Del feminicidio imperial al proletariado decimonónico

Del feminicidio imperial al proletariado decimonónico

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Diez estampas femíneas en sus collages.
Historia de la mujer occidental: de la mutilación a la esclavización pasando por los magnicidios…

En la España franquista no se leía el Antiguo Testamento sino un resumen -que dio en llamarse ‘Historia Sagrada’- de aquellas truculentas aventuras. La censura eclesial borró del mapa a unos vientres femeninos de los que pocos consiguieron el ansiado permiso, el nihil obstat. Sin embargo, en el Antiguo Testamento (AT) son tan abundantes las alusiones abdominales ‘de género’ que algunas todavía trufan las ediciones populares de la fábula sacra. Así, entre las 72 veces que en el AT se menciona el vientre de la mujer, se cuelan muchas leyendas indirectas y, algunas, aparatosamente directas: “y abrirás el vientre a sus mujeres encintas”, “abrió el vientre a todas sus mujeres encintas” –más aún, una alusión ¿post-parto? rezaba que hacían pasar por fuego a todo primogénito del vientre.

Dicho lo cual, es justo añadir que, en el venerado Palimpsesto, también han subsistido hallazgos poéticos (¿Del vientre de quién salió el hielo?; (Job 38: 29) o conjeturas ósteo-ginecológicas (Tú no comprendes cómo entra el Espíritu a los huesos en el vientre de la mujer encinta; Eclesiastés 11: 5)

Cónsono con un Imperio que ya empezaba a verse apestado de cristianismo, ocho emperatrices romanas fueron asesinadas, casi siempre por sus esposos: Milonia Cesonia, Mesalina, Agripina, Claudia Octavia y Sabina Popea (ejecutadas por Nerón), Ania Aurelia Galeria Lucila y, como colofón, Prisca y Galeria Valeria, ambas asesinadas por el emperador Licinio. De poco les sirvieron sus soberanos títulos oficiales: augusta, caesarissa o kaisarissa, basilissa y autokratorissa.

De entonces a la Contemporaneidad no hay ni un paso: desde Margaretha Geertruida Zelle (alias Mata Hari, fusilada en 1917) hasta Elena Petrescu ‘de Ceaucescu’ (fusilada en la Navidad de 1989), el Gran Varón siempre ha encontrado motivos, reales o ficticios, para perpetrar el feminicidio o femicidio –el término femicide apareció en 1801 en inglés; en España, dos siglos después y en el diccionario de la Real Academia, sólo en 2014; ahorita, también se emplea gendercide o masacre contra un género sexual.

Al mismo tiempo que comenzaba a cuantificarse el alcance geográfico de la misoginia entendida como plaga -las mujeres entre los 15 y los 44 años tienen una mayor probabilidad de ser mutiladas o asesinadas por hombres que de morir de cáncer, malaria, accidentes de tráfico o guerra combinados-, el previsor Occidente se afanaba en dictar con carácter de urgencia un aluvión de leyes ‘feministas’ que culminaron en el antiguo Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer. Y, ya en el siglo XXI, en infinidad de solemnísimas declaraciones escandalizadas por la inutilidad de esas leyes que apenas atenúan la crónica pandemia de asesinatos por honor, de abortos selectivos según el sexo esperado, de infanticidios femeninos si se prefieren varoncitos, etc.

Pero, hacia el siglo XIX, llegó el tiempo en el que los tiburones planetarios se percataron de que podían explotar laboralmente a la Hembra. No era razonable rajarlas el vientre sino, al contrario, obstaculizar el aborto de manera que esos bandullos fueran fábricas para reproducir proletarios.Ilustraciones: La agonizante ¡es una emperatriz romana! Su única defensa es la anciana Euriclea (nodriza de Ulises, según óleo de Gustave Boulanger, s. XIX, Escuela de Bellas Artes, París.) que se interpone ante ese pretoriano, presto a finiquitar el asesinato. En la esquina superior drcha., obreras en una fábrica de neumáticos, en Francia 1896.

En el principio, estuvo la violación
Seguida por el despedazamiento
Casquerías

· Otra serie de collages sobre la reproducción animal y humana

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