El poder de la palabra

Por Fabiola Calvo*
La palabra designa, hace presente, hace historia, proyecta con signos poderosos que se convierten en lengua, en idioma. Por ello cuando no se nombra es como si ese ser o ese hecho no existiera, pues la palabra otorga visibilidad y existencia real y simbólica. Sin embargo, ese mismo poder puede ser usado para invisibilizar, tergiversar o imponer narrativas, como ocurre con discursos hegemónicos que perpetúan desigualdades.
La reflexión sobre cómo la palabra y el lenguaje feminizado se vuelve peyorativo es un claro ejemplo de cómo la estructura social machista moldea incluso nuestra forma de hablar. Las palabras, que en principio son neutras, cargan con siglos de exclusión y opresión, pero también de lucha y resistencia. Transformar el lenguaje no se trata solo de palabras, sino de cuestionar las dinámicas de poder que las han cargado de prejuicios.

Con la palabra visibilizamos a quienes por cientos de años han estado invisibles, mas no es suficiente nombrar, es necesario saber cómo se hace, siempre dentro de un contexto.
Muchas palabras pierden su sentido y se les da uso peyorativo cuando las feminizan y otras con las cuales se ha satanizado a las mujeres, propio de un entorno religiosos, excluyente, conservador y machista.
Hablar de un perro es una clara referencia a un mamífero de cuatro patas y en algunos lugares se refiere a un don Juan. Qué tal ¿Si cuando dices perra? Igual, si dices zorro. Es otro animal o un hombre valiente. Y ¿si dices zorra? Todo desemboca en la palabra puta, con la cual han degradado a las mujeres como escoria, bazofia y no como excluidas, que al margen o no de la postura abolicionista, hoy reivindican derechos.
Un insulto mayor es considerar a una persona como Hijo de P. porque la connotación está dirigida a la madre.
Para pensar en una transformación social es necesario revolucionar la palabra y la imagen como lenguaje, esta revolución significa que revolucionamos el pensamiento, la manera de ver y de sentir, le damos otro vuelo al espíritu y a las relaciones entre los seres humanos desde el respeto y la dignidad.
Las palabras en sí mismas son ellas y somos los seres humanos quienes las cargamos de sentido hasta cuando las silenciamos. La historia está cargada de ejemplos: quienes triunfan en las contiendas entierran a sus contendores, hasta a quienes fueron sus aliados ¿A dónde conduce la negación del pasado?
El patriarcado acalló a las mujeres, ha sido el sistema triunfante ¿Por qué hablan de democracia donde no han participado las mujeres? Por fortuna siguen irrumpiendo en el espacio público.

La palabra se convierte en un arma potente para quienes tienen el poder en la vida privada y/o en el espacio público con la posibilidad y capacidad de generalizar discursos que pueden o no debatirse, o que se imponen mediante el terror actual de las bodegas y las redes sociales.
La necesidad de un cambio nos conduce a plantearnos la urgencia de acelerar propuestas reales de las cuales se apropien líderes y lideresas, instituciones, sociedad, salir de la inmediatez y avanzar en procesos que además de remover estructuras en bien de los derechos sociales y políticos, contribuyen a renovar formas respetuosas para relacionarnos.
Entra en escena el sistema, la institucionalidad que considera la educación como simple transmisión de conocimiento, que forma borregos que recitan las palabras de otros u otras sin cuestionar, posiblemente desde la comodidad, el miedo o la supervivencia, que funciona desde un yo inseguro, esa falta de confianza que socialmente estamos entregando a niños y niñas.
La crítica al sistema educativo como transmisor de conocimiento sin espíritu crítico resuena como un llamado urgente. La educación debería ser un espacio de cuestionamiento, creación y desarrollo de seres humanos íntegros y felices, no un engranaje más del mercado. La transformación comienza al revalorizar la importancia por el amor propio, el pensamiento libre, el respeto mutuo y la creatividad.
Es perentorio pensar y repensar, comprender la realidad, cuestionar, dudar, sentir sin odios, escuchar, proponer, debatir sin castigar a quien piensa diferente a mí. No se trata de confirmar lo que yo creo, perdería el sentido la dialéctica, es la búsqueda e incorporación de las nuevas miradas que dignifiquen al ser humano después de dos guerras mundiales y cientos de guerras y conflictos armados en diferentes territorios del planeta.
En todo este mar de circunstancias construimos la subjetividad con la sola razón, el androcentrismo, la misoginia, la productividad, el mercado, comprar, comprar, la exclusión, el racismo, la xenofobia… ¿Dónde está el ser humano? ¿Dónde su alma, espíritu, búsqueda elevada para un mejor vivir?
En un mundo saturado por la productividad, el consumo del ser humano parece perder su esencia. Es vital reflexionar sobre nuestra existencia, nuestras relaciones y el propósito colectivo de un “buen vivir”.
Esta reflexión invita a un diálogo profundo sobre cómo reformamos nuestra visión del mundo, desde la autoconciencia del profundo ser de cada persona, el lenguaje y nuestras estructuras sociales hasta la coherencia entre el decir y el hacer que propendan por una transformación real.
La palabra producto de madurez interna, la palabra como acto consciente y transformador, puede ser la llave para reconectarnos con nuestra humanidad.
* Periodista, escritora, poeta, docente, investigadora, ha trabajado en temas de paz. Doctorada en Sociología y Ciencias Políticas por la Universidad Complutense. En 2007 fundó la Red Colombiana de Periodistas con Visión de Género, tras regresar de su exilio a causa del conflicto colombiano.
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@fabicalvoocampo
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