El espíritu de Gernika

El espíritu de Gernika
Para el capitalismo, la violencia nunca ha constituido un problema. Se ejerce a diario contra los más débiles y vulnerables, alegando la necesidad de sanear la economía, proteger la propiedad privada y mantener el orden público. La economía de mercado es puro darwinismo social. Aunque sus apologistas afirman que premia el esfuerzo y el mérito, las profundas desigualdades que suscita ponen de manifiesto que se trata de un argumento malicioso. Tres millones de españoles viven en la pobreza extrema, con unos ingresos anuales de 3.650 euros al año. La cifra, lejos de disminuir, tiende a aumentar y afecta a un porcentaje cada vez mayor de niños. Se estima, en cambio, que en 2012 se incrementó el número de millonarios en un 5’4 %. Actualmente, 144.660 personas disfrutan de un patrimonio superior a 766.000 euros y, en los próximos tres años, su fortuna crecerá a un ritmo del 6’5%. Es imposible contemplar esta situación y no admitir que vivimos en un tiempo de asesinos, donde el poder político y financiero se guían por un único principio: no importan los pueblos ni los individuos; sólo importan los beneficios. Parece que las bombas de Gernika aún humean, advirtiéndonos que los imperios militares y económicos no atribuyen ningún valor a la vida humana.
Si adoptamos una perspectiva global, el panorama se hace aún más sombrío. En un mundo donde 5’6 millones de niños mueren al año de hambre y 146 millones sufren desnutrición, de acuerdo con los datos de UNICEF,  sólo cabe concluir que el capitalismo –no importa el nombre que adopte- es una forma de genocidio. Por el contrario, el socialismo –utilizo este término en un sentido amplio para englobar a toda la izquierda- entiende que las diferencias materiales nunca son legítimas, especialmente cuando afectan a la educación, la sanidad, el trabajo o la vivienda. El capitalismo considera que esta reflexión ignora la diversidad humana e impone la dictadura de la mediocridad, pues las diferencias no son arbitrarias, sino que se fundan en la inteligencia y en la capacidad de trabajo. La realidad desmiente esta objeción. Los grandes patrimonios proceden del oportunismo, la corrupción y la explotación laboral. Vicenç Navarro utiliza la reciente investigación de la revista Scientific American para recordarnos que “los súper ricos muestran comportamientos menos solidarios, menos compasivos, más egoístas e incívicos que las clases populares”. Eso es lo que les permite prosperar y acumular bienes. La gestión de Amancio Ortega, máximo accionista del Grupo Inditex, corrobora esta tesis. Según ONG Setem y Amarante Setem, que realizaron la “Campaña Ropa Limpia”, los empleados del Grupo Inditex en Tánger realizan una jornada que supera las 55 horas semanales de forma habitual. Los salarios son tan bajos que el 40% no pueden cubrir sus necesidades básicas ni las de sus familias. Algunas trabajadoras son menores y cobran la mitad. Por eso, “cuando aparecen auditores por sorpresa, los supervisores esconden a las menores en la azotea o en cajas de ropa vacías”. En Marruecos, el salario mínimo interprofesional establece que la hora de trabajo debe ser retribuida con 10’14 dirham. Dado que las empleadas marroquíes del Grupo Inditex trabajan 280 horas al mes, su salario debería aproximarse a los 3.000 dirham, casi 300 euros, pero las más afortunadas sólo llegan a los 178. Es evidente que se actúa de una forma fraudulenta, ilícita e inmoral, probablemente con la complicidad de las autoridades locales. En la India, el Grupo Inditex imita al resto de las grandes empresas textiles: niñas y adolescentes trabajan más de 72 horas semanales, sin contrato ni seguro, cobrando una media de 0’88 euros por hora. El Centre for Research on Multinational Corporations (SOMO) señala en su informe “Captured by Cotton” (Atrapadas por el algodón) que en 2011 aún existían muchos casos de esclavitud. Algunas trabajadoras no cobraban nada, no podían moverse con libertad y sufrían amenazas y malos tratos. Las multinacionales intentan eludir sus responsabilidades mediante subcontratas, pero es evidente que sólo se trata de una estrategia legal. El Grupo Inditex sigue la misma política en otros países. En Argentina, la ONG La Alameda denunció a Zara y a otras dos empresas (Ayres y Cara y Cruz) por explotación de inmigrantes ilegales y menores en tres talleres con jornadas de 13 horas diarias durante seis días en semana. “Carecían de documentación y se las retenía contra su voluntad”, declararon las autoridades argentinas. En Sãu Paulo, Brasil, se descubrió en 2011 un taller clandestino, con una situación similar. Esta vez los menores procedían de Bolivia y Perú. Por supuesto, los enormes beneficios que el Grupo Inditex obtiene con su establecimiento en países con “una legislación laboral flexible y competitiva” no se invierten en nuestro país en crear riqueza, sino que se colocan en paraísos fiscales. Los 20 millones de euros que Amancio Ortega donó a Cáritas sólo representan un 0’05% de su patrimonio, unos 38.000 millones de euros. Esa cantidad equivale a 0’50 céntimos de un salario mileurista. No se puede –por tanto- hablar de generosidad. En 2011, Amancio Ortega obtuvo unos beneficios de 12.000 millones de euros, pero no pagó los 3.000 millones que le correspondía en concepto de impuestos. La ingeniería financiera, las desgravaciones fiscales y otras exenciones permitieron que se le aplicara un nivel impositivo inferior al de sus propios trabajadores. George Soros y Warren Buffet han conseguido milagros similares, mientras cultivaban la imagen de filántropos.
 
