Desde el río hasta el mar

Por Javier Díez Moro*
¿Puedo un pueblo soportar durante 77 años humillaciones, maltratos, encarcelamientos, torturas, matanzas indiscriminadas, el robo de sus casas y de sus tierras, la violación permanente de Derechos Humanos, así como un planificado genocidio, a cargo de un país invasor? ¿Se puede exigir, en tales circunstancias, que este pueblo confíe en la “buena fe” de los países occidentales y se resigne a que prosperen unos acuerdos de paz, que, de producirse, supondrían la aceptación de nuevas pérdidas de territorios, además de la sangre derramada de miles de inocentes? La Historia nos ha servido varios ejemplos de lo qué ocurre cuando durante tanto tiempo se ha permitido que se plante la semilla del odio en un pueblo. El terror genera terror, y venganza.
Lo que lleva padeciendo el pueblo palestino desde que el Estado de Israel existe, al declarar su independencia de manera unilateral en 1948, ha generado dolor infinito y odio, mucho odio (aunque, incluso, se podría decir que demasiado poco para lo que han tenido y tienen que soportar los palestinos). Tras el fin del mandato colonial británico de la región de Palestina, donde convivían palestinos y judíos, en 1947 la Asamblea General de la Naciones Unidas tomó la decisión de dividir esos territorios en dos Estados independientes, uno árabe-palestino y otro judío, con un área, que incluía Jerusalén y Belén, bajo un control internacional. En opinión de muchos analistas, el Plan de Partición se consideró pro-sionista, pues pese a que la población árabe-palestina duplicaba a la población judía, el Estado judío recibió el 56% de la tierra.
El grave error de ceder a las presiones sionistas para crear el Estado de Israel en tierras palestinas, ha sido el caldo de cultivo de todo lo ocurrido desde entonces. El sionismo, además, no se ha contentado con el regalo de un Estado, sino que ha demostrado una voracidad infinita a la hora de seguir ocupando nuevos territorios, para lo cual no le ha temblado el pulso para asesinar y echar a familias enteras de sus tierras. El Estado de Israel arrebató a Palestina, tras la partición de 1947, el 56% de lo que habían sido sus tierras, hasta llegar a nuestros días, en los que ya posee el 85%. Y todo parece, a la vista de lo que está sucediendo en la Franja de Gaza, que este robo de territorio va a continuar.
Según el sionismo religioso y la extrema derecha de Israel, la Biblia concede al Estado judío un derecho divino para ocupar gran parte de Oriente Próximo, haciendo realidad el sueño sionista del Gran Israel. Este término ha tenido diferentes acepciones a lo largo de la historia y en la actualidad suele designar las fronteras que habría tenido el pueblo judío o el reino de Israel según la Biblia hebrea y que, para los israelíes ultranacionalistas, como Benjamín Netanyahu, debería llegar a tener el moderno estado de Israel. De acuerdo con esta idea, el mapa del Gran Israel ya no solo incluiría los territorios colonizados de Palestina, sino también grandes porciones de Egipto, Arabia Saudí, Irak y Siria y la totalidad del Líbano y Jordania, aparte del actual territorio israelí. El propio fundador del sionismo, Theodor Herzl, llegó a hablar de un Estado judío que abarcara «desde el río de Egipto hasta el Éufrates». El Israel sionista pretende ocupar una parte del llamado Oriente Próximo, además de controlar la zona, algo que a EE.UU. le vendría muy bien desde el punto de vista geopolítico. Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los territorios palestinos, afirmó recientemente que «la idea del Gran Israel está detrás de los últimos movimientos de Netanyahu».
El delirio del sionismo:
• Según la Biblia, el «Gran Israel» se extiende a lo largo de vastas tierras de Oriente Medio, desde el río Nilo hasta el río Éufrates.
• En este mapa del «Gran Israel» la actual Palestina no existe.
• Hay bastantes indicios de que muchos grupos políticos y religiosos poderosos de Israel suscriben la idea del «Gran Israel», entre ellos, Benjamín Netanyahu.
Es obvio que el conflicto entre Israel y Palestina no nació, como algunos pretenden hacernos creer, el pasado 7 de octubre de 2023, cuando milicias de Hamás y otros grupos armados palestinos se adentraron por sorpresa desde la Franja de Gaza hasta el sur de Israel (antiguo territorio palestino). Todo comenzó a partir de la errónea decisión de partir un territorio para que pudieran instalarse allí los judíos procedentes de Europa principalmente y de América, dando lugar al Estado de Israel.
Anteriormente se barajaron otras opciones distintas (y seguramente, a la vista de lo acontecido desde 1947, menos problemáticas). En 1903, Joseph Chamberlain, Secretario británico colonial, ofertó al pueblo judío establecerse en una parte del África Oriental Británica; aquello se llamó el Plan Uganda. El ofrecimiento contó con el apoyo del sionista Theodor Herzl. Posteriormente, durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill revivió la propuesta de Uganda en un intento por crear un refugio para los judíos que escapaban del régimen nazi en Alemania. Pero, ya por entonces, las organizaciones sionistas estaban decididas a establecerse en Palestina.
