Educación y descanso

Educación y descanso

Por Nònimo Lustre

Hace 25 años, veraneé en Auschwitz. No era una playa de moda pero no por ello dejaba de ser un destino turístico puesto que, si lo que define a un lugar de obligado descanso es que haya tour operators que te lleven a él, hay muchas agencias que te llevaban a este campo de exterminio. Además, había (y hay) parking de autobuses, guías diplomados, puestos de perritos calientes y venta de tarjetas postales. Ergo Auschwitz será un destino peregrino pero también era (y es) una gran fábrica de la industria turística.

Viajar ilustra a la juventud. Yo aprendí que Auschwitz no es uno solo sino tres de los cuales se pueden visitar dos: Oswiecim-Auschwitz y Brzezinka-Birkenau. El primero fue un cuartel del ejército polaco y conserva ese tufo; el segundo, con sus 175 hectáreas, es mucho más extenso y parece una granja. Al primero se accede agachándose bajo el famoso lema Arbeit Macht Frei (El trabajo nos hace libres) y al segundo se entra por las vías del tren. En Auschwitz están los despachos y en Birkenau los establos. La impresión general era que, en lugar de liarse a tiros cual es su obligación, un Ejército -el polaco y/o el nazi- se había especializado en dirigir una agroindustria.

IG Farbenindustrie  donde trabajaban los prisioneros de Auschwitz

Es difícil sustraerse a la metáfora fabril, máxime cuando sabemos que las catorce (14) categorías de víctimas que allí fueron torturadas sólo podían aplazar su muerte si trabajaban para empresas como la tentacular IG Farbenindustrie o la genético-farmacéutica de los distinguidos profesores Joseph Mengele y Carl Clauberg. Pero las fábricas modernas no son sólo espacios metálicos, humeantes o vidriosos. También son lugares por cuyos intestinos viajan seres vivos, sean ganado certificado o sentenciados humanos. Lo importante es que todos los productos están anotados. Por eso es imprescindible visitar Birkenau. Porque este campo segundón demuestra que, hace ya ochenta años, las industrias de la muerte comenzaron a disfrazarse de libertad mientras se especializaban en la agroindustria del pelo, la piel, la grasa y los dientes de oro.

Y la agroindustria moderna necesita tanto del Arbeit Macht Frei como de buenas etiquetas, tanto de negar al Dios que nos impuso el-trabajo-como-castigo como de un brillante envasado. Las autoridades polacas, ávidas de modernidad, así lo han entendido y, desde hace años, se esfuerzan en abrillantar las etiquetas de Auschwitz-Birkenau. Imposible tener una idea más incongruente. Hasta fines del siglo XX, ambos mataderos se exponían como si los hubieran congelado el día de la Liberación: tonos grises, letreros de rota porcelana en blanco y negro, grafías de los años 40’s y luces débiles o de durísimo fluorescente. Una museología cruel pero congruente con la absoluta crueldad histórica. Hoy, los viejos paneles han sido sustituidos por plintos de mármol negro coronados por indicadores de diseño. Puede parecer un mero detalle pero es una nimiedad ilustradora del objetivo final: adaptar la fábrica al turismo o, dicho más claramente, embellecer el genocidio.

En aras del turismo están cosificando la Muerte. Están degradando el genocidio convirtiéndolo en mera adición de muertes individuales. Están banalizando el Mal –archisabida definición arendtiana del nazismo. Terminado el recreo, este simple veraneante PROTESTA.

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