El fraude fiscal no es algo ocasional en España, sino un mecanismo institucionalizado mediante las sociedades de inversión de capital variable (las famosas SICAV). Con 100 accionistas y un capital de 2’4 millones de euros, se puede crear una SICAV y tributar a Hacienda un 1% en lugar del 30% que establece el impuesto de sociedades. Los accionistas pueden recuperar su dinero sin tributar las plusvalías, siempre que no excedan la cantidad inicialmente invertida. Es algo inusual, pues en cualquier fondo de inversión hay que pagar la plusvalía desde el primer euro, con independencia de la cantidad retirada. En las SICAV se puede recuperar todo el capital y dejar tan sólo las plusvalías, que a su vez generan nuevas plusvalías. Los inspectores de Hacienda han denunciado repetidas veces que las grandes fortunas recurren a socios de paja (“mariachis”, en la jerga financiera) para llegar a los 100 accionistas y gestionar su patrimonio individual de forma fraudulenta. Sus quejas ha sido desestimadas e incluso obstruidas. De hecho, la Agencia Tributaria no puede investigar ninguna SICAV sin el consentimiento de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. La España de hoy se parece cada vez más a la “extraordinaria placidez” del franquismo, evocada nostálgicamente por Jaime Mayor Oreja, antiguo Ministro del Interior: torturas avaladas por sentencias del Tribunal de Estrasburgo e investigaciones del Consejo de Europa, una legislación laboral que escarnece y minimiza los derechos de los trabajadores, un Código Penal de una dureza injustificable en un país con una de las tasas más bajas de delincuencia de la UE, cárceles atestadas, comedores sociales desbordados, un sistema educativo que recupera las reválidas y la asignatura de religión, una prensa unánime que justifica los recortes sociales y que hostiga a los países descarriados (particularmente, Cuba y Venezuela). Hace unos días, la Guardia Civil detuvo a Diego Cañamero por negarse a comparecer ante los tribunales por su participación en la ocupación de la finca militar de las Turquillas en Sevilla. Arnaldo Otegi continúa en prisión, pese a su papel decisivo en el proceso de paz de Euskal Herria, y la Fiscalía de la Audiencia Nacional (fiel copia del Tribunal de Orden Público) se queja de que Iosu Uribetxeberria Bolinaga continúe vivo, después de ser excarcelado por hallarse en la fase terminal de un cáncer. Mi admirado Miguel Sánchez-Ostiz afirma que la guerra civil fue un Escarmiento. Creo que el Escarmiento prosigue y que, al menos en los sectores sociales más castigados por la crisis, reina un espíritu semejante al de Gernika después del salvaje bombardeo: indignación, impotencia, desesperanza, miedo, desmoralización.
 
Después del fracaso del 15-M y del fiasco de la primavera árabe, muchos se preguntan si aún existen vías exclusivamente pacíficas y democráticas de cambio. ¿Es posible un porvenir con libertad, igualdad y solidaridad? ¿Podemos soñar con la Europa de los Pueblos como alternativa a la Europa de la Troika, que exige a Grecia un salario mínimo de 350 euros, contratos sin seguros sociales ni derechos laborales, despido libre sin indemnización y una ley contra huelgas? Para el socialismo, la violencia sí es un problema ético, pero entiende que la injusticia y la desigualdad no pueden tener la última palabra. Hablar de revolución en 2013 parece un anacronismo, pero lo cierto es que en Europa la historia ya ha comenzado a marchar hacia atrás, restableciendo servidumbres impensables hace unas décadas. ¿Avanzamos hacia una sociedad con islas de riqueza cada vez más exiguas y grandes masas de pobres y desamparados? Todo indica que sí. Sin embargo, no pierdo la esperanza de que el espíritu de Gernika cambie de signo y aparezcan los gestos de rebeldía, insumisión y resistencia que han acompañado a los pueblos en su lucha por la libertad y la dignidad. Pakito Arriarán, internacionalista vasco que murió en El Salvador, luchando en las filas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, nos dejó una reflexión que nunca envejecerá: “Un día me di cuenta de lo que es pertenecer al mundo, de lo que es ser vasco, de lo que es ser luchador, lo que significa ser de aquí, lo que es tener dos pueblos para amar, un mundo por el que luchar”. En otro lugar, escribió: “Que manden los obreros, los campesinos, todos a los que han querido pisotear, humillar. Todos los que han sido brutalmente asesinados”. Los revolucionarios muchas veces mueren en el campo de batalla, pero siempre nos dejan su inmenso amor a la humanidad, demostrándonos que la fraternidad no es una ficción retórica, sino una utopía posible.
 
 

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