Argentina, con grandes extensiones de territorio inhabitado y una tierra fértil, fue otra opción que muchos contemplaron factible. De 1893 a 1921 había habido emigraciones importantes de judíos polacos, ucranianos y rusos a Argentina. Siberia pudo ser otra opción, de hecho, algunos consideran que el precedente del Estado judío podría encontrarse allí. Los dirigentes de la antigua Unión Soviética entregaron una región a cada una de las naciones que la conformaban, y así, en 1934 se creó la Región Judía Autónoma de Birobidzhan, situada en la frontera entre Rusia y China.
Joseph Otmar Hefter, creador del movimiento Nueva Judea, en 1938 se declaró defensor de la creación de un “hogar” en forma de Estado para el pueblo judío en el continente americano. Incluso llegó a publicar un mapa con hasta 10 propuestas de “hogar” para el pueblo judío, entre ellas una opción era en un territorio entre la Guyana Británica, Venezuela y Brasil, y otra opción entre Brasil y Paraguay. También propuso Birobidzhan, en Siberia; Australia; Alaska; Canadá; una parte de Egipto; parte del África Oriental o el sudeste de Asia.
Pero, una vez que se impuso la corriente sionista, no se contempló más opción que la de asentarse en Palestina y crear allí el hogar del futuro Estado judío. Lo que vino después está en los libros de Historia, escrito a hierro y sangre.
Israel ha incumplido sistemáticamente las numerosas resoluciones de la ONU encaminadas a propiciar una convivencia pacífica entre palestinos e israelíes. La idea de los dos Estados (el de Israel y el de Palestina) que durante años estuvo en el tablero de las negociaciones internacionales y que una parte de la sociedad palestina y Fatah, el partido fundado en 1958 por Yasser Arafat, aceptaron con más o menos convicción, hoy parece algo inviable. Por mucho que Europa esgrima como solución al viejo conflicto el reconocimiento de los dos Estados, eso es ya una quimera. El genocidio que está llevando a cabo el gobierno de Netanyahu, sin ninguna oposición efectiva de la comunidad internacional, tiene consecuencias irreversibles para el pueblo palestino.
Hamás, el partido político-militar islamista que controla la Franja de Gaza desde que ganó las elecciones generales palestinas en 2006 por mayoría absoluta, no reconoce la legitimidad del Estado de Israel. Su postura, ya en sus inicios, fue más drástica que la de Fatah (el otro gran partido palestino, lastrado por acusaciones de mala gestión y corrupción) y que la que mantiene la ANP (Autoridad Nacional Palestina) y el presidente del Estado de Palestina Mahmoud Abbas. Hamás, desde que apareció en el espectro político, supo conectar con los habitantes de la Franja, demostrándoles ser capaz de luchar contra el estado opresor de Israel sin concesiones de ningún tipo; además, sus políticas han desarrollado loables servicios sociales, como atención sanitaria y asistencia financiera. No obstante, la organización tiene luces y sombras, además de importantes campañas organizadas de desprestigio. Hamás es considerada una organización terrorista, entre otros, por la Unión Europea, EEUU, Reino Unido, Canadá e Israel, mientras que otros países como Rusia, Turquía, Brasil, China o Noruega consideran que es una organización de resistencia.
A Hamás se le asocia con el eslogan «desde el río hasta el mar», máxima acuñada en los años 60’ para reclamar la liberación de Palestina o incluso para la reversión del establecimiento del Estado de Israel. Se trata de un eslogan polémico con diversas interpretaciones. Para algunos simplemente es una frase reivindicativa, exigiendo igualdad de derechos para los palestinos. Otros consideran que es una llamada ‘a la destrucción de Israel’. Curiosamente el eslogan también fue utilizado hace años por Israel. La carta del Likud (el partido de Netanyahu) de 1977 establece que «entre el Mar y el Jordán solo habrá soberanía israelí».
En el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino de 2018 el académico estadounidense Marc Lamont Hill pronunció un discurso en las Naciones Unidas que terminó con las palabras: «…tenemos la oportunidad, no solo de ofrecer solidaridad con palabras, sino de comprometernos a acción política, acción de base, acción local y acción internacional que nos dará lo que la justicia requiere. Y eso es una Palestina libre, desde el río hasta el mar».
Lo que sugieren los acontecimientos actuales es que si hay alguien que va a extenderse desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo), y mucho más, será Israel. Y todo ello será posible por la inanición mostrada por Occidente y la hipocresía de sus gobiernos, así como por la crisis de valores que azota al mundo en siglo XXI.
* Escritor y columnista. Fotomontajes e ilustraciones del autor.
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