El litio y la política energética argentina

El litio y la política energética argentina

Por Brandon Young*

Argentina depende fuertemente de los hidrocarburos para suplir su demanda energética (87.5% de su matriz es fósil). A pesar de contar con importantes reservas petroleras, la producción nacional no logra satisfacer su demanda, por lo que está supeditado a la importación de energéticos. Cuenta con extensas reservas de recursos tanto convencionales como renovables que le confieren un gran potencial para insertarse en la transición energética mundial como un actor clave

El litio (Li3) es un recurso abundante en su territorio con la capacidad de almacenar grandes cantidades de energía eléctrica. Dicho mineral ha sido catalogado por los países del norte global y China como estratégico por su importancia para la industria de las tecnologías bajas en carbono. La riqueza de este mineral ha vuelto al país objeto de la competencia entre grandes potencias que buscan controlar las reservas y la producción de las baterías de iones de litio (BiL) empleadas en la electromovilidad y en la descarbonización del transporte ligero. Este artículo busca caracterizar los principales retos y oportunidades que representa el litio para la política energética argentina en el marco de la transición energética.

Es la tercera economía en América Latina después de Brasil y México, tiene 46 millones de habitantes y una extensión territorial de 2,79 millones de km2 (octavo más grande en el mundo). Sus dimensiones le confieren una importante capacidad para marcar tendencias e impactar positivamente en los esfuerzos para contrarrestar el calentamiento global. Su relevancia para el cambio de la matriz energética mundial yace en sus extensas reservas de recursos naturales, entre los que se encuentra el litio. El reto estriba en romper la llamada trampa de las materias primas (concepto propuesto por Sachs y Warner en 1995) y agregar valor a partir de este recurso.

Salinas de litio en Jujuy, Argentina

Según datos de la Agencia Internacional de Energía (AIE), existe una prevalencia de los combustibles fósiles en la matriz con un 87.5%, frente a un 12.5% de las renovables. En generación de energía eléctrica hay una participación del 50% de gas natural. Las energías renovables se han consolidado como alternativa para la electrificación ya que en su conjunto abonan al 35% de la producción. Las hidroeléctricas contribuyen al 16% mientras que un 5.5% del total es producido por 3 centrales nucleoeléctricas, a saber: Atucha I, Atucha II, y Embalse. Estos datos indican que la electrificación depende todavía de los combustibles fósiles, pero con señales de diversificación. En cuanto al consumo por sector, el transporte demanda el 31.9%, los hogares el 26.4% y la industria el 21.6%, el 20% restante lo demanda los comercios y la actividad agrícola.

Argentina es un importador neto de combustibles. Su principal proveedor de petróleo refinado es Estados Unidos, quien, en 2022 suplió el 38% de las importaciones. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, naciones que recientemente ingresaron a la asociación de los BRICS, le proveen el 12% de su petróleo, respectivamente. El gas natural proviene también de EEUU en un 44% y de su vecino al norte, Bolivia, en un 38%. Ante este escenario, la política energética ha estado encaminada a proyectos de exploración y extracción de hidrocarburos para aumentar la soberanía y reducir la dependencia a las importaciones. Especial atención se ha puesto en la formación sedimentaria de Vaca Muerta, localizada en las provincias de Neuquén, Mendoza y La Pampa que comprende el segundo depósito más grande de gas de lutita en el mundo. La extracción de este tipo de recurso no convencional de gas se realiza a partir de la técnica de fractura hidráulica o fracking, caracterizada por el uso intensivo de agua y, por ende, con altos costos ambientales. En ese sentido, el impulso a la soberanía energética a partir de técnicas altamente contaminantes va en contrasentido de la necesaria transición energética y la reducción del uso de los combustibles fósiles.

Salar de Olaroz, litio en Puna jujeña, Argentina

En cuanto a energías renovables existe un enorme potencial, especialmente en el almacenamiento de energía eléctrica y la electromovilidad gracias a un mineral denominado como “oro blanco”. Argentina tiene 20 millones de toneladas de litio en su subsuelo, segundo país más rico en el mundo. Geográficamente tiene una posición favorecida dentro del Triángulo del Litio que comparte junto con Chile y Bolivia. Según datos de la CEPAL, el 57% de las reservas del mundo se concentran entre estos tres. El país cuenta con vastos recursos minerales localizados en los salares del noroeste de su territorio de los que, entre 2022 y 2023, se extrajeron 16,550 millones de toneladas de litio. En 2023, las exportaciones de carbonato de litio ascendieron a 807.1 millones de dólares, cuyo principal destino fue China (44.59 %). La producción de este mineral está concentrada en tres provincias, Jujuy, Salta y Catamarca. Hay una empresa estadounidense en Jujuy, y Catamarca, y dos empresas más, una en Catamarca y otra en Salta. Las demás son de capital argentino, chino, australiano, canadiense y europeo. De 44 proyectos, seis tienen capital estadounidense, seis capital chino, seis australiano, ocho canadienses, trece argentinas, y las restantes son europeas.

Mineras chinas han llegado a acuerdos con empresas estaduales argentinas para industrializar el litio. Escalar en la cadena de valor es central para la economía del país ya que gran parte del proceso de fabricación de baterías y otros productos de litio aún se realiza en China. Por el otro lado, existen preocupaciones por el impacto ambiental durante la extracción del mineral debido al bombeo de grandes cantidades de agua salada que afecta los ecosistemas locales y las reservas de agua subterránea. Además, hay tensiones con relación a los derechos de las comunidades indígenas, cuyas tierras a menudo albergan estos proyectos (véase cuadro), lo que genera disputas sobre la consulta y el consentimiento previo, así como la distribución equitativa de los beneficios económicos. El principal reto es la inversión de procesos productivos intensivos en capital en un ambiente marcado por la inestabilidad macroeconómica. Las cadenas de suministro de las tecnologías bajas en carbono requieren de importantes inversiones a largo plazo.

El camino hacia la plena comercialización del litio y su incorporación en la transición energética enfrenta dificultades desde el lado de la oferta como del lado de la demanda que afectan de manera heterogénea a los países. El obstáculo más significativo desde la oferta es la concentración geográfica del mineral en ciertas regiones, lo que reduce a menos de una docena el número de países productores. A ello se suma el dominio casi absoluto de China en la refinación y procesamiento del litio para la comercialización del mineral. Los elevados costos de las baterías requeridas para la fabricación de vehículos eléctricos son un freno. Persisten barreras que dificultan la adopción masiva de vehículos eléctricos, como sus altos precios, la falta de infraestructura de recarga y los costos de los combustibles fósiles, que limitan su aceptación entre los consumidores.

La situación se torna aún más compleja cuando se considera el contexto geopolítico y económico. La transición hacia una economía basada en energías renovables y tecnologías limpias plantea desafíos tanto para los países productores de combustibles fósiles como para aquellos que dependen de la exportación de materias primas. El potencial del carbonato y sulfato de litio para revolucionar el panorama energético global es innegable. El mineral es estratégico para la transición hacia una matriz más sostenible, especialmente en lo que respecta a la electrificación del transporte ligero y masivo de pasajeros. El reto para la política energética argentina será transformar el litio y avanzar en la cadena de valor mediante el procesamiento y la fabricación de componentes de la industria de las tecnologías bajas en carbono.

* En OBELA

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