El Día de la raza

El Día de la raza

La fecha de ayer tiene un significado especial. Es una clave catedralicia en el imaginario institucional español. Es la Fiesta del Pilar, la paradójica patrona de una guardia civil que es militar. Es la Fiesta nacional, el solemne Día de la Raza. Se conmemora el orgullo de la Historia. Lo que fuimos y hemos llegado a ser. Los peldaños de la escalera al cielo. El pasado y el presente de esto que llaman patria. Por lo que se ve, una amalgama del Cristo de Borja, con exaltación castrense y el manto basílico de la Virgen pilarica; piadosa víctima del "filantrópico" mecenazgo (con logotipo bordado en el manto) del banqueroi Botín Santander. Fastos. Se pueden adivinar los plomizos discursos sobre unidad de la España indivisible. Las ralladas letanías, las veladas amenazas del nacional-catolicismo integrista, mientras pasa por el asfalto la legión con su cabra y los aviones surcan el firmamento antes de aterrizar de nuevo en las bases hispano-americanas. Loor a la globalización y a ver si cae algo. No sabemos comprender un texto corriente, pero somos el pasmo del mundo, los elegidos de la Gloria. Lo dice un gobierno muy participado por el Opus Dei, que no profiere pecaminosas mentiras y hace todo lo que puede y lo que no puede por nosotros. Amén.

Pero ¿cuáles son los logros de tan engallada raza hispánica? España siempre ha sido una patria parasitaria cuyas coronas han exprimido vidas hasta la extenuación y explotado filones hasta la última gota. Como potencia colonial fue perdiendo territorios de ultramar uno tras otro y de mala manera. Pretendía quedarse, pero siempre la obligaron a marcharse. Así fue en Filipinas y en la América del Sur. España no fue un a metrópoli precisamente espléndida. Nunca lo fue aquí y no lo iba a ser allende los mares. Los porqueros extremeños eran “descubridores” analfabetos. Parias osados que se limitaban a esclavizar indígenas. ¿Y qué dejaron a cambio? ¿Acaso ferrocarriles y otras infraestructuras, o una cultura popular de convivencia? No. Dejó única y exclusivamente la figura del criollo y el idioma que servía de herramienta para explotar mejor. Y luego unas cuantas iglesias para demostrar quién estaba realmente al Mando.

Y como la Historia es más que nada repetición, este es un texto que escribí a raíz de anteriores fastos pascuales.
No se trata de mortificarse gratuitamente sino de mirarse en el espejo para cambiar idiosincrasias caducas que, como está probado, no nos benefician en nada:

¿Albóndigas o lubina?

A despecho de los tiempos de precariedad económica que vivimos, se ha celebrado, por todo lo alto y con consiguiente fanfarria, la Pascua militar. Allí no estaba el rey como jefe supremo de las FAS, pero sí el príncipe heredero hy su plebeya consorte, la reina, el escalafón de los mandos en la tropa con sus medallones…No sé por qué me da a mí que en el almuerzo de hermandad no comieron las célebres albóndiguillas con tomate del rancho cuartelario; manera de ahorrar y enjugar el déficit público. Aunque llamar así a la úlcera sería quizá demasiado sacrificio. Los altos mandos tienen el paladar fino en las fiestas; y el estómago caido, por causa del alcohol que se identifica con una virilidad reglamentaria.

El paraguas de la vieja retórica en los discursos de plomo, el todo por la patria y demás, mientras se piensa en conseguir la lubina más grande del buffet y la dirección de una buena casa de putas…Aquel que ha cumplido el servicio militar y no se afeita la frente queda vacunado para siempre de la cosa castrense.

Estas son las cosas que no se entienden. España ha estrenado un gobierno cuya principal vocación es el desmantelamiento de los servicios públicos, para dárselos después a los tiburones de la rentabilidad. Rajoy ha enarbolado el hacha y ya los recortes sociales están anunciando estragos en la población económicamente más débil. La Sanidad, la Enseñanza, las pensiones, las dependencias…todo eso se lamina, para dar la imagen ante la UE y el mundo de que somos chicos aplicados en la asignatura del neoliberalismo. Y obedientes a la voz de su amo, sea este el Tío Sam o Angela Merkel.

El dogal aprieta a los pobres mientras en la cúpula del estado se derrocha la pasta en fastos y artefactos bélicos. Cáritas y Amnistía alertan de vez en cuando sobre la realidad dura de la pobreza extrema en España, y no solo se produce la desgracia en el horizonte tercermundista que nos pueda distraer como algo abstracto y lejano.

Los presupuestos para la salud del estado de bienestar encogen como una uva pasa, mientras crecen los gastos militares de manera imparable. El nuevo ministro de Defensa (¿Defendernos de quién, de Marruecos o algo así?) es un elemento muy familiar en los consejos de administración de la industria fabricante y vendedora de armas. Ese ministro cuyo nombre aún no me he aprendido y ya se me ha olvidado, porque no es más que una pieza en el engranaje del negocio de la muerte, ha hecho los obligados elogios a las fuerzas militares españolas destinadas en los múltiples polvorines del imperio yanqui.

Cuadrar las cuentas en tiempos de paz significa comprar y vender armamento. España comercia con armas ligeras, las que causan la mayor mortandad en el mundo. De siempre se supo que las armas solo sirven para matar. Ni más ni menos. Ahora los estrategas de la geopolítica se han sacado de la manga el militarismo solidario. La intervención allí donde lo deciden los banqueros. Así que no se limitan a defender la propiedad privada nacioal sino tambiń el pillaje de las corporaciones multinacionales. Hay que ver lo que discurren los colonialistas.

Los partidarios de la milicia repiten como un tambor sonado la célebre y manida máxima de Carl Von Clausewitz, la de que “la guerra es una continuación de la diplomacia por otros medios”. Es decir, cuando no puedes convencer a alguien para que ceda ante tus intereses, debes procurar matarlo (militarmente, por supuesto). No sabemos si después de tamaña exhibición de simpleza, o bien de cinismo justificatorio, a Von Clausewitz lo tuvieron que encerrar en una casa de reposo, por tener la mente agotada o le dieron el Nobel de la Sabiduría. Los teóricos militares y los militares en general no son gentes dadas a la reflexión sino más bien todo lo contrario. En los cuarteles se repite hasta la saciedad que pensar le está prohibido a un soldado. Tienen que imitar a sus armas, ser automáticos. Su norte es la acción, y luego ya se arreglará la chapuza resultante como sea.

El caso es que a los militares y su Pascua los pagamos entre todos. Y si no tienen juguetes para jugar a las estrategias y las tácticas de guerra, se enfadan. Y si se cabrean, los civiles nos podemos echar a temblar. Es lo que se suele llamar en la jerga castrense “ruido de sables”. En este país hubo un ruido de sables hace 51 años y pico, que degeneró en un golpe de Estado y aún lo estamos padeciendo.

Lo militar es la expresión más procaz del depredador humano. ¿Para qué sirve lo militar? Para joder la marrana. Son unos pavorreales que nos salen carísimos.

* Director del desaparecido semanario "La Realidad"

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