Egipto: ¿volverán los conejos a la jaula?

Egipto: ¿volverán los conejos a la jaula?

¿Puede vivir el ser humano sin comer ni beber? Por supuesto que no, porque son necesidades básicas sin las que muere. ¿Puede vivir el ser humano sin dignidad?

Lamentablemente la respuesta es sí. El ser humano puede vivir y comer y beber aunque le falte la dignidad. La historia del ser humano ha sido testigo del fenómeno de la esclavitud, cuando millones de esclavos vivieron durante siglos sin dignidad y muchos pueblos han vivido sumisos sin dignidad bajo el poder del despotismo.

Durante treinta años millones de egipcios vieron sin dignidad bajo el poder de Mubarak, comiendo, bebiendo, aguantando humillaciones y bailándole el agua al dueño del poder para tener su aprobación; millones de egipcios para los cuales seguir viviendo era mucho más importante que salvaguardar su dignidad, que se acostumbraron a aguantar que se menospreciase su dignidad por miedo al castigo y por ambición de logros, que aguantaron la arrogancia de un oficial de policía llamándole «señor» y la injusticia de su jefe en el trabajo con el que eran hipócritas para poder tener su aprobación, que soportaron detenciones, torturas y humillaciones ante las que cerraban los ojos cuando les sucedían a los demás y no a ellos y recomendaban a sus hijos que caminaran junto a la pared, que no se manifestaran ni se opusieran a quien les gobernaba por muy injusto que fuera con ellos, por mucho que les saquease, por mucho que les humillase… Millones de egipcios consideraban la hipocresía como inteligencia, la cobardía sabiduría y silenciar la verdad, lógica pura. A cambio de esto, el régimen de Mubarak escondía un desprecio profundo hacia los egipcios y todos los responsables del régimen de Mubarak pensaban que éstos eran un pueblo ignorante, vago, improductivo, acostumbrado al caos y no apto para la democracia.

Los jóvenes y su milagro

Este desprecio por el pueblo egipcio es lo que hizo que el régimen de Mubarak estuviera confiado de su control absoluto sobre el poder hasta que se despertó en la revolución. La revolución egipcia fue un milagro, según todos los parámetros, porque surgió una generación de egipcios absuelta de todas las enfermedades del despotismo, una generación que no tiene miedo ni se calla ante la injusticia. Los jóvenes egipcios representan la mitad del pueblo egipcio y su valor y su fidelidad a valores nobles desafían toda interpretación.

Estos jóvenes se criaron a la sombra de una mala educación, de unos medios de comunicación engañosos, de unos valores colapsados y de un gobernante que creía que el pan era mucho más importante que la dignidad. Y pese a esto, de repente aparecieron los jóvenes de la revolución como un salto hacia delante, como si Egipto fuera un árbol gigante que siempre da frutos, que por muy enfermo que esté siempre puede dar nuevas hojas verdes llenas de esplendor. El primer objetivo de la revolución fue recuperar la dignidad del pueblo egipcio y para Mubarak y sus hombres la sorpresa fue desconcertante: ¿Qué les ha pasado a estos egipcios sometidos a la humillación durante muchos años? ¿Por qué se empeñan en recuperar su dignidad?

La revolución consiguió quitar a Mubarak del poder en menos de tres semanas; después los revolucionarios confiaron al Consejo Militar el poder de Egipto en la etapa de transición. En este punto debemos detenernos para entender las tendencias del pueblo tras la renuncia de Mubarak. Había varios millones de personas que sacaban tajada del régimen de Mubarak y que, por consiguiente, odiaron la revolución y había veinte millones de egipcios que participaron en la revolución, a los que se añaden los ciudadanos que simpatizaron con la revolución y que eran el doble.

Según un cálculo sencillo había cerca de 20 millones de egipcios que no sacaban partido del régimen de Mubarak, pero que tampoco participaron en la revolución ni simpatizaron con ella. Este bloque estático es el de los egipcios sumisos que sufrieron el régimen de Mubarak pero supieron armonizar perfectamente con él. A estos egipcios sumisos les turbó la revolución, les avergonzó, les puso en un aprieto, les hizo replantearse las premisas sobre las que habían construido sus vidas. La cobardía no es necesariamente sabiduría, ni el conformismo lógica pura. Ahí están viendo con sus propios ojos a jóvenes de la edad de sus hijos recibiendo a pecho descubierto la bala asesina, sin sentir miedo y sin dar marcha atrás porque la muerte para ellos es preferible a una vida de humillación.

