Diccionario de palabrotas
Por Nònimo Lustre
Desde hace siglos, la lengua castellana está podrida por unas cuantas docenas de vocablos huecos que disfrutan de una excesiva sonoridad amparada por el Poder. Hoy comenzamos un diccionario de palabras -más bien palabrotas- que deberían estar prohibidas. Por su desmesurado uso cotidiano, la primera es FELICIDAD.
Con que quiere Felicidad / con que quiere la verdad, / con que quiere eternidad, / ¡vaya, vaya! (Un encanto, W. Szymborska)
Ni el dinero ni el amor, las siete lecciones para ser feliz según el psicólogo más feliz de la Universidad de Bristol (prensa española, 15 sept 2024) Semejante majadería se la debemos a Bruce Hood, catedrático de Psicología del Desarrollo, quien dicta el curso “La ciencia de la felicidad”, dícese que el más popular en la misma alma mater. Ahora ha trasladado su sabiduría todo-a-zen a un libro recién publicado en España La ciencia de la felicidad donde campea su principal reflexión: “Nuestro cerebro es otro de los grandes obstáculos para conseguir ser felices” y donde, sus siete recetas fundamentales para alcanzar “una vida plena” son: 1. Cambia tu ego -del egocentrismo pasa al ‘alocentrismo’ u observar la perspectiva ajena / 2. Evita el aislamiento / 3. Rechaza las comparaciones negativas / 4. Sé más optimista / 5. Controla tu atención / 6. Relaciónate con los demás / 7. Sal de tu cabeza La rumiación, o la constante repetición de pensamientos negativos. Nada que no recomienden para los descerebrados los inevitables libros de autoayuda o cualquier hoja de un almanaque popular.
La universidad de Yale, de la elitista Ivy League, enseña y profesa la misma obsesión por el cerebro especificándolo en el córtex prefrontal al que considera “muy útil para sobrevivir, pero un desastre a la hora de predecir si algo nos va a hacer felices o no”. Recurriendo a la paleoantropología, Yale afirma que el cerebro humano tardó dos millones de años en desarrollar el susodicho cortex -una suerte de app exclusiva del Sapiens, dice la profesora Laurie Santos sin haber preguntado a los animales y, menos aún, a las plantas. Santos dirige la PSYC157 –La Psicología y la Buena Vida–, al igual que el Hood de Bristol, el curso con más alumnos en la historia de la Universidad de Yale -1.200 por cuatrimestre presencial, 91.000 online en 168 países. A la vista de esta pandemia académica universal, me pregunto: ¿para qué querrán los millonarios alumnos de Yale y de Bristol asistir a estos cursos si nadie -salvo sus opulentos progenitores- les puede enseñar el pedestre misterio de su herencia y/o de su elitesca felicidad?
Santos ordena deberes para hacer en casa: 1. Saborear el presente -carpe diem en latín / 2. Aprender el método Woop (deseo+resultado+obstáculo+plan) / 3. Escribir un diario agradeciendo las cinco cosas buenas que les han sucedido en el día / 4. ¡Fluid, fluid, benditos! / 5. Siete actos aleatorios de bondad cada siete días. Otrosí, el programa de su PSYC157 contempla ocho temas básicos sobre: autoengaño, regla del 40%, termostato emocional, adaptación hedonista, sistema psicoinmune, tope salarial de la felicidad, síndrome de la medalla de plata y fábrica de sonrisas. Puesto que Yale es gringa y está por encima de Bristol, el comentario se lo dejamos a Eduard Punset:
Punset, proselitizaba su desaforado panglosianismo: “cualquier tiempo pasado fue peor”.
Si algo podemos subrayar de estas iniciativas académicas es su palmaria demostración de que la universidad ha sido fagocitada por la irracionalidad plebeya y, especialmente, por el individualismo (cf. infra, penúltimo párrafo) Ambas se manifiestan en que todas coinciden en ‘combatir’ con la boca pequeña el cotidiano lema de que ‘el dinero no da la felicidad’ -jamás escucharemos su contrario: que el dinero quita felicidad.
