Del referéndum griego a la caída de Berlusconi

Del referéndum griego a la caída de Berlusconi

Nunca antes el capitalismo financiero había mostrado tan abiertamente su poder omnímodo. Ya no se trata de ganar espacios, sino guardar en el armario, por tiempo indefinido, el traje democrático que cubría sus vergüenzas. Las decisiones políticas se toman en los consejos de administración de bancos, empresas trasnacionales y bolsas de valores. Con este panorama, sus hacedores han decidido dar un nuevo golpe de mercado a las instituciones democráticas en Grecia, cuna de la democracia y en Italia, crisol del derecho político.

Para solucionar los problemas de déficit público nada mejor que poner en la cúspide del Estado a empleados de confianza. Hombres curtidos en la limpieza contable. Sujetos implacables, cuyos méritos consisten en hacer ganar millones de euros para sus jefes. Personajes oscuros y desafectos de la política, cuya única misión en la vida consiste en hacer cuadrar la caja. Tanto entra tanto sale. Como si la actual crisis fuese un problema de gestionar una mal llevada cuenta de haberes y debes. En esta lógica la democracia no tiene cabida. Los ciudadanos se transforman en números de una operación contable. Y algunos de ellos restan y no suman. Deben ser eliminados, resultan nocivos.

La designación sin mediar proceso electoral alguno de Mario Monti, en sustitución de un decrépito Berlusconi, sea dicho de paso, el presidente de gobierno con más años en el ejercicio del poder en Italia, si exceptuamos al Duce, Benito Mussolini, es un mal síntoma. No sólo por la forma, cuestión que hasta hoy los defensores de la democracia representativa cuidaban en extremo, sino por el fondo. Monti es un profesor de medio pelo, cuyos éxitos no están en la academia sino en ofertarse como un buen gestor al capital usurero. Empleado de la gran banca y las empresas trasnacionales, consejero de Coca-Cola y consultor de Goldman Sachs, participa en el club Bilderberg de los elegidos. Entre sus gracias se encuentra su rechazo a la militancia política, así, dice, no sufre presiones de indeseables y obedece a pies juntillas la voz de sus amos, recortar derechos políticos y beneficios sociales en pro de una saneada economía de mercado.

En Grecia, el problema se ha resuelto por la vía rápida. De nada sirvieron los intentos de Georgios Papandreou por mantener, un poco, la escasa soberanía nacional que le queda al país. Intervenido, atado de pies y manos, buscó un último gesto de dignidad. Si tenía que encarar el toro, mejor hacerlo de frente y no refugiarse en las tablas, morir matando y no ser acusado de cobarde. Así, reunió a su consejo de ministros, destituyó a una parte importante de la cúpula militar, (cuestión que deberá ser explicada en algún momento) y con el apoyo de sus colaboradores decidió refrendar el nuevo paquete de políticas de ajuste. El pueblo griego tendría la última palabra. Error. Inmediatamente saltaron las alarmas. ¡Qué era eso de preguntar a nadie! Se obedece y listo. Además, ¿qué iba a preguntar?

Según sus socios, los miembros de la Unión Europea y países del euro, su propuesta era un desatino. ¿Acaso no recordaba el resultado del referéndum en Francia y Holanda rechazando la constitución europea? Arriesgarse a un fracaso no entraba en los planes de Angela Merkel y los banqueros alemanes. ¿Y luego qué? ¿Salida del euro? No, no y no. Mejor que Papandreou sea llamado al orden, renuncie y deje su lugar a gentes responsables de su propio partido y la derecha conservadora. Así nace un gobierno de unidad nacional, integrado por el Pasok, Nueva democracia y Laos, partido de ultraderecha, cuya presencia es sintomática. Residual en sus inicios por el año 2000, sus fundadores estuvieron vinculados y comprometidos con la dictadura militar hasta 1974. Sin embargo, lentamente han ido ganando espacio político. Pasó del 2,7 por ciento de los votos en 2004 a 3,8 en 2007, obteniendo 10 diputados y en las últimas elecciones de 2009 consigue 5.5 por ciento de los votos y una cifra de 15 diputados de un total de 300. Por arte y magia del nuevo gobierno de coalición, Laos, se convierte en un puntal del actual gobierno encabezado por Lucas Papademos, quien les concede el Ministerio de Transportes e Infraestructuras, la secretaría de Estado para el Desarrollo y la Marina Mercante, y dos viceministerios. Todo con el visto bueno de la Iglesia Ortodoxa. Ya no hay problemas para liberar los 8 mil millones de euros retenidos por el Banco Central Europeo. En Grecia, su gobierno espurio, es presidido, como en Italia, por un personaje cuyas primeras declaraciones han sido: yo no soy político.

Lucas Papademos complace al Banco Mundial, a Bruselas, al Fondo Monetario Internacional y es garantía de medio plazo para obtener otros 130 mil millones de euros entre 2012 y 2014 de los organismos internacionales para afrontar con éxito los recortes sociales. Su currículum deja pocas dudas de cuáles son sus intereses y a quien representa. Doctorado en economía y profesor en Columbia entre 1975 y 1984, ha sido asesor económico del Banco de Reserva Nacional de Estados Unidos, subgobernador y luego director del Banco de Grecia y, por último, vicepresidente del Banco Central Europeo entre 2002 y 2010. Su figura se alza como la solución de los mercados para continuar los recortes sociales, en un país donde el paro afecta al 43,5 por ciento de la juventud y al 18,4 de la población total. Él no tendrá remordimientos de conciencia, es un tecnócrata.

Si en Italia aplicar planes draconianos conlleva un simple cambio de presidente sin convocar elecciones, en Grecia también se hurtó al pueblo la capacidad de decidir hacia dónde llevar las reformas y cuáles son sus límites. En ambos casos, el miedo del capital financiero a sufrir un traspié y, con ello, una derrota de consecuencias imprevisibles, les ha llevado a renegar de la democracia representativa, su última atalaya. Mejor deshacerse del voto directo y la consulta popular, uno de sus principios hasta ahora más reivindicado y ensalzado como intocable. Al hacerlo, la moraleja es evidente, ejercer el voto y practicar la democracia es un lastre para el capitalismo. Mejor abandonar tan infecto sistema político, cuya existencia trae tantos problemas a banqueros, empresarios y plutócratas. Mejor reivindicar el poder de los mercados bajo el control de las trasnacionales.

* Publicado en “La Jornada”

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