El 3 de mayo para Goya

El 3 de mayo para Goya

Por Arturo del Villar. LQSomos.

Contó Isidoro Trucha, jardinero de Goya, que había acompañado al pintor a la montaña del Príncipe Pío, actual Plaza de España en Madrid, la madrugada del 3 de mayo de 1808, para contemplar el resultado de lo sucedido allí aquella noche. Los soldados franceses fusilaron a unos madrileños acusados de haber atacado el día anterior el ejército napoleónico, el mayor de Europa, para impedir la salida de Madrid del infante Francisco de Paula, el hijo menor de Carlos IV, para llevarlo a Burdeos a reunirse con el resto de la familia borbónica, instalada en Francia por su voluntad.

El dato puede hacer sospechar que Goya quería reproducir lo sucedido allí, pero lo cierto es que hasta 1814, ya instalado en España Fernando VII como rey, no pintó el gran lienzo de 2,66 x 3,45 metros, colgado ahora en el Museo del Prado, y titulado Los fusilamientos y también El 3 de mayo en Madrid. Parecería que el pintor quiso ser un reportero gráfico, dispuesto a dejar constancia para la historia de un suceso memorable, así como en La carga de los mamelucos retrató los sucesos del día anterior en la Puerta del Sol, inicio de la revuelta popular contra el ejército de ocupación.

Probablemente Goya pintó esos dos cuadros para demostrar su repulsa de los soldados franceses y su admiración por la actitud del pueblo enfrentado a ellos. Fue su manera de intentar congraciarse con el tirano Fernando VII, que estaba decidido a exterminar a todos los españoles que confraternizaron con el rey José I Bonaparte, sostenido por los militares franceses. Cuando el pintor se presentó ante el monarca regresado de su exilio, que fue voluntario, le escuchó una advertencia fatídica: “Debiera fusilarte”, debido a que Goya también fue pintor de cámara de José I y condecorado por él, dos delitos en opinión del monarca más criminal padecido por España a lo largo de su triste historia.

Dos monarquías opuestas

Todos los españoles de más valía constituyeron el grupo denominado afrancesado. Los borbones habían demostrado a lo largo del siglo XVIII su incapacidad para reinar, debido a la locura congénita heredada del iniciador de la dinastía, Felipe V, un demente al que mantenían encerrado en una habitación de palacio, para evitar que se paseara desnudo pegando alaridos por sus salones. La enfermedad se transmitió a sus descendientes, engrandecida con otros males debido a la endogamia habitual en la dinastía, llevada por ello a una degeneración irrecuperable.

La mayor demostración de su inutilidad la dieron Carlos IV y su hijo Fernando VII, al disputarse el trono, lo que dio lugar al motín de Aranjuez, en donde descansaba aquella familia irreal, el 17 de marzo de 1808. Los genes familiares habían hecho a Carlos IV un imbécil, casado con la ninfómana María Luisa de Borbón Parma, poseedora también como borbona de los estigmas característicos de la dinastía. Ambos compartían los favores sexuales de Manuel Godoy, encumbrado por eso a los más altos cargos y honores en aquella corte corrompida. Todos los borbones han sido nefastos para España, pero Carlos IV y Fernando VII son los más indignos.

En cambio, José Bonaparte era un hombre educado en los principios de la Revolución Francesa, preocupado por el bienestar del pueblo. Encargó a un equipo de notables españoles elaborar la primera Constitución que tendría la nación, promulgada el 8 de julio de 1808 en Bayona, cuando el rey juró cumplirla y los diputados le juraron a él fidelidad como rey. Cuatro años después se redactó en Cádiz otra Constitución, apodada La Pepa, que los borbónidas ignorantes consideran erróneamente la primera española, porque se niegan a admitir la elaborada libremente por españoles en Bayona.

Se preocupó por el bienestar del pueblo, dictando leyes que lo favorecían. Urbanizó Madrid, para lo que fue necesario derribar algunas de las numerosas iglesias que cubrían las calles, lo que motivó que curas y frailes le apodaran Pepe Plazuela y se opusieran a su reinado, alegando que no era español: olvidaban que el primer Borbón vino de Versalles, como nieto de Luis XIV, ignoraba todo lo referente a España, y dada su escasa mentalidad no fue capaz de aprender a expresare en castellano, lo que obligó a la Corte a afrancesarse. Era abstemio, pero el populacho influenciado por la clerigalla dio en decir que era un borracho y le apodó Pepe Botella. Su hermano Napoleón había suprimido el sanguinario tribunal de la Inquisición nada más entrar en Madrid, como un símbolo de la abolición del fanatismo, gesto que también encolerizó a la clerigalla.

El pintor que no mereció aquel rey

Las personas más respetables de España acogieron con alegría el reinado de José I por sus virtudes, aunque le bastaba con ser un hombre normal para resultar superior a todos los borbones juntos. Los altos grados militares, los clérigos ilustrados, algunos nobles cultos, los intelectuales, la burguesía instruida y varios artistas, como Goya, se sintieron felices de servir a un rey carente de las taras demostradas por los borbones en un siglo de embrutecido reinado lleno de corrupciones que, según está comprobado, son hereditarias, ya que las únicas ocupaciones desarrolladas por ellos consisten siempre en enriquecerse a costa de sus vasallos y practicar el sexo.

Goya necesitaba congraciarse con el monarca que llegó a Valencia el 16 de abril de 1814, lleno de odio contra los españoles que habían aceptado a José I. Enseguida empezó a demostrar las cualidades por las que ha merecido en la historia el sobrenombre de Rey Felón por faltar siempre a su palabra, y también de Tigrekán por la fiereza con la que ordenó las ejecuciones de civiles y militares a los que consideraba enemigos.

Por su carácter Goya no podía aceptar la tiranía del recuperado monarca, al que durante su exilio se había conocido como El Deseado, hasta comprobar que era un indeseable criminal, con las peores depravaciones típicamente borbónicas. Entre otros menos significados ordenó ejecutar a los generales Juan Díaz Porlier y Luis Lacy, al comisario de Guerra Richard, y al coronel Vidal. Más suerte tuvo el comandante Rafael del Riego, que al frente de una reducida tropa se pronunció el 1 de enero de 1820 contra el absolutismo real, y gracias a él España disfrutó de tres años de libertad, aunque su gesta le costó la vida a él también en la horca el 7 de noviembre de 1823 Su fallecimiento dio lugar a la llamada por los historiadores la década ominosa, porque el tirano reinó con plenos poderes, ensangrentando y descapitalizando a España, hasta su muerte en 1833.

Goya no alcanzó a verla, porque se había exiliado en Burdeos, en donde se encontró con la suya el 16 de abril de 1828. Le correspondió vivir en un momento angustioso para la historia de España, que él supo representar con sus características más destacadas en algunas escenas felices, pero sobre todo en la terrible serie de las conocidas como pinturas negras, a tono con el color predominante en su tiempo bajo la tiranía borbónica.

Cuando pintó El 3 de mayo en Madrid no quiso convertir en héroes a esos ignorantes hombres del pueblo engañados por los sermones de curas y frailes, sino demostrar las nefastas consecuencias de un falso adoctrinamiento. El pueblo madrileño debió recibir a los hijos de la Revolución Francesa como sus libertadores del despotismo criminal borbónico.

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