Comportamiento confuso del Consejo Militar

La postura de estos egipcios sumisos hacia la revolución se mantuvo vacilante, ya que, aunque querían que la revolución lograra sus objetivos, no tenían la más mínima intención de morir por ella. El Consejo Militar recibió el poder en medio de un respaldo popular impetuoso de los egipcios que confiaron en su capacidad y en su deseo de hacer realidad los objetivos de la revolución, pero los egipcios se vieron sorprendidos por los extraños y confusos comportamientos de ese Consejo. Cuando repasamos ahora todo lo sucedido resulta fácil hacerse una imagen clara:

Primero: el Consejo Militar se ha resistido a cualquier cambio real y ha logrado mantener el régimen de Mubarak en el poder. Es normal que el antiguo régimen haga por acabar con la revolución. El Consejo Militar rechazó la redacción de una nueva Constitución y se limitó a algunas enmiendas de la antigua Carta Magna que fueron sometidas a referéndum. A continuación envolvió la voluntad del pueblo y anunció una Constitución provisional de 63 artículos que determinaban los rasgos del régimen político al margen de la voluntad de los egipcios.

Segundo: el Consejo de Seguridad dejó que el desorden de la seguridad se fuera agravando y no ha hecho nada parta solucionar las artificiales crisis consecutivas que han convertido la vida de los egipcios en un infierno y han hecho que una parte de esos egipcios «sumisos» odien la revolución y la consideren el motivo de todos sus males.

Tercero: el Consejo Militar ha llevado a cabo una campaña de distorsión del prestigio de los revolucionarios. Después de que los jóvenes de la revolución fueran presentados como héroes nacionales, los medios de comunicación oficiales los han convertido en agentes que ejecutan agendas extranjeras y en matones y saboteadores que quieren tirar abajo el Estado.

Cuarto: el Consejo Militar dividió al bloque revolucionario en islamistas y liberales desde el principio, atizando el miedo de unos hacia otros. Se acercaron a los islamistas, luego señalaron a los militares hacia los que se precipitaron para redactarles un documento que les protegiese de la Constitución islamista que les asusta y cuando los islamistas se enfadaron, el Consejo volvió a tenerles satisfechos. De esta manera los compañeros de la revolución entraron en un círculo sin fin de luchas y acusaciones que resultaron en la dispersión y el debilitamiento de la fuerza revolucionaria.

Quinto: el Consejo Militar organizó las elecciones de un modo que aleja completamente a los jóvenes de la revolución del Parlamento y abre del todo sus puertas a los islamistas para que se hagan con la mayoría. Es de justicia decir aquí que los islamistas disfrutan de una popularidad verdadera e influyente en la calle y que deben conseguir un alto porcentaje de votos en cualquier proceso electoral transparente, pero lo que ha pasado en las elecciones ha sido distinto porque el aparato de la Seguridad del Estado ha ofrecido su larga experiencia y se ha recurrido a una alta comisión electoral que no hace nada para frenar los abusos, que no aplica la ley y ha cerrado los ojos del todo ante todas la infracciones y delitos electorales que han cometido los islamistas.

Cuando a la mayoría le pareció que los islamistas se harían con la mayoría de los escaños, el Consejo Militar usó el miedo de los liberales con los que formó un consejo consultivo para que fueran su brazo derecho en la labor de reducir a los islamistas. Y así se ha mantenido la lucha encendida entre los socios de la revolución, de una forma que conduce a la permanencia del Consejo Militar en el poder porque todas las partes necesitan su presencia.

Sexto: a través de unos incidentes dispuestos por el régimen de Mubarak, Egipto aparece como sumido en el caos total. Es normal que las grandes potencias se interesen por lo que está sucediendo en las potencias árabes y que velen por la protección de sus intereses en la zona, pero cuando Israel violó la frontera egipcia y mató a seis oficiales y soldados egipcios en su territorio, el Consejo Militar no hizo nada por exigir cuentas a Israel por el crimen que había cometido. Esto fue un mensaje para EE.UU.: que la política de Hosni Mubarak sería aplicada del todo por el Consejo Militar. Después de aquello llegó el apoyo total del Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense al Consejo Militar con los comunicados de elogio a los militares, usando las mismas expresiones que se le repetían a Hosni Mubarak.