El Tío Gilito, padre putativo de Punset et al
Una proposición que ignora su reverso no cumple con ninguna Lógica. Por ello, sabemos que el concepto de felicidad simboliza la ultima thule de la degeneración humana. Sin necesidad de mencionar la encefalización, podríamos abismarnos en la semántica y concluir que este concepto es una lacra por un brutal ilogismo: porque la felicidad se define incluyendo lo definido. Claro que los bienaventurados -los panglosianos, por ejemplo- se obstinan en evitar esta escandalosa grosería lógica y la definen sustituyendo felicidad por su plétora de sinónimos, desde bienestar hasta buena salud. Lo cual no evita su irracionalidad sino que la hace más patente.
Aunque ya dijimos que la Felicidad ha sido millones de veces sacralizada como un atributo individual -volveremos sobre ello-, al final era inevitable que se erigiera un monumental constructo burocrático sobre su medición según los países. Exactamente, a tan deplorable extremo ha llegado la ONU elaborando su desdichado World Happiness Report con Dinamarca -a veces, Finlandia-, como país más feliz del mundo. Me cuesta escribir semejante simpleza.
Sin embargo, lo lamentamos (muy poco) pero el Reino de Bután les ha ganado a los escandinavos su feliz preeminencia gracias a que, en 1972, Jigme Singye Wangchuck, su cuarto Rey Dragón, instituyó el FNB, como un “dispositivo sociopolítico que sirve como herramienta de planificación y evaluación de las políticas públicas del país con el objetivo central de la felicidad”. Léase, sustituyó el PIB (Producto Interno Bruto) por el FNB (Felicidad Nacional Bruta, Gross National Happiness, GNH) Décadas después de implantarse en la contabilidad nacional, el ex PIB (Gross Domestic Product) perdió importancia frente al índice de Felicidad, gracias a varios factores (arraigo del budismo como religión y filosofía de vida y política; conservadurismo cultural y el ostracismo respecto a la comunidad internacional) Sean o no esas todas las causas, es cierto que el FNB/GNH se mantiene como un atractivo turístico. Por supuesto que Bután sigue sin aparecer en el infecto World Happiness Report (Spain en el puesto nº 36) pero, en 2024, al menos ha conseguido una Honorable Mention.
¿Y lo colectivo?
Harto significativamente, en Occidente -y en Oriente menos Bután-, la actual campaña de la propaganda feliz, sólo contempla la felicidad individual. El frío y el hambre son susceptibles de medición objetiva. No así la Felicidad que es subjetividad pura y, encima, dejada al arbitrio individual. Obviamente, es la doctrina preferida por el rampante neoliberalismo. ¿Quiénes se manifiestan rotundamente en contra? Los de siempre: los indígenas. Veamos algunos ejemplos:
Sumak qawsay (en quechua), sumak kamaña (en aymara), lekil kuxlejal (tzeltal), ñande riko, teko kavi y teko porã (guaraní) En todos los casos, pero más concretamente entre los guaraníes, esos lemas significan vida armoniosa, vida buena y/o buen modo de ser.
Contemporánea -y temeraria- versión yucateca de Ixchel, la diosa maya de la Felicidad
Próximo capítulo: La Esperanza
Lasciate ogne speranza, voi ch‘entrate -hace siglos, así rezaba el dintel del Infierno, “abandonad toda esperanza”. Siguieron tiempos en los que “La esperanza / ya no es, por desgracia, esa muchacha joven” (Szymborska) Al revés de lo que ocurre en el siglo XXI donde la esperanza es el primer estupefaciente para mantener el espantajo de la Felicidad. Por ejemplo, “La esperanza ensancha el alma”, palabra de Byung-Chul Han, uno de esos influencers intelectuales -como Yuval Noah Harari- a los que da igual leerles en titulares mediáticos que en sus libros.
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