El machete de Dios

El machete de Dios

Patxi Ibarrondo*. LQS. Abril 2018

Gracias al empeño humano por su progreso tecnológico y la malsana curiosidad, nunca faltan los muertos con que rellenar las páginas del devenir, los cazabombarderos y los sucesivos drones ofrecen una segura continuidad mortuoria

Dicen que dice la Biblia, ese excelente laboratorio de ficciones, que Caín mató a Abel con la quijada de un burro. Lógicamente, el humilde asno, transformado en arma letal, a su vez estaba previamente muerto. Nada se añade acerca del evidente maltrato animal. Sin embargo, con su meticulosidad habitual, las Sagradas Escrituras acusan que el motivo del temprano fratricidio fue la envidia. Abel sería el favorito un tanto empalagoso de la Historia teologal. A Caín no le tocaba nunca el privilegio lotería de los dones y la propiedad. El rencor hizo el resto y sentó el principio del asesinato por cuestiones materiales o espirituales.

Dos individuos se pelean a machete vil en una calle del azaroso barrio del Raval barcelonés; pudo ser por un impago de droguería. Con igual contumacia y al mismo tiempo, los líderes del mundo civilizado se amenazan insistentemente con enviarse racimos de letales misiles domicilio. Las bombas de alta tecnología tienen la manía de masacrar a seres inocentes.

Contemplando tamañas cantidades al cainismo múltiple se le llama daño colateral. Estamos en el año 2018 de la era cristiana. El fatigado cainismo vigente en el mundo es el mismo que en la Biblia pero a mayor escala y terrible capacidad. La quijada de aquel asno primigenio quedó muy atrás en el tiempo. Aquello fue una cosa individual, pura artesanía del macramé. Gracias al empeño humano por su progreso tecnológico y la malsana curiosidad, nunca faltan los muertos con que rellenar las páginas del devenir, los cazabombarderos y los sucesivos drones ofrecen una segura continuidad mortuoria.

Así que podemos imaginar cómo fue lo de Caín el malo. Desde entonces la envidia no hecho más que crecer en una sociedad de consumo criminal, donde reza imparable el dogma de “tanto tienes, tanto vales”.

El hombre ha puesto todo su empeño en perfeccionar ese concreto pasaje bíblico. Puede pulsar un botón digital y destruirlo todo. Asentado en la cúspide omnipotente ya se siente Dios.

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