Así se ha abortado la revolución egipcia: dando pasos consecutivos estudiados con cuidado, aunque queda el último necesario para poner término a la revolución y hacer como si no hubiera sucedido. Tras cercar a los revolucionarios, alejarlos del Parlamento y distorsionar su imagen, es necesario un golpe aplastante que rompa su voluntad de forma definitiva.

La coyuntura es favorable a ese golpe, ya que los líderes islamistas no quieren enfadar al Consejo Militar porque codician escaños en el Parlamento, los liberales de peso están sentados a la mesa del Consejo Militar (avarientos de los próximos cargos ministeriales) y la inquietud por todas las crisis y luchas de los egipcios sumisos se ha convertido en odio real hacia la revolución y con toda sinceridad añoran los días de Mubarak, cuando su vida era una vida de humillación pero estable y segura.

La sumisión como objetivo

La gestión de las carnicerías repetidas se ha gestionado siempre de la misma manera: los aparatos de seguridad inducen a matones que queman instalaciones y provocan destrucción, lo que alarma a los egipcios, quienes creen que los revolucionarios son unos matones. Y después llega la oleada de ataques salvajes a los manifestantes, no solo para matarlos y saltarles los ojos, sino, y este es el objetivo principal, para asustar a todos y que no salgan a la calle, que no se manifiesten y devolverlos al estado de conformidad previo a la revolución. Todo aquél que haya presenciado los crímenes terribles cometidos por los miembros de la seguridad y el ejército contra los manifestantes se preguntará, sin duda, por qué los miembros de la seguridad golpean adrede a las manifestantes y las humillan públicamente.

¿Qué ganan los soldados pegando a una anciana o dejando al descubierto las partes pudendas y el pecho de una manifestante ante las cámaras? El único objetivo es romper la voluntad de los egipcios y devolverles a la sumisión. El objetivo es que sintamos otra vez que hacemos frente a una fuerza aplastante que nos supera para que temblemos de miedo ante la idea de enfadar o de oponernos al poder y que cada vez que veamos a una manifestante desnuda pisada por las botas de los soldados, nos acordemos de nuestras madres y de nuestras esposas y temamos que a ellas les suceda lo mismo.

El objetivo es que nos rindamos a la voluntad del poder de El Cairo, que los conejos vuelvan a su jaula para que el Consejo Militar se la cierre y entonces el régimen de Mubarak pueda hacer con Egipto lo que quiera. La lucha que está teniendo lugar en este momento es una lucha entre la revolución y el régimen de Mubarak.

La perseverancia de los manifestantes ante las fuerzas de seguridad, por muchas que sean las víctimas, se debe al sentimiento de que son la única fuerza que le queda a la revolución, que mueren no por defender la calle Mohamed Mahmud ni la manifestación ante el Consejo de Ministros, sino por la revolución. Cada vez que el régimen de Mubarak se moviliza para dar el golpe que remate a la revolución, se ve sorprendido por una resistencia violenta de los revolucionarios que altera sus cálculos y le obliga a perpetrar más crímenes salvajes para romper la voluntad de los revolucionarios de cualquier modo y a cualquier precio.

La voluntad de la revolución no se ha roto hasta ahora y la resistencia de los revolucionarios aumenta cada vez que se intensifica el salvajismo del régimen de Mubarak. Nuestro deber ahora es levantarnos por encima de las diferencias y unirnos frente al régimen de Mubarak que comete esos crímenes.

A pesar de los muchos puntos flacos de las elecciones, en mi opinión debemos aceptar sus resultados y apoyar con todas nuestras fuerzas el próximo Parlamento porque al final es el único órgano elegido por el pueblo egipcio. Debemos unificar esfuerzos en un solo sentido: el traspaso del poder del Consejo Militar a un gobierno civil formado por el Parlamento, hoy y no mañana.

La democracia es la solución.

* Publicado en www.boletin.org

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