De la beneficencia a la desigualdad manifiesta

De la beneficencia a la desigualdad manifiesta

Desigualdad manifiesta

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Tercera entrega de una serie de 5 estampas (Magnos eventos del pasado) que parten de un prejuicio muy extendido -“la Historia, esa maestra que siempre se equivoca”- para socavarlo demostrando con hechos que la equivocan los historiadores fachas, equidistantes, tibios y otros enchufados temerosos de dios

Honoré Daumier (1808-1879) fue un trabajador incansable que produjo 4000 litografías, 300 dibujos, 200 pinturas y decenas de esculturas. Pese a su (relativa) fama, murió en la miseria, refugiado en una casucha que le prestó su amigo, el reputado pintor Camille Corot. ¿Por qué esa caída? Porque las caricaturas de los altos estamentos que realizaba Daumier, se toparon con la monarquía resucitada: por haber firmado una parodia de Luis Felipe I de Orléans en la que semejante rey aparecía retratado como el glotón Gargantúa, el artista social estuvo preso 6 meses.

Realismo

Contra la edulcoración occidental de la rampante desigualdad que, ayer y hoy más aún, campea sin mayores obstáculos por todo el planeta, cabe recurrir al realismo –literario (Balzac, Galdós, Dostoievski) y plástico (Daumier, Courbet, Millet) porque no esperamos que Occidente estudie los sesudos informes que demuestran tanto su vertiginoso crecimiento como sus efectos deletéreos. Esos informes propalan estadísticas viciadas ab ovo y, a falta de soluciones, inventa un lenguaje cerrado y con estilo pedantemente técnico redactado no para los hipotéticos beneficiarios sino para los ‘blancos’ –ejemplos, los índices Sen (de Amartya Sen, que incluye el mágico Coeficiente de Gini) y Robin Hood –o índice de Pietra.

Además, los informes occidentales sobre la pobreza y/o la desigualdad social no incluyen (todavía) ninguna medición, siquiera fuera cuantitativa, sobre la irresistible ascensión del control social, ahora basado y facilitado por la cibernética. Y deberían hacerlo porque es el desiderátum de los poderosos y porque la opresión estatal correlativa a la hipertrofia de los datos personales es un fenómeno criminal que desagrada profundamente a los individuos espiados. Por tanto, menos PNUD o Banco Mundial e incluso menos World Inequality Report y más desconexión global –lo primero es superficial, lo segundo es profundísimo.

Haití

Haití es un ejemplo clásico de que la desigualdad y la pobreza más criminales pueden revolucionarse. Y, como hoy no queremos irnos lejos de Francia, aquella mitad de la isla La Española, debemos mencionarlo. Pero, ojo, no es exactamente cierto que Haití consiguiera su Independencia de la metrópoli francesa como medio único y necesario para combatir a su enorme pobreza. Dejemos aparte el obvio problema de la discriminación racial –médula de la Invasión seguida de la esclavización-, pero no sin recordar que, en el Haití francés”, entre el blanco y el negro había nueve grados. El mulâtre era quien tenía 64 ancestros europeos y otros tantos africanos, el sacatra tenía de ocho a 32 partes europeas, el sang-mêlé contaba con 125 de los 127 antepasados necesarios para llegar al nivel más alto de la pirámide social. Además de todo ello, otra de las raíces radicaba en que había unas élites ‘de color’ relativamente preparadas para lograr algún grado de autonomía y que, en definitiva, sentían la proximidad de expulsar a los Invasores y de lograr la Independencia.

La opresión gabacha se manifestaba incluso demográficamente puesto que Haití había perdido población: a principios del siglo XVIII, tenía 800.000 habitantes pero, en 1791, no llegaba al medio millón. No perdía ‘negros’ porque los hubiera manumitido –disparate que nunca entró en la cabeza de los Invasores-, sino por el tráfico negrero pues los, entre 10.000 y 40.000 esclavos, que llegaban cada año no eran suficientes para detener el declive demográfico.

Desde Occidente, dícese que, en los dos primeros meses de la guerra, los esclavos rebeldes mataron hasta 2 mil blancos y destruyeron 280 plantaciones. Poco después, se creó la bandera haitiana, diseñada rasgando la bandera francesa en tres guiñapos, descartando la parte blanca –símbolo de la eliminación de los franceses-, y uniendo las bandas roja y azul para mostrar la unidad entre los pueblos negro y mulato. Sin embargo, los muy republicanos galos no cejarían en su batalla por el relato. De hecho, poco antes de que se asentara el realismo propuesto por Daumier, se exhibió con gran pompa el cuadro (cf. infra) que representa la alegría popular –y la perplejidad de los blancos- que causó aquel Decreto de 1848 que abolió la esclavitud en todo el Imperio galo. Aunque data de medio siglo después de la revolución haitiana, al contemplar esta obra maestra de la hipocresía occidental, algunos cándidos –o que aparentan ignorancia- todavía creen que, en Haití, la revolución discurrió por parecidos cariños inter-raciales. En los procesos descolonizadores e independentistas, tan torticera muestra de voluntaria ignorancia histórica subrayada por una confusión interesada, se repite cotidianamente hasta la actualidad.

