El “boom” militar europeo oculta un vacío estratégico

El “boom” militar europeo oculta un vacío estratégico
Imagen de Shutterstock

Por Imran Khalil*

El fantasma de la Guerra Fría no está dispuesto a descansar. Según el último informe del SIPRI, el gasto militar mundial ha alcanzado la cifra récord de 2,7 billones de dólares. Europa, sacudida por los cañonazos que resuenan en Ucrania, ha respondido con el gasto en defensa más espectacular desde la caída del Muro de Berlín: 693.000 millones de dólares, un 17% más que el año anterior.

Como era de esperar, la guerra de Ucrania es el detonante más próximo. Pero si se rasca la superficie, surge una ansiedad más profunda: Europa no sólo se está rearmando contra Rusia; también se está preparando para el escenario cada vez más plausible de unos Estados Unidos poco fiables.

Los investigadores del SIPRI se han referido con delicadeza a la «preocupación por una posible desconexión de Estados Unidos dentro de la alianza». En otras palabras, Europa está empezando a darse cuenta de lo que algunos han sostenido todo el tiempo: el paraguas de seguridad norteamericano puede cerrarse un día, no con una explosión sino con una elección.

Poland F35

Lo que ha seguido es una especie de pánico presupuestario. La reciente relajación de las normas fiscales de la UE permite eliminar los gastos de defensa de los cálculos del déficit. Es una forma de maquillar las cifras. Pero hará falta algo más que una contabilidad creativa y unos arsenales cada vez mayores para convencer a alguien de que Europa está preparada para actuar con independencia de su patrón transatlántico.

Tomemos, por ejemplo, el plan alemán de defensa e infraestructuras de un billón de euros. De gran ambición, ha sido aclamado como la mayor revitalización militar de la República Federal en la posguerra. Pero convertir el efectivo en capacidad -entrenando soldados, construyendo sistemas modernos y asegurando las cadenas de suministro- no es una transformación que se consiga con meras asignaciones presupuestarias.

La dolencia subyacente es la incapacidad persistente de Europa para forjar una visión estratégica coherente. La arquitectura de defensa del continente sigue siendo un mosaico de prioridades contrapuestas, industrias nacionales y egos políticos. La adquisición colectiva de defensa, el remedio más obvio a la ineficacia, se trata más como una virtud teórica que como una política práctica. La iniciativa de préstamo STEP de 150.000 millones de euros de la UE ya está sumida en el desacuerdo sobre si se debe permitir la entrada en el cajón de arena a los fabricantes extranjeros de armas.

Soldados polacos con al bandera de la OTAN

A pesar de su nueva disposición a gastar, Europa sigue siendo reacia a pensar, lo que exigiría un grado de introspección incómodo para muchos de los líderes del continente. Al fin y al cabo, la autonomía estratégica exige algo más que la capacidad de lanzar ataques aéreos sin llamar a Washington. Significa formular políticas exteriores independientes, discrepar ocasionalmente de la superpotencia y -herejía de herejías- asumir en solitario la carga de las consecuencias.

El vicepresidente J.D. Vance, que no es amigo del internacionalismo liberal, hizo, sin embargo, una observación digna de reflexión. Citando el intento fallido de Francia de disuadir a Estados Unidos de la invasión de Iraq, argumentó que el problema no era la disidencia de Europa, sino su impotencia. Simplemente carecía del peso militar y diplomático para forzar una pausa en el impulso imperial de Washington.

La lección sigue vigente. A Europa rara vez le ha faltado retórica; lo que le ha faltado es influencia. En el mundo posterior al 11-S, ni limitó el aventurerismo estadounidense ni ofreció alternativas. Su dependencia estratégica no era un defecto del transatlanticismo, sino el funcionamiento del sistema.

El rearme actual ofrece la oportunidad de reescribir el guion. Pero si la historia nos sirve de guía, las probabilidades no son favorables. La tentación de invertir miles de millones en sistemas de armamento obsoletos, duplicar las capacidades nacionales y revivir los paradigmas de la guerra fría es muy fuerte. Lo que se necesita, en cambio, es un enfoque más ágil e inteligente: menos tanques, más satélites; menos variaciones del Eurofighter, más estructuras de mando unificadas.

Una Europa militarizada tampoco significará automáticamente una Europa más pacífica o moralmente fundamentada. Al fin y al cabo, el liderazgo de Occidente nunca se ha basado únicamente en la proyección de la fuerza. También se ha basado en los valores liberales, el multilateralismo y un mínimo de autocontrol. Ninguna de estas cualidades se ve necesariamente reforzada por la duplicación de los presupuestos de defensa.

El problema, en última instancia, es tanto filosófico como logístico. ¿Aspira Europa a ser un socio más igualitario en la Alianza Atlántica o simplemente un socio menor mejor equipado? La autonomía estratégica no debe convertirse en la abreviatura de una dependencia más eficaz.

Y aquí reside la incómoda paradoja. Una Europa más autosuficiente podría, en teoría, ayudar a estabilizar Occidente. Pero eso requiere una madurez política y una coherencia que rara vez ha mostrado fuera de los pasillos burocráticos de la UE. La trayectoria actual corre el riesgo de producir un continente repleto de armas con poco sentido de qué hacer con su nueva capacidad, excepto, quizás, reflejar los errores de Estados Unidos.

Es muy posible que el futuro de Europa no consista en imitar al Pentágono, sino en recordar lo que la hizo diferente: su compromiso con la diplomacia, su aversión a la arrogancia y su escepticismo ante las soluciones militares a los problemas políticos. Al fin y al cabo, las armas y los aviones no son buenos sustitutos del sentido común.

* Nota original: Europe’s Military Boom Masks a Strategic Void.
– Traducido del inglés por Sinfo Fernández para Voces del Mundo

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