El kiosco de la glorieta

El kiosco de la glorieta

Estaba delante del kiosco, por mejor decir, estábamos, yo apoyado en un brazo amigo, el de mi lazarilla, al lado del kiosco de periódicos de la Glorieta de la Iglesia. En tiempos, no hubo en Madrid kiosco como ese, y no por su forma, que era la que el Ayuntamiento había elegido para los kioscos, sino por lo que vendía. Allí comprábamos las “pelotas duras”, para jugar, por supuesto, que a mano en el frontón de la Institución. Las había de dos precios: las de “a real” y las de “a dos reales”, de badana blanca y bien cosida, su costura no sobresalía. Estas eran las preferidas, tenían un bote alto y uniforme por su perfecta redondez. Las otras no las despreciábamos, en todo caso mejor que las pelotas de goma, que cuando las pegabas fuerte, te picaban las manos. Con las pelotas duras, se te hinchaban. Comprenderá el lector, que para los de la Insti y más, para los jugadores al frontón, como era mi caso, el kiosco de la Glorieta de la Iglesia, tenía una singular importancia.

Un enorme bulto oscuro

Y ya, estando en la Glorieta, fuimos andando hacia abajo, calle General Martínez Campos, por la cera de los pares. Próximo a la puerta de entrada de la Insti, por la que yo había pasado miles de veces, percibí un enorme bulto oscuro estacionado en esa zona. Pregunté a mi lazarilla: ¿qué es ese monstruo? Una excavadora, para las obras, fue la respuesta. No pude menos de exclamar: ¡Que horror… una excavadora en el jardín de la Institución!

No pude evitar que mi pensamiento se fuera a los años antes de la guerra, en los que el jardín era el lugar –durante los recreos- de los partidos de frontón, del barrido de aquel charco de agua que se formaba en su cancha e impedía el bote de la pelota, cuando en el invierno, caía persistentemente, la lluvia. El jardín tenía tres plazoletas separadas por cuadros, donde había árboles, arbustos y flores. Una frondosa y verde hiedra, cubría el alto muro de ladrillo rojo que nos separaba del convento de las Esclavas. El jardín era amplio y nos permitía en los recreos organizar muy diversos juegos, según los que estuvieran de moda en el momento. Que si a “justicias y ladrones”, que si “al diábolo”, que si “al güá”, que si a la comba y a dublés… qué se yo, se me olvidaba al “chiviri” y “la semana”. Añado un largo etcétera y no olvidemos el fútbol, en el que participaban algunas chicas.

¡Una excavadora excavando el jardín! ¡Qué horror!

El jardín era también una vía de educación. Nuestros profesores nos enseñaban que había que respetar la naturaleza: ¡Cuidado con la hiedra¡ voceaba el señor Rego, cuando una pelota se quedaba prisionera de las ramas y verdes hojas. ¡Pisa con cuidado en el cuadro y no lastimes a las flores ni al romero, cuando busques la pelota!, nos decía la señorita Genara. ¡Y aquél papel que veo, llévalo a su sitio: la cajonera!, nos decía el señor Gutiérrez. ¡No hay que ensuciar ni el jardín, ni el campo! nos repetían.

En los juegos, lo importante no es ganar, lo importante es divertirse y participar con limpieza, reconocer las faltas que se puedan cometer y respetar al adversario, eran los principios de conducta que nos pedían. Nunca se formaban equipos fijos, siempre se “echaba a pies” para elegir los componentes. Contra el engreimiento, la modestia, el no presumir si he ganado a tal o cual. El acusar era mal visto por los profesores, porque había que ser honrado y reconocer los errores propios que se podían haber cometido, también en el juego y no hacer culpables a otros.

En el jardín se practicaba la solidaridad, cuando llegaba la hora del bocadillo. Siempre había un cuscurro que comer, para el más hambriento.

De cuando en cuando por el jardín, aparecía un hombre sencillo, con sombrero algo grande, aire de distraído. Decía que venía a ver a sus sobrinas. Una, Eulalia, estaba en mi clase. El visitante se sentaba y hablaba con nosotros, más bien nosotros con él, porque nos preguntaba y escuchaba nuestras respuestas y las comentaba, a veces, las celebraba con risas.

Aquel cariñoso personaje, era el poeta Antonio Machado, del que habíamos aprendido varias poesías.

Sin duda que, como él, en tiempos pasados se había sentado don Francisco Giner y había hablado con los niños y se hubiera reído con ellos.

Parafraseando al poeta, en su Elegía a la muerte de don Francisco, podríamos también decir, del jardín de la Institución:

“…Allí el maestro un día, soñaba un nuevo florecer de España”

Pero hoy NO, un gran no. Jamás el Maestro, hubiera soñado que en el jardín de la Institución, en el de sus conversaciones con los niños en su jardín, en el de los paseos tempraneros, pudieran entrar las excavadoras a destruirlo.

¡La excavadora excavando el jardín! ¡Qué horror!