La Francia pobre que padeció Daumier

En el siglo XVIII, Francia esboza una definición cuantitativa de la pobreza y la calcula midiendo la renta anual por debajo de la cual se es pobre (en los años 1990’s, Francia definía la pobreza “cuando los gastos en pan son iguales o superiores a la mitad del jornal”; suponemos que hoy ha variado esta definición) A los indigentes marginales, se les recluye en hospitales generales y asilos con objeto de disciplinarlos y reeducarlos. A partir de 1820-1830, los niños delincuentes, son retirados poco a poco de las prisiones para ser almacenados en establecimientos públicos o privados y una ley de 1841 limitará (oficial y superficialmente) sus condiciones de trabajo. Circa 1830, se acuña el término cuestión social. Tras las revueltas obreras de 1848, los opositores políticos serán llevados a Argelia, Guayana (1852) y Nueva Caledonia (1864). Desde 1854, serán unidos a los presidiarios condenados a trabajos forzados, la pena más grave -aparte de la pena de muerte.

El proletariado comienza a disfrutar de sus propias organizaciones. Sus reivindicaciones suben de tono y de efectividad. La guerra social es una realidad cotidiana. Ante esos progresos populares, el Poder reacciona: aunque la cotidianeidad es trágica, la escenifica como comedia. Nace el paternalismo asistencial. Nace la Beneficencia como precursora del humanitarismo actual: “la Beneficencia es una virtud de socialización, es el apoyo del fuerte al débil, un apoyo limitado y provisional, de tutela individual que busca suscitar en el pobre su reconocimiento, su moralización, así como su capacidad de recuperación (de enmienda) y de reinserción… El orden social puede así perpetuarse… a la protección del patrono debe corresponder el respeto y la abnegación de los obreros” (Jacques-Guy Petit, 1997) Item más, la Beneficencia se capilariza y hasta se descentraliza hasta llegar a la iniciativa patronal: el amo concede a sus proletarios algunas limosneras migajas materiales gracias a las que “el patronazgo busca el consenso de una cultura de empresa y tiene sobre todo como objetivo inmediato fijar de forma duradera la mano de obra y desarrollar la calidad profesional de una población obrera durante mucho tiempo móvil y rebelde, controlándola estrechamente, no sólo en su trabajo, sino en su vida cotidiana. El paternalismo permite también disuadir, retrasar o dificultar el sindicalismo y las reivindicaciones obreras” (ibídem) Dicho en castizo: por insidiosa, sibilina y arbitraria, la filantropía es la peor enemiga de la justicia.

Pero, por si fuera escasa la presión sobre el proletariado rebelde, los caciques locales inventan unas oficinas de pobres u oficinas de caridad. Dirigidas por una Comisión de Magnates, “reciben una financiación mixta: tasa municipal sobre los espectáculos, donaciones privadas, impuestos. La asistencia local distribuida a los pobres que residen en el municipio (y cuyo nombre debe figurar en una lista municipal) consiste principalmente en socorros en especie (pan, sopa, leña, ropa), que, en la Francia de 1781, representan un 70 % del total de los socorros” (ibídem) Por cierto, nada había mejorado cuando Daumier pintó sus denuncias. En su tiempo, para la masa laboral no había educación ni formación profesional sino dádivas caprichosas para engañar los estertores estomacales que anuncian la hambruna –ahora, son conocidos como bonos esos humillantes óbolos maquinados para inflar las plantillas de los funcionarios. No pueden ser equitativos porque son bonos estatales y nadie en su sano juicio creería que el Estado es realmente redistributivo ni, todavía menos, justo –es más, ni siquiera representan una política ‘de Estado’.Los pobretones, en el Orient Express

Imagen de cabecera: Daumier, El vagón de tercera, ampliado (hizo varias versiones en 1862-1864).
Y tenemos más … ‘Top collages’:
. Magnos eventos del pasado: 5 estampas
. Segunda parte: Diez estampas femíneas en sus collages
· Primera parte: Diez estampas femíneas en sus collages
· Otra serie de collages sobre la reproducción animal y humana

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