasta el habla, como el de Djebeil, el nido de pájaros que todavía existe en la actualidad.

Es increíble que todavía hoy existan leyes en Turquía que castiguen, con duras penas de prisión, a quienes divulgan o admitan públicamente el Genocidio, como grave delito contra la patria, como le pasó al premio Nobel de literatura Orhan Pamuk, procesado en 2006, o al periodista Hrant Dink, finalmente asesinado en Estambul por nacionalistas panturianos.

Un 17 de agosto de hace dos años, en el mismo día que en nuestra tierra celebrábamos el Día da Galiza Mártir, en la fecha en que Alexandre Bóveda fue asesinado por las bestias fascistas, y en la que recordamos a todas las víctimas del franquismo, visité en Ereván el Museo del Genocidio Armenio. Un Genocidio que solo es reconocido, a día de hoy, por veintinueve estados del mundo, entre los que no está, lamentablemente, España, aunque sus vecinos, Francia, donde hay una importante colonia armenia, y Portugal, si lo reconocen (tampoco lo reconoce, todavía más incomprensible, Israel). Estas líneas que encabezan este texto de urgencia fueron escritas en el recuerdo de la profunda impresión que me dejó esta visita.

Conocía Armenia solo a través de las letras del gallego José Antonio Gurriarán (“Armenios: el genocidio olvidado”, Espasa), Xabier Moret (“La memoria del Ararat”, Península), y Virginia Mendoza (“Heridas del viento”, La línea del horizonte), y también del cine de Atom Egoyam, y en los días que pasé recorriendo aquella tierra tuve siempre presente la terrible historia de este pueblo, a quién Turquía no solo masacró, si no que le arrebató una gran parte de su territorio, donde cualquier vestigio de la cultura armenia –como intentarían más tarde con los kurdos- fue exterminada. Después del Genocidio, quedó relegada a la pequeña República Socialista Soviética de Armenia, y desde 1991, con su independencia efectiva, a la actual República de Hayastán, como es nombrado, oficialmente, el estado armenio.

También visité en esos días otra república armenia, la de Artsakh, que fue declarada en 1992, aunque no fuera reconocida internacionalmente, en el medio de una encarnizada guerra con Azerbaiyán, que se prolongó hasta 1994, y en la que fueron derrotados los azerís, a pesar del fuerte apoyo turco que tuvieron. En Stepanakert, su capital, conocí a un pueblo hospitalario, orgulloso y pacífico, que aún tenía muy presente la amenaza de sus vecinos, pero que solo quería prosperar en paz, abrir el país al turismo, fomentar la inversión extranjera, realzar las relaciones con otros pueblos del mundo. Conocí gente emprendora, que creara empresas de turismo activo y pequeños hostales, bares de rock and roll, restaurantes, y gente que estudiaba en la universidad, o que trabajaba en un supermercado, gente como nosotros, con las mismas inquietudes, con los mismos sueños.

Pero siempre con la sombra de esa guerra que, en realidad, no era otra cosa que la continuación del genocidio, del deseo de los azerís de continuar con la tarea comenzada por sus hermanos turcos. Una guerra que, desgraciadamente, venía anunciándose en los últimos años, con continuadas amenazas del belicoso dictador azerí Ilham Aliyev, que sucedió a su padre en la presidencia, en 2003 (Heydar Aliyev llegó al poder mediante un golpe de estado, en 1992, aunque ya había gobernado el país en el período soviético, entre 1969 y 1982), amenazas que cumplió el 25 de septiembre pasado, atacando a la pequeña República de Artsakh, con la bendición del presidente turco, Erdogan.

Esta noche volvieron a bombardear Stepanakert, las víctimas civiles son numerosas, el Genocidio armenia está otra vez en camino, es necesario que el mundo no mire para otro lado, otra vez más, como denunciaba Charles Aznavour en su canción…

Nul n’éleva la voix dans un monde euphorique / Tandis que croupissait un peuple dans son sang / L’Europe découvrait le jazz et sa musique / Les plaintes de trompettes couvraient les cris d’enfants / Ils sont tombés pudiquement sans bruit / Par milliers, par millions, sans que le monde bouge / Devenant un instant minuscules fleurs rouges / Recouverts par un vent de sable et puis d’oubli

Nadie levantó la voz en un mundo eufórico / Mientras un pueblo languidecía en su sangre / Europa descubrió el jazz y su música / Las quejas de la trompeta cubrieron los gritos de los niños / Cayeron modestamente sin ruido / Por miles, millones, sin que el mundo se mueva / Convertirse en un momento pequeñas flores rojas / Cubierto por un viento de arena y luego olvidado

* Traducido por el autor. Nota original: Cuberto por un vento de area e despois esquecido

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