Pero no es sólo la destrucción del jardín, me dijo la voz amiga de mi lazarilla, ya no existe ni el frontón, ni la acacia centenaria, que llamábamos “algarroba”, ya no existe en pie ninguna aula -si exceptuamos la clase 7 en el edificio Macpherson-. Han destruido el parvulario que pidió don Francisco, justo antes de morir, se construyera. Las aulas donde nos enseñaron nuestros profesores, donde se esforzaron en formarnos como individuos que no ocultan la verdad, que respetan y buscan oír la opinión de otras personas, aunque no las compartan, que huyen de la ostentación y petulancia, que con modestia extrema son solidarios del más débil… en resumen, se esforzaron en transmitirnos las enseñanzas y conducta de don Francisco. “Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros”, se dice en la Elegía de Machado.

Haciendo memoria.

En los primeros años de los 90, me pasé por la Insti. Me encontré con mi viejo amigo Juan González, que creo presidía la Fundación. Hacía años que no nos veíamos y teníamos mucho que contarnos. Recuerdo que estaba preocupado por problemas que había tenido el edificio vivienda del señor Cossío y el Macpherson. La opinión que tenían los antiguos institucionistas, era que se hacía necesario, hacer una rehabilitación de algunos edificios y de reconstruir la casa del señor Rubio, que estaba en el 16. Pensaban hacer un concurso, para que los arquitectos participantes presentasen sus propuestas. Todo me pareció muy razonable. Nos despedimos. Fue la última vez que le vi.

Cambios nefastos

En la Fundación Francisco Giner , hubo cambios. Entró de Presidente Julián de Zulueta. Le conocía desde su breve paso por la Insti, pero más por las referencias de mi hermana, como condiscípulo en el Instituto Escuela. El antiguo amigo, se me ha revelado como hombre de baja moral y deficiente ética.

Tiempo después nombraron de Secretario a José García Velasco. No le conocía. Alumno del profesor Cacho Viu, perteneciente al OPUS. Su conducta se ajusta a la de esa organización.

Donde la Falacia empieza

Los planes de rehabilitación se inician, pero usando el engaño de la rehabilitación, ya no sólo era rehabilitar, se desliza y añade el concepto de ampliar. Se siguen varias fases de selección de proyectos -ver página Web: “salvarlaile.com” – y se pasa a premiar y autorizar a un proyecto que contempla diferentes tipos de construcciones, con una superficie próxima a 6.000 M2 de los que unos 2.500 M2 son bajo rasante.

Si comparamos estos datos con los casi 2.000 M2 construidos para la Institución y la casa del señor Rubio, está claro que lo que el proyecto propone es LA UTILIZACIÓN DEL SOLAR DE LA INSTITUCIÓN, PARA UN NEGOCIO INMOBILIARIO.

De eso son responsables, principales responsables, los patronos de la Fundación Francisco Giner, con su presidente y su promotor secretario, a la cabeza.

Con un cinismo increíble dicen que es “la Institución del Siglo XXI”. Si algo cuidó sobre todas las cosas don Francisco, fue la INDEPENDENCIA Y LIBERTAD de la Institución. En contraste con ello, la Fundación se ha creado dependencias y compromisos varios, notablemente con la Administración y organismos financieros.

Pero ¿no se dan cuenta, que sólo el mantenimiento de los diferentes servicios para los edificios, puede costar varios millones de euros al año, por lo que los edificios habrá que alquilarlos o venderlos, vender parte del jardín de la Institución –eso si que es ya rizar el rizo-. Pero qué puede ocurrir, si no se alquilan, si el mercado no es de demanda, si es de oferta… saque el lector las conclusiones. Quizá la Caja Madrid, que participa en el financiamiento de la obra, ya las ha sacado y…. se quede con las construcciones…

¡Qué vergüenza! me da vergüenza tener que escribir las líneas anteriores, con un contenido tan alejado de los principios de la Institución. Porque la FALACIA que practica la Fundación Francisco Giner de los Ríos, puede llevar a esta Fundación –en el mejor de los casos- a un gestor inmobiliario. En otro supuesto, a la liquidación de los locales emplazados donde surgieron las ideas renovadoras del progreso cultural de España. Y ello cuando la dictadura franquista no se atrevió a hacerlo. Es muy doloroso escribir esto y más aún en democracia. Estos señores no han querido oír la voz de los pocos institucionistas que quedamos, para los que la Institución es nuestra casa. Ahora hay que decir “ERA NUESTRA CASA”. Ni oír las de cerca de 3.000 personas que se opusieron a sus planes.

Los patronos faltan al respeto a la memoria de los hombres de bien que crearon la Fundación, que la dieron como su fin:

Artículo 1- Los comparecientes, Don Gumersindo de Azcárate, Don Rafael María de Labra, Don Constantino Rodríguez, Don José Manuel Pedregal, Don Adolfo González Posada, Don Manuel Bartolomé Cossío, Señor Marqués de Palomares, Don Julián Besteiro, Don Ramón Menéndez Pidal, Don Fernando García Arenal, Don Alejandro Rosselló, constituyen, por esta escritura y con las aportaciones que se especifican, una fundación denominada “Fundación Francisco Giner de los Ríos” para honrar su memoria y el servicio de los intereses espirituales a los que el Maestro se consagró en vida”.

¿Qué tiene que ver ese texto con formar un NEGOCIO INMOBILIARIO utilizando el jardín?

Creo que ni Kafka hubiera imaginado algo parecido.

 * Publicado en la Revista “ATLÁNTICA XXII” (Asturias), 21 Agosto 2010.

 – Artículo relacionado: Por qué digo lo